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sábado, 29 de julio de 2017

El principado de Septimania

Es posible que la estirpe de los reyes merovingios sobreviviese después de haber sido destronada por los usurpadores carolingios. A pesar de su derrota en Vouillé en 507, los visigodos conservaron una serie de territorios en el sur de Francia que pasaron después a la Corona española como la provincia del Rosellón hasta que fueron cedidos a Francia tras la firma de la Paz de los Pirineos en 1659. Durante la Edad Media estos territorios se conocieron como el principado de Septimania y estaban intrínsecamente ligados a las regiones del Languedoc y Occitania, que fueron patria de los cátaros y que estaban bajo la protección de la Corona de Aragón desde el siglo XII, hasta que sus habitantes fueron exterminados por los franceses del Norte en el siglo XIII. En estas región se hablaba occitano y otros dialectos catalanes, y sus habitantes estaban más relacionadas con los Condados catalanes que con el Reino de los Francos. Uno de los señores feudales más famosos de la región conocida como el principado de Septimania fue Guillermo de Gallona, que contaba entre sus dominios buena parte de lo que hoy es el principado de Cataluña, los Pirineos aragoneses y navarros, y la región meridional de Francia que en la época romana se había conocido como la Galia Narbonense. Desde tiempos inmemoriales había en esta región una nutrida colonia judía. Durante los siglos VI y VII esta población había gozado de unas cordiales relaciones con sus señores feudales visigodos, que profesaban la fe arriana; tanto es así, que los matrimonios mixtos eran cosa frecuente mientras que en el Reino visigodo de la península Ibérica los matrimonios entre godos e hispanorromanos estaban estrictamente prohibidos, bajo pena de muerte. Esto fue así hasta la conversión del rey Recaredo al catolicismo durante el III concilio de Toledo celebrado en 589.

En 711, tras la invasión musulmana de la Península, la situación de los judíos de Septimania se agravó de forma lamentable. En esa época el rey merovingio Dagoberto II, protector de los judíos, había sido asesinado y su linaje había tenido que esconderse en la región de Razés, antiguo bastión transpirenaico de los visigodos. Si bien algunos vástagos merovingios todavía ocupaban ciertos puestos relevantes en la administración del Reino de Franquia, los puestos más importantes ya habían sido ocupados por los llamados «mayordomos de palacio», los usurpadores carolingios que, con el apoyo de la Iglesia de Roma, se dispusieron a instaurar su propia dinastía de monarcas. Para entonces también los visigodos se habían convertido al catolicismo y comenzaban a perseguir en sus dominios a los judíos y a los godos arrianos recalcitrantes. En algunos periodos del Emirato de Córdoba (711-929), antes de la instauración del Califato por Abderramán III, los judíos gozaron de cierta prosperidad en la zona musulmana de la península Ibérica, pero también en los Reinos cristianos del Norte. Los moros se portaban bien con los judíos y a menudo los colocaban al frente de la administración en las principales ciudades árabes como Córdoba, Sevilla, Granada y Toledo, la antigua capital visigoda. El comercio judío fue alentado por los emires andaluces y alcanzó unos niveles de prosperidad insólitos en una época, la altomedieval, que en buena parte de Europa los campesinos morían a causa de hambrunas y epidemias. En Andalucía el pensamiento judaico coexistía con el islámico en buena armonía y los dos se fecundaban mutuamente. Y en algunas ciudades hispanoárabes como Córdoba, la población era mayoritariamente judía. Pero ¿por qué gozaban los judíos de tantas consideraciones en Andalucía? Mientras el Reino visigodo de Toledo fue arriano, judíos y godos también convivieron en paz. Tras su conversión al catolicismo en 589, y a instancias de Roma y de los católicos hispanorromanos, los visigodos comenzaron a perseguir a los judíos. Por esta razón, cuando los moros invadieron la península Ibérica en 711, no sólo los judíos les dieron la bienvenida, sino los visigodos que seguían fieles al arrianismo y que sólo habían aceptado su conversión forzosa para salvar la vida y sus haciendas. Por otra parte, entre los bereberes y árabes que desembarcaron en Gibraltar a las órdenes de Tarik, había descendientes de los vándalos, un pueblo germánico emparentado con los visigodos, que les habían expulsado de Andalucía dos siglos antes, y que habían creado un gran imperio en el Norte de África que fue destruido por los bizantinos en el siglo VI, precisamente en las mismas tierras donde el islam de extendió en poco tiempo un siglo después. El cristianismo arriano guardaba muchas similitudes con el islam, y ambos con el judaísmo. De ahí la escasa oposición que encontraron los musulmanes en la España visigoda para imponerse. En realidad, la resistencia más encarnizada la protagonizaron los católicos, de ahí que inicialmente los moros se refiriesen a los cristianos como «romanos».

