Cambray, en el departamento francés de Nord-Pas-de-Calais,
fue un punto clave en el desarrollo de la Primera Guerra Mundial en 1917. La sangrienta batalla de
Passchendaele, librada desde julio hasta noviembre de 1917, había
conseguido avances y reducir notablemente el tamaño del saliente de Yprés,
inmóvil desde 1914, pero apenas se habían producido cambios estratégicos en el
frente occidental. La conquista de una escasa franja de terreno había costado a los
aliados un enorme número de bajas. Toda una generación de jóvenes británicos
había sido exterminada en la batalla del Somme en el verano de 1916.
Tras los desastres de Verdún y el Somme, algunos mandos aliados fueron conscientes de la inutilidad de las tácticas que se estaban siguiendo y
comenzaron a introducir nuevos conceptos estratégicos. La aparición del carro
de combate, llamado tanque por los británicos para despistar a los espías
alemanes, en las fases finales de la batalla del Somme, y el uso que se hizo de
ellos en la conquista de Messines, había demostrado la gran utilidad que podían
tener estas nuevas armas si se usaban de manera eficaz. En el verano de 1917, ante la visión de las inútiles cargas de
infantería en Passchendaele, el coronel británico John Frederick Charles Fuller, elaboró un plan de ataque en el que
abogaba por hacer un uso masivo de los rudimentarios carros de combate. Según
su plan, los blindados deberían usarse como punta de lanza del ataque y no como
soporte de los batallones de infantería, como se habían usado hasta el momento.
Con su concurso se lograría atravesar fácilmente las alambradas y trincheras del
enemigo. El mayor general Henry Tudor, de la Artillería Real,
elaboró también su propio plan sobre nuevas tácticas para el uso combinado de
la infantería y la artillería. Aunque Fuller fue desautorizado por sus superiores,
su plan llegó a manos del general sir Julian Byng, nuevo comandante al mando
del III Ejército británico, quien decidió combinar ambos planes.
A pesar de que el alto
mando británico había dado carpetazo inicial a la idea de un uso masivo de
tanques, a finales del verano de 1917, cuando las perspectivas de una victoria
decisiva en Passchendaele se alejaban, se decidió aceptar el plan. El éxito británico en el primer día de
la ofensiva, quedó eclipsado por la lluvia, que hizo que el campo de batalla se convirtiera en un
inmenso barrizal y los alemanes lograron hacerse con muchos tanques atrapados
en el lodo. El suelo arcilloso agravó la miseria de los combatientes y reveló las
debilidades mecánicas de los carros de combate, luego, la acción combinada de la artillería
y las fuerzas de infantería alemanas, pusieron de manifiesto las carencias del
tanque Mark IV, de más de 30 tm. En el segundo día, sólo la mitad de los blindados estaba disponible y los posteriores avances británicos fueron muy
limitados por el exitoso contraataque alemán, con lo que la guerra se
prolongaría un año más en el frente occidental.
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