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miércoles, 7 de febrero de 2018

Federico I Barbarroja: Papado vs Imperio

Cuando murió el papa Adriano IV (1159), los veinticuatro cardenales partidarios de oponerse al dominio de Federico I en Italia eligieron papa a Alejandro III, mientras los tres que preferían contemporizar daban su voto al cardenal Octavio, que se intituló Víctor IV. La escisión permitió que Federico interviniera al modo clásico reuniendo un concilio en Pavía (enero de 1160), donde se reconoció como papa a Víctor IV, mientras Alejandro III buscaba apoyos en el Reino normando del sur de Italia, cuyos reyes eran vasallos del Papado. Milán se sublevó de nuevo en 1161, pero fue conquistada por las armas y arrasada; poco después, Alejandro III se veía obligado a partir a Francia. Federico vencía, pero Alejandro era el papa reconocido por toda Europa, salvo el Imperio, y, aun así, contaba dentro de éste con aliados importantes y poderosos, en especial en Italia, donde el emperador y sus cancilleres, Reinaldo de Dassel y Christian de Bach, organizaban un gobierno a contrapelo de las antiguas autonomías locales, que no se resignaban a aceptar su nueva suerte sin resistencia. La muerte de Víctor IV privaba también a Federico de un apoyo importante, porque los antipapas que hizo elegir para sucederle (Pascual III y Calixto III) no tenían justificación posible ni eran reconocidos de buen grado por el mismo clero alemán, ya que el emperador aprovechaba las circunstancias para inmiscuirse en la vida eclesiástica como en los peores momentos de la Querella de las Investiduras. En 1165, el sínodo de Wurzburgo y la pseudo canonización de Carlomagno fueron la culminación del intervencionismo imperial. Además, la querella con Alejandro III obligaba a hacer concesiones y lograr alianzas tanto en Alemania como en otros países. Los grandes nobles germanos le hacen pagar cara su fidelidad y, en el exterior, Federico I Barbarroja buscaba tanto la alianza con Francia, nunca conseguida, como la de Inglaterra, aprovechando la lucha existente entre el rey Enrique II de Inglaterra y el arzobispo de Canterbury, Tomás Becket. La confrontación continuó y en 1176 se dirimió en la batalla de Legnano, que tuvo una repercusión crucial en la lucha que mantenía Federico I Barbarroja contra las comunas de la Liga Lombarda, bajo la égida del papa Alejandro III. Esta batalla fue un hito dentro del prolongado conflicto entre güelfos y gibelinos, y del todavía más antiguo existente entre los dos poderes universales: Papado e Imperio. Las tropas imperiales sufrieron una derrota humillante y el emperador Barbarroja se vio forzado a firmar la Paz de Venecia (1177) por la que reconoció a Alejandro III como papa legítimo.
