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domingo, 18 de junio de 2017

La leyenda de la doncella y el dragón

En el siglo IX se populariza la leyenda de «San Jorge y el dragón», que dio origen a todos los cuentos de princesas y dragones en Occidente. La historia ya se conocía en varios países de Europa y Asia Menor, aunque los detalles variaban según la tradición oral propia de cada lugar. Existe una tradición cristiana apócrifa del siglo IV que sitúa el encuentro de San Jorge, un soldado romano, con el dragón en Egipto, lo que nos lleva a suponer que el dragón era en realidad un gran cocodrilo del Nilo. La leyenda medieval comienza con un dragón que hace un nido en la fuente que abastece de agua a una ciudad. En consecuencia, sus habitantes deben apartar diariamente al dragón de la fuente para conseguir el agua. Así que le ofrecen todos los días un sacrificio humano, y la víctima se decide al azar entre las doncellas de la ciudad. Un día resultó seleccionada la hija del rey. En algunas versiones de la leyenda aparece el padre de la víctima rogándole al monstruo por la vida de la princesa, pero sin éxito. Cuando la muchacha está a punto de ser devorada por el dragón, aparece San Jorge a caballo y se enfrenta con la bestia, la mata y salva a la princesa. Entonces, los agradecidos aldeanos abandonan el paganismo y abrazan el cristianismo. En la antigua tradición cristiana San Jorge sería el creyente, el caballo blanco la Iglesia y el dragón representaría el paganismo, la idolatría y al propio Satanás. Algunos historiadores laicos consideran, no obstante, que la historia tiene raíces precristianas. En Capadocia, Asia Menor, una de las primeras regiones en adoptar al santo, la leyenda de San Jorge presenta muchas similitudes con la del antiguo dios solar Sabacio de Frigia. Por otra parte, la historia de San Jorge matando al dragón tiene muchos elementos comunes con el antiguo mito griego de la princesa Andrómeda y su salvador y posterior esposo, el héroe Perseo, vencedor de Medusa, una criatura que también recuerda a la hidra del lago de Lerna de siete cabezas, que rebrotaban a medida que eran cercenadas, y a la que dio muerte Hércules cortándoselas todas de un solo y certero tajo. En todos los casos hay un dragón, serpiente o gorgona que es decapitada, una bella princesa y una recompensa o un precio a pagar: en un caso el matrimonio, y en el otro la conversión al cristianismo. El origen de la leyenda también podría hallarse en una manifestación arcaica del arcángel San Miguel, que está al frente de las huestes celestiales, cuando éstas derrotan a Lucifer y a sus ángeles rebeldes. (Josué 5:13-15; Daniel 8:25, 10:13, 12:1; Zacarías 3:2; Judas Tadeo 1:8; Apocalipsis 12:7). Se puede demostrar que en el Reino de los Francos ya se veneraba a Jorge de Capadocia en el siglo VI. Sin embargo, no fue hasta los siglos XII y XIII, la época de las cruzadas, cuando se extendió el culto de San Jorge, un guerrero, por Europa. Ya en el siglo XV, el santo guerrero se fue identificando con el ideal de la caballería andante.

San Jorge se convirtió en el protector de los cruzados durante el asedio y posterior conquista de Jerusalén en 1099. Como miles Christi, es decir, soldado de Cristo, fue el patrón de los caballeros y soldados, y protector de algunas órdenes religiosas y militares como la Orden Teutónica o la de los Templarios. En los dos últimos siglos de la Edad Media, San Jorge se convirtió en patrón de ciudades, burgos y casas nobles; también llegó a ser el primero de los santos patrones de los animales domésticos. El dragón (del latín draco, y éste del griego drákon, que significa serpiente) es un ser mitológico que aparece de diversas formas en varias culturas de todo el mundo, con diferentes simbolismos asociados. Hay dos tradiciones principales sobre dragones: los dragones europeos, derivados de las tradiciones precristianas y de la mitología clásica, y los dragones orientales, de origen chino, pero conocidos también en Japón, Corea y otros países asiáticos. La palabra dragón aparece también en el Apocalipsis refiriéndose a Satanás como el gran dragón, la antigua serpiente del paganismo encarnada por la hidra de siete cabezas del lago de Lerna. Según los exégetas, cada una de las siete cabezas de la bestia representa a una de las siete sedes episcopales de la época del cristianismo primitivo.

