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sábado, 6 de mayo de 2017

El antiguo Egipto

Al mismo tiempo que florecían las culturas mesopotámicas y las del valle del Indo, se desarrollaron en el valle del Nilo brillantes civilizaciones durante un larguísimo período que abarca más de 3000 años. Esta prolongada historia de Egipto se ha divido en Imperio Antiguo, Imperio Medio e Imperio Nuevo. En esta última etapa Egipto alcanzó un gran poderío y sus reyes (faraones) tuvieron que sostener costosas campañas militares con sus vecinos de Asia Menor y Siria, especialmente con los belicosos hititas procedentes de la península de Anatolia. Entre estos faraones guerreros y conquistadores destacan Tutmés o Tutmosis III y Ramsés II. También hay que destacar a la gran reina Hatsepsut de la XVIII Dinastía. Madre de Tutmés III, vivió en la primera mitad del siglo XV a.C. y gobernó con el nombre de Maatkara Hatsepsut, y llegó a ser la mujer que más tiempo estuvo en el trono de las Dos Tierras, como también se conocía al País del Nilo.
La unificación de Egipto fue obra de sus reyes. A éstos se les llamaba faraones, lo que venía a significar la gran casa. El faraón era un rey-sacerdote al uso. Además de ser el monarca absoluto e indiscutido, era el Sumo Sacerdote o máxima autoridad religiosa, y se le consideraba una encarnación de la divinidad. Como tal era un dios vivo en la tierra y gracias a su fuerza sobrenatural los egipcios podían vivir en paz y cultivar sus campos. El faraón era también el comandante en jefe del Ejército y de la Administración. La corte del faraón estaba compuesta por muchos altos funcionarios (ministros) que dirigían la vida cotidiana del País a través de gobernantes locales (visires).
La religión fue un factor fundamental de la cultura egipcia y no es fácil de comprender. Se trataba de una religión politeísta, pero con tendencia al monoteísmo ya que cada nomo tenía un dios al que rendía culto principalmente, y luego rendía culto a los demás de manera complementaria. Estas divinidades se representaban como figuras humanas con algunos símbolos, aunque luego algunos se sincretizaron. Unas veces las deidades tenían cabeza de animal y otras solo se representan con apariencia de animales. Había dos tipos de dioses: los locales y los cósmicos. Los dioses locales eran los particulares de cada ciudad o región (por ejemplo, el dios de Menfis era Ptah, y Amón fue originariamente el dios protector de Tebas). La lista de dioses cósmicos es mucho más amplia, pues eran comunes en todo el país. Entre éstos cabe destacar una tríada que va a ser muy importante desde un principio: Geb, dios de la Tierra; Nut, diosa del Cielo; y Ra, dios del Sol. Además de los dioses propiamente dichos había muchos semidioses. También animales sagrados —que no divinos—, a los que se trataba con mucho respeto y que se momificaban al morir. Las principales divinidades egipcias eran las siguientes:
Ra era el dios solar, y a veces se le relacionaba con otros dioses importantes, como Horus o Amón. Hubo un tiempo en que los cultos de Amón, dios del Cielo, y el del dios solar Ra se fusionaron dando paso al complejo culto de Amón-Ra. Originariamente Amón era el dios tutelar de Tebas. Los egipcios del Imperio Nuevo sentían gran devoción por él y le consideraban creador del mundo y dispensador de bienes. Su culto se vio amenazado por la reforma monoteísta del faraón Akenatón que intento erradicar el culto a Amón en favor del también dios solar Atón, originario de la ciudad norteña de On-Heliópolis (ciudad del Sol) mencionada en la Biblia. También es posible que el culto de Atón hubiese sido introducido en Egipto algunos siglos antes cuando los hicsos y otros pueblos semíticos invadieron el país y muchos de ellos se instalaron en la zona del Delta.
Osiris es otro de los dioses importantes y circulaban numerosas leyendas acerca de él, en especial relacionadas con su dramática muerte y posterior resurrección. Osiris era el primogénito de Geb, dios de la Tierra y Nut, diosa del Cielo. Osiris sería el dios de la Luz que sale por la mañana, brilla durante el día y por la noche es asesinado por el malvado Seth, que por ser el primogénito esperaba heredar la Tierra. Es obvio que algunas de las atribuciones de Osiris se solapaban con las de Ra, el dios solar por excelencia.
Isis recorre la tierra llorando la muerte de su esposo y al amanecer aparece Horus, el dios-halcón, lamentando la muerte de su padre Osiris de manera tan vehemente que consigue que resucite, pero a partir de entonces no reinará en la tierra de los vivos, sino en el inframundo habitado por los difuntos. Y va a reinar en el país de Occidente, que en muchas culturas se identifica con la tierra de los muertos, dado que el Sol se pone por el oeste. A partir de entonces se le va a representar fajado y vendado, y con los brazos cruzados sobre el pecho y los atributos de faraón en sus manos. En su cabeza una corona o casquete muy alto de forma cónica rematado por dos grandes plumas. También luce una barba puntiaguda y la cara presenta un inquietante color verdoso que recuerda el de la carne putrefacta.
Anubis es el dios de los muertos y conduce las almas de los difuntos al Más Allá. También preside las ceremonias de momificación. Se le suele representar con cuerpo humano y cabeza de chacal, o como un chacal. Horus también era una deidad solar venerada en regiones concretas de Egipto. Se le solía representar con cuerpo humano y cabeza de halcón.
Seth era del dios de las tinieblas. Su figura resulta un tanto confusa dado que a veces se le representa como dios de las tinieblas del inframundo, el mundo de las sombras, y otras veces como una deidad maligna al uso del diablo en el cristianismo medieval. Se le representaba vestido de guerrero y en el rostro sobresalía una especie de hocico curvo y unas orejas largas y puntiagudas que recuerdan a las de los zorros y otras alimañas.
Toth era el dios protector de la Ciencia y la Medicina, especialmente valorada en el Antiguo Egipto. Toth era el dios tutelar de la Casa de la Vida donde se formaban los cirujanos y médicos egipcios en las distintas especialidades. También se le atribuía a este dios benefactor la invención de la escritura de jeroglíficos y la creación de un calendario con el que «se puso orden al tiempo». A Toth se le solía representar como un hombre con una diminuta cabeza de ibis.
Hathor, diosa del amor y de los placeres sensuales —especialmente de los relacionados con el sexo—, era una de las deidades más veneradas, sobre todo por las mujeres, pues también se le atribuían poderes que facilitaban la fertilidad. Era la esposa de Horus y se la representaba como una mujer con cabeza de vaca y cuernos en forma de lirios, y, a veces, con un disco solar por encima de la cabeza o entre los cuernos (¿fue la figura que inspiró el bíblico Becerro de Oro?). A veces también llevaba el disco solar en la boca.


El culto tardío de Serapis
Serapis era una deidad sincrética grecoegipcia a la que Ptolomeo I declaró protectora de Alejandría y dios tutelar de Egipto y Grecia con el propósito de vincular culturalmente a los dos pueblos. Según un texto de Tácito (†120 d.C.), Serapis fue el dios de la cercana población de Racotis antes de que formara parte de la gran capital de Alejandría; pero es improbable que antes de eso se construyeran grandes templos dedicados a Serapis, excepto el Serapeum de Saqqara. A finales del siglo IV d.C. el Serapeum de Alejandría era un templo notable y parece ser que también albergaba una voluminosa biblioteca.
Alejandro de Macedonia había potenciado el culto tardío de Amón, pero éste gozaba de escaso afecto entre muchos egipcios, pues era el dios tutelar de Kush y de los tebanos, que eran antagonistas del Delta, más pluricultural y multiétnico. En una palabra, menos egipcio en el sentido tradicional. Por otra parte, Osiris, Isis y Horus eran venerados y populares en todas partes. Y mientras Ptah, el artesano, dios de la gran capital nativa de Egipto, no resultaba atractivo, el buey Apis, considerado una encarnación de Ptah, había relegado al propio Ptah. La combinación de Osiris y el buey Apis, representado por la imagen de Apis muerto, aunaba todos los elementos de una sabia elección política para el carácter de la nueva divinidad, cuya imagen representaba a un dios del inframundo con características de fertilidad.
