Cuando murió el papa Adriano IV (1159), los
veinticuatro cardenales partidarios de oponerse al dominio de Federico I en
Italia eligieron papa a Alejandro III, mientras los tres que preferían
contemporizar daban su voto al cardenal Octavio, que se intituló Víctor IV. La
escisión permitió que Federico interviniera al modo clásico reuniendo un
concilio en Pavía (enero de 1160), donde se reconoció como papa a Víctor IV,
mientras Alejandro III buscaba apoyos en el Reino normando del sur de Italia,
cuyos reyes eran vasallos del Papado. Milán se sublevó de nuevo en 1161, pero
fue conquistada por las armas y arrasada; poco después, Alejandro III se veía
obligado a partir a Francia. Federico vencía, pero Alejandro era el papa
reconocido por toda Europa, salvo el Imperio, y, aun así, contaba dentro de
éste con aliados importantes y poderosos, en especial en Italia, donde el
emperador y sus cancilleres, Reinaldo de Dassel y Christian de Bach,
organizaban un gobierno a contrapelo de las antiguas autonomías locales, que no
se resignaban a aceptar su nueva suerte sin resistencia. La muerte de Víctor IV privaba
también a Federico de un apoyo importante, porque los antipapas que hizo elegir
para sucederle (Pascual III y Calixto III) no tenían justificación posible ni
eran reconocidos de buen grado por el mismo clero alemán, ya que el emperador
aprovechaba las circunstancias para inmiscuirse en la vida eclesiástica como en
los peores momentos de la Querella de las Investiduras. En 1165, el sínodo de
Wurzburgo y la pseudo canonización de Carlomagno fueron la culminación del
intervencionismo imperial. Además, la querella con Alejandro III obligaba a
hacer concesiones y lograr alianzas tanto en Alemania como en otros países. Los
grandes nobles germanos le hacen pagar cara su fidelidad y, en el exterior,
Federico I Barbarroja buscaba tanto la alianza con Francia, nunca conseguida,
como la de Inglaterra, aprovechando la lucha existente entre el rey Enrique II
de Inglaterra y el arzobispo de Canterbury, Tomás Becket. La confrontación continuó y en 1176
se dirimió en la batalla de Legnano, que tuvo una repercusión crucial en la
lucha que mantenía Federico I Barbarroja contra las comunas de la Liga
Lombarda, bajo la égida del papa Alejandro III. Esta batalla fue un hito dentro
del prolongado conflicto entre güelfos y gibelinos, y del todavía más antiguo
existente entre los dos poderes universales: Papado e Imperio. Las tropas
imperiales sufrieron una derrota humillante y el emperador Barbarroja se vio
forzado a firmar la Paz de Venecia (1177) por la que reconoció a Alejandro III
como papa legítimo.
Muerte
de Federico I Barbarroja
En la dieta de Maguncia también se
decidió emprender una nueva Cruzada. En 1189 Federico partió, junto con Felipe
II de Francia y Ricardo I de Inglaterra, a la III Cruzada. Con ocasión de esta
expedición, parece ser que Federico I Barbarroja concedió el derecho de
comercio y el privilegio de ciudad a un asentamiento comercial con mercado en
la orilla occidental del río Alster, que había pertenecido anteriormente al
duque Adolfo III de Schauenburg y Holstein. Este diploma está considerado como
la fundación de Hamburgo, aunque su autenticidad se cuestiona. El río Alster
está situado al norte de Alemania. Tiene una longitud de 56 kilómetros y nace
en Henstedt–Ulzburg, Schleswig-Holstein. Fluye a través de Hamburgo y desemboca
en el río Elba. La regencia del Reino fue ocupada
por su hijo, Enrique VI. Además, Federico había escrito una carta, fechada el
26 de mayo de 1188, en la que desafiaba a Saladino de Egipto a una singular justa
entre ambos en la llanura egipcia de Azoan. De esta guisa, Federico partió con
sus ejércitos con rumbo a Tierra Santa por vía terrestre. Como era costumbre en
los cruzados, éstos hicieron una parada en el Reino de Hungría, que por lo
general recibía a los soldados cristianos, aunque en repetidas ocasiones los
cruzados atacaron y robaron muchas ciudades húngaras forzando a sus reyes a
repelerlos. En esta oportunidad Federico fue recibido por el rey Bela III de
Hungría (1148–1196), que mantenía una relación neutral con sus vecinos
occidentales. Ante la llegada de Federico, el hermano menor del rey Bela, el
