El territorio que ocupaba Egipto en la Antigüedad
estaba constituido por una estrecha y larga franja correspondiente al valle del
río Nilo, en el noreste de África. Este río nace en los lagos Victoria, Alberto
y Tana y desemboca en forma de delta en el mar Mediterráneo. Tan solo 60
kilómetros de ancho y 1200 kilómetros de largo constituían este valle de
tierras fértiles rodeado en gran parte por el desierto del Sáhara. La obtención
de una cronología exacta del antiguo Egipto es una tarea compleja. Existen diversos
criterios de datación entre los egiptólogos, con divergencias de algunos años
en los últimos periodos, de décadas al principio del Imperio Nuevo y de casi un
siglo durante el Imperio Antiguo. El primer problema surge por el hecho de que
los egipcios no utilizaron un sistema de datación homogéneo: no tenían un
concepto de una era similar al Anno Domini de los romanos, o la costumbre de
nombrar los años, como hacían en Mesopotamia. Databan con referencia a los
reinados de los faraones, solapando posiblemente los interregnos y las épocas
de corregencia. Un problema añadido surge al comparar las distintas Listas
Reales de faraones, pues están incompletas o con datos contradictorios, incluso
en el mismo texto. Las obras del mejor historiador sobre Egipto en la Antigüedad,
Manetón, se perdieron y solo las conocemos a través de epítomes de escritores
posteriores como Flavio Josefo, Eusebio de Cesarea, Sexto Julio Africano o el
monje cristiano Jorge Sincelo, muy posterior a la época faraónica.
Desafortunadamente las fechas de algunos reinados varían de uno a otro autor.
Las evidencias arqueológicas
indican que la civilización egipcia comenzó alrededor del VI milenio a.C.,
durante el Neolítico, cuando se instalaron los primeros pobladores del valle
del Nilo en el periodo Predinástico. El río Nilo, en torno al cual se asentaba
la población, ha sido la línea de referencia para la cultura egipcia desde que
los nómadas cazadores y recolectores comenzaron a vivir en sus riberas en los
remotos tiempos prehistóricos. Los rastros de estos primeros pobladores
quedaron en los objetos y signos grabados en las rocas a lo largo del valle del
Nilo y en los oasis.
A lo largo del Nilo, en
el XI milenio a.C., una cultura de recolectores de grano había sido sustituida
por otra de cazadores, pescadores y recolectores que usaban herramientas de
piedra. Los estudios también indican asentamientos humanos en el sudoeste de
Egipto, cerca de la frontera con Sudán, antes del 8000 a.C. La evidencia
geológica y estudios climatológicos sugieren que los cambios climáticos de esa
época comenzaron a desecar las tierras de caza y pastoreo de Egipto,
conformándose paulatinamente el desierto del Sáhara. Las tribus de la región
tendieron a agruparse cerca del río, donde surgieron pequeños poblados que
desarrollaron una economía agrícola. Hay evidencias de pastoreo y del cultivo
de cereales en el este del Sáhara en el VII milenio a.C. Alrededor del 6000
a.C., ya había aparecido en el valle del Nilo la agricultura organizada y la
construcción de grandes poblados. Al mismo tiempo, en el sudoeste, se dedicaban
a la ganadería y también construían rudimentarias viviendas. El mortero de cal
se usaba en el 4000 a.C. Es el denominado periodo Predinástico, que empieza con
la cultura de Naqada. Entre el 5500 y el 3100 a.C., durante el Predinástico,
los pequeños asentamientos prosperaron a lo largo del Nilo. En el 3300 a.C.,
momentos antes de la primera Dinastía, Egipto estaba dividido en dos reinos,
conocidos como Alto Egipto o Ta-Shemau y Bajo Egipto o Ta-Mehu. La frontera
entre ambos se situaba en la actual zona de El Cairo, al sur del delta del
Nilo.
La historia de Egipto,
como Estado unificado, comienza alrededor del 3050 a.C. Menes, que unificó el
Alto y el Bajo Egipto, fue su primer rey. La cultura y costumbres egipcias
fueron notablemente estables y apenas variaron en casi 3000 años, incluyendo
religión, expresión artística, arquitectura y estructura social. La cronología
de los reyes egipcios da comienzo en esa época. La cronología convencional es
la aceptada durante el siglo XX, sin incluir cualquiera de las revisiones que
se han hecho en ese tiempo. Incluso en un mismo trabajo, los arqueólogos
ofrecen a menudo, como posibles, varias fechas e incluso varias cronologías, y
por ello puede haber discrepancias entre las fechas mostradas en las distintas
fuentes. También se dan varias transcripciones de los nombres. Tradicionalmente
la egiptología clasifica la historia de la civilización faraónica dividida en dinastías,
siguiendo la estructura narrativa de los epítomes de la Aigyptiaká («Historia de Egipto»), del sacerdote egipcio Manetón.