La más antigua mención de Serapis se encuentra en la narración de la muerte de Alejandro acaecida en el 323 a.C., y fue tomada de los diarios reales (Arriano, Anábasis, VII. 26). Según ella, Serapis tiene un templo en Babilonia y es de tal importancia que solo lo nombra a él al ser consultado por el rey agonizante. Alteraría considerablemente nuestra concepción de Apis muerto si descubriéramos que un santuario portátil de la divinidad acompañó a Alejandro Magno en su expedición, o hubiese sido preparado ex profeso para él en Babilonia. Por otra parte, el principal dios de Babilonia era Baal-Marduk y es difícil imaginar que hubiera sido asimilado a Serapis en esta ocasión. Sin embargo, se sabe que Ea, llamado también Sarapsi, el dios del océano profundo, del aprendizaje y de la magia, contaba con un templo en la ciudad. Parece poco probable que este Sarapsi-Serapis se adoptara en Sinope y de esta ciudad se tomara como origen del dios egipcio, en Alejandría de Egipto; pero independientemente de si el nombre egipcio de Serapis proviene realmente del Sarapsi babilónico, la importancia que éste tuvo en los últimos días de Alejandro podría haber determinado la elección del dios egipcio sincretizado Osiris-Apis para aportar el nombre y algunas de las principales características al dios de la nueva ciudad de Alejandría fundada por el gran conquistador.
Muerto Alejandro Magno, sus generales (diadocos) se repartieron el imperio y a Ptolomeo le tocó el gobierno de Egipto. La intención de Ptolomeo consistía, probablemente, en hallar una deidad que se ganara por igual el respeto y veneración de los helenos —de diversos orígenes raciales, pero educados en una cultura común— y de los egipcios, intensamente tradicionalistas, cuyos sacerdotes habían repudiado a las precedentes dinastías extranjeras reinantes en Egipto, provocando fuertes resistencias. Es poco probable que los griegos hubiesen aceptado una divinidad zoocéfala, al modo egipcio, mientras que los egipcios estarían más dispuestos a aceptar cualquier aspecto para este dios. Se eligió, pues, un icono típico griego, que fue proclamado el equivalente antropomorfo de una muy venerada divinidad egipcia, el buey Apis, asimilado a Osiris, dios del inframundo. La figura griega probablemente tendría escasa influencia sobre las ideas religiosas de los egipcios, pero quizás sirviera como útil lazo entre las dos religiones. De este modo, Serapis es un caso ejemplar de divinidad sincrética en la que prácticas cultuales de distinto origen se sintetizan en una nueva imagen. Si bien el concepto de sincretismo fue descrito por primera vez en el siglo XVII, la práctica sincrética debe de haber sido habitual en la religión griega de la época helenística. Los griegos reconocían desde antaño al oráculo de Amón en Shiwa como una manifestación de Zeus. Los cultos sincréticos grecorromanos de la divinidad persa Mitra y de la egipcia Isis están ampliamente documentados. Por otra parte, tanto griegos como romanos fueron bastante tolerantes con los cultos religiosos extranjeros.
Debemos tener muy presente que todas estas deidades, así como sus cultos, variaron a lo largo de la dilatada historia del Egipto Antiguo. Uno de los cultos antiguos que logró sobrevivir incluso un par de siglos al cristianismo impuesto por Roma en el siglo IV, fue el de Isis, prohibido definitivamente por el emperador bizantino Justiniano en el siglo VI. Isis era la esposa de Osiris. Se la solía representar en las esculturas como una mujer con una silla en la cabeza, y la silla era su pictograma en los jeroglíficos. El culto de Isis llegó a tener mucha aceptación incluso entre las damas patricias tras la anexión de Egipto al Imperio Romano. Sus devotas eran especialmente mujeres ya que la diosa estaba muy relacionada con asuntos que interesaban a las mujeres, sobre todo los relacionados con la fertilidad, el matrimonio, etcétera.
Maat era la diosa de la justicia y se la representaba como una mujer con una pluma de avestruz sobre la cabeza (la pluma es su pictograma en los jeroglíficos). Neftis, ayudante de Isis y Osiris en el juicio final. Es la esposa de Seth. Se la representa como una mujer con cabeza de gato o un gato. Selkis era la diosa castigadora de los crímenes. Estaba relacionada con el mundo del Más Allá y la representaba la figura de una mujer con cabeza de escorpión o simplemente como un escorpión.
Todas estas divinidades, que son muy pocas en relación con todas las que había, se mantienen hasta la época romana en que empiezan a desaparecer o se empiezan a refundir con dioses grecorromanos (los dioses siguen siendo los mismos, pero desaparecen las representaciones o se convierten en figuras humanas o de animales simplemente [desaparecen figuras humanas con cabeza animal, etcétera]). La religión egipcia sobrevivirá durante la época romana hasta el Edicto de Tesalónica del año 380 declarando el cristianismo como única religión del Imperio Romano y proscribiendo a todas las demás. Estos antiguos dioses estaban fuertemente asociados a la creencia en la vida de ultratumba, lo que explica el sofisticado culto a los muertos, que se daba en toda la sociedad egipcia. Estas tradiciones probablemente se originaron en tiempos prehistóricos.
La momificación
Además del cuerpo (elemento material) había otro elemento espiritual; el Ba, que se simboliza bajo el aspecto de un pájaro con cabeza humana y está representado en pinturas en el interior de las tumbas, a veces volando y a veces estático. El Ba es el principio, el soplo vital del hombre, su energía. Sale del cuerpo al morir, vuela al cielo hasta el doble del cuerpo del que se ha separado, el Ka, el soporte vital. El Ba no muere nunca, no se descompone y necesita para ser feliz en el Más Allá rodearse de todo lo que ha tenido en vida (representaciones de la vida mortal y objetos encontrados en las tumbas). Todo lo anterior nos lleva a la momificación. El desierto puede asegurar al hombre la momificación porque seca el cuerpo evitando su descomposición, pero según avanza el tiempo los cuerpos se empiezan a momificar para conseguir una mejor conservación y esta momificación lleva a una serie de ritos muy complejos. La momificación se convierte en todo un arte que se realiza en la Casa de la Muerte a las que llevan los difuntos. Se necesitan una serie de ungüentos que a veces se encontraban en Egipto, pero otras veces no, por lo que eran muy costosos. Las técnicas se van perfeccionando según se va desarrollando el comercio y están plenamente conseguidas en los Imperios Medio y Nuevo.
El Juicio a los muertos
En este juicio se pesan las obras de un hombre para saber si es digno de ir al reino de Anubis. El muerto tiene que declarar, siempre con un sentido negativo (no maté, no robé…), y su declaración será puesta por escrito, así como el resultado del peso del alma, por el Dios de la sabiduría, Toth. El que lo fiscaliza todo es Anubis. Este juicio tiene una importancia muy grande ya que es algo inédito en las culturas de la Antigüedad y no volverá a darse nada parecido hasta el cristianismo, que usurpará mucha de la simbología que utilizaban los egipcios. El Juicio a los muertos se representa siempre de la misma manera: está presidido por Osiris, que está sentado bajo un baldaquino y es asistido por Isis y Neftis. Los tres dioses están rodeados por 42 asesores, los dioses de los distintos nomos. En uno de los lados aparece el difunto conducido de la mano por Anubis, «el conductor de almas». Llegan al centro de la escena donde hay una balanza; en un platillo se encuentra el corazón del difunto y en el otro una pluma (símbolo de la diosa Maat). Si los platillos quedan en equilibrio, el difunto es exculpado y avanza hacia Osiris acompañado por Horus, alcanzando la inmortalidad. Si los platillos no quedan en equilibrio el difunto debe ir hacia el Devorador (una criatura espantosa; híbrido de cocodrilo e hipopótamo).
El Libro de los Muertos
Todos estos ritos funerarios están recogidos en El Libro de los Muertos, que es el principal representante de la literatura funeraria, muy importante y extensa en Egipto. Otros ejemplos de esta literatura son El Libro de la Noche, El libro de las cavernas, etcétera, pero sin duda el Libro de los Muertos es el más importante. De él se hicieron numerosas copias, algunas de las cuales se han conservado hasta nuestros días. Se trata de un compendio de textos y fórmulas mágicas mediante las cuales los muertos pueden pasar sin dificultades el camino hasta el Más Allá. En él estaban descritos todos los ritos que debían seguirse cuando moría una persona. Muchas de las partes se conocían ya en el Imperio Antiguo, pero no estuvo completado hasta el Imperio Nuevo. Uno de los capítulos más importantes es aquél en el que se recogen los pecados que debe evitar el hombre para que la balanza no se desequilibre en el Juicio a los muertos. Tiene un carácter muy pragmático. Muchos fragmentos del libro eran escritos en las vendas con las que se envolvían los cadáveres y en los sarcófagos para que el muerto tuviera más facilidades en su camino al Más Allá.