príncipe Geza (1151–1210) acudió al encuentro del emperador germánico y le
rindió pleitesía, como muchos otros nobles húngaros. Sin embargo, ante la tensa
situación existente entre los dos hermanos, ya que Geza, había intentado
apoderarse de la Corona húngara apoyado por su propia madre la reina Eufrosine
de Kiev, el emperador germánico le pidió al príncipe que lo acompañase en su
viaje para guerrear contra los musulmanes en Tierra Santa. Tanto Geza como el
rey Bela aceptaron y de inmediato partió el príncipe con un ejército de 2.000
soldados húngaros escoltando al emperador germánico. Continuaron juntos su
viaje a tierras musulmanas. Durante la III Cruzada, tras dos batallas exitosas
contra los moros, en la segunda, la batalla de Iconio, Federico I se ahogó en
el río Salef de Anatolia, en junio de 1190. Se hundió por el peso de la
armadura al tratar de cruzar el río. No obstante, las circunstancias exactas de
su muerte no están claras: una parte cuenta que, acalorado tras una larga
cabalgada, quiso refrescarse con un baño, y se ahogó; otros relatan que fue
desmontado por su caballo cuando estaba atravesando el río, y que el peso de su
armadura lo hundió. También se especula que, siendo un hombre de casi 70 años,
y teniendo en cuenta el calor que hacía, sufrió un infarto en el agua helada de
un río cuyas aguas proceden del deshielo en las montañas. Su hijo Federico VI de Suabia
continuó adelante con un pequeño ejército para enterrar a Barbarroja en
Jerusalén. El intento de conservarlo en vinagre fracasó, así que la carne del
emperador fue enterrada en la iglesia de San Pedro en Antioquía, sus huesos en
la catedral de Tiro, y el corazón y las entrañas en Tarsos.
El
legado de Federico I Barbarroja
La fuente más importante para la
comprensión del pensamiento de Barbarroja y su visión del Imperio en los
primeros años de su reinado, se encuentran en el Gesta Friderici del obispo
Otón de Freising. En el texto, el motivo de la defensa contra una decadencia
del Imperio —sobre todo en vista de la práctica pérdida de soberanía sobre la
Italia del Norte— y la reconciliación entre Imperio y Papado, toman un carácter
central. Federico es presentado en la Gesta como el que trae la paz y la
reparación de la ofensas tras la Querella de las Investiduras. Un tercer motivo
será la fidelidad de los Hohenstaufen con los salios, por lo que, al contrario
que los príncipes enemigos de éstos, fueron premiados con la doble corona, real
e imperial. Los salios eran parte del pueblo
germano de los francos que habitaba, a mediados del siglo III en el valle
inferior del Rin, en los actuales Países Bajos y noroeste de Alemania. De la candidatura al trono de
Federico se infiere la intención de basarse en la teoría de las dos espadas,
reviviendo los privilegios de la Iglesia y el honor del Imperio (Honor Imperii). Sin embargo, con esta formulación retoma un texto de
Justiniano, que ya había empleado Conrado III. Barbarroja también fue el primer
emperador medieval que se basó en el Corpus Iuris Civilis del Imperio Romano
para reclamar sus derechos sobre el norte de Italia, pero con poco éxito. De la
insistencia de Barbarroja en recuperar sus derechos señoriales sobre el norte
de Italia se colige su intención política inicial de mantener una buena
relación entre el Imperio y el Papado. Barbarroja esperaba, con ayuda del papa,
recuperar para el Imperio los territorios italianos que, de facto, se habían
hecho semiindependientes. La primera expresión del equilibrio
de intereses entre Imperio y Papado fue el Tratado de Constanza. Pero ya en el
Tratado de Benevento se introdujo la idea de dos reinos, uno terrenal y otro
espiritual, con los mismos derechos. Con él, Barbarroja veía a la ciudad de
Roma como un grupo de poder terrenal, así como, en compensación, el papa veía a
los reyes normandos sicilianos como un poder protector alternativo. Barbarroja
consideró más y más al pueblo romano y el reconocimiento por éstos como una
justificación de su cetro imperial, con lo que entraba en conflicto con el
Papado, que solo reconocía la Coronación por el papa. También se puede entender
como respuesta a las crecientes tensiones con el Papado la creación del término
Sacro Imperio en la cancillería de los Hohenstaufen en 1157.