Se supone que los
primeros pobladores de Egipto alcanzaron las riberas del río Nilo, por entonces
un conglomerado de marismas y foco de paludismo, en su huida de la creciente
desertización del Sáhara. Se sabe por los restos arqueológicos que antiguamente
el Sáhara tenía un clima mediterráneo, más húmedo que el actual. En los macizos
del Ahaggar y el Tibesti había abundante vegetación. Para aquellos pobladores,
el Sáhara sería una extensa estepa con grandes herbívoros que cazar. Las
sucesivas fases del Neolítico están representadas por las culturas de El Fayum,
hacia el 5000 a.C., la cultura tasiense, hacia el 4500 a.C. y la cultura de
Merimde, hacia el 4000 a.C. Todas ellas conocen la piedra pulimentada, la
cerámica, la agricultura y la ganadería. La base de la economía era la
agricultura que se realizaba aprovechando el limo, fertilizante natural que
aportaban las inundaciones anuales del río Nilo. Hacia el año 3600 a.C. surge
la gerzeense o Naqada II, que se
difunde por todo Egipto, unificándolo culturalmente. Esta consonancia cultural
llevará a la unidad política, que surgirá tras un periodo de luchas y alianzas
entre clanes por imponer su dominio. Para lograr mayor eficiencia y producción,
hacia 3500 a.C. comenzaron a realizarse las primeras obras de canalización y
surge la escritura con jeroglíficos en Abidos. En esa misma época comenzaron a
formarse los protoestados.
Las primeras comunidades
hicieron habitable el país y se organizaron en regiones llamadas nomos. Los habitantes del Delta tenían
una organización feudal y llegaron a establecer dos reinos con dos monarcas
respectivamente. Un reino estaba asentado en un lugar pantanoso, que se llamaba
Reino del Junco y tenía como símbolo un tallo de junco. Su capital era Buto y tenían
a una cobra como tótem. El otro Reino tenía como capital a Busiris y como tótem
un buitre pero su símbolo era una abeja y llegó a conocerse como Reino de la
Abeja. Ambos reinos estaban separados por un brazo del río Nilo. El Reino de la
Abeja conquistó al Reino del Junco de manera que el Delta quedó unificado. Pero
algunos de los vencidos huyeron a establecerse en la zona del Alto Egipto donde
fundaron ciudades dándoles el mismo nombre que aquellas que habían dejado en el
Delta. Por eso muchas ciudades de esta época tienen nombres semejantes en el
Alto y Bajo Egipto. Estas gentes fueron prosperando considerablemente hasta
llegar a organizarse en un Estado.
En la fase final del
periodo Predinástico tardío o periodo Naqada III, Egipto está regido por
gobernantes del Alto Egipto que residirán en Tanis, se hacen representar con un
serej y adoran al dios-halcón Horus.
Los nombres de estos reyes figuran en la Piedra de Palermo, grabada unos 700
años después de haber concluido dicho periodo. En esa época surgen ciudades como
Tanis, Nubet, Nejeb, Nejen, etcétera. Son típicos de este ciclo los magníficos
vasos tallados en piedra, cuchillos y paletas ceremoniales, o los mangos de las
mazas votivas. Narmer pudo ser el último rey de esta época, y el fundador de la
Dinastía I.
Período Arcaico (hacia 3100–2700 a.C.)
A finales del periodo
Predinástico, Egipto se encontraba dividido en pequeños reinos; los principales
eran: el de Hieracómpolis (Nejen) en el Alto Egipto y el de Buto (Pe) en el
Bajo Egipto. El proceso de unificación fue llevado a cabo por los reyes de
Hieracómpolis. La tradición egipcia atribuyó la unificación a Menes, quedando
esto reflejado en las Listas Reales. Este monarca es, según Alan Gardner, el
rey Narmer, el primer faraón del cual se tiene constancia que reinó sobre todo
Egipto, tras una serie de luchas intestinas, como quedó atestiguado en la
Paleta de Narmer. Este periodo lo conforman las dinastías I y II.