Ramsés II y la batalla de Kadesh
El País de Hatti fue un reino de la Antigüedad situado en Anatolia Central que se desarrolló entre los siglos XVII y XII a.C. y cuya capital fue Hattusa. Los hititas, también llamados hetitas o heteos, eran un pueblo de origen indoeuropeo. Hablaban una lengua que escribían en tablillas de arcilla mediante jeroglíficos o caracteres cuneiformes tomados de Asiria. Gracias a su superioridad militar y a su gran habilidad diplomática, los hititas sometieron a numerosas ciudades-estado de Siria y del vecino país de Mitanni creando un poderoso imperio que aglutinaba culturas muy distintas. Los hititas llegaron a ser la tercera potencia militar en Próximo Oriente, junto con Babilonia y Egipto. Perfeccionaron el carro de combate y lo emplearon con gran éxito. Se les atribuye una de las primeras utilizaciones del hierro para elaborar armas y objetos de lujo. Tras su declive, cayeron en el olvido hasta que fueron redescubiertos en el siglo XIX.
La plaza fuerte de Kadesh o Qadesh, se hallaba en el país de Canaán a orillas del río Orontes en lo que hoy es territorio sirio, y es famosa por la legendaria batalla que enfrentó a hititas y egipcios. Las primeras referencias documentales sobre Kadesh nos muestran a una ciudad que, aliada con Mitanni, encabezó junto a Megiddo una coalición contra el avance del faraón egipcio Tutmosis III (siglo XV a.C.). Al ser derrotada en la batalla de Megiddo, esta coalición tuvo que rendirse, y Kadesh pasó a ser vasalla de Egipto, convirtiéndose pronto en una de las principales plazas egipcias en Siria. Casi un siglo después, el rey hitita Suppiluliuma I (segunda mitad del siglo XIV a.C.), lanzó una exitosa campaña militar contra el debilitado reino de Mitanni, tras la que se vio arrastrado a una guerra con Egipto para dirimir la supremacía en los territorios de Canaán y Siria.
En el transcurso de las primeras escaramuzas, Suppiluliuma instaló a un rey en Kadesh como vasallo suyo. Este hecho motivó una guerra con Egipto, que alcanzaría su punto culminante cincuenta años después (hacia el 1275 a.C.) cuando el rey hitita Muwatalli II se enfrentó al faraón Ramsés II que intentaba apoderarse de la ciudad fortificada. El resultado de la que debía ser la decisiva batalla de Kadesh es incierto, pero la plaza permaneció bajo control hitita.

Los orígenes del Antiguo Egipto
Fue ésta una civilización que surgió al agruparse los asentamientos situados en las riberas del cauce medio y bajo del río Nilo. Tuvo tres épocas de esplendor en los períodos denominados por los historiadores Imperio Antiguo, Imperio Medio e Imperio Nuevo. Alcanzaba desde el delta del Nilo, en el norte, hasta la isla Elefantina (la actual Asuán, junto a la primera catarata del Nilo, en el sur), llegando a tener influencia desde el Éufrates hasta Gebel-Barkal, en la cuarta catarata del Nilo, en las épocas de máxima expansión. Su territorio también abarcó, en distintos períodos, el desierto oriental y la línea costera del mar Rojo, la península del Sinaí y un gran territorio occidental que dominaba los dispersos oasis. Históricamente, fue dividido en Alto y Bajo Egipto, al sur y al norte, respectivamente.
La civilización egipcia se desarrolló a lo largo de más de 3000 años. Comenzó con la unificación de varias ciudades del valle del Nilo, alrededor del 3150 a.C., y se da convencionalmente por terminado en el 30 a.C., cuando el Imperio Romano conquistó y absorbió el Egipto ptolemaico, que desaparece definitivamente como Estado independiente. Este acontecimiento no representó el primer período de dominación extranjera, pero fue el que condujo a una transformación gradual en la vida política y religiosa del valle del Nilo, marcando el final del desarrollo autónomo de su cultura. Su identidad cultural había comenzado a diluirse paulatinamente tras las conquistas de los reyes de Babilonia (siglo VI a.C.) y Macedonia (siglo IV a.C.), desapareciendo los últimos vestigios de su religión milenaria con la irrupción del cristianismo, en la época de Justiniano I, cuando en 535 fue prohibido el culto a la diosa Isis, en el templo de File.
Egipto tiene una combinación única de características geográficas, situada en el África nororiental y confinada por Libia, Sudán, el mar Rojo y el mar Mediterráneo. El Nilo fue la clave para el éxito de la civilización egipcia, ya que éste permitía el aprovechamiento de los recursos y ofrecía una significativa ventaja sobre otros oponentes: el légamo fértil depositado a lo largo de los bancos del Nilo tras las inundaciones anuales significó para los egipcios el practicar una forma de agricultura menos laboriosa que en otras zonas, liberando a la población para dedicar más tiempo y recursos al desarrollo cultural, tecnológico y artístico.
La vida se ordenaba en torno al desarrollo de un sistema de escritura y de una literatura independientes, así como en un cuidadoso control estatal sobre los recursos naturales y humanos, caracterizado sobre todo por la irrigación de la fértil cuenca del Nilo y la explotación minera del valle y de las regiones desérticas circundantes, la organización de proyectos colectivos como las grandes obras públicas, el comercio con las regiones vecinas de África del este y central y con las del Mediterráneo oriental y, finalmente, por un poderío militar capaz de derrotar a cualquier enemigo, y que mantuvieron una hegemonía política y la dominación territorial de civilizaciones vecinas en diversos períodos. La motivación y la organización de estas actividades estaba encomendada a una burocracia de la élite sociopolítica y económica, los escribas, bajo el control del faraón, un rey-sacerdote semidivino, perteneciente a una sucesión de Dinastías, que garantizaba la cooperación y la unidad del pueblo egipcio en el contexto de un elaborado sistema de creencias religiosas.
Los muchos logros de los egipcios incluyen la extracción de minerales, la topografía y las técnicas de construcción que facilitaron el levantamiento de monumentales pirámides, templos y obeliscos, unos procedimientos matemáticos, una práctica médica eficaz, métodos de riego y técnicas de producción agrícola, las primeras naves conocidas, la tecnología del vidrio y de la fayenza, las nuevas formas de la literatura y el tratado de paz más antiguo conocido, firmado con los hititas tras la batalla de Kadesh. Egipto dejó un legado duradero, su arte y arquitectura fueron ampliamente imitados, y sus antigüedades se llevaron a los rincones más lejanos del mundo. Sus ruinas monumentales han inspirado la imaginación de los viajeros y escritores desde hace siglos. Un nuevo respeto por las antigüedades y excavaciones en la época moderna han llevado a la investigación científica de la civilización egipcia y a una mayor apreciación de su magnífico legado cultural.
El territorio que ocupaba Egipto en la Antigüedad estaba constituido por una estrecha y larga franja correspondiente al valle del río Nilo, en el noreste de África. Este río nace en los lagos Victoria, Alberto y Tana y desemboca en forma de delta en el mar Mediterráneo. Tan solo 60 kilómetros de ancho y 1200 kilómetros de largo constituían este valle de tierras fértiles rodeado en gran parte por el desierto del Sáhara. La obtención de una cronología exacta del Antiguo Egipto es una tarea compleja. Existen diversos criterios de datación entre egiptólogos, con divergencias de algunos años en los últimos períodos, de décadas al principio del Imperio Nuevo y de casi un siglo durante el Imperio Antiguo. El primer problema surge por el hecho de que los egipcios no utilizaron un sistema de datación homogéneo: no tenían un concepto de una era similar al Anno Domini, o la costumbre de nombrar los años, como en Mesopotamia. Databan con referencia a los reinados de los diversos faraones, solapando posiblemente los interregnos y las épocas de corregencia. Un problema añadido surge al comparar las distintas Listas Reales de faraones, pues están incompletas o con datos contradictorios, incluso en el mismo texto. Las obras del mejor historiador sobre Egipto, Manetón, se perdieron y solo las conocemos a través de epítomes de escritores posteriores como Flavio Josefo, Eusebio de Cesarea, Sexto Julio Africano o el monje Jorge Sincelo. Desafortunadamente las fechas de algunos reinados varían de uno a otro autor.