Muerte de Federico I Barbarroja
En la dieta de Maguncia también se decidió emprender una nueva Cruzada. En 1189 Federico partió, junto con Felipe II de Francia y Ricardo I de Inglaterra, a la III Cruzada. Con ocasión de esta expedición, parece ser que Federico I Barbarroja concedió el derecho de comercio y el privilegio de ciudad a un asentamiento comercial con mercado en la orilla occidental del río Alster, que había pertenecido anteriormente al duque Adolfo III de Schauenburg y Holstein. Este diploma está considerado como la fundación de Hamburgo, aunque su autenticidad se cuestiona. El río Alster está situado al norte de Alemania. Tiene una longitud de 56 kilómetros y nace en Henstedt–Ulzburg, Schleswig-Holstein. Fluye a través de Hamburgo y desemboca en el río Elba. La regencia del Reino fue ocupada por su hijo, Enrique VI. Además, Federico había escrito una carta, fechada el 26 de mayo de 1188, en la que desafiaba a Saladino de Egipto a una singular justa entre ambos en la llanura egipcia de Azoan. De esta guisa, Federico partió con sus ejércitos con rumbo a Tierra Santa por vía terrestre. Como era costumbre en los cruzados, éstos hicieron una parada en el Reino de Hungría, que por lo general recibía a los soldados cristianos, aunque en repetidas ocasiones los cruzados atacaron y robaron muchas ciudades húngaras forzando a sus reyes a repelerlos. En esta oportunidad Federico fue recibido por el rey Bela III de Hungría (1148–1196), que mantenía una relación neutral con sus vecinos occidentales. Ante la llegada de Federico, el hermano menor del rey Bela, el príncipe Geza (1151–1210) acudió al encuentro del emperador germánico y le rindió pleitesía, como muchos otros nobles húngaros. Sin embargo, ante la tensa situación existente entre los dos hermanos, ya que Geza, había intentado apoderarse de la Corona húngara apoyado por su propia madre la reina Eufrosine de Kiev, el emperador germánico le pidió al príncipe que lo acompañase en su viaje para guerrear contra los musulmanes en Tierra Santa. Tanto Geza como el rey Bela aceptaron y de inmediato partió el príncipe con un ejército de 2.000 soldados húngaros escoltando al emperador germánico. Continuaron juntos su viaje a tierras musulmanas. Durante la III Cruzada, tras dos batallas exitosas contra los moros, en la segunda, la batalla de Iconio, Federico I se ahogó en el río Salef de Anatolia, en junio de 1190. Se hundió por el peso de la armadura al tratar de cruzar el río. No obstante, las circunstancias exactas de su muerte no están claras: una parte cuenta que, acalorado tras una larga cabalgada, quiso refrescarse con un baño, y se ahogó; otros relatan que fue desmontado por su caballo cuando estaba atravesando el río, y que el peso de su armadura lo hundió. También se especula que, siendo un hombre de casi 70 años, y teniendo en cuenta el calor que hacía, sufrió un infarto en el agua helada de un río cuyas aguas proceden del deshielo en las montañas. Su hijo Federico VI de Suabia continuó adelante con un pequeño ejército para enterrar a Barbarroja en Jerusalén. El intento de conservarlo en vinagre fracasó, así que la carne del emperador fue enterrada en la iglesia de San Pedro en Antioquía, sus huesos en la catedral de Tiro, y el corazón y las entrañas en Tarsos.
El legado de Federico I Barbarroja
La fuente más importante para la comprensión del pensamiento de Barbarroja y su visión del Imperio en los primeros años de su reinado, se encuentran en el Gesta Friderici del obispo Otón de Freising. En el texto, el motivo de la defensa contra una decadencia del Imperio —sobre todo en vista de la práctica pérdida de soberanía sobre la Italia del Norte— y la reconciliación entre Imperio y Papado, toman un carácter central. Federico es presentado en la Gesta como el que trae la paz y la reparación de la ofensas tras la Querella de las Investiduras. Un tercer motivo será la fidelidad de los Hohenstaufen con los salios, por lo que, al contrario que los príncipes enemigos de éstos, fueron premiados con la doble corona, real e imperial. Los salios eran parte del pueblo germano de los francos que habitaba, a mediados del siglo III en el valle inferior del Rin, en los actuales Países Bajos y noroeste de Alemania. De la candidatura al trono de Federico se infiere la intención de basarse en la teoría de las dos espadas, reviviendo los privilegios de la Iglesia y el honor del Imperio (Honor Imperii). Sin embargo, con esta formulación retoma un texto de Justiniano, que ya había empleado Conrado III. Barbarroja también fue el primer emperador medieval que se basó en el Corpus Iuris Civilis del Imperio Romano para reclamar sus derechos sobre el norte de Italia, pero con poco éxito. De la insistencia de Barbarroja en recuperar sus derechos señoriales sobre el norte de Italia se colige su intención política inicial de mantener una buena relación entre el Imperio y el Papado. Barbarroja esperaba, con ayuda del papa, recuperar para el Imperio los territorios italianos que, de facto, se habían hecho semiindependientes. La primera expresión del equilibrio de intereses entre Imperio y Papado fue el Tratado de Constanza. Pero ya en el Tratado de Benevento se introdujo la idea de dos reinos, uno terrenal y otro espiritual, con los mismos derechos. Con él, Barbarroja veía a la ciudad de Roma como un grupo de poder terrenal, así como, en compensación, el papa veía a los reyes normandos sicilianos como un poder protector alternativo. Barbarroja consideró más y más al pueblo romano y el reconocimiento por éstos como una justificación de su cetro imperial, con lo que entraba en conflicto con el Papado, que solo reconocía la Coronación por el papa. También se puede entender como respuesta a las crecientes tensiones con el Papado la creación del término Sacro Imperio en la cancillería de los Hohenstaufen en 1157.
