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sábado, 14 de abril de 2018

De la Pax Hispanica a la guerra de los Treinta Años


Pese a que muchos historiadores han querido ver en la famosa Pax Hispánica un gesto de hastío por la guerra y dificultad para reorganizar ataques por parte de la Monarquía española, también se podría opinar que ésta formaba parte de una gran estrategia que permitiría a España recuperar su fuerza militar y económica, y apartar a sus adversarios de sus empresas militares. De hecho, tanto Felipe III como sus consejeros, pretendían que la tregua durase solo hasta que España pudiese reanudar sus luchas y derrotar así a sus enemigos. Felipe III y la reina Margarita de Austria-Estiria tuvieron ocho hijos, entre ellos Felipe (†1665), futuro Felipe IV, que contraería matrimonio con doña Isabel de Borbón.
Felipe III ha sido juzgado mucho más severamente de lo que lo han sido su hijo, Felipe IV, y el valido de éste, el conde-duque de Olivares, valorado más favorablemente que el duque de Lerma, algo que resulta sorprendente si se comparan los resultados de sus respectivos gobiernos. Por tanto, cabe afirmar que bajo el reinado de Felipe III, España alcanzó su máxima expansión territorial, y jugó un papel crucial tanto en la paz, como en los conflictos bélicos de gran envergadura que la sucedieron. Y de entre todos estos conflictos armados, sin duda, el más terrible de todos fue la conocida como guerra de los Treinta Años, una larguísima guerra librada en Europa central —principalmente Alemania— entre los años 1618 y 1648, y en la que intervino la mayoría de las grandes potencias europeas de la época.
La guerra de los Treinta Años marcó el futuro del conjunto de Europa en los siglos posteriores. Aunque inicialmente se trataba de un conflicto religioso entre estados partidarios de la Reforma y la Contrarreforma dentro del Sacro Imperio Romano Germánico, la intervención de las distintas potencias convirtió gradualmente el conflicto en una guerra europea, por razones no necesariamente relacionadas con la religión: búsqueda de una situación de equilibrio político, alcanzar la hegemonía en el escenario continental, enfrentamiento con una potencia rival, etcétera. La guerra de los Treinta Años llegó a su final con la Paz de Westfalia y la Paz de los Pirineos (1659), y supuso el punto culminante de la rivalidad entre Francia y España por la hegemonía en Europa, que conduciría en años posteriores a nuevas guerras entre ambas potencias. El mayor impacto de esta guerra, en la que participaron mercenarios de forma generalizada, fue la total devastación de territorios enteros esquilmados por los ejércitos necesitados de suministros. Los continuos episodios de hambrunas y enfermedades diezmaron la población civil de los estados alemanes y, en menor medida, de los Países Bajos e Italia, además de llevar a la bancarrota a muchas de las potencias implicadas en el conflicto. Aunque la guerra duró treinta años, los conflictos que la generaron siguieron sin resolverse durante mucho tiempo.
En el transcurso de la misma, la población del Sacro Imperio se vio reducida en un 30 %. En Brandeburgo se llegó al 50 %, y en otras regiones incluso a dos Tercios. La población masculina en Alemania disminuyó a la mitad. En los estados y dominios checos la población cayó en un tercio a causa de la guerra, el hambre, las enfermedades y la expulsión masiva de checos protestantes. Solo los ejércitos suecos destruyeron durante la guerra 2.000 castillos, 18.000 villas y 1.500 pueblos en Alemania. La larga serie de conflictos que conforman la guerra pueden dividirse en cuatro etapas diferenciadas: la revuelta de Bohemia (1618–1625); la intervención danesa (1625–1629); la intervención sueca (1630–1635) y la Paz de Westfalia.
Orígenes de la guerra: a mediados del siglo XVI, la frágil paz de Augsburgo, un acuerdo firmado por el emperador Carlos V de Alemania —Carlos I de España— y los príncipes luteranos en 1555, había confirmado el resultado de la primera Dieta de Espira y en realidad había hecho acrecentar con el tiempo los odios entre católicos y luteranos. El acuerdo establecía que los príncipes alemanes —alrededor de 360— podían elegir la religión, luteranismo o catolicismo, en sus señoríos de acuerdo con su conciencia. Era el principio de cuius regio, eius religio. Los luteranos que viviesen en un Estado teocrático —bajo el control de un obispo— podían continuar siendo luteranos. Los luteranos podían conservar el territorio que habían tomado a la Iglesia católica desde la Paz de Passau (1552). Asimismo, los obispos de la Iglesia católica que se convirtiesen al luteranismo tenían que entregar su diócesis.