Las evidencias arqueológicas indican que la civilización egipcia comenzó alrededor del VI milenio a.C., durante el Neolítico, cuando se instalaron los primeros pobladores en el período Predinástico. El río Nilo, en torno al cual se asentaba la población, ha sido la línea de referencia para la cultura egipcia desde que los nómadas cazadores y recolectores comenzaron a vivir en sus riberas durante el Pleistoceno. Los rastros de estos primeros pobladores quedaron en los objetos y signos grabados en las rocas a lo largo del valle del Nilo y en los oasis.
A lo largo del Nilo, en el XI milenio a.C., una cultura de recolectores de grano había sido sustituida por otra de cazadores, pescadores y recolectores que usaban herramientas de piedra. Los estudios también indican asentamientos humanos en el sudoeste de Egipto, cerca de la frontera con Sudán, antes del 8000 a.C. La evidencia geológica y estudios climatológicos sugieren que los cambios del clima, alrededor de esa época, comenzaron a desecar las tierras de caza y pastoreo de Egipto, conformándose paulatinamente el desierto del Sáhara. Las tribus de la región tendieron a agruparse cerca del río, donde surgieron pequeños poblados que desarrollaron una economía agrícola. Hay evidencias de pastoreo y del cultivo de cereales en el este del Sáhara en el VII milenio a.C. Alrededor del 6000 a.C., ya había aparecido en el valle del Nilo la agricultura organizada y la construcción de grandes poblados. Al mismo tiempo, en el sudoeste se dedicaban a la ganadería y también construían. El mortero de cal se usaba en el 4000 a.C. Es el denominado período Predinástico, que empieza con la cultura de Naqada. Entre el 5500 y el 3100 a.C., durante el Predinástico, los asentamientos pequeños prosperaron a lo largo del Nilo. En el 3300 a.C., momentos antes de la primera Dinastía, Egipto estaba dividido en dos reinos, conocidos como Alto Egipto o Ta-Shemau y Bajo Egipto o Ta-Mehu. La frontera entre ambos se situaba en la actual zona de El Cairo, al sur del delta del Nilo.
La historia de Egipto, como Estado unificado, comienza alrededor del 3050 a.C. Menes, que unificó el Alto y el Bajo Egipto, fue su primer rey. La cultura y costumbres egipcias fueron notablemente estables y apenas variaron en casi 3000 años, incluyendo religión, expresión artística, arquitectura y estructura social. La cronología de los reyes egipcios da comienzo en esa época. La cronología convencional es la aceptada durante el siglo XX, sin incluir cualquiera de las revisiones que se han hecho en ese tiempo. Incluso en un mismo trabajo, los arqueólogos ofrecen a menudo, como posibles, varias fechas e incluso varias cronologías, y por ello puede haber discrepancias entre las fechas mostradas en las distintas fuentes. También se dan varias posibles transcripciones de los nombres. Tradicionalmente la egiptología clasifica la historia de la civilización faraónica dividida en Dinastías, siguiendo la estructura narrativa de los epítomes de la Aigyptiaká (Historia de Egipto), del sacerdote egipcio Manetón.
Se supone que los primeros pobladores de Egipto alcanzaron las riberas del río Nilo, por entonces un conglomerado de marismas y foco de paludismo, en su huida de la creciente desertización del Sáhara. Se sabe por los restos arqueológicos que antiguamente el Sáhara tenía un clima mediterráneo, más húmedo que el actual. En los macizos del Ahaggar y el Tibesti había abundante vegetación. Para aquellos pobladores, el Sáhara sería una extensa estepa con grandes herbívoros que cazar. Las sucesivas fases del Neolítico están representadas por las culturas de El Fayum, hacia el 5000 a.C., la cultura tasiense, hacia el 4500 a.C. y la cultura de Merimde, hacia el 4000 a.C. Todas ellas conocen la piedra pulimentada, la cerámica, la agricultura y la ganadería. La base de la economía era la agricultura que se realizaba aprovechando el limo, fertilizante natural que aportaban las inundaciones anuales del río Nilo. Hacia el año 3600 a.C. surge la gerzeense o Naqada II, que se difunde por todo Egipto, unificándolo culturalmente. Esta consonancia cultural llevará a la unidad política, que surgirá tras un período de luchas y alianzas entre clanes por imponer su dominio. Para lograr mayor eficiencia y producción, hacia 3500 a.C. comenzaron a realizarse las primeras obras de canalización y surge la escritura con jeroglíficos en Abidos[1]. En esta misma época comenzaron a formarse los protoestados.
Las primeras comunidades hicieron habitable el país y se organizaron en regiones llamadas nomos. Los habitantes del Delta tenían una organización feudal y llegaron a establecer dos reinos con dos monarcas respectivamente. Un reino estaba asentado en un lugar pantanoso, que se llamaba Reino del Junco y tenía como símbolo un tallo de junco. Su capital era Buto; tenían a una cobra como tótem. El otro Reino tenía como capital a Busiris y como tótem un buitre pero su símbolo era una abeja y llegó a conocerse como Reino de la Abeja. Ambos reinos estaban separados por un brazo del río Nilo. El Reino de la Abeja conquistó al Reino del Junco de manera que el Delta quedó unificado. Pero algunos de los vencidos huyeron a establecerse en la zona del Alto Egipto donde fundaron ciudades dándoles el mismo nombre que aquellas que habían dejado en el Delta. Por eso muchas ciudades de esta época tienen nombres semejantes en el Alto y Bajo Egipto. Estas gentes fueron prosperando considerablemente hasta llegar a organizarse en un Estado.
En la fase final del período Predinástico, también conocido como Dinastía 0, Predinástico tardío o período Naqada III, Egipto está regido por gobernantes del Alto Egipto que residirán en Tanis, se hacen representar con un serej y adoran al dios-halcón Horus. Los nombres de estos reyes figuran en la Piedra de Palermo, grabada unos 700 años después de haber concluido dicho período. En esa época surgen las primeras auténticas ciudades, tales como Tanis, Nubet, Nejeb, Nejen, etcétera. Son típicos de este ciclo los magníficos vasos tallados en piedra, cuchillos y paletas ceremoniales, o los mangos de las mazas votivas. Narmer pudo ser el último rey de esta época, y el fundador de la Dinastía I.

Período Arcaico (hacia 3100–2700 a.C.)
A finales del período Predinástico, Egipto se encontraba dividido en pequeños reinos; los principales eran: el de Hieracómpolis (Nejen) en el Alto Egipto y el de Buto (Pe) en el Bajo Egipto. El proceso de unificación fue llevado a cabo por los reyes de Hieracómpolis. La tradición egipcia atribuyó la unificación a Menes, quedando esto reflejado en las Listas Reales. Este personaje es, según Alan Gardner, el rey Narmer, el primer faraón del cual se tiene constancia que reinó sobre todo Egipto, tras una serie de luchas, tal como quedó atestiguado en la Paleta de Narmer. Este período lo conforman las Dinastías I y II.
Bajo la Dinastía III la capital se estableció definitivamente en Menfis, de donde procede la denominación del país, ya que el nombre del principal templo, Hat-Ka-Ptah «Casa del espíritu de Ptah», que pasó al griego como Aegyptos, con el tiempo designó primero al barrio en el que se encontraba, luego a toda la ciudad y más tarde al Reino. En la época de la III Dinastía comenzó la costumbre de erigir grandes pirámides y monumentales conjuntos en piedra, gracias al faraón Zóser. También las grandes pirámides de Guiza, atribuidas a los faraones Keops, Kefrén y Micerino se datan en este período. La V Dinastía marca el ascenso del alto clero y los influyentes gobernadores locales (nomarcas o gobernantes de nomos), y durante el largo reinando de Pepy II se acentuará una época de fuerte descentralización, denominada primer período intermedio de Egipto. El Imperio Antiguo comprende las Dinastías III–VI.