Los mozárabes eran gentes de origen hispánico que, consentida por el derecho islámico como tributaria, vivió en la España musulmana hasta finales del siglo XI conservando su religión arriana e incluso su organización eclesiástica y judicial. Esta población hispánica que vivió primero entre los musulmanes de Andalucía para emigrar después a los territorios cristianos del Norte, llevó consigo muchos elementos culturales musulmanes, y, por especial privilegio concedido por los reyes castellanos y leoneses, pudo conservar la vieja liturgia visigótica frente a la romana. Luego, no es exacto pensar, que la conversión de los visigodos al catolicismo no fue unánime y absoluta. De otro lado, tras la colusión de la Iglesia en el asesinato de Dagoberto II y la violación del pacto suscrito con el rey franco Clodoveo en 496, es muy posible que los merovingios supervivientes abjuraran del catolicismo y regresasen a su fe arriana y reforzasen sus lazos con los nobles visigodos de la región de Septimania. Al parecer, en el siglo VII el principado de Septimania disfrutó de una próspera existencia. Algunos nobles visigodos recibieron magníficas fincas que fueron expropiadas a la Iglesia, pese a las vigorosas protestas del papa Esteban III y de sus sucesores. Los príncipes de Septimania ostentaban además los títulos de condes de Barcelona, de Toulouse, de Auvernia y de Razés. Según la leyenda apócrifa, estos príncipes de Septimania, eran de sangre real por descender del sagrado linaje del rey David, hecho que era reconocido por los reyes francos, por los monarcas visigodos, por el califa omeya de Damasco, primero, y por el de Córdoba después y, aunque a regañadientes, por el papa de Roma. La divisa de su escudo era el León de Judá, la tribu a la que pertenecía el rey David, e, incluso en medio de las campañas militares, estos príncipes hacían lo posible por guardar el sábado y la fiesta judía de los tabernáculos. A finales del siglo VIII, al sur de Septimania, el rey Carlomagno estableció la Marca Hispánica en las tierras fronterizas de su Reino. El territorio pasó a Luis, rey de Aquitania, pero fue gobernado por margraves francos y más tarde por los duques de Septimania (a partir del año 817). El noble franco Bernardo de Gotia —también conocido como Bernardo de Septimania— fue el soberano de estas tierras desde 826 a 832. Su carrera (lo decapitaron en 844) fue característica del turbulento siglo IX en Septimania. Su elección como conde de Barcelona en 826 ocasionó la sublevación de los señores feudales de los Condados catalanes, que consideraron esta designación como una intrusión del poder franco. Para suprimir a Berenguer de Tolosa y a los condes catalanes, Luis el Piadoso recompensó a Bernardo con una serie de condados, que delimitaban la Septimania del siglo IX: Narbona, Bézier, Agadé, Magdalena, Nimes y Uses. Sin embargo, Bernardo se sublevó contra Carlos el Calvo en 843. No tuvo éxito en su empresa; fue apresado en Toulouse y también acabó decapitado.

Septimania fue además conocida como Gotia tras el reinado de Carlomagno (†814). Conservó estos dos nombres mientras fue gobernada por los condes de Tolosa durante la Alta Edad Media, pero la parte meridional llegó a ser más conocida como Rosellón, en tanto que su parte occidental fue llamada Foix, y el nombre de Gotia —junto con el más antiguo de Septimania— dejó de usarse durante el siglo X, excepto como designación tradicional a medida que la región se fracturaba en entidades feudales más pequeñas, que conservaron a veces los títulos carolingios, pero perdiendo su carácter visigodo, pues la cultura de Septimania se convirtió en la cultura del Languedoc. El último señor feudal en utilizar este término fue Borrell II, conde de Barcelona, que asumió el título de duque de Gotia (Dux Gothicae) para identificar el espacio geográfico bajo su soberanía. El nombre de Gotia se usó porque el área contenía una concentración de visigodos más elevada que las regiones circundantes, dado que esta zona había sido parte del Reino visigodo desde el siglo V y que muchos nobles hispanogodos se habían refugiado en ella tras la conquista musulmana de la península Ibérica en 711. Los soberanos de esta región, que estaba compuesta por varios condados, recibieron aleatoriamente los títulos de marqueses de Gotia y también el de duques de Septimania. El nombre de los godos pervivió en Cataluña, cuyo nombre, según una de las etimologías propuestas recientemente, procedería de «Gotlandia», tierra de godos, como la isla situada al sur de la actual Suecia, de donde se cree que procedían los primitivos godos, y siglos más tarde, los vikingos.

El rey hispanogodo Recaredo I (siglo VI)


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