En los inicios del siglo XVII se incrementaron las tensiones entre las naciones de Europa. España estaba interesada en los principados alemanes, debido a que Felipe III, nieto de Carlos V, era un Habsburgo y tenía territorios alrededor de la frontera occidental de los Estados alemanes (Flandes y el Franco Condado). Francia también estaba interesada en los Estados alemanes porque deseaba recuperar la hegemonía continental de la época carolingia a costa de los Habsburgo. Suecia y Dinamarca estaban interesadas por razones económicas en los Estados germánicos del Norte a orillas del mar Báltico. Durante la segunda mitad del siglo XVI, las tensiones religiosas también se intensificaron. La Paz de Augsburgo tuvo consecuencias a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI, ya que los obispos protestantes se negaban a abandonar sus obispados. De hecho, los términos del Tratado de Augsburgo fueron utilizados para un resurgimiento del poder católico. Las tensiones y resentimientos entre católicos y protestantes no habían hecho sino acrecentarse desde la firma del tratado, y en muchos lugares de Alemania se destruían iglesias protestantes y había limitaciones y obstáculos al culto protestante. La disminución de estas tensiones no ayudó nada al calvinismo que se extendía por toda Alemania, lo que añadió otra religión a la región; los católicos de la Europa central —los Habsburgo de Austria o los reyes de Polonia— estaban tratando de restaurar el poder del catolicismo.
Los Habsburgo estaban interesados en extender su influencia y poder, así que a veces transigían con el protestantismo. A la larga esto incrementó las tensiones. Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y su hermano y sucesor, Matías I, no practicaban una política católica agresiva, ya que estaban más interesados en incrementar las posesiones de los Habsburgo. Eran también muy tolerantes —como su abuelo y su padre, Fernando I y Maximiliano II—, lo que permitió que diferentes religiones se extendieran y que chocasen entre sí libremente. Suecia y Dinamarca —países desde los que varios siglos antes habían partido muchas de las expediciones vikingas que asolaron Europa—, querían dominar los estados alemanes del mar Báltico, y eran naciones de confesión luterana. Estas tensiones estallaron con violencia en la ciudad alemana de Donauwörth en 1606. La mayoría luterana obstaculizó los intentos de los residentes católicos de hacer una procesión y provocaron así una revuelta violenta. Los católicos de la ciudad solicitaron la intervención del duque Maximiliano I de Baviera en su apoyo.
Una vez hubo cesado la violencia en Alemania, los calvinistas, cuya religión estaba todavía en sus comienzos y constituían una minoría, se sintieron amenazados y se agruparon en la Liga de la Unión Evangélica —también conocida como Liga Protestante—, creada en 1608, bajo el liderazgo de Federico IV, el príncipe elector del Palatinado. Este príncipe tenía en su poder el Palatinado de Renania, uno de los Estados que España deseaba anexionarse a fin de proteger el llamado «Camino Español». Esto provocó que los católicos también se agrupasen en torno a la Liga Católica, bajo el liderazgo del duque Maximiliano I. El emperador del Sacro Imperio y rey de Bohemia, Matías de Habsburgo, falleció en 1619, pero habiendo testado a favor de su primo hermano, Fernando III de Estiria. Fernando, que al convertirse en rey de Bohemia y emperador del Sacro Imperio había pasado a llamarse Fernando II, era un católico convencido que había sido educado por los jesuitas y quería restaurar el catolicismo en sus dominios. Por ello era impopular en Bohemia, la cual era predominantemente calvinista. El rechazo de Bohemia a Fernando fue el detonante de la guerra de los Treinta Años.