Primer Período Intermedio (hacia 2250–2050 a.C.)
Fue ésta una época donde el poder estaba descentralizado y que transcurrió entre el Imperio Antiguo y el Imperio Medio. Comprende desde la VII Dinastía hasta mediados de la XI, cuando Mentuhotep II reunificó el País bajo su mando. A pesar de la decadencia, esta época destacó por un gran florecimiento literario, con textos doctrinales o didácticos que muestran el gran cambio social. El importante cambio de mentalidad, así como del crecimiento de las clases medias en las ciudades originó una nueva concepción de las creencias, reflejándose en la aparición de los denominados Textos de los Sarcófagos. Osiris se convirtió en la divinidad más popular, con Montu y Amón. Los nomos de Heracleópolis y Tebas se constituyeron como hegemónicos, imponiéndose finalmente este último. Son las Dinastías VII–XI.

Imperio Medio (hacia 2050–1800 a.C.)
Se considera que se inicia con la reunificación de Egipto con Mentuhotep II. Es un período de gran prosperidad económica y expansión exterior, con faraones pragmáticos y emprendedores. Este período lo conforma el final de las Dinastías XI y XII. Se considera que Amenemhat III fue el último gran monarca del Imperio Medio. Se realizaron ambiciosos proyectos de irrigación en El Fayum, para regular las grandes inundaciones del Nilo, desviándolo hacia el lago Moeris (El Fayum). También se potenciaron las relaciones comerciales con las regiones circundantes: africanas, asiáticas y mediterráneas. Las representaciones artísticas se humanizaron, y se impuso el culto al dios Amón. A mediados de 1800 a.C., los invasores hicsos vencieron a los faraones egipcios; lo que comenzó como una migración paulatina de refugiados libios y cananeos hacia el delta del Nilo a causa de diversas hambrunas, se transformó con el tiempo en conquista militar de casi todo el territorio egipcio, originando la caída del Imperio Medio. Los hicsos y sus aliados semitas vencieron porque poseían mejores armas, y supieron utilizar el factor sorpresa.

Segundo Período Intermedio (hacia 1800–1550 a.C.)
Durante gran parte de este período dominaron Egipto los invasores hicsos, aliados con otros pueblos nómadas y semíticos de de la periferia, que se establecieron en el Delta, y tuvieron como capital la ciudad de Avaris. Finalmente, los dirigentes egipcios de Tebas declararon la independencia, siendo denominados la Dinastía XVII. Proclamaron la «salvación de Egipto» y dirigieron una rebelión contra los hicsos que culminó con su expulsión. Este episodio podría ser el que se recoge en el Éxodo como la «marcha de los hebreos de Egipto». En realidad no se habrían marchado por su voluntad, sino que habrían sido expulsados por los egipcios.

Imperio Nuevo (hacia 1550–1070 a.C.)
Liberados los egipcios de la opresión extranjera, el País inicia un período de gran expansión exterior, tanto en Asia —donde llegan al Éufrates— como en Kush (Nubia). La Dinastía XVIII comenzó con una serie de faraones guerreros, desde Amosis I hasta Tutmosis III y Tutmosis IV. Bajo Amenofis III se detuvo la expansión y se inició un período de paz interna y externa. Después de un período de debilidad monárquica a causa, sobre todo, de la revolución religiosa que supuso el fallido intento del Amenofis IV o Akenatón de imponer el culto monoteísta de Atón, llegaron al poder las castas militares de la Dinastía XIX o Ramésida que, fundamentalmente bajo Horemheb, Seti I y Ramsés II, se mostraron enérgicamente en contra de la expansión territorial de los hititas. Durante los reinados de Merenptah, sucesor de Ramsés II, y Ramsés III, de la XX Dinastía, Egipto tuvo que enfrentarse a las invasiones de los Pueblos del Mar, originarios de diversas áreas del Mediterráneo oriental (Egeo, Anatolia), y de los libios. Los faraones del Imperio Nuevo iniciaron una campaña de construcción a gran escala para promover al dios Amón, cuyo culto se asentaba en Karnak. También construyeron monumentos para glorificar sus propios logros, tanto reales como imaginarios. La gran reina Hatsepsut utilizará tal hipérbole durante su reinado de casi veintidós años que estuvo marcado por un largo período de paz y prosperidad sin precedentes, y con exitosas expediciones comerciales a Punt[i], la reapertura de las rutas de comercio exterior —terrestres y marítimas—, grandes proyectos de construcción, incluyendo un elegante templo funerario que rivaliza con la arquitectura griega de mil años más tarde, obeliscos colosales y una capilla en Karnak.
A pesar de todos sus éxitos y de su buen gobierno, el heredero de Hatsepsut, su hijastro Tutmosis III, trató de borrar toda huella de su legado hacia el final del reinado, apropiándose de muchos de sus logros. Él también intentó cambiar muchas tradiciones establecidas que se habían desarrollado a lo largo de siglos.
Alrededor del año 1350 a.C., la estabilidad de Egipto parecía amenazada, aún más cuando Amenhotep IV ascendió al trono e instituyó una serie de reformas radicales, que tuvieron un resultado caótico. Cambiando su nombre por el de Akenatón, promovió como deidad única suprema la hasta entonces oscura deidad solar Atón, iniciando una reforma religiosa tendente al monoteísmo. En parte, el monoteísmo de Akenatón fue un producto del absolutismo real; los viejos dioses habían desaparecido, pero el rey mantenía —para su propio beneficio político— su papel tradicional como mediador entre los hombres y los deseos del nuevo dios. El faraón apóstata suprimió el culto a la mayoría de las demás deidades y, sobre todo, trató de anular el poder de los influyentes sacerdotes de Amón en Tebas, a quienes veía como corruptos. Al trasladar la capital a la nueva ciudad de Atón (actual Amarna), Akenatón hizo oídos sordos a los acontecimientos del Cercano Oriente (donde los hititas y los asirios se disputaban el control de Siria y del reino vasallo de Mitanni) y se concentró únicamente en la nueva religión. La nueva filosofía religiosa conllevó un nuevo estilo artístico, que resaltaba la humanidad del rey por encima de la monumentalidad. Después de su muerte, el culto de Atón fue abandonado rápidamente, los sacerdotes de Amón recuperaron el poder y devolvieron la capitalidad a Tebas. Bajo su influencia los faraones posteriores —Tutankamón, Ay y Horemheb—borraron toda mención a Akenatón y su «herejía», ahora conocida como el Período de Amarna.
Alrededor de 1279 a.C. ascendió al trono Ramsés II, también conocido como el Grande. El suyo sería uno de los reinados más largos de la historia egipcia. Mandó construir más templos, más estatuas y obeliscos, y engendró más hijos que cualquier otro faraón. Guerrero audaz, Ramsés II condujo a su ejército contra los hititas en la batalla de Kadesh (en la actual Siria); después de llegar a un punto muerto, finalmente aceptó un tratado de paz con el Reino de los hititas. Es el tratado de paz más antiguo registrado, en torno a 1258 a.C. Egipto se retiró de la mayor parte de sus posesiones asiáticas dejando a los hititas competir, sin éxito, con el poder emergente de Asiria y los recién llegados frigios. Cuatro estatuas colosales de Ramsés II flanquean la entrada de su templo de Abu Simbel. La riqueza de Egipto, sin embargo, se había convertido en un objetivo tentador para los invasores extranjeros; en particular, para los libios beduinos del oeste y los Pueblos del Mar, que formaban parte de la poderosa confederación de piratas griegos del mar Egeo. Inicialmente, el ejército fue capaz de repeler las invasiones, pero Egipto terminó por perder el control de sus territorios en el sur de Siria y Canaán, que en gran parte cayeron en poder de los asirios e hititas, y posteriormente de los filisteos que fijaron su capital en Gaza. El impacto de las amenazas externas se vio agravado por problemas internos como la corrupción, el robo de las tumbas reales y los disturbios populares. Después de recuperar el poder, los sumos sacerdotes del templo de Amón en Tebas habían acumulado vastas extensiones de tierra y mucha riqueza, debilitando al Estado. El país terminó dividido, dando inicio al Tercer Período Intermedio.
Tercer Período Intermedio (hacia 1070–656 a.C.)