El señorío de Barbarroja fue atacado
principalmente desde dos frentes: desde el Papado, sobre todo bajo Alejandro
III, que reclamaba para sí la preeminencia sobre el poder terrenal y rechazaba
que el emperador tuviera cualquier tipo de autoridad espiritual, y de otros
príncipes que reclamaban, por lo menos en su territorio, un poder independiente
del emperador. Esto último era cierto sobre todo para el rey de Francia. La
reivindicación del dominio universal por Barbarroja, fue un tema polémico, discutido
tanto en su tiempo como por historiadores modernos. Más que su intento de
incluir el Reino de Sicilia dentro del Imperio, es el intento de extender su
poder hasta Roma, lo que transmite la idea de que Federico intentaba imponer su
autoridad a toda la Cristiandad. Un elemento importante de la idea
que Barbarroja tenía de sí mismo fue la constante apelación a Carlomagno, que
se expresó entre otras cosas en la canonización en 1165 del rey franco. Con
ello intentaba oponerse a la consolidación de Francia como Reino independiente
y así oponerse a las ambiciones del emperador de Bizancio de convertirse en
único líder de la Cristiandad. La apelación a Carlomagno fue reforzada con una
genealogía que relacionaba a los Hohenstaufen con los Salios. Esto permitía a
Barbarroja reclamar la herencia de la Corona real y de la imperial, con lo que
los demás elementos de la autoridad imperial —coronación por el papa, gobierno
de la ciudad de Roma, protección de la Iglesia—, serían de importancia
secundaria, incluido el papel del papa. También la III Cruzada, en la que
participa activamente Barbarroja, se puede entender como una apelación al
modelo de Carlomagno y su dimensión como defensor de la Iglesia de Cristo
contra los infieles. Aunque, el monarca franco solo frenó a los moros de la
península Ibérica en su pretensión de atravesar los Pirineos, no luchó en
Oriente ni se lo planteó jamás. Hacia el interior, en lo que
respecta a la estructura feudal del Imperio, Federico I opinaba que la
autoridad imperial era la suprema. El emperador mismo debía ser, por lo tanto,
el único punto de partida de la autoridad señorial, a la que se debía referir
en última instancia toda la pirámide feudal europea. La división de Baviera y
la desposesión de Enrique el León son ejemplos de esta exigencia de poder
absoluto.
