A finales del siglo X a.C. los reyes asirios ya se
habían anexionado varios territorios de los arameos que estaban situados al
este del río Jabur (en el valle central del Éufrates) y de los de la región de
los ríos Gran Zab y Pequeño Zab. En el siglo IX a.C. reinó Asurnasirpal II,
desde el 884 al 859 a.C. Construyó la ciudad de Kalhu y la hizo su capital, en
sustitución de la antigua Assur. Las excavaciones de esta ciudad han aportado
un verdadero tesoro arqueológico en las inscripciones halladas en los
monumentos acerca de la historia de este gran rey. Se sabe de él, entre otras
cosas, que sus campañas bélicas fueron muchas, devastadoras y brutales.
Basándose en su poderío
militar, a lo largo del siglo VIII a.C. los asirios consolidaron un floreciente
imperio que perduró doscientos años. En este vasto periodo histórico fueron
tributarias de Asiria las célebres ciudades-estado fenicias de Biblos, Sidón y
Tiro, los reinos bíblicos de Israel y de Judá, y otras muchas ciudades cananeos
y tribus semíticas, así como otras originarias de Media y Persia (actual Irán).
Los asirios llevaron su expansión territorial hasta Egipto por el oeste y a
Persia por el este.
El siglo VIII a.C. fue
una época de esplendor en la que los reyes vivían con gran lujo, ejerciendo un
gobierno despótico. Durante estos años gobernó la dinastía de los Sargónidas,
cuyo primer rey fue Sargón II que trasladó su séquito a una nueva ciudad
llamada Dur-Sharrukin («Fuerte de Sargón»). Las ciudades se embellecieron con
magníficos monumentos a costa de los cuantiosos tributos cobrados a los pueblos
sometidos.
Sargón II fue sucedido
por Senaquerib, (célebre por el relato bíblico que afirma que no pudo tomar
Jerusalén en tiempos del rey Ezequías y del profeta Isaías), y éste por
Asarhadón, que reinó en los primeros años del siglo VII a.C., y llegó hasta
Egipto y tomó la capital norteña, Menfis. Su hijo Asurbanipal llegó aún más
lejos, hasta Tebas en el sur, saqueándola y causando una gran devastación.
Además emprendió exitosas campañas militares en Persia que le llevaron hasta la
ciudad de Susa. A la muerte de este rey hubo una gran conmoción política que
desembocó en numerosos luchas intestinas que debilitaron al imperio, aunque se
han conservado escasos vestigios sobre los acontecimientos en esa convulsa
época.
La gran expansión
territorial del imperio asirio se basó, sobre todo, en las reformas
administrativas llevadas a cabo por el rey Tiglatpileser III, que estableció
una transformación que extiende el sistema provincial a la zona exterior, donde
los reinos autónomos se convierten en provincias asirias con una capital con
palacio amurallado y que son regidas por un gobernador.
Un elemento importante de
la época de esplendor asirio son las deportaciones masivas y cruzadas de los
pueblos vencidos, que permitieron repoblar los campos y ciudades asirias. Esto
trajo como consecuencia la destrucción de las identidades nacionales y
culturales de los pueblos sojuzgados y la expansión del idioma arameo, que se
extendió por todo el imperio asirio por las deportaciones masivas de cautivos. Todavía
en tiempos de Cristo, en el primer siglo de la dominación romana, el arameo era
la lengua común en Judea y la antigua región de Canaán.
El fin del imperio
asirio se vincula a la devastación de Susa por parte de los ejércitos de
Asurbanipal, con lo que se crea un vacío de poder en la región de Elam, que
posteriormente será ocupado por los persas, y a la posterior derrota sufrida
por los últimos reyes asirios Sinsharishkún y Asurubalit II contra la coalición
de medos y babilonios. También influye en la debacle del poderío asirio la
entrada en escena de un otro pueblo guerrero que irrumpe por el norte: los
escitas.