Esta etapa comienza con la instauración de dos Dinastías de origen libio que se repartieron Egipto: una, desde Tanis, en el Bajo Egipto, y otra, cuyos reyes tomaron el título de sumos sacerdotes de Amón, desde Tebas. El período termina con la dominación de los reyes kushitas. Son las Dinastías, parcialmente coetáneas, XXI a XXV.
Período Tardío (hacia 656–332 a.C.)
Comienza con la Dinastía Saíta, con dos períodos de dominación persa, así como con varias Dinastías coetáneas de gobernantes egipcios independientes. Egipto se convirtió finalmente en una satrapía persa. Son las Dinastías XXVI a XXXI.
Período Helenístico (332–30 a.C.)
Se inicia con la conquista de Egipto por Alejandro de Macedonia en 332 a.C., y la llegada al poder en 305 a.C. de la Dinastía ptolemaica. Finaliza con la incorporación de Egipto al Imperio Romano tras la batalla de Accio, en el año 31 a.C. Un año después se suicida Cleopatra VII, la última reina de Egipto, y el país se convierte en una provincia del Imperio Romano.
Período Romano (30 a.C. a 640 d.C.)
El 30 de julio del año 30 a.C., Octaviano entró en Alejandría, liquidando definitivamente la independencia política de Egipto y convirtiéndolo en provincia romana hasta el 395, cuando se convirtió en demarcación del Imperio de Oriente y permaneció bajo soberanía bizantina hasta la conquista musulmana de Egipto en el año 640. Los últimos vestigios de la cultura tradicional del Antiguo Egipto se extinguieron a comienzos del siglo VI, con los postreros sacerdotes de Isis que oficiaban en el templo de la isla de File, al proscribir Constantinopla el culto a los «dioses paganos». Apenas un siglo después, el cristianismo sería a su vez barrido de Egipto por el islam.
La agricultura en el Antiguo Egipto
La economía de Egipto se basaba en la agricultura. La vida dependía de los cultivos de las tierras inundadas por el río Nilo. Tenían un sistema de diques, estanques y canales de riego que se extendían por todas las tierras de cultivo. En las riberas del Nilo los campesinos egipcios cultivaban muchas clases de cereales. El grano cosechado se guardaba en graneros y luego se usaba para elaborar pan y cerveza. Las cosechas principales eran de trigo, cebada y lino. La agricultura estaba centrada en el ciclo del Nilo. Había tres estaciones: Akhet, Peret, y Shemu. Akhet, la estación de la inundación, duraba de junio a septiembre. Después de la inundación quedaba una capa de limo en los bancos, enriqueciendo la tierra para la cosecha siguiente. En Peret, la estación de la siembra entre octubre y febrero, los granjeros esperaban hasta que se drenaba el agua, y araban y sembraban el rico suelo. Acabada la labor, irrigaban usando diques y canales. Seguía Shemu, la estación de la cosecha de marzo a mayo, cuando se recolectaba con hoces de madera. En los huertos se cultivaban guisantes (arveja), lentejas, cebolla, puerros, pepinos y lechugas, además de uvas, dátiles, higos y granadas. Entre los animales que criaban por su carne, se encuentran los cerdos, ovejas, cabras, gansos y patos.
Los egipcios cultivaban más alimentos de los que necesitaban, y hacían intercambio de sus productos. Algunas de las materias que ellos importaban de territorios extranjeros eran el incienso, la plata, y madera fina de cedro. Gran parte del los productos del comercio egipcio se transportaba en barcos, por el Nilo y el Mediterráneo. Durante la mayor parte de su existencia, unos tres milenios, el Antiguo Egipto fue el país más rico del mundo.
Comercio: rutas y expediciones comerciales
Las transacciones comerciales de los antiguos egipcios no se limitaban al intercambio de productos agrícolas o de materias primas, sino que también hay constancia de expediciones para nutrir de bienes ornamentales y joyas el tesoro real de los faraones, y de actividades de venta de esclavos, e incluso de los propios cargos administrativos o de servicio en los templos. En el Antiguo Egipto existía la figura de los shutiu, una especie de agentes comerciales que efectuaban actividades de compraventa al servicio de las grandes instituciones faraónicas (templos, palacio real, grandes explotaciones de la corona, etcétera). Pero también podían vender esclavos a simples particulares, o podían realizar transacciones comerciales al margen de las instituciones en provecho propio. Las casi 200 tablillas de arcilla y las numerosas inscripciones descubiertas por los arqueólogos en la antigua ciudad de Balat demuestran que esta localidad, situada en pleno Sáhara egipcio, fue utilizada como base de operaciones y punto de abastecimiento a las expediciones comerciales enviadas por los faraones hacia el corazón de África a finales del tercer milenio a.C. Desde este enclave en el oasis de Dajla partirían expediciones, compuestas por unos 400 hombres, cuyo objetivo era buscar un pigmento que una vez obtenido se enviaba mediante caravanas al valle del Nilo. La ruta estaba marcada desde épocas antiquísimas como prueba la presencia de depósitos de jarras situados a intervalos de 30 kilómetros en el desierto, que llegan hasta Gil el-Kebir en el extremo sudoccidental de Egipto. Se desconoce hasta dónde llegaba la ruta, aunque los especialistas aceptan como hipótesis más probable que llegase hasta la zona del lago Chad.
Administración del Estado
Egipto estaba dividido en varios sepats (provincias, o nomos en griego) con fines administrativos. Esta división se puede remontar de nuevo al período Predinástico (antes de 3100 a.C.), cuando los nomos eran ciudades-estado autónomas, y permanecieron por más de tres milenios, manteniendo sus costumbres. Bajo este sistema, el país fue dividido en 42 nomos: 20 del Bajo Egipto, mientras que el Alto Egipto abarcaba 22 nomos. Cada nomo estaba gobernado por un nomarca, gobernador provincial que ostentaba la autoridad regional. El gobierno impuso diversos impuestos, que al no existir moneda eran pagados en especie, con trabajo o mercancías. El tyaty (visir) era el responsable de controlar el sistema impositivo en nombre del faraón, a través de su departamento. Sus subordinados debían tener al día las reservas almacenadas y sus previsiones. Los impuestos se pagaban según el trabajo o las rentas de cada uno, los campesinos (o los terratenientes en períodos posteriores) en productos agrícolas, los artesanos con parte de su producción, y de forma similar los pescadores, cazadores, etcétera. El Estado requería una persona de cada casa para realizar trabajos públicos algunas semanas al año, haciendo o limpiando canales, en la construcción de templos o tumbas e incluso en la minería (esto último, solo si no había suficientes cautivos de guerra). Los cazadores y pescadores pagaban sus impuestos con capturas del río, de los canales, y del desierto. Las familias acomodadas podían contratar sustitutos para satisfacer esta onerosa obligación.
Lenguas empleadas por los antiguos egipcios
El egipcio antiguo constituye un caso aparte de las lenguas afroasiáticas. Sus parientes más cercanos son los grupos bereber, semítico y beja. Los escritos más antiguos en lengua egipcia se remontan al 3200 a.C., convirtiéndola en una de las más antiguas y documentadas. Los eruditos agrupan al egipcio en siete divisiones cronológicas importantes. Recogido en las inscripciones del último período Predinástico y del Arcaico. La evidencia más temprana de escritura jeroglífica egipcia aparece en los recipientes de cerámica de Naqada II.
Egipcio antiguo (3000–2000 a.C.)
Es la lengua del Imperio Antiguo y del primer Período Intermedio. Los textos de las pirámides son el cuerpo mayor de la literatura de esta fase, escritos en las paredes de las tumbas de la aristocracia, que a partir de este período también muestran escrituras autobiográficas. Una de las características que lo distinguen es la triple mezcla de ideogramas, fonogramas y de determinativos para indicar el plural. No tiene grandes diferencias con la etapa siguiente.
Egipcio clásico (2000–1300 a.C.)
Esta etapa, llamada también media, se conoce por una variedad de textos en escrituras jeroglífica y hierática, datadas en el Imperio Medio. Incluyen los textos funerarios inscritos en los ataúdes tales como los Textos de los Sarcófagos; textos que explican cómo conducirse en la otra vida, y que ejemplifican el punto de vista filosófico egipcio (véase el «Papiro de Ipuur»); cuentos que detallan las aventuras de ciertos individuos, por ejemplo la «Historia de Sinuhé»; textos médicos y científicos tales como el «Papiro Edwin Smith» y el «Papiro de Ebers»; y textos poéticos que elogian a un dios o a un faraón, tales como el «Himno al Nilo». El idioma vernáculo comenzó a diferenciarse de la lengua escrita tal como evidencian algunos textos hieráticos del Imperio Medio, pero el egipcio clásico continuó siendo usado en los escritos formales hasta el último período dinástico.