El señorío de Barbarroja fue atacado principalmente desde dos frentes: desde el Papado, sobre todo bajo Alejandro III, que reclamaba para sí la preeminencia sobre el poder terrenal y rechazaba que el emperador tuviera cualquier tipo de autoridad espiritual, y de otros príncipes que reclamaban, por lo menos en su territorio, un poder independiente del emperador. Esto último era cierto sobre todo para el rey de Francia. La reivindicación del dominio universal por Barbarroja, fue un tema polémico, discutido tanto en su tiempo como por historiadores modernos. Más que su intento de incluir el Reino de Sicilia dentro del Imperio, es el intento de extender su poder hasta Roma, lo que transmite la idea de que Federico intentaba imponer su autoridad a toda la Cristiandad. Un elemento importante de la idea que Barbarroja tenía de sí mismo fue la constante apelación a Carlomagno, que se expresó entre otras cosas en la canonización en 1165 del rey franco. Con ello intentaba oponerse a la consolidación de Francia como Reino independiente y así oponerse a las ambiciones del emperador de Bizancio de convertirse en único líder de la Cristiandad. La apelación a Carlomagno fue reforzada con una genealogía que relacionaba a los Hohenstaufen con los Salios. Esto permitía a Barbarroja reclamar la herencia de la Corona real y de la imperial, con lo que los demás elementos de la autoridad imperial —coronación por el papa, gobierno de la ciudad de Roma, protección de la Iglesia—, serían de importancia secundaria, incluido el papel del papa. También la III Cruzada, en la que participa activamente Barbarroja, se puede entender como una apelación al modelo de Carlomagno y su dimensión como defensor de la Iglesia de Cristo contra los infieles. Aunque, el monarca franco solo frenó a los moros de la península Ibérica en su pretensión de atravesar los Pirineos, no luchó en Oriente ni se lo planteó jamás. Hacia el interior, en lo que respecta a la estructura feudal del Imperio, Federico I opinaba que la autoridad imperial era la suprema. El emperador mismo debía ser, por lo tanto, el único punto de partida de la autoridad señorial, a la que se debía referir en última instancia toda la pirámide feudal europea. La división de Baviera y la desposesión de Enrique el León son ejemplos de esta exigencia de poder absoluto.