Babilonia recuperó su
independencia y Ciáxares, rey de Media
sitió y destruyó Nínive, la ciudad asiria más odiada por sus enemigos. Allí fue
donde murió Sinsharishkún en el año 612 a.C. Asiria aún resistió tres años más
bajo la dirección del autoproclamado rey Asurubalit II, que gobernó un reducido
territorio con capital en Harrán merced al apoyo egipcio. En el 609 a.C. medos
y babilonios tomaron Harrán poniendo punto final al imperio asirio.
El poder real en el antiguo reino de Assur
El rey ocupaba el lugar
principal de la jerarquizada sociedad asiria, y gobernaba en nombre del dios
Assur, como sucedía en otros reinos de este periodo en el Próximo Oriente,
incluidos los reinos bíblicos de Israel y Judá. Junto a él se encontraba la
«ciudad», que tomaba decisiones como cuerpo unitario representado por una
asamblea en la que participan todos los ciudadanos libres (cabezas de familia).
Esta ciudad poseía competencias
judiciales, cuya importancia se manifestaba por su intervención en litigios por
actividades mercantiles.
El modelo de sociedad
patriarcal era patente en toda Asiria, influyendo en la organización del
comercio y la sociedad. Un tercer elemento era el funcionario epónimo, cuya
ocupación es la de limitar el poder del rey, aunque sus atribuciones no están
claramente establecidas. A diferencia de la realeza, esta función no era
hereditaria, sino que los miembros que la componían para cumplir con un mandato
de duración preestablecida —representando a las familias más ilustres—, eran
elegidos entre un número limitado de candidatos, echándolo a suertes mediante
un juego de dados.
El pueblo asirio
obedecía a su rey que era a la vez sumo sacerdote del dios Assur. Al principio
los reyes asirios fueron tributarios de los caldeos —originarios de la región meridional
de Babilonia, también llamada Caldea—, pero después los asirios, asentados en
el norte, consiguieron emanciparse de los caldeos y someter a los pueblos
vecinos.
Como los faraones y
otros monarcas absolutos del Próximo Oriente —también de la cristianísima
Europa medieval—, el rey era, además, el comandante en jefe del ejército. No
obstante, los gobernadores o virreyes de los territorios conquistados podían
tomar decisiones en su nombre y ejercer el gobierno de una provincia de forma
autónoma.
Su idioma era una
variante dialéctica del acadio, una lengua semítica. Era de tipo flexiva, muy
parecida a la babilónica, hablada en las tierras caldeas del sur. También la
escritura asiria era muy parecida a la escritura cuneiforme propia de las
regiones de Mesopotamia, y también escribían sobre tablillas de arcilla.
Los antiguos asirios
utilizaron el idioma sumerio en su literatura y en la liturgia. Solían enterrar
a sus muertos en flexión, con las rodillas recogidas sobre el pecho. No tenían
un lugar determinado que utilizasen como cementerio, sino que enterraban a sus
difuntos en los espacios cercanos a las chozas. Con el paso del tiempo, Asiria
se fue convirtiendo en el centro de un nuevo y poderoso imperio asiático. Los
reyes de las pequeñas ciudades-estado vecinas no tenían otra opción que
declararse súbditas del rey asirio y de pagar grandes cantidades de oro, plata
y piedras preciosas, en concepto de tributo, so pena de ser aniquilados,
arrasadas sus ciudades y vendidos como esclavos los supervivientes a la masacre.
Obviamente, la sociedad
asiria fue cambiando a lo largo de su dilatadísima historia.
Durante la época del Reino Medio se produjo el encumbramiento
de la nobleza propietaria de grandes latifundios. En un principio, los reyes
asirios solían retribuir a sus subalternos con tierras, a cambio de un oneroso
servicio militar. Con el paso del tiempo, este grupo de nobles y terratenientes
acabaría convirtiéndose en una clase social privilegiada, hermética y
endogámica, cuyas principales familias controlaban la administración
provincial.
Este creciente poder de las clases aristocráticas les pondría en numerosas
ocasiones en conflicto con el poderoso clero.
