En
el siglo VII, los musulmanes habían comenzado una rápida conquista en la que
ocuparon Oriente Medio y el norte de África, llegando a la península Ibérica a
principios del siglo siguiente, en el marco del último proceso expansionista
del Califato omeya de Damasco. A principios del siglo VIII el Reino visigodo de
Toledo se encontraba sumido en constantes luchas internas, la toma del poder
del último rey godo Roderico provocó que sus rivales llamasen al líder musulmán
Tarik ibn Ziyad que inició la conquista de la península Ibérica entrando por
Gibraltar. En
el año 711 las tropas del Califato omeya, compuestas por árabes y bereberes,
cruzaron el estrecho de Gibraltar dirigidos por Tarik, lugarteniente del
gobernador del norte de África, Musa ibn Nusayr. En principio Tarik se
atrincheró en el Peñón a la espera de la llegada del grueso de sus tropas. Solo
entonces inició su ofensiva con la toma de Carteya (Cádiz), después de lo cual
se dirigió al oeste e instaló su base de operaciones en Algeciras. Ese mismo
año Tarik venció a los visigodos en la batalla de Guadalete, y tras dar remate
a lo que quedaba del ejército enemigo en Écija, emprendió una rápida conquista,
primero en dirección a Toledo, y posteriormente hacia Caesaraugusta (Zaragoza).
Hacia el 718 la península Ibérica, salvo las zonas montañosas del norte
habitadas por vascones, cántabros y astures, estaba en manos del Califato
omeya. A
partir de 716 la Península fue dirigida desde Córdoba, por un gobernador (wali)
nombrado por el califa de Damasco. Los primeros gobernadores, además de
organizar el estado islámico y asentar a inmigrantes árabes, sirios y sobre
todo bereberes, llevaron a cabo expediciones contra el Reino franco hasta que
después de la batalla de Poitiers en 732, los francos emprendieron diversas
campañas que culminaron con la expulsión de los musulmanes de todas las tierras
situadas al norte de los Pirineos hacia el 759. Inicialmente, en los
territorios de Andalucía, los musulmanes respetaron a la población cristiana y
judía, y, aunque no formaran parte de la Uma o comunidad islámica, quedarían
protegidos, tendrían sus jueces y conservarían sus ritos. Estas circunstancias
motivaron una política de pactos de capitulación donde muchos aristócratas
visigodos pudieron conservar propiedades e incluso cierto grado de poder
mediante nuevas fórmulas, como es el caso de Teodomiro, gobernador de la
Cartaginense, que tras un acuerdo gobernó a título de rey un territorio
cristiano visigodo autónomo dentro de Andalucía, denominado kora de Tudmir. Este
hecho, unido a que una parte de la población, cristianos y hebreos sobre todo,
vieran con buenos ojos el nuevo poder musulmán que los libraba de la dura
opresión que los visigodos habían ejercido contra ellos, podría explicar la
rapidez de la conquista musulmana. La composición social de Andalucía fue muy
compleja y varió a lo largo de su historia; por un lado se encuentran los que
pertenecían a la comunidad islámica, Uma, que se dividían en libres y esclavos,
y étnicamente en árabes, sirios, bereberes, muladíes —cristianos convertidos al
Islam y sus descendientes—, saqalibas (de origen eslavo y que podían ser
esclavos o libres), y también esclavos negros procedentes de África, aunque éstos
nunca llegaron a constituirse en un grupo social diferenciado. Entre los que no
pertenecían a la Uma estaban los judíos y los mozárabes, cristianos que
convivían con los musulmanes de Andalucía. En el 750, la familia de los
abasidas o abasíes, desplaza a los Omeyas del poder en Damasco, matando a todos
sus miembros excepto a Abderramán I, y trasladan el centro de poder a Bagdad.
Emirato de Córdoba (756–929)
En
756 Abderramán huye a la península Ibérica y consigue que ésta se separe del
poder de Bagdad, haciendo que Córdoba se convirtiera en un Emirato
independiente. En la segunda mitad del siglo IX se erige la alcazaba de Majerit
como defensa de Toledo. La creación de los reinos de Asturias y de Pamplona, y
de diversos condados en la zona pirenaica por parte de los francos, a finales
del siglo VIII, representó la primera reducción del territorio de Andalucía.
