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jueves, 5 de abril de 2018

El poder en la sombra de los Rothschild


Moisés Amschel Meyer Bauer, fue uno de tantos orfebres judíos que alternaban su oficio con la lucrativa actividad de prestamista en el barrio judío de Fráncfort donde estableció su negocio hacia 1750. Sobre la puerta principal de la tienda colgaba un escudo rojo, que era el pabellón propio de los judíos en los países protestantes de Europa. El origen del célebre apellido Rothschild hay que buscarlo en el sobrenombre por el que todo el mundo le conocía en Fráncfort. Esto era debido a que en la fachada del edificio donde tenía instalado su negocio colgaba un escudo de color rojo (en alemán, rot es rojo y schild significa escudo), y a partir de la época del primer Rothschild, el distintivo rojo de estos banqueros judíos se convirtió en la bandera de todas las revoluciones de los siglos XIX y XX.
Pero el auténtico patriarca de la familia fue su hijo, Amschel Meyer Rothschild (1744-1812), quien al principio se limitó a continuar el negocio familiar pero que, pocos años después de la muerte de su padre, comenzó a trabajar en la Casa de Moneda Openheimer en Hanover, donde después de algún tiempo le hicieron socio. Amschel Meyer adoptó el sobrenombre Rothschild como propio después de regresar a Fráncfort y hacerse cargo del antiguo negocio de su padre. Alrededor de 1765, Amschel Meyer comenzó a hacer negocios con la corte de Hanau, gracias a su buena relación con el general Von Estorff, y en 1769 le fue otorgada la placa con el escudo de armas de los Hessen-Hanau con la inscripción “M. A. Rothschild, Proveedor de la Corte de su Ilustre Alteza, el Príncipe Guillermo de Hessen, Conde de Hanau”.
En 1770 Amschel Meyer se casó con Guelte Schnaper con la que tuvo cinco hijas y cinco hijos: Amschel, Salomón, Natán, Kalman y Jacob, y en 1780 compró la que sería casa familiar en el Callejón de los Judíos (Judengasse). En 1801 se hizo con el cargo de gerente de la corte (Hoffaktor), y al año siguiente realizó su primer préstamo estatal a la Corte de Dinamarca por más de 10 millones de florines. Entre 1802 y 1804, Meyer mantuvo un estrecho contacto con el influyente consejero de Finanzas del príncipe, Carl Buderus, y durante la ocupación francesa, Buderus sobornó al general francés LaGrange para poder asegurar valores en papel por más de 15 millones de escudos para el príncipe. Durante las guerras napoleónicas, los Rothschild negociaron préstamos y valores tanto con el Ejército francés que ocupaba zonas de Alemania, como con los británicos, austríacos y prusianos que estaban en guerra con Napoleón.
Por esa misma época, Guillermo I de Hessen-Kassel, era uno de los gobernantes más ricos de Europa y era también uno de los más importantes prestamistas del continente. Su padre, Federico II, conde de Hessen-Kassel, había sentado las bases de su fortuna a través del arriendo de sus súbditos para que sirviesen como soldados en los ejércitos de varios reyes europeos.
Gracias a los vaivenes de la guerra y a sus buenos contactos con Buderus y el príncipe, que compartieron su exilio en Dinamarca (1806-1813), además de sus contactos con otros políticos que, mediante sobornos, le facilitaban información privilegiada acerca de la marcha de la guerra y de la diplomacia en Europa, Amschel Meyer forjó una poderosa banca privada y obtuvo el control absoluto sobre los valores y bonos canjeables de la deuda del príncipe, que en definitiva era una deuda de Estado, no la de un particular. En colaboración con los también banqueros, Lennap y Lawatz, Rothschild hizo préstamos a otras cortes europeas necesitadas de liquidez financiera en una época de guerra intermitente. Con los sustanciosos dividendos obtenidos por los réditos, Rothschild pudo otorgar nuevos créditos y seguir especulando a un nivel desconocido hasta entonces, negociando con ambos bandos en conflicto: Francia por un lado, y Gran Bretaña, Austria y Prusia por el otro.
