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sábado, 2 de abril de 2016

Las primeras civilizaciones mesopotámicas

Las más antiguas civilizaciones históricas, es decir, aquellas de las que ya tenemos noticias originales escritas, surgieron en algunos lugares privilegiados del Próximo Oriente. Estas regiones de clima cálido, con abundantes aguas para el regadío y fértiles llanuras para el cultivo, fueron lugares donde se asentaron diversos pueblos desde épocas remotas. En ellas apareció muy pronto la agricultura. Los pueblos que en sucesivas etapas habitaron estas regiones destacaron pronto sobre los demás y desarrollaron brillantes culturas, las más antiguas de la historia de la Humanidad. Las principales de estas regiones fueron Mesopotamia, la fértil llanura entre los ríos Éufrates y Tigris (actual Irak) y el valle del Nilo en Egipto. Este último río ofrece la particularidad de inundar cada año las tierras vecinas durante el mes de junio. Al retirarse más tarde las aguas, el suelo queda fertilizado y permite cosechas exuberantes.

El nombre de Mesopotamia deriva del griego antiguo y significa “tierra entre ríos”. En la Antigüedad esta zona se dividía entre los reinos de Asiria, al norte, y Babilonia al sur. Babilonia (también conocida como Caldea) se dividía, a su vez, en Acadia (norte) y Sumeria (sur). La civilización sumeria es la más antigua de las mesopotámicas y una de sus principales ciudades, Ur, aparece mencionada en la Biblia como patria de Abraham, patriarca de diversos pueblos semíticos (árabes, hebreos, armenios...), y la epopeya Gilgamesh, un héroe legendario, o el famoso Código de Hammurabi, constituyen algunas de las obras escritas más antiguas que han llegado hasta nosotros. Los asombrosos edificios conocidos como zigurats provienen de Mesopotamia. Los zigurats eran torres escalonadas y piramidales que servían de templos y observatorios astronómicos, y eran característicos de la arquitectura religiosa asiria y caldea. Muchos episodios mencionados en la Biblia, como los del Diluvio Universal o el del zigurat conocido como Torre de Babel, ocurrieron en Mesopotamia, donde tenemos restos de ciudades construidas 6000 años antes de nuestra era, y a partir del año 3000 a.C. ya conocemos los nombres de los pueblos que habitaron esas ciudades-estado y también los de los reyes-sacerdotes que las gobernaron. Sabemos que vivieron allí los sumerios, pueblo particularmente culto al que se atribuye la invención de la rueda y el comercio. Sus vecinos, los acadios, fueron grandes guerreros que sometieron a otros pueblos mesopotámicos, pero también desarrollaron la agricultura. Hacia el año 1790 a.C. Hammurabi se proclamó soberano de la ciudad-estado de Babilonia y, tras una serie de exitosas campañas militares que se prolongaron a lo largo de cuarenta años, sojuzgó los reinos de Sumeria y Acadia y conquistó las poderosas ciudades de Uruk y Larsa, creando así uno de los primeros imperios de los que tenemos noticias. 

Hammurabi se convirtió en rey de Sumeria y Acadia y, tras haber conquistado casi toda Mesopotamia, completó su expansión hacia el norte con la anexión de Asiria en el año 1753 a.C. Con el paso de los siglos la imagen de este gran monarca se mitificó, no solo debido a sus notables conquistas, sino también a su actividad constructora, al eficiente mantenimiento de los canales de riego, y a la promulgación de leyes como las contenidas en su célebre Código. El rey Hammurabi murió hacia el año 1750 a.C., y el gran imperio que él había levantado inició su decadencia. Un siglo después, los hititas, un pueblo guerrero que provenía del interior de Anatolia (actual Turquía) y los kasitas —un pueblo de origen incierto al que algunos historiadores asocian con los hicsos que invadieron Egipto en la misma época— se apoderaron de Babilonia y prevalecieron hasta que fueron expulsados por los reyes elamitas en el siglo XII a.C. El territorio mesopotámico meridional quedó fragmentado en diferentes ciudades-estado, cuya rivalidad con el poderoso reino norteño de Asiria, configuró el futuro de la región. En el año 612 a.C., tras la caída de Nínive, capital de Asiria, los reyes caldeos iniciaron la reconstrucción del antiguo imperio babilónico desaparecido mil años antes. Consumada la derrota asiria, el rey Nabucodonosor II se enfrentó a los egipcios en la decisiva batalla de Karkemish, derrotándoles completamente, lo que supuso que toda la región de Canaán quedase bajo control caldeo. A partir de este momento nace el llamado imperio neobabilónico o caldeo, que controlará una extensión de terreno tan grande como su predecesor, el imperio asirio. No obstante, el dominio de Canaán no estuvo exento de problemas. Los egipcios alentaron las revueltas locales y se sucedieron los levantamientos de los reinos y ciudades-estado de la región. Así, en el 598 a.C. el rey Sedecías de Judá se rebeló alentado por sus aliados egipcios. El profeta Jeremías, según cuenta la Biblia, pidió al rey su rendición ante los caldeos, profetizando en caso contrario la destrucción de Jerusalén. El monarca se negó a ello y la ciudad y el templo de Salomón fueron arrasados en el año 587 a.C. Sedecías intentó huir pero fue capturado y obligado a presenciar como degollaban a sus hijos. Después, el propio Nabucodonosor le arrancó los ojos y el desdichado rey de Jerusalén fue llevado a Babilonia como esclavo.