Hasta el siglo XI, las fronteras entre Andalucía y los estados cristianos del
Norte, experimentaron pocas variaciones aunque las guerras entre ellos fueron
frecuentes. El estado andalusí estaba dirigido por visires (ministros) bajo la
dirección del hagib, el de mayor rango entre ellos. También se formó un
ejército profesional compuesto por mercenarios. En
la época del Emirato y, sobre todo, del Califato, el territorio hispanomusulmán
se organizó en seis grandes regiones (nabiya), tres interiores y tres
fronterizas, todas con sus respectivos coras. Las demarcaciones o regiones
interiores eran: Al-Gharb, que abarcaba la actual provincia de Huelva y el sur
de Portugal; Al–Mawsat o tierras del Centro, que se extendía por los valles del
Guadalquivir y del Genil, más las zonas montañosas de Andalucía y el sur de la
Meseta; es decir, la antigua provincia romana de la Bética; y Al-Sharq o tierra
de Oriente, que abarcaba el arco mediterráneo, desde la actual provincia de
Murcia hasta Tortosa. Entre estas demarcaciones y los reinos cristianos se
situaban las tres Marcas: al–Tagr al–Ala o Marca Superior (Zaragoza); al–Tagr
al–Awsat o Marca Media (Toledo); y la al–Tagr al–Adna o Marca Inferior
(Mérida). Estas Marcas continuaron hasta la aparición de los reinos de Taifas.
Cada Cora tenía atribuido un territorio con una capital, en la que residía un
walí o gobernador, que habitaba en la parte fortificada de la ciudad, o
alcazaba. En cada Cora había también un cadí o juez. Las Marcas o thugur, en
cambio, tenían a su frente un jefe militar llamado qa’id, cuya autoridad se
superponía a las autoridades de las coras incluidas en la marca. Algunos
autores consideran que las coras son herederas de las anteriores demarcaciones
béticas. La demarcación suponía el ejercicio de determinados poderes políticos,
administrativos, militares, económicos y judiciales. La Cora, como demarcación
base, se usó prácticamente durante toda la existencia de Andalucía, aunque solo
se dispone de información completa en la época del Califato de Córdoba. Algunos
autores cifran en cuarenta el número total de coras que llegó a haber en
Andalucía, y otras fuentes establecen que su número (excluidas las
pertenecientes a alguna de las Marcas) rondaría las 21–23 demarcaciones. Las coras,
a su vez, estaban divididas en demarcaciones menores, llamadas iqlim, que eran
unidades de carácter económico–administrativo, cada una de ellas con un pueblo
o castillo como cabecera. En los primeros tiempos de la dominación musulmana,
dentro de cada cora se establecieron los poblados en torno a castillos,
denominados hisn, que actuaban como centros organizativos y defensivos de un
ámbito territorial denominado Yûz. Esta estructura administrativa se mantuvo
invariable hasta el siglo X, en que los distritos se modifican, aumentando su
tamaño. En otros momentos históricos, la organización en coras se sustituyó por
otro tipo de demarcaciones, como la taha, propia del reino nazarí de Granada.
El arte en la época almohade
El
retorno a la austeridad más extrema condujo, incluso de forma más rápida que en
el caso de sus predecesores, los almorávides, a uno de los momentos artísticos
de mayor esplendor, de manera particular en lo que atañe a la arquitectura. El
arte almohade continuó la estela almorávide consolidando y profundizando en sus
tipologías y motivos ornamentales. Construían con los mismos materiales:
azulejos, yeso, argamasa y madera. Y mantuvieron, como soporte, los pilares y
los arcos utilizados en el período anterior. Sus mezquitas siguieron el modelo
de la mezquita de Tremecén, con naves perpendiculares al muro de la qibla. La
arquitectura palaciega introduce los patios cruzados que ya habían hecho su
aparición en Medina Azahara, pero que es, en estos momentos, cuando adquieren
su mayor protagonismo. Su mejor testimonio se halla representado en el Alcázar
de Sevilla. Este esquema será aplicado, asimismo, en los patios nazaríes y
mudéjares. Otra novedad consiste en la colocación de pequeñas aberturas o
ventanas cubiertas con celosías de estuco que dan acceso a una estancia y que
permiten, de este modo, su iluminación y ventilación. La arquitectura militar
experimenta un enriquecimiento tipológico y se perfecciona su eficacia
defensiva que tendrá gran trascendencia, incluso para el ámbito cristiano.