Bajo la Dinastía III la
capital se estableció definitivamente en Menfis, de donde procede la
denominación del país, ya que el nombre del principal templo, Hat-Ka-Ptah «Casa
del espíritu de Ptah», que pasó al griego como Aegyptos, con el tiempo designó primero al barrio en el que se
encontraba, luego a toda la ciudad y más tarde al País del Nilo. En la época de
la III Dinastía se inició la costumbre de erigir grandes pirámides y
monumentales conjuntos arquitectónicos en piedra, gracias al faraón Zóser.
También las grandes pirámides de Guiza, atribuidas a los faraones Keops, Kefrén
y Micerino se datan en este periodo. La V Dinastía marca el ascenso del alto
clero y los influyentes gobernadores locales (nomarcas o gobernantes de nomos), y durante el largo reinando de Pepi
II se acentuará una etapa de descentralización denominada primer periodo intermedio de Egipto. El Imperio Antiguo comprende
las dinastías III–VI.
Primer Período Intermedio (hacia 2250–2050 a.C.)
Fue ésta la época que
transcurrió entre el Imperio Antiguo y el Imperio Medio. Comprende desde la VII
Dinastía hasta mediados de la XI, cuando Mentuhotep II reunificó el país bajo
su mando. A pesar de la decadencia, esta época destacó por un gran
florecimiento literario, con textos doctrinales o didácticos que muestran el
gran cambio social que se estaba produciendo. El importante cambio de mentalidad,
así como del crecimiento de las clases medias en las ciudades originó una nueva
concepción de las creencias religiosas, reflejándose esto en la aparición de
los denominados Textos de los Sarcófagos.
Osiris se convirtió en la divinidad más popular, junto con Montu y Amón. Los
nomos de Heracleópolis y Tebas se constituyeron como hegemónicos, imponiéndose
finalmente este último. Son las dinastías VII–XI.
Imperio Medio (hacia 2050–1800 a.C.)
Se considera que este
periodo se inicia con la reunificación de Egipto con Mentuhotep II. Es un periodo
de gran prosperidad económica y expansión exterior, con faraones pragmáticos y
emprendedores. Este ciclo lo conforma el final de las dinastías XI y XII. Se
considera que Amenemhat III fue el último gran monarca del Imperio Medio. Se
realizaron bajo su reinado ambiciosos proyectos de irrigación en El Fayum para
regular las grandes inundaciones del Nilo, desviándolo hacia el lago Moeris.
También se potenciaron las relaciones comerciales con las regiones
circundantes: africanas, asiáticas y mediterráneas. Las representaciones
artísticas se humanizaron, y se impuso el culto al dios Amón. A mediados de
1800 a.C., los invasores hicsos vencieron a los faraones egipcios; lo que
comenzó como una migración paulatina de refugiados libios y cananeos hacia el
delta del Nilo a causa de diversas hambrunas, se transformó con el tiempo en la
conquista militar de casi todo el territorio egipcio, originando la caída del
Imperio Medio. Los hicsos y sus aliados semitas vencieron porque poseían
mejores armas, y supieron utilizar el factor sorpresa.
Segundo Período Intermedio (hacia 1800–1550 a.C.)
Durante gran parte de
este periodo dominaron Egipto los invasores hicsos, aliados con otros pueblos
nómadas y semíticos procedentes de la periferia, que se establecieron en el
Delta y tuvieron como capital la ciudad de Avaris. Finalmente, los dirigentes
egipcios de Tebas declararon la independencia, siendo denominados la Dinastía
XVII. Proclamaron la «salvación de Egipto» y dirigieron una rebelión contra los
hicsos que culminó con su expulsión. Este episodio podría ser el que se recoge
en el Éxodo como la «marcha de los
hebreos de Egipto». En realidad no se habrían marchado por su voluntad, sino
que habrían sido expulsados por los príncipes tebanos.
Imperio Nuevo (hacia 1550–1070 a.C.)
Liberados los egipcios
de la opresión extranjera, el País del Nilo inicia un periodo de gran expansión
exterior, tanto en Asia —donde llegan al Éufrates— como en Kush (Nubia). La
Dinastía XVIII se inició con una serie de faraones guerreros que va de Amosis I
a Tutmosis III y Tutmosis IV. Bajo Amenofis III se detuvo la expansión y se
inició un periodo de paz interna y externa. Después de un periodo de debilidad
monárquica a causa, sobre todo, de la revolución religiosa que supuso el
fallido intento del Amenofis IV o Akenatón de imponer el culto monoteísta de
Atón, llegaron al poder las castas militares de la Dinastía XIX o Ramésida que,
fundamentalmente bajo Horemheb, Seti I y Ramsés II, se opusieron enérgicamente
a la expansión territorial de los hititas. Durante los reinados de Merenptah,
sucesor de Ramsés II, y Ramsés III, de la XX Dinastía, Egipto tuvo que
enfrentarse a las invasiones de los Pueblos del Mar, originarios de diversas
áreas del Mediterráneo oriental (Egeo, Anatolia), y de los libios. Los faraones
del Imperio Nuevo iniciaron una campaña de construcción a gran escala para
promover al dios Amón, cuyo culto se asentaba en Karnak. También construyeron
monumentos para glorificar sus propios logros, tanto reales como imaginarios.