Egipcio tardío (1300–700 a.C.)
Aparecen documentos de esta etapa en la segunda parte del Imperio Nuevo. Forman un amplio conjunto de textos de literatura religiosa y secular, abarcando ejemplos famosos tales como la Historia de Unamón (Wenamun) y las Instrucciones del Ani. Era la lengua de la administración Ramésida. No es totalmente distinto del egipcio medio, ya que aparecen muchos clasicismos en los documentos históricos y literarios de esta fase, sin embargo, la diferencia entre el clásico y el tardío es mayor que entre aquél y el antiguo. También representa mejor la lengua hablada desde el Imperio Nuevo. La ortografía jeroglífica consiguió una gran expansión de su inventario gráfico entre el período Tardío y el Ptolemaico.
Egipcio demótico (siglo VII–siglo IV a.C.)
La lengua demótica es cronológicamente la última, se comenzó a usar alrededor del 660 a.C. y se convirtió en la escritura dominante cerca del 600 a.C., usándose con fines económicos y literarios. En contraste con el hierático, que solía escribirse en papiros, el demótico se grababa además en piedra y madera. En los textos escritos en etapas anteriores, probablemente representó el idioma hablado de la época. Pero al ser utilizada profusamente solo con propósitos literarios y religiosos, la lengua escrita divergió cada vez más de la forma hablada, dando a los últimos textos demóticos un carácter artificial, similar al uso del egipcio medio clásico durante el período Ptolemaico. A inicios del siglo IV comenzó a ser reemplazado por el idioma griego en los textos oficiales: el último uso que se conoce es del año 452 d.C., sobre los muros del templo de Isis en File. Comparte mucho con la lengua copta posterior.
Griego (305–30 a.C.)
Fue el idioma de la corte tras la conquista de Alejandro, el dialecto koiné o «lengua común» era una variante del ático utilizada en el mundo helenístico, y que en Egipto convivió con el copto.
Copto (siglo III–siglo VII d.C.)
Está testimoniado alrededor del siglo III, y aparece escrita con signos jeroglíficos, o en los alfabetos hierático y demótico. El alfabeto copto es una versión ligeramente modificada del alfabeto griego, con algunas letras propias demóticas utilizadas para representar varios sonidos no existentes en el griego. Como lengua cotidiana tuvo su apogeo entre los siglos III y VI, y aún perdura como lengua litúrgica de la Iglesia Ortodoxa Copta.
Escritura
Los escribas constituían una élite social y estaban muy bien educados. Tasaban los impuestos, validaban testamentos, mantenían registros de la propiedad y eran, de facto, responsables de la administración del Estado. Durante años, la inscripción conocida más antigua era la Paleta de Narmer, encontrada durante unas excavaciones en Hieracómpolis (nombre antiguo de la actual Kom el-Ahmar) en 1890, y fue datada en el 3150 a.C. Hallazgos arqueológicos recientes revelan que los símbolos grabados en la cerámica de Gerzeh, del año 3250 a.C., se asemejan al jeroglífico tradicional. En 1998 un equipo arqueológico alemán bajo el mando de Günter Dreyer, que excavaba la tumba U-j en la necrópolis de Umm el-Qaab de Abidos, y que perteneció a un rey del remotísimo período Predinástico, recuperó trescientos rótulos de arcilla inscritos con jeroglíficos y fechados en el período de Naqada III-a, en el siglo XXXIII a.C. Según otras investigaciones, la escritura egipcia apareció hacia el 3000 a.C. con la unificación de los Reinos del Alto y el Bajo Egipto. Durante largo tiempo solo estuvo compuesta por unos mil signos, los jeroglíficos, que representaban personas, animales, plantas, objetos estilizados, etcétera. Su número no llegó a alcanzar varios miles hasta el período tardío. Los egiptólogos definen al sistema egipcio como jeroglífico, y se considera como la escritura más antigua del mundo. La denominación proviene del griego «hieros» (sagrado) y «glypho» (esculpir, grabar). Era en parte silábica, en parte ideográfica. La hierática fue una forma cursiva de los jeroglíficos y comenzó a utilizarse durante la primera Dinastía (hacia 2925–2775 a.C.). El término demótico, en el contexto egipcio, se refiere a la escritura y a la lengua que evolucionó durante el período tardío, es decir desde la XXV Dinastía Nubia, hasta que fue desplazada en la corte por el koiné griego en las últimas centurias a.C. Después de la conquista por Amr ibn al-As en el año 640, el idioma egipcio perduró en la lengua copta durante toda la Edad Media.
Alrededor del 2700 a.C., se comenzaron a usar pictogramas para representar sonidos consonantes. Sobre el 2000 a.C., se usaban 26 para representar los 24 sonidos consonantes principales. El más antiguo alfabeto conocido (hacia 1800 a.C.) es un sistema abyad derivado de esos signos, igual que otros jeroglíficos egipcios. La escritura jeroglífica finalmente cayó en desuso como escritura de los cortesanos alrededor del siglo IV a.C. bajo los ptolomeos, sustituida por el griego, aunque perduró en los templos del Alto Egipto custodiados por el clero tradicional. Cleopatra VII fue el único gobernante ptolemaico que dominó el idioma egipcio antiguo. Las tentativas de los europeos para descifrarlo comenzaron en el siglo XV, aunque hubo tentativas anteriores de eruditos árabes.
Religión
La religión egipcia, plasmada en la mitología, es un conjunto de creencias que impregnaban toda la vida egipcia, desde la época predinástica hasta la llegada del cristianismo y el islam. Eran dirigidos por sacerdotes, y el uso de la magia y los hechizos son dudosos. El templo era un lugar sagrado en donde solamente se admitía a los sacerdotes, aunque en las celebraciones importantes el pueblo era admitido en el patio. La existencia de momias y pirámides fuera de Egipto indica que las creencias y los valores de las culturas prehistóricas se transmitieron de una u otra forma por la Ruta de la Seda. Los contactos de Egipto con extranjeros incluyeron Nubia y Punt al sur, el Egeo y Grecia al norte, el Líbano y otras regiones del Cercano Oriente y Libia, incluso España, al oeste. La naturaleza religiosa de la civilización egipcia influenció su contribución a las artes. Muchas de las grandes obras del Egipto antiguo representan dioses, diosas y faraones considerados divinos. El arte está caracterizado por la idea del orden y la simetría. Aunque el análisis del cabello de momias del Imperio Medio ha revelado evidencias de una dieta estable, las momias cuya datación se acerca al 3200 a.C. muestran señales de anemia y desórdenes hemolíticos, síntomas del envenenamiento por metales pesados. Los compuestos de cobre, plomo, mercurio y arsénico que fueron utilizados en pigmentos, tintes y maquillaje de la época pudieron haber causado el envenenamiento, especialmente entre la clase acomodada consumidora de estos productos cosméticos.
Vida después de la muerte
Los antiguos egipcios creían en la vida de ultratumba, y se preparaban para ella siguiendo unas normas detalladas en el Libro de los Muertos y encargando su tumba los que podían permitérselo. Creían que después de la muerte el ka (doble en forma de espíritu) se dividía en ba (alma) y akh (espíritu). El ba vivía en la tumba del difunto y era libre de ir y venir a voluntad. El akh se dirigía directamente al inframundo. Luego seguía su juicio. El gran dios del inframundo Osiris se encargaba de juzgar el espíritu del difunto. Anubis colocaba el corazón del difunto en un lado de su balanza y Maat, la diosa de la Verdad y la Justicia, ponía su pluma de la verdad en el otro lado. Si el corazón y la pluma pesaban lo mismo, el akh (espíritu) se iba al gran reino en donde los buenos espíritus se mezclaban con los dioses en una vida de paz y armonía. Si no era así, el difunto sufriría una eternidad de castigo. Además los egipcios creían que todo difunto debía tener una casa en su otra vida, era por esto que construían elaboradas tumbas. El gran temor de los egipcios (además del juicio de sus almas) era que alguien saqueara su tumba y perturbara la paz de su espíritu. Si su tumba era saqueada o su cadáver destruido, el ba se quedaba sin hogar y tanto éste como el akh experimentaban una segunda muerte mucho peor. A veces se colocaban estatuas del difunto en las tumbas para que si el ba se quedaba sin hogar, permaneciera en la estatua y evitara la segunda muerte. Antiguamente solamente los faraones tenían derecho a participar en la vida futura, pero al llegar el Imperio Nuevo todos los egipcios esperaban vivir en el Más Allá y preparaban, de acuerdo con sus posibilidades económicas, la tumba y su cuerpo; a los cadáveres se les extraían los órganos, que eran depositados en los vasos canopes, y después cubrían el cuerpo con resinas para preservarlo, envolviéndolo con lino. En la cámara funeraria se depositaban alimentos y pertenencias del fallecido, para su uso en la otra vida.