Aparecen complejas puertas con recodos a fin de que los atacantes, al avanzar,
dejen uno de sus flancos al descubierto; torres poligonales para desviar el
ángulo de tiro; torres albarranas separadas del recinto amurallado pero unidas
a él por la parte superior mediante un arco, lo cual permite aumentar su
eficacia defensiva respecto a una torre normal, como la Torre del Oro de
Sevilla; muros reforzados que discurren perpendiculares al recinto amurallado
con objeto de proteger una toma de agua, una puerta, o evitar el cerco
completo; barbacanas o antemuros y parapetos almenados. En el terreno
decorativo aplicaron un repertorio caracterizado por la sobriedad, el orden y
el racionalismo, lo que se traduce en la aparición de motivos amplios que dejan
espacios libres en los que triunfan los entrelazados geométricos, las formas
vegetales lisas y lo más novedoso: la sebqa. Otra decoración arquitectónica que
aparece en este alminar y en la mezquita de Qutubiya, es la cerámica, en la que
se aplica la técnica del alicatado; es decir piezas recortadas que, combinadas
entre sí, componen un motivo decorativo. En otras ocasiones estas
manifestaciones artísticas unen el carácter ornamental con el funcional. Las
obras de arte de esta época están peor representadas a causa de la confusión
existente entre los diferentes períodos artísticos. Es lo que ocurre, por
ejemplo, con los tejidos, que no se distinguen fácilmente de los mudéjares:
acusan una práctica ausencia de motivos figurativos en tanto que aumenta la
decoración geométrica y epigráfica a base de la repetición insistente de
palabras árabes como «bendición» y «felicidad». En cuanto a elementos
metálicos, destacan los aguamaniles que representan figuras de animales
decoradas con incisiones vegetales cinceladas.
El arte nazarí
Este
es el estilo surgido en la época tardía de Andalucía en el reino nazarí de
Granada. Los dos paradigmas del mismo lo constituyen los palacios de la
Alhambra y el Generalife. La arquitectura militar desarrolla los mismos
sistemas generados que en la época anterior, dotándola de una mayor
complejidad. La arquitectura palaciega emplea dos tipos de organización de
patios: uno el patio mono axial, patio de los Arrayanes o de la Alberca, y
otro, el patio cruzado, patio de los Leones. Las estancias vinculadas a ellos
responden, nuevamente, a dos tipologías: una alargada en cuyos extremos están
las alcobas, y otra cuadrada rodeada por las habitaciones, por ejemplo, la Sala
de la Barca y la Sala de las Dos Hermanas. Los escasos vestigios de
arquitectura religiosa permiten pensar en mezquitas que siguen el modelo
almohade, con naves perpendiculares al muro de la qibla. Quizá la única novedad
destacable provenga del hecho de la utilización de columnas de mármol cuando el
edificio es de cierta relevancia. En cuanto al repertorio ornamental utilizan
una profusión decorativa que disimula la sencillez de los materiales, emplean
desde zócalos alicatados y yeserías de estuco, a decoración pintada como la que
se conserva en la bóveda de la Sala de los Reyes. Es característica la columna
de fuste cilíndrico y el capitel de dos cuerpos, uno cilíndrico decorado con
bandas y otro cúbico con ataurique. Los arcos preferidos son los de medio punto
peraltado y angrelados. Las techumbres de madera alternan con bóvedas mocárabes
realizadas con estuco como los de la Sala de las Dos Hermanas o la de los
Abencerrajes. Asimismo, a los motivos ornamentales habituales (geométricos,
vegetales y epigráficos), se une el escudo nazarí que será generalizado por
Mohamed V. En
las artes suntuarias destacan las cerámicas de reflejos metálicos y los tejidos
de seda a los que pueden añadirse los bronces, las taraceas y las armas. La cerámica
de lujo, conocida como de «reflejo metálico» o «losa dorada» se caracteriza por
someter, la última cocción, a fuego muy bajo de oxígeno y menor temperatura.
Con este procedimiento la mezcla de sulfuro de oro y cobre empleada en la
decoración llega a la oxidación reduciendo el brillo metalizado. Era frecuente,
también, añadir óxido de cobalto con lo que se conseguían unos tonos azules y
dorados. Los tejidos se caracterizaban por su intenso colorido así como por los
motivos, idénticos a los empleados en la decoración arquitectónica.
Guerrero castellano del siglo XII |
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