El conde Borrell
II de Barcelona se proclamó dux hispánico y marqués por la Gracia de
Dios en 988, y rompió así, por omisión y sin una declaración formal de independencia,
su vasallaje al rey de los francos. Este hecho constituye para muchos historiadores
revisionistas catalanes el punto de partida de Cataluña como nación soberana. Sin
embargo, la emancipación de los condados catalanes, feudatarios de los reyes
francos, no se consumó de facto hasta el tratado de Corbeil, firmado en 1258 por
Luis IX de Francia y Jaime I de Aragón. Por lo que, técnicamente, los condados catalanes
pasaron de prestar obediencia a los reyes francos, a ser vasallos de los reyes de
Aragón. Borrell
II tuvo que gobernar sus estados en una época en la que el
poder carolingio estaba en plena descomposición, mientras que el poderío militar
del Califato de Córdoba alcanzaba su máximo apogeo. Este conde catalán intentó
mantener buenas relaciones con el Califato, como lo demuestra el envío de repetidas
embajadas. En 950 envió a un legado que se unió a la embajada del marqués Guido
de Toscana, y la embajada de 966 supuso la firma de un tratado de paz, amistad
y establecimiento de fronteras con el Califato cordobés. Las
embajadas enviadas en 971 y 974 supusieron una connotación jurídica mucho más
importante, ya que significaron el establecimiento de una cierta forma de
vasallaje hacia el califa al-Hakén, cosa que era contradictoria con la
fidelidad debida al rey de Franquia, pero gracias a ello fue posible mantener
una estabilidad en el área fronteriza suroeste del condado de Barcelona. Todo
ello redundó en beneficio económico del condado de Barcelona, que permitió a
Borrell II poner en circulación la moneda de oro denominada mansusos, a la vez que se alejaba de la tutela
de los monarcas francos.
Estos años
de paz y buena vecindad con el Califato permitieron a Borrell II profundizar en
su anhelo de independencia del reino franco. En 971 fue nombrado duque de la
Gotia, y con ocasión de la consagración en 977 del monasterio de Ripoll, ocupó
un lugar preeminente sobre los demás condes de la antigua Marca Hispánica. Todos
estos discretos actos de soberanía coincidieron con la muerte del califa cordobés
al-Hakén II en 976 y la subida al trono de Hixam II, con la consiguiente toma
de poder por parte de Almanzor. Según cuenta
el cronista musulmán Ibn-Hayyan, esos actos de soberanía hicieron creer a
Almanzor que el conde de Barcelona se había independizado de la monarquía
franca, por lo que decidió atacar Barcelona. Una expedición mandada por
Almanzor salió de Córdoba en la primavera del año 985 y penetró por el Penedés
en el condado de Barcelona, saqueando el Vallés. Barcelona,
defendida por el vizconde Udalard, fue sitiada, tomada y saqueada el 6 de julio
de ese mismo año. Hubo una gran matanza entre sus habitantes, y los
supervivientes, con el vizconde a la cabeza, y junto con el arcediano Arnulfo, fueron
hechos prisioneros. Borrell II
intentó hacer frente a los moros en Rovirans, cerca de Tarrasa, pero, derrotado,
tuvo que retirarse a Caldas de Montbui y después buscar refugio en Manresa.
El cambio
de situación provocado por el ataque de Almanzor hizo que Borrell II buscase a
toda prisa recomponer los vínculos con la monarquía franca, como feudatario que
todavía era, a fin de lograr la ayuda militar necesaria para reconquistar sus
dominios. Pero la muerte del penúltimo soberano carolingio, Lotario, en 986, y
poco después del último, Luis V, en 987, y la subida al trono de Hugo Capeto en
un momento en que tuvo que defender su corona de insurrecciones internas y los ataques
de los normandos, hicieron que no se pudiese enviar a Borrell la ayuda militar solicitada. Mientras
estos contactos con la corte franca se producían, los moros se retiraron del
condado de Barcelona, ya que la aceifa,
según al Udri, duró únicamente ochenta días.
Las aceifas
eran expediciones militares que los sarracenos solían llevar a cabo en
primavera y verano en los territorios cristianos para procurarse buenos botines
de oro, plata y esclavos. Cercano ya
a los sesenta años de edad, el conde Borrell II de Barcelona falleció el 30 de
septiembre de 992 en la Seo de Urgel. Durante el
gobierno de Borrell II los condados catalanes son el paso intermedio obligatorio
de la cultura hispanoárabe a la cultura cristiana de los reinos del norte
peninsular y de Europa, siendo los monasterios catalanes de Ripoll y Cuixá,
sobre todo, difusores en Occidente de la cultura clásica grecolatina recuperada
por los árabes andaluces. La fama de
los territorios regidos por el conde Borrell, hace que el monje Gerberto de
Aurillac, futuro papa Silvestre II, llegue a Barcelona hacia 967 y entable
amistad con el propio conde, con Atón, obispo de Vic, y también con Sunifredo
Llobet, arcediano de la catedral que traducía textos del árabe al latín. Gerberto
había pasado por el monasterio de Ripoll y aprendido durante los años en que su
sriptorium o biblioteca vivía su
primera época de esplendor bajo la dirección del abad Arnulfo (954-970) y se
había convertido en un importante centro de traducción. Gerberto de Aurillac
aprendió en Ripoll la construcción del astrolabio y acompañó a Borrell II en el
viaje que este realizó a Roma. Según una
tradición tardía, el conde Borrell II murió en el asedio de Barcelona por
Almanzor, y los moros lanzaron su cabeza cercenada dentro de las murallas de la
ciudad sitiada para aterrorizar a sus habitantes, antes de proceder a su toma y
posterior saqueo. En cualquier caso, Borrell II dejó a su muerte el camino
allanado para la gran época del condado de Barcelona, tanto para su expansión
hacia las tierras del sur (Tarragona) ocupadas aún por los sarracenos, como
hacia los antiguos dominios de los visigodos en Occitania.
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