La revuelta de Bohemia (1618–1625)

La elección del católico Fernando II como emperador había puesto a la nobleza de Bohemia, de mayoría protestante, en una situación prácticamente de rebelión. Además, dado que la dignidad de rey de Bohemia se confería por elección, los bohemios eligieron como su líder a Federico V del Palatinado —sucesor de Federico IV, que había creado la Liga de la Unión Evangélica—. Cuando Fernando II envió a dos consejeros católicos (Martinitz y Slavata) y sus representantes al castillo de Hradcany en Praga, en mayo de 1618, para preparar el camino a su llegada. Los calvinistas de Bohemia los secuestraron a los dignatarios católicos y después los arrojaron al vacío a través de una ventana del castillo de la ciudad. Y ésta fue la causa que desencadenó la terrible guerra de los Treinta Años, quizás, uno de los conflictos continentales más devastadores hasta las guerras europeas del siglo XX.
Afortunadamente para ellos, los dos dignatarios católicos y el escriba que les acompañaba cayeron sobre un montón de estiércol y no sufrieron lesiones importantes; al contrario que en la primera defenestración histórica, acontecida 200 años antes en el mismo escenario, y en la que murieron siete concejales. Este evento, conocido como la III Defenestración de Praga, se toma como punto de referencia del comienzo de la rebelión bohemia, aunque la rebelión estaba gestándose desde mucho tiempo antes. El conflicto bohemio se extendió pronto a la totalidad de los dominios checos (Bohemia, Silesia, Lusacia y Moravia), que ya estaban divididos por enfrentamientos entre católicos y protestantes. Esta confrontación iba a encontrar muchos ecos en todo el continente, viéndose también afectadas Francia y Suecia. Aun así, si la rebelión bohemia se hubiera limitado a un asunto regional, la guerra de los Treinta Años podía haberse concluido en apenas unos meses. Sin embargo, la debilidad, tanto de Fernando II, como de los propios bohemios, llevó a la extensión de la guerra al oeste de Alemania. Fernando se vio obligado a reclamar la ayuda de su sobrino y yerno, el rey Felipe III de España.
Los bohemios, desesperados por encontrar aliados frente al emperador, solicitaron ser admitidos en la Unión Protestante, liderada por el calvinista Federico V del Palatinado. Los bohemios acordaron que el elector palatino podría convertirse en rey de Bohemia si les permitía adherirse a la Unión y así quedar bajo su protección. Sin embargo, otros miembros de los estados bohemios hicieron ofertas similares al duque Carlos Manuel I de Saboya, al elector Juan Jorge I de Sajonia y al húngaro Gabriel Bethlen, soberano del principado de Transilvania. Los austriacos, que parecían haber interceptado todas las cartas que salían de Praga, hicieron públicas estas duplicidades y desentrañaron gran parte de este apoyo a los bohemios, particularmente en la corte de Sajonia.
La rebelión fue inicialmente favorable a los bohemios. Gran parte del norte de Austria, cuya nobleza era luterana y calvinista, se les unió, sin embargo, las simpatías religiosas de esta zona cambiarían en los siguientes años. La zona meridional de Austria se rebeló en 1619. El conde de Thurn llegó a llevar un ejército hasta los mismos muros de Viena. En el este, el príncipe protestante de Transilvania, Gabriel Bethlen, condujo una inspirada campaña en el interior de Hungría con las bendiciones del sultán turco Osmán II. Fernando II se había convertido en 1618 en rey de Hungría e intentó aplicar los mismos métodos en sus territorios que había aplicado en Bohemia contra los protestantes. Sintiéndose agraviados, los húngaros de Transilvania declararon la guerra contra Fernando aprovechando como excusa el asunto religioso, pues los príncipes transilvanos tenían como objetivo desde hacía décadas liberar a Hungría del control de los Habsburgo y reunificar el reino. Así, apelaron al sultán turco en muchas ocasiones en busca de ayuda, quien también deseaba ver al Sacro Imperio Romano Germánico de rodillas.
El emperador, que estaba ocupado en la guerra de Uzkok, se apresuró a formar un ejército para detener a los bohemios y sus aliados, que ocupaban su país. El conde de Bucquoy, el comandante del ejército imperial, derrotó a las fuerzas de la Unión Protestante lideradas por el conde Ernesto de Mansfeld en la batalla de Sablat, el 10 de junio de 1619. Esto cortó las comunicaciones del conde de Thurn con Praga, que levantó inmediatamente el sitio de Viena. La derrota de los protestantes bohemios en Sablat también costó a los protestantes un importante aliado, Saboya, que había sido durante mucho tiempo un oponente a la expansión de los Habsburgo, y había enviado ya considerables sumas de dinero y tropas a las guarniciones de las fortalezas de Renania. La captura del mariscal de campo de Mansfeld desenmascaró el complot de los saboyanos y forzó al duque a abandonar la guerra.