El embalsamamiento según Heródoto
El historiador griego del siglo V a.C., en su Historia, Libro II, Euterpe, describe el modo de embalsamamiento practicado por los egipcios:
«LXXXVI. Allí tienen oficiales especialmente destinados a ejercer el arte de embalsamar, los cuales, apenas es llevado a su casa algún cadáver, presentan desde luego a los conductores unas figuras de madera, modelos de su arte, las cuales con sus colores remedan al vivo un cadáver embalsamado. La más primorosa de estas figuras, dicen ellos mismos, es la de un sujeto cuyo nombre no me atrevo ni juzgo lícito publicar. Enseñan después otra figura inferior en mérito y menos costosa, y por fin otra tercera más barata y ordinaria, preguntando de qué modo y conforme a qué modelo desean se les adobe el muerto; y después de entrar en ajuste y cerrado el contrato, se retiran los conductores. Entonces, quedando a solas los artesanos en su oficina, ejecutan en esta forma el adobo de primera clase. Empiezan metiendo por las narices del difunto unos hierros encorvados, y después de sacarle con ellos los sesos, introducen allá sus drogas e ingredientes. Abiertos después los ijares con piedra de Etiopía aguda y cortante, sacan por ellos los intestinos, y purgado el vientre, lo lavan con vino de palma y después con aromas molidos, llenándolo luego de finísima mirra, de casia, y de variedad de aromas, de los cuales exceptúan el incienso, y cosen últimamente la abertura. Después de estos preparativos adoban secretamente el cadáver con nitro durante setenta días, único plazo que se concede para guardarle oculto, luego se le faja, bien lavado, con ciertas vendas cortadas de una pieza de finísimo lino, untándole al mismo tiempo con aquella goma de que se sirven comúnmente los egipcios en vez de cola. Vuelven entonces los parientes a por el muerto, toman su momia, y la encierran en un nicho o caja de madera, cuya parte exterior tiene la forma y apariencia de un cuerpo humano, y así guardada la depositan en un aposentillo, colocándola en pie y arrimada a la pared. He aquí el modo más exquisito de embalsamar los muertos.
»LXXXVII. Otra es la forma con que preparan el cadáver los que, contentos con la medianía, no gustan de tanto lujo y primor en este punto. Sin abrirle las entrañas ni extraerle los intestinos, por medio de unos clisteres llenos de aceite de cedro, se lo introducen por el orificio, hasta llenar el vientre con este licor, cuidando que no se derrame después y que no vuelva a salir. Adóbanle durante los días acostumbrados, y en el último sacan del vientre el aceite antes introducido, cuya fuerza es tanta, que arrastra consigo en su salida tripas, intestinos y entrañas ya líquidas y derretidas. Consumida al mismo tiempo la carne por el nitro de afuera, solo resta del cadáver la piel y los huesos; y sin cuidarse de más, se restituye la momia a los parientes.
»LXXXVIII. El tercer método de adobo, de que suelen echar mano los que tienen menos recursos, se deduce a limpiar las tripas del muerto a fuerza de lavativas, y adobar el cadáver durante los setenta días prefijados, restituyéndole después al que lo trajo para que lo vuelva a su casa.
»LXXXIX. En cuanto a las matronas de los nobles del país y a las mujeres bien parecidas, se toma la precaución de no entregarlas luego de muertas para embalsamar, sino que se difiere hasta el tercero o cuarto día después de su fallecimiento. El motivo de esta dilación no es otro que el de impedir que los embalsamadores abusen criminalmente de la belleza de las difuntas, como se experimentó, a lo que dicen, en uno de esos inhumanos, que se llegó a una de las recién muertas, según se supo por la delación de un compañero de oficio».
Evolución de las creencias de ultratumba
Los faraones de las primeras Dinastías fueron considerados inmortales y eran los únicos seres que podrían seguir viviendo en el Más Allá. Posteriormente, los nobles y los altos jerarcas se consideraron merecedores de disfrutar de la vida eterna, adoptando también rituales similares de momificación y enterramiento, extendiéndose esta facultad a la mayoría de la población con el paso de los siglos, al evolucionar los sistemas de creencias religiosas. En la Biblia, se menciona que tanto el patriarca Jacob como su hijo el visir José fueron embalsamados tras sus respectivos fallecimientos (Génesis 50:2,3,26) aunque los hebreos no llevaban a cabo dicha práctica funeraria. También fueron embalsamadas otras criaturas que se consideraban encarnaciones vivientes de los dioses o sus manifestaciones. Se han encontrado momificados toros, ibis, cocodrilos, gatos, babuinos, serpientes, percas del Nilo, etcétera. Éstos disponían, en algunas poblaciones, de necrópolis o complejos funerarios específicos, como el Serapeum de Saqqara.
Logros tecnológicos
Los logros del Antiguo Egipto están bien documentados, así como su civilización que alcanzó un nivel muy alto de sofisticación. El arte y la ingeniería estaban presentes en las construcciones para determinar exactamente la posición de cada punto y las distancias entre ellos (topografía). El mortero fue inventado por los egipcios. Estos conocimientos fueron utilizados para orientar exactamente las bases de las pirámides, así como para otras obras: los canales para riego construidos para el aprovechamiento del lago de El-Fayum, que convirtieron la zona en el principal productor de grano del mundo antiguo. Hay evidencias de que faraones de la XII Dinastía usaron el lago natural de El Fayum como depósito para regular y almacenar el exceso de agua, y para su uso durante las estaciones secas.
A partir de la I Dinastía, o antes, los egipcios explotaron las minas de turquesas de la península del Sinaí. La evidencia más temprana (hacia 1600 a.C.) del empirismo tradicional se acredita a Egipto, según lo evidenciado por los Papiros de Edwin Smith y de Ebers, así como el sistema decimal y las fórmulas matemáticas complejas, usadas en el Papiro de Moscú y el de Ahmes. Los orígenes del método científico también se remontan a los egipcios. Conocían el número áureo, reflejado en numerosas construcciones, aunque también puede ser la consecuencia de un sentido intuitivo de la proporción y la armonía.
La fabricación del vidrio se desarrolló extraordinariamente, como evidencian los numerosos objetos de uso cotidiano y de adorno descubiertos en las tumbas. Recientemente se han descubierto los restos de una fábrica de cristal. Sobre el 3500 a.C. los egipcios inventaron la navegación a vela, primera aplicación de una energía eólica a la locomoción.
Los hicsos
Con el término hicsos (o «gobernantes extranjeros» como los llamaron los egipcios) se designa a un grupo de pueblos de diversas etnias que procedentes del Próximo Oriente se hizo con el control del Bajo Egipto a mediados de siglo XVII a.C. Existen muchas teorías sobre el origen de los hicso. Los que escribieron acerca de ellos en la Antigüedad determinaron su origen muchas veces en función de sus prejuicios, sin pruebas concluyentes. Puede que todos tengan parte de razón y que el término hicsos se refiera a un conjunto heterogéneo de extranjeros llegados a Egipto provenientes de muchas regiones. Así se refiere a ellos Flavio Josefo:
«Durante el reinado de Tutimeos, la ira de Dios se abatió sobre nosotros; y de una extraña manera, desde las regiones hacia el Este una raza desconocida de invasores se puso en marcha contra nuestro país, seguro de la victoria. Habiendo derrotado a los regidores del país, quemaron despiadadamente nuