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sábado, 3 de noviembre de 2018

La crátera sagrada de los griegos y la Mesa Redonda


La idea del vaso sagrado en la filosofía griega ha de considerarse en forma de crátera o copa, por medio del cual se representaba la matriz de la Creación, el recipiente celestial en el que fueron combinados los elementos básicos de la Vida, con el fin de ofrecérselo a las almas recién nacidas para proporcionarles la inteligencia necesaria que lleva a la gnosis o conocimiento. Platón escribió sobre una crátera de Hefestos en la que los dioses mezclaron la luz del Sol; en su Psicogonía menciona otras dos vasijas, en una de las cuales se elaboró la esencia de la Naturaleza Universal, mientras que en la otra «se cocinaron las mentes de los seres humanos». Más adelante, Platón dejó escrito que al beber de la crátera, el alma se ve arrastrada hasta un nuevo cuerpo, embriagada y deseando saborear un trago de materia, con lo cual adquirirá peso y regresará a la Tierra.
En los misterios órficos se relacionaban estos recipientes con el vaso de Dionisio, del que surgía la inspiración, y se afirmaba que Orfeo había colocado otros recipientes similares alrededor de la Mesa Solar, que de acuerdo con la cosmogonía órfica era el centro y el principio del Universo. Según esto, cada una de las diversas esferas era, a su vez, un vaso que contenía la esencia de la Creación. Aquí tenemos un vaso concebido como recipiente cósmico y una mesa que prefigura la Mesa Redonda de las leyendas artúricas, en la que más tarde aparecerá el Santo Grial, como símbolo del poder divino.
Sin embargo, éste no es el primer antecedente de Mesa Redonda. En Castilla, las crónicas del monje Fernández Martos, que vivió en el siglo XIV, aseguraban lo siguiente: «Hubo en Toledo, la capital de los godos, un palacio cerrado, un espacio sagrado en el que nadie, ni siquiera el rey, podía penetrar. Cada nuevo rey godo añadía un cerrojo a la puerta, pero ninguno se atrevía a abrirla porque la tradición aseguraba que el que lo hiciera perdería el reino. Roderico desafió el sagrado precepto, hizo saltar los cerrojos y penetró en el palacio. Entonces los moros conquistaron la península Ibérica.
Cuando los invasores llegaron a este palacio hallaron en su interior un tesoro compuesto de joyas maravillosas, entre ellas, un espejo mágico, grande y redondo que hizo Salomón, hijo de David. Era a la vez espejo y mesa, y estaba provisto de cinco patas. El que se miraba en ese espejo podía ver reflejada en él la imagen de los siete climas del Universo.
En cuanto al tesoro, podría tratarse del que el rey godo Alarico se llevó de Roma en el año 410. Buena parte del tesoro había sido depositada en el templo romano de Júpiter Capitolino por Tito después de que sus legiones arrasaran Jerusalén y destruyesen el Templo en el año 70. Flavio Josefo, contemporáneo del emperador, nos ofrece una detallada crónica del asedio y caída de Jerusalén, así como del tesoro que los romanos se llevaron del templo cuya destrucción había profetizado Jesús.


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