A pesar de la derrota de Sablat, el ejército del conde de Thurn continuó existiendo como fuerza operativa, y Mansfeld consiguió reagrupar a su ejército más al norte, en Bohemia. Los estados de Austria, todavía en rebelión, firmaron una alianza con los bohemios a comienzos de agosto, y el día 22 Fernando fue depuesto oficialmente como rey de Bohemia y sustituido por el elector palatino Federico V. En Hungría, incluso a pesar de que los bohemios habían rechazado la oferta de su corona, los transilvanos continuaron haciendo progresos sorprendentes, obligando a los ejércitos del emperador a retirarse en 1620.
Los españoles enviaron un ejército desde Bruselas a las órdenes de Ambrosio Spínola Doria, marqués de los Balbases, para dar apoyo al emperador, y el embajador español en Viena, don Íñigo Oñate, convenció a la Sajonia protestante para intervenir contra Bohemia a cambio de ofrecerles el control sobre Lusacia. Los sajones invadieron Lusacia, y el ejército español en el oeste evitó que las fuerzas de la Unión Protestante pudieran prestar auxilio a los bohemios. Oñate conspiró para transferir el título de elector del Palatinado al duque de Baviera a cambio de su apoyo a la Liga Católica. Al mando del general Tilly, el ejército de la Liga Católica, que incluía a René Descartes en sus filas, pacificó el norte de Austria, mientras que las fuerzas del emperador hacían lo propio en los territorios austriacos del sur. Una vez unidos los dos ejércitos, se desplazaron hacia el norte; a Bohemia. Fernando II derrotó decisivamente a Federico V en la batalla de la Montaña Blanca, cerca de Praga, en 1620. Bohemia permanecería en poder de los Habsburgo trescientos años más. Al mismo tiempo, esta derrota provocó la disolución de la Liga de la Unión Evangélica y la confiscación de las posesiones de Federico V. El Palatinado renano fue entregado a los nobles católicos, mientras que el título de elector palatino se otorgó a su primo lejano, el duque Maximiliano I. Federico V, aunque ya sin territorios, se convirtió en un exiliado prominente en el extranjero, granjeándose simpatías y apoyos a su causa en las Provincias Unidas, Dinamarca y Suecia.
Se trató de un golpe muy serio a las ambiciones protestantes en la región. La rebelión literalmente se hundió, y las amplias confiscaciones patrimoniales y supresiones de títulos nobiliarios bohemios, aseguraron que el país regresaría a la fe católica después de más de dos siglos de disidencias religiosas, que habían comenzado con la guerra husita. Los españoles, tratando de flanquear a los holandeses, en preparación para la inminente guerra provocada por el fin de la tregua tras la guerra de los Ochenta Años, ocuparon las tierras de Federico, el Palatinado de Renania. La primera fase de la guerra terminó completamente cuando Gabriel Bethlen de Transilvania firmó un Tratado de paz con el emperador en diciembre de 1621, ganando algunos territorios en Hungría oriental.
Algunos historiadores consideran el periodo de 1621–1625 como una fase separada de la guerra de los Treinta Años, denominándola la fase del Palatinado. La catastrófica derrota del ejército protestante en la Montaña Blanca y la partida de Gabriel Bethlen, significaron la pacificación del este de Alemania. La guerra en el oeste, concentrada en la ocupación del Palatinado, consistió en escaramuzas mucho más modestas que las grandes batallas que se dieron en las campañas de Bohemia y Hungría, y, a falta de artillería pesada, con el uso generalizado del asedio como táctica de expugnación de las ciudades fortificadas. Mannheim y Heidelberg capitularon en 1622, y Frankental en 1623. Con ello el Palatinado cayó en manos del emperador. El resto del ejército protestante, guiado por Mansfeld, hizo un intento de alcanzar la frontera holandesa. Tilly lo flanqueó en Stadtlohn el 6 de agosto de 1623, y solo un tercio del ejército de 21.000 hombres de Mansfeld consiguió escapar. Sin suministros, ni recursos humanos, ni financiación, el ejército de Mansfeld se dispersó en 1624. Cabe resaltar que este hecho fue prácticamente decisivo para el transcurso de la guerra.



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