La gran reina Hatsepsut utilizará tal hipérbole durante su reinado de casi
veintidós años que estuvo marcado por un largo periodo de paz y prosperidad sin
precedentes, y con exitosas expediciones comerciales a Punt, la reapertura de
las rutas de comercio exterior —terrestres y marítimas—, grandes proyectos de
construcción, incluyendo un elegante templo funerario que rivaliza con la
arquitectura griega de mil años más tarde, obeliscos colosales y una capilla en
Karnak.
A pesar de todos sus
éxitos y de su buen gobierno, el heredero de Hatsepsut, su hijastro Tutmosis
III, trató de borrar toda huella de su legado hacia el final de su reinado,
apropiándose de muchos de sus logros, e intentó cambiar muchas tradiciones que
se habían establecido a lo largo de los siglos.
Alrededor del año 1350
a.C., la estabilidad de Egipto parecía amenazada, aún más cuando Amenhotep IV
ascendió al trono e instituyó una serie de reformas radicales, que tuvieron un
resultado caótico. Cambiando su nombre por el de Akenatón, promovió como deidad
única suprema la hasta entonces oscura deidad solar Atón, iniciando una reforma
religiosa tendente al monoteísmo. En parte, el monoteísmo de Akenatón fue un
producto del absolutismo real; los viejos dioses habían desaparecido, pero el
rey mantenía —para su propio beneficio político— su papel tradicional como sumo
sacerdote y mediador entre los hombres y los deseos del nuevo dios. El faraón
apóstata suprimió el culto a la mayoría de las demás deidades y, sobre todo,
trató de anular el poder de los influyentes sacerdotes de Amón-Ra en Tebas, a
quienes veía como corruptos. Al trasladar la capital a la nueva ciudad de Atón
(actual Amarna), Akenatón hizo oídos sordos a los acontecimientos del Próximo
Oriente (donde los hititas y los asirios se disputaban el control de Siria y
del reino vasallo de Mitanni) y se concentró únicamente en la promoción de la nueva
religión. La nueva filosofía religiosa conllevó un nuevo estilo artístico, que
resaltaba la humanidad del rey por encima de la monumentalidad. Tras su muerte,
el culto de Atón fue abandonado rápidamente, los sacerdotes de Amón-Ra
recuperaron el poder y devolvieron la capitalidad a Tebas. Bajo su influencia
los faraones posteriores —Tutankamón, Ay y Horemheb— borraron toda mención a
Akenatón y su «herejía», ahora conocida como el Período de Amarna.
Administración del Estado
Egipto estaba dividido
en varios sepats (provincias, o nomos en griego) con fines
administrativos. Esta división se puede remontar al periodo Predinástico (antes
de 3100 a.C.), cuando los nomos eran ciudades-estado semiindependientes, y
permanecieron más de tres milenios manteniendo sus costumbres. Bajo este
sistema, el País del Nilo fue dividido en 42 nomos o provincias. Cada nomo
estaba gobernado por un nomarca,
gobernador provincial que ostentaba la autoridad regional. El gobierno impuso
diversos impuestos, que al no existir moneda eran pagados en especie, con
trabajo o mercancías. El tyaty
(visir) era el responsable de controlar el sistema impositivo en nombre del
faraón, a través de su departamento. Sus subordinados debían tener al día las
reservas de grano almacenadas y sus previsiones de consumo. Los impuestos se
pagaban según el trabajo o las rentas de cada uno, los campesinos (o los
terratenientes en periodos posteriores) en productos agrícolas, los artesanos
con parte de su producción, y de forma similar los pescadores, cazadores,
etcétera.
El Estado requería una
persona de cada casa para realizar trabajos públicos algunas semanas al año,
haciendo o limpiando canales, en la construcción de templos y tumbas e incluso
en la minería si no había suficientes esclavos.