Esta situación fue decisiva en los últimos reinados, pues se sucedieron las
revueltas e intrigas palaciegas, debilitando de este modo la organización y la
administración del Estado, que poco a poco fue perdiendo todo su poder.
El pueblo llano recibía
el nombre de hupshu, y su estatus era
similar al de los libertos en Roma, o al de los siervos medievales, ya fueran campesinos
o artesanos. Inicialmente «libres», sus derechos y
libertades fueron mermando cuantitativamente y empobreciéndose debido a
las grandes imposiciones fiscales y a las obligaciones militares.
Finalmente, muchos campesinos acabarían perdiendo sus deudas y entrando
en una situación de «servidumbre por deudas», debido a que no podían pagar a
tiempo a sus acreedores, por lo general prestamistas que cobraban intereses
abusivos. Con el trabajo pagaban sus deudas, aunque no eran del todo esclavos y
disponían de un nivel de vida mucho mejor que el de los esclavos y cautivos de
guerra, muy numerosos en la antigua Asiria a
causa de las sucesivas campañas militares.
Los esclavos y cautivos
de guerra solían trabajar en explotaciones agrícolas y diversas obras de
construcción, careciendo totalmente de derechos, cosa
común entre los pueblos del Próximo Oriente.
Tal como se
recoge en la Biblia, a los esclavos a menudo se les cegaba y
mutilaba de diversas formas para evitar que se rebelasen o que huyeran de sus
amos.
Durante el periodo
histórico conocido como Reino Nuevo, se incrementó el poder de la plutocracia y
se agudizó el empobrecimiento de los campesinos y pequeños propietarios de
tierras de cultivo, y cada vez eran más los que se veían reducidos a la
esclavitud a causa de sus deudas. La situación en las ciudades era bastante
mejor, ya que disponían de diversos privilegios y exenciones fiscales. Los
esclavos domésticos, debido a su constante aumento, experimentaron un
desarrollo en su estatus, adquiriendo personalidad jurídica y el derecho a
poseer bienes y fundar familias. Sin embargo, el control de los dueños de
esclavos seguía siendo absoluto, siendo muy rara la manumisión.
El temible ejército asirio
Los asirios, junto con
los hititas, fueron las dos grandes sociedades militaristas del Próximo Oriente
en la Antigüedad. El poderío asirio se basaba en un gran ejército —muy
profesionalizado y jerarquizado— compuesto por infantería y caballería. Fue el
primer ejército del que se sabe que utilizó armas de hierro. La infantería
estaba integrada por arqueros y lanceros que se protegían el cuerpo con una
coraza hecha con trozos de cuero y la cabeza con un casco o yelmo de metal
coronado por una cimera, generalmente adornada con plumas o crines de caballo.
El escudo era oblongo y cubría el torso y los muslos del infante. Empleaban
como principales armas ofensivas un arco curvado, flechas cortas o saetas,
jabalinas y espadas cortas. La caballería contaba con unos caballos de poca
alzada y cola ancha. No usaban estribo ni silla, aunque a veces ponían una
alfombrilla sobre el animal para montarlo. Los guerreros de origen aristocrático
luchaban desde un carro de combate ligero de dos ruedas, tirado por dos o tres
caballos que iban ricamente enjaezados.
En campaña, los asirios rodeaban el campamento con un muro hecho
con tierra. Dentro del muro alzaban las tiendas de tela sostenidas por un
listón. Se conocen todos estos detalles y más gracias a los bajorrelieves
encontrados, en los que se pueden ver escenas
castrenses cotidianas: los soldados dentro de sus tiendas, un soldado
preparándose la cama y otro que coloca objetos sobre una mesa. Empleaban también
algunas máquinas de guerra como el ariete, que consistía en una viga gruesa
rematada por la figura de alguna criatura mitológica espantosa y que se usaba para arremeter contra las murallas de las ciudades
sitiadas dándole un movimiento de vaivén para que la cabeza del ariete
golpease contra la base del muro con el fin de
abrir una brecha.