Rey
de Romanos
En latín Rex Romanorum, fue el título usado en el Sacro Imperio Romano
Germánico por un emperador futurible, que no había sido aún coronado por el
papa, y que por lo tanto no podía intitularse emperador. La unción y coronación
imperial de Luis II en abril de 850, asentó una constante a lo largo del
Medievo: la de que tales ritos solo podía celebrarlos el papa, y en Roma,
incluso si había sido ungido rey previamente. En 855, con la abdicación y
muerte del emperador Lotario I, Luis II, que por entonces era ya rey de Italia,
no obtuvo territorios al norte de los Alpes en el reparto efectuado por Lotario
I. Al quedar como soberano italiano, el título imperial quedó confinado a
Italia y a la defensa del Papado, de lo que resultó, tras la muerte de Luis II,
que el propio Papado se arrogó la iniciativa de designar al emperador. Este principio, según el cual solo
el papa podía coronar al emperador, y el emperador, a su vez, era el protector
de la Iglesia romana, se estableció en el período carolingio y continuó a
partir del siglo X, cuando Otón I reclamó al papa el reconocimiento de su
estatus político. Otón I empleó el título de Imperator Augustus, y fueron su
hijo Otón II y su nieto Otón III los que se decantaron por una afirmación del
Imperio centrada en Roma, y manifestada definitivamente a través de su
intitulación como Romanorum Imperator Augustus en 982. Sin embargo, el papa era el que, en
última instancia, podía coronar al soberano alemán como emperador, el monarca
alemán era potencialmente un emperador y podían pasar años antes de llevarse a
cabo la Coronación imperial, con lo que los reyes alemanes debían conformarse
con el título de Rex. El vínculo entre los reyes alemanes con la Corona
imperial se fue reforzando con Conrado II al intitularse como designado para
llevar la Corona imperial de los romanos, Imperium
Designatus Romanorum, siendo ya rey de Alemania y de Italia. Finalmente fue
Enrique III el que estableció la conexión entre su título real y la Corona
imperial cuando emitió un diploma el 14 de enero de 1040 donde por primera vez
apareció la expresión Romanorum Rex
(Rey de Romanos). El uso de este término fue usándose más frecuentemente y
se estableció de forma más permanente con Enrique V, con la intención de
contrarrestar la designación peyorativa y limitada de Rex Teutonicorum con la
que el papa se refería él durante la Querella de las Investiduras. El Rey de los Romanos puede ser
considerado como un emperador electo en espera de ser coronado como tal en
Roma, o como el heredero del emperador designado en vida del propio emperador,
como en los primeros años del auténtico Imperio Romano. El Rey de los Romanos
podría ser el heredero de un emperador o un soberano alemán del Sacro Imperio
en ejercicio a la «espera de coronación» y que se intitularía emperador cuando
fuera coronado por el papa en Roma. El Rey de los Romanos se intitulaba como Romanorum Rex Semper Augustus antes de
ser coronado Romanorum Imperator Semper
Augustus por el papa. Así fue hasta 1508. Un emperador ya coronado deseoso
de transmitir su trono a su descendencia en una monarquía electiva, hacía
elegir a su sucesor durante su reinado por su propia iniciativa, con el
consentimiento de los electores y de acuerdo a las provisiones de la Bula de
Oro de 1356. De este modo, a la muerte del emperador, había ya un rey que le
sucedía inmediatamente, sin requerir otra coronación o Wahlkapitulation, puesto
que ya había sido jurada una capitulación; así se evitaba un trono vacante y
conflictos de intereses en una nueva elección, algo típicamente germánico. El sucesor tomaba el título de Rey
de los Romanos y se coronaba en Aquisgrán, o en Fráncfort, y no intervenía en
el gobierno salvo incapacidad del emperador, o en caso de producirse su
renuncia —como hicieron Maximiliano I durante el reinado del emperador Federico
III, o Fernando I durante el reinado del emperador Carlos V, rey de España como
Carlos I—, su única función era la de ser el Vicario General del Imperio. Si a
la muerte del emperador no había ningún Rey de los Romanos electo, entonces se
hacía necesaria una elección por electores, acorde con las provisiones de la
Bula de Oro de 1356. Durante la vacancia en el trono, la autoridad era ejercida
por dos vicarios imperiales: el conde palatino del Rin (Pfalzgraf bei Rhein) y
el duque de Sajonia (Herzog von Sachsen). Desde el año 1508, el Rey de los
Romanos, Maximiliano I se intituló, con el consentimiento del papa Julio II,
como emperador electo (Erwählter
Römischer Kaiser), con lo que ya no necesitaba ser coronado por el papa,
sino que bastaba con la Coronación en sus territorios. Así, la posición del Rey
de los Romanos se quedó limitada a ser el heredero electo en vida del
emperador, que pasaba a ser emperador electo a la muerte de su predecesor sin necesidad
de otra ceremonia.
Piqueros suizos de finales del siglo XV |
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