Los cazadores y
pescadores pagaban sus impuestos con capturas del río, de los canales y del
desierto. Las familias acomodadas podían contratar sustitutos para satisfacer
esta onerosa obligación.
Lenguas empleadas por los antiguos egipcios
El egipcio antiguo
constituye un caso aparte de las lenguas afroasiáticas. Sus parientes más
cercanos son los grupos bereber, semítico y beja. Los escritos más antiguos en
lengua egipcia se remontan al 3200 a.C., convirtiéndola en una de las más arcaicas
y documentadas. Los eruditos agrupan al egipcio en siete divisiones
cronológicas importantes. Recogido en las inscripciones del último periodo
Predinástico y del Arcaico. La evidencia más temprana de escritura jeroglífica
egipcia aparece en los recipientes de cerámica de Naqada II.
La escritura egipcia
En el antiguo Egipto los
escribas constituían una élite social y estaban muy bien considerados. Tasaban
los impuestos, validaban testamentos actuando como notarios, mantenían los registros
de la propiedad y eran, de facto, responsables de la administración del Estado.
Durante años, la
inscripción conocida más antigua era la Paleta de Narmer, encontrada durante
unas excavaciones en Hieracómpolis (nombre antiguo de la actual Kom el-Ahmar)
en 1890, y fue datada en el año 3150 a.C. Hallazgos arqueológicos recientes
revelan que los símbolos grabados en la cerámica de Gerzeh, (h. 3250 a.C.) se
asemejan al jeroglífico tradicional. En 1998 un equipo arqueológico alemán bajo
la dirección de Günter Dreyer, que excavaba la tumba U-j en la necrópolis de
Umm el-Qaab de Abidos, y que perteneció a un rey del remotísimo periodo
Predinástico, recuperó trescientos rótulos de arcilla inscritos con
jeroglíficos y fechados en el periodo de Naqada III-a, en el siglo XXXIII a.C.
Según otras investigaciones, la escritura jeroglífica egipcia apareció hacia el
3000 a.C. con la unificación de los Reinos del Alto y el Bajo Egipto. Durante
largo tiempo solo estuvo compuesta por unos mil signos, los jeroglíficos, que
representaban personas, animales, plantas, objetos estilizados, etcétera. Su
número no llegó a alcanzar varios miles hasta el periodo tardío. Los
egiptólogos definen el sistema de escritura egipcio como jeroglífico, y se
considera como la escritura más antigua de la historia de la Humanidad. La
denominación proviene del griego «hieros» (sagrado) y «glypho» (esculpir,
grabar). La escritura jeroglífica era en parte silábica, y en parte
ideográfica.
La hierática fue una forma cursiva de los jeroglíficos y comenzó a
utilizarse durante la primera Dinastía (hacia 2925–2775 a.C.). El término demótico, en el contexto egipcio, se
refiere a la escritura y a la lengua que evolucionó durante el periodo tardío, es
decir desde la XXV Dinastía (nubia), hasta que fue desplazada por el koiné griego en los últimos siglos antes
de la era cristiana.
A pesar de la conquista árabe
llevada a cabo por Amr ibn al-As en el año 640, el idioma egipcio perduró en la
lengua copta durante toda la Edad Media.
Alrededor del 2700 a.C.,
se comenzaron a usar pictogramas para representar sonidos consonantes. Sobre el
2000 a.C., se usaban 26 para representar los 24 sonidos consonantes
principales. El más antiguo alfabeto conocido (hacia 1800 a.C.) es un sistema abyad derivado de estos signos, igual
que otros jeroglíficos egipcios. La escritura jeroglífica finalmente cayó en
desuso como escritura de los cortesanos alrededor del siglo IV a.C. bajo los reyes
ptolomeos, y fue sustituida por el griego, aunque perduró en los templos del
Alto Egipto custodiados por el clero tradicional.
Cleopatra VII fue el
único gobernante ptolemaico que dominó el idioma egipcio antiguo. Las
tentativas de los europeos para descifrarlo comenzaron en el siglo XV, aunque
hubo tentativas anteriores por parte de eruditos árabes.
El idioma copto está bien documentado a partir del
siglo III, y aparece inicialmente escrita con signos jeroglíficos, o en los
alfabetos hierático y demótico. El alfabeto copto es una versión ligeramente
modificada del alfabeto griego, con algunas letras propias demóticas utilizadas
para representar varios sonidos no existentes en el griego. Como lengua
cotidiana tuvo su apogeo entre los siglos III y VII, y aún perdura como lengua
litúrgica de la Iglesia Ortodoxa Copta.
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