La mitología nórdica y germánica incluye al dragón entre las fuerzas del inframundo. Se alimenta de las raíces del fresno sagrado, que hunde sus raíces a través del subsuelo en los mundos subterráneos. Los antiguos escandinavos, adornaban los mascarones de proa de sus barcos tallándolas en forma de dragón, por lo que acabaron dando nombre a sus naves: drakar o dragón. Los vikingos usaban esta decoración en la creencia de que así asustarían a los espíritus protectores que custodiaban las costas a las que arribaban para saquear las poblaciones indefensas del litoral. Los dragones aparecen también en las sagas nórdicas y en los poemas épicos germanos: en Beowulf, un poema épico danés, el más antiguo que se conserva, un héroe llamado Beowulf, que ha librado a su pueblo de un monstruo mitad hombre y mitad diablo, luego, ya convertido en rey, lucha con un dragón, disputa en la que ambos mueren. En el Cantar de los Nibelungos, un poema épico medieval anónimo, Sigfrido mata a un dragón y, al ungirse con su sangre, se hace inmune a todo mal. Para los celtas, el dragón era una divinidad de los bosques, cuya fuerza podía ser controlada y utilizada por los druidas, los magos celtas que hacían las veces de sacerdotes. Entre los celtas de Britania el dragón fue símbolo de soberanía, y aún aparece en la bandera de Gales. Durante la dominación romana de la Isla el dragón fue adoptado por los romanos y adornó sus estandartes de guerra en el Bajo Imperio, convirtiéndose en un símbolo heráldico y militar en la Edad Media. En la mitología griega, existen varios dragones que fueron usados por los dioses, o que eran temidos por ellos mismos. Existe el mito del dragón de cien cabezas que custodiaba el Jardín de las Hespérides, además de Tifón, Lamia, el dragón de Delfos o Pitón, una monstruosa serpiente, el dragón de dos cabezas que nació de la sangre de Medusa cuando cayó una gota en el desierto de Libia, Basilisco, una criatura fabulosa que podía matar sólo con la mirada, y la famosa Hidra de Lerna. Los cristianos heredaron el concepto judaico del dragón, que aparece en el Apocalipsis de Juan de Éfeso, y en otras tradiciones posteriores. Para los judíos del siglo I el dragón era Roma, a la que también se refieren como la Bestia surgida del mar, ya que los romanos llegaron a Judea por mar, y los judíos, pésimos navegantes, siempre sintieron pavor al mar. En el arte cristiano del Medievo el dragón simboliza el pecado y al aparecer bajo los pies de los santos y mártires representa el triunfo de la fe sobre el diablo, y la idolatría en general. En la simbología medieval la idea de la lucha contra dragones sirvió para fortalecer la motivación de los cristianos en su lucha contra la el islam, el judaísmo, la apostasía y la herejía. En la pauta del viaje iniciático del héroe, propia de los romances del Grial que inspiraron los romances de la Caballería Andante, los dragones representaron el obstáculo o el temor, y el paso necesario para regresar al hogar. Matar a un dragón no sólo daba acceso a las riquezas que a menudo custodiaban en sus guaridas, también significaba que el caballero había vencido a la más astuta y maligna de las criaturas del diablo, o al propio Lucifer. Otra faceta del dragón en la mitología de la época caballeresca es el dragón que custodia a hermosas doncellas, cautivas en las altas torres de lúgubres castillos medio derruidos. Como el de Drácula en la novela homónima de Bram Stoker, y cuyo nombre deriva de la palabra latina «draco», que significa dragón.


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