Rey de Romanos
En latín Rex Romanorum, fue el título usado en el Sacro Imperio Romano Germánico por un emperador futurible, que no había sido aún coronado por el papa, y que por lo tanto no podía intitularse emperador. La unción y coronación imperial de Luis II en abril de 850, asentó una constante a lo largo del Medievo: la de que tales ritos solo podía celebrarlos el papa, y en Roma, incluso si había sido ungido rey previamente. En 855, con la abdicación y muerte del emperador Lotario I, Luis II, que por entonces era ya rey de Italia, no obtuvo territorios al norte de los Alpes en el reparto efectuado por Lotario I. Al quedar como soberano italiano, el título imperial quedó confinado a Italia y a la defensa del Papado, de lo que resultó, tras la muerte de Luis II, que el propio Papado se arrogó la iniciativa de designar al emperador. Este principio, según el cual solo el papa podía coronar al emperador, y el emperador, a su vez, era el protector de la Iglesia romana, se estableció en el período carolingio y continuó a partir del siglo X, cuando Otón I reclamó al papa el reconocimiento de su estatus político. Otón I empleó el título de Imperator Augustus, y fueron su hijo Otón II y su nieto Otón III los que se decantaron por una afirmación del Imperio centrada en Roma, y manifestada definitivamente a través de su intitulación como Romanorum Imperator Augustus en 982. Sin embargo, el papa era el que, en última instancia, podía coronar al soberano alemán como emperador, el monarca alemán era potencialmente un emperador y podían pasar años antes de llevarse a cabo la Coronación imperial, con lo que los reyes alemanes debían conformarse con el título de Rex. El vínculo entre los reyes alemanes con la Corona imperial se fue reforzando con Conrado II al intitularse como designado para llevar la Corona imperial de los romanos, Imperium Designatus Romanorum, siendo ya rey de Alemania y de Italia. Finalmente fue Enrique III el que estableció la conexión entre su título real y la Corona imperial cuando emitió un diploma el 14 de enero de 1040 donde por primera vez apareció la expresión Romanorum Rex (Rey de Romanos). El uso de este término fue usándose más frecuentemente y se estableció de forma más permanente con Enrique V, con la intención de contrarrestar la designación peyorativa y limitada de Rex Teutonicorum con la que el papa se refería él durante la Querella de las Investiduras. El Rey de los Romanos puede ser considerado como un emperador electo en espera de ser coronado como tal en Roma, o como el heredero del emperador designado en vida del propio emperador, como en los primeros años del auténtico Imperio Romano. El Rey de los Romanos podría ser el heredero de un emperador o un soberano alemán del Sacro Imperio en ejercicio a la «espera de coronación» y que se intitularía emperador cuando fuera coronado por el papa en Roma. El Rey de los Romanos se intitulaba como Romanorum Rex Semper Augustus antes de ser coronado Romanorum Imperator Semper Augustus por el papa. Así fue hasta 1508. Un emperador ya coronado deseoso de transmitir su trono a su descendencia en una monarquía electiva, hacía elegir a su sucesor durante su reinado por su propia iniciativa, con el consentimiento de los electores y de acuerdo a las provisiones de la Bula de Oro de 1356. De este modo, a la muerte del emperador, había ya un rey que le sucedía inmediatamente, sin requerir otra coronación o Wahlkapitulation, puesto que ya había sido jurada una capitulación; así se evitaba un trono vacante y conflictos de intereses en una nueva elección, algo típicamente germánico. El sucesor tomaba el título de Rey de los Romanos y se coronaba en Aquisgrán, o en Fráncfort, y no intervenía en el gobierno salvo incapacidad del emperador, o en caso de producirse su renuncia —como hicieron Maximiliano I durante el reinado del emperador Federico III, o Fernando I durante el reinado del emperador Carlos V, rey de España como Carlos I—, su única función era la de ser el Vicario General del Imperio. Si a la muerte del emperador no había ningún Rey de los Romanos electo, entonces se hacía necesaria una elección por electores, acorde con las provisiones de la Bula de Oro de 1356. Durante la vacancia en el trono, la autoridad era ejercida por dos vicarios imperiales: el conde palatino del Rin (Pfalzgraf bei Rhein) y el duque de Sajonia (Herzog von Sachsen). Desde el año 1508, el Rey de los Romanos, Maximiliano I se intituló, con el consentimiento del papa Julio II, como emperador electo (Erwählter Römischer Kaiser), con lo que ya no necesitaba ser coronado por el papa, sino que bastaba con la Coronación en sus territorios. Así, la posición del Rey de los Romanos se quedó limitada a ser el heredero electo en vida del emperador, que pasaba a ser emperador electo a la muerte de su predecesor sin necesidad de otra ceremonia.

Piqueros suizos de finales del siglo XV

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