Otra máquina empleada
especialmente en los asedios era la torre de asalto, hecha de madera y muy alta
para poder expugnar las murallas de las plazas fuertes enemigas; los guerreros
se introducían en las torres de asalto y éstas se deslizaban sobre una
plataforma con ruedas hasta las fortificaciones. Para minar dichas defensas,
los ingenieros abrían galerías subterráneas bajo los muros de las ciudadelas
para provocar su derrumbamiento, y también cavaban trincheras frente a la
fortaleza para poder posicionarse los arqueros y lanzar sus flechas con mayor
eficacia de tiro, o situar las catapultas, ballestas y escorpiones para que
lanzasen sus proyectiles: pesadas piedras y grandes virotes de punta de hierro.
Las maniobras militares,
tanto las expediciones punitivas como las campañas
de conquista, se llevaban a cabo todos los años por primavera, y contaban con
la inexcusable participación del monarca. Las expediciones consistían en la
invasión de un pequeño estado al mismo tiempo que se procedía a talar el campo.
Se cortaban las cabezas a los muertos y se apilaban, se tomaban prisioneros que
eran encadenados para llevarlos cautivos y convertirlos en esclavos, o bien eran degollados o quemados vivos a modo de escarmiento;
la crueldad de la que hicieron gala los
asirios estuvo presente desde sus inicios, solo hay que ver su código de leyes,
mucho más duro que el de Babilonia o el de los hititas.
Entre los cautivos de
guerra siempre había obreros especializados y mujeres. Ambos eran muy valorados
por los asirios: sobre todo los forjadores de metales y las mujeres jóvenes en
edad de procrear. Antes de reducir las ciudades a escombros demoliendo sus murallas y prendiéndoles fuego, los
asirios se llevaban todo lo que podían aprovechar y serles
de utilidad como botín de guerra. Las mejores piezas se reservaban para el rey,
los oficiales del ejército, los nobles que habían participado en la campaña y
los sacerdotes. El resto se repartía entre la tropa
a título de paga.
Entre los años 1318 a.C.
y 1050 a.C., el imperio asirio fue la mayor potencia militar desarrollada en
tierras de la antigua Mesopotamia, superando incluso el
poderío hitita. Gracias a su gran profesionalidad y preparación militar,
los asirios consiguieron llegar al lago Van en Armenia, y por el oeste
alcanzaron las costas del mar Mediterráneo, ocupando las principales ciudades
fenicias y conquistando el Líbano y Canaán.
La industria metalúrgica
Los pueblos de Oriente
Próximo comenzaron a utilizar el bronce hacia el año 2000 a.C. y fabricaron sus
armas con esta aleación, haciéndolas mucho más efectivas. Los hititas dieron a
conocer el hierro hacia el siglo X a.C., así que los asirios en su época de
apogeo en el siglo VIII a.C. ya estaban familiarizados con las nuevas armas
forjadas con en este metal.
El algodón o árbol de la
lana se conocía en la India desde tiempos remotos. Fue introducido en Asiria
por el rey Senaquerib (hijo de Sargón II), que reinó del 705 al 681 a.C.
Religión y mitología asiria
Los dioses gozaban de un
poder ilimitado y eran numerosos en el Próximo Oriente. Los pueblos de estas
regiones profesaban un temor reverencial hacia los dioses. Los cananeos, como
los hebreos y otros pueblos semíticos, temían invocar a los dioses llamándoles
por sus nombres. Por esto se dirigían a ellos llamándoles Baal (señor), Adonay
(amo) o Melek (soberano). Todos los
cultos religiosos practicados por los pueblos del Próximo Oriente en la
Antigüedad tenían por objeto aplacar la ira de sus terribles dioses.
Los fenicios, por
ejemplo, realizaban sacrificios humanos —generalmente niños— a sus baales para apaciguarlos. Tanto en
Canaán como en Siria, cada ciudad tenía su propio Baal, pero a veces se
importaban los de otras ciudades y se rendía también culto a deidades
mesopotámicas como Astarté (Ishtar).