Para asegurar la supervivencia de la banca que él mismo había creado a partir del modesto negocio familiar, Rothschild diseminó a sus hijos varones por los diferentes países europeos en guerra. De este modo, fuese cual fuese la potencia que resultase vencedora en el conflicto, el futuro de sus inversiones estaba asegurado. En 1807 envió a Londres a su hijo Natán y en poco tiempo, los Rothschild invertían libremente en Inglaterra, incluso en bonos de guerra, los más rentables entonces. Como tantos otros, el príncipe de Thurn und Taxis que tenía el monopolio sobre el servicio estatal de correos, se dejó sobornar por Rothschild y le informó puntualmente del contenido de varias cartas importantes. Gracias a esta práctica, la violación del correo estatal, el príncipe facilitaba al banquero información privilegiada para que éste pudiese realizar sus operaciones financieras sobre seguro. Era como apostar por el resultado de una carrera de caballos una vez terminada, o rellenar una quiniela de fútbol el lunes, cuando ya se conocen todos los resultados de los partidos disputados el domingo.
Gracias a la violación del correo estatal (un delito), Rothschild amasó una inmensa fortuna durante la guerra. Pero su mejor jugada, su obra maestra, estaba aún por llegar. Rothschild llegó a manejar tal cantidad de información que para mantenerse en contacto de forma eficaz con sus agentes repartidos por media Europa, tuvo que poner en marcha su propio servicio de correos.
Al producirse la derrota de Napoleón en Waterloo, aquel servicio privado de correos informó de la noticia a Natán Rothschild con varias horas de antelación, mucho antes que los conductos oficiales avisasen al propio Gobierno británico de la noticia. Lo que hizo el avieso banquero fue hacer correr el rumor de que los británicos habían sido derrotados. Cundió el pánico en la Bolsa de Londres y la gente empezó a desprenderse de sus valores y bonos de guerra a cualquier precio. Los testaferros de Rothschild estaban allí para comprarlos a precio de saldo. Cuando se supo la verdad, que los aliados habían vencido, Rothschild ya era multimillonario.
Tras la muerte de Amschel Meyer en 1812, el secretario del célebre diplomático austríaco Klemens von Metternich, escribió lo siguiente: “Ellos [los Rothschild] son vulgares judíos, ignorantes de cualquier aspecto respetable en los negocios. Pero tienen un instinto notable para elegirlos. Son, indudablemente, los truhanes más ricos de Europa”.
Klemens von Metternich fue el gran artífice del Congreso de Viena en 1815, y uno de los diplomáticos más destacados de su época, pero era también uno de los agentes de Rothschild, y estaba al corriente de los expeditivos métodos que había utilizado el banquero para enriquecerse con la guerra. A lo largo del siglo XIX los Rothschild, convertidos ya en nobles, financiaron las revoluciones de 1830 y 1848, pero también extendieron sus tentáculos a diversos sectores económicos en lo que vino en llamarse la segunda revolución industrial, que aún les haría más ricos. Los Rothschild financiaron diversas industrias manufactureras, al tiempo que entraban en el negocio de los ferrocarriles continentales y en el de la construcción del Canal de Suez, entre otras obras faraónicas de entonces. Mediante un sistema especial de préstamos al Estado, convirtieron al Gobierno francés de entonces en su cliente, y éste dictaba su política fiscal en función del aumento de los intereses de la deuda contraída con los Rothschild.
Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), en la que los Rothschild también jugaron un papel destacado apostando por ambos equipos, se produjo una reestructuración de la banca internacional. Así que, el entramado de negocios de los Rothschild tuvo que ceder parte de los mismos a otros poderosos clanes: parte de su holding industrial a los Rockefeller, buena parte del negocio de los ferrocarriles a los Harriman, y parte de su participación en la banca especializada en la Bolsa de Valores a los Morgan, pero los Rothschild, a cambio, obtuvieron el control del mercado internacional del oro, cuyo monopolio aún dirigen desde su sede en Londres. El testamento del patriarca Amschel Meyer Rothschild, fundador de la banca del mismo nombre, fue redactado pocos días antes de su muerte y contenía un reglamento estricto de cómo se debían dirigir los negocios familiares que ha perdurado hasta nuestros días.



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