Asiria no era una
excepción y estaba llena de grandes templos donde los sacerdotes ofrecían
sacrificios. Había siempre una construcción mayor, un templo que sobrepasaba en
altura a los demás, con forma de torre escalonada; es lo que se conoce como zigurat. La religión en general en toda
Asiria no era como la de Egipto, optimista y con esperanza en el más allá. Por
el contrario, se vivía con un temor permanente a los espíritus malignos y la
muerte era muy temida, pues el espíritu del hombre se marchaba a una penumbra
eterna donde de ningún modo era feliz.
En Asiria el dios
principal era Assur que dio nombre a la región, a la nación y a una ciudad. El
símbolo de Assur era el árbol de la vida, pues él era el dios de la vida
vegetal. Más tarde, cuando Asiria es ya un gran imperio, Assur se convierte en
un dios guerrero y es identificado con el Sol. Su símbolo fue entonces un disco
con alas, el mismo que tenían los hititas y que a su vez habían recibido de
Egipto. La diosa principal era Ishtar, diosa del amor, de la guerra y la
fecundidad. Se le daban las advocaciones de «Primera entre los dioses», «Señora
de los pueblos», y «Reina del Cielo y la Tierra» entre otras.
En la ciudad asiria de
Nínive se encontraron unas listas pertenecientes a la biblioteca de Asurbanipal
en las que se podían contar hasta dos mil quinientos nombres de divinidades,
entre las que había pequeñas deidades locales. Los dioses mayores que se
adoraban en las ciudades eran: Anu, dios del Cielo; Enlil, señor de los Vientos
y las Tempestades; Ea, señor de las Aguas, entre otros.
El dios solar Shamash
era el señor de la luz que asegura la vida y permite juzgar las acciones
humanas con claridad. Era por tanto el dios de la justicia. Marduk era un dios originario
de Babilonia, pero fue adoptado y adorado en toda Mesopotamia. Llegó a ser un
dios universal y primero entre los dioses.
Existían además unas
criaturas al servicio de los dioses: los genios
y los demonios que podían ser tanto
benefactores como maléficos. Su misión era proteger o castigar a los hombres.
Estos demonios, cuando atormentaban a sus víctimas lo hacían cruelmente. Podían
castigar a los hombres convirtiéndoles en espectros, en criaturas errantes, en
devoradores de niños, etcétera.
El arte asirio
La escultura, arquitectura,
pintura y cerámica asirias se conoce a través de las excavaciones y posteriores
estudios hechos en Nínive (actual Mosul) y otras ciudades del norte de
Mesopotamia, que formaron parte de la civilización asiria. Los arqueólogos que
trabajaron en Mesopotamia estudiaron antes las antigüedades asirias que las
babilónicas por razones de simple facilidad. Les era más sencillo acceder y
seguir el rastro de las excavaciones de la ciudad de Nínive, donde se
conservaban los cimientos en piedra casi intactos que en Babilonia, donde
abundaba el adobe muy destruido por el paso de los siglos.
Después de los estudios
exhaustivos de los palacios, templos y trazados de las ciudades asirias fue más
fácil para ellos seguir un plan practicado de antemano en ciudades
mesopotámicas demolidas y casi totalmente destruidas.
Los verdaderos creadores
del arte mesopotámico fueron los antiguos sumerios, pueblo del que solo se sabe
que su origen no es indoeuropeo, tampoco semita ni elamita, pero que repobló
esas regiones hacia el año 4000 a.C. Parte de la cultura de estos pueblos fue
luego adoptada por los acadios —de origen semita— en un extenso periodo que va
del año 3000 al 1500 a.C. aproximadamente. En esa época otros pueblos semíticos
de menor importancia —quizá también los hebreos— poblaron u ocuparon de forma
violenta esas tierras y acabaron fusionándose con otras etnias autóctonas.
Entre los siglos XI y VII a.C. el estilo sumerio adquirió su pleno desarrollo
con las civilizaciones neoasiria y neobabilónica.
Guerreros asirios |
No hay comentarios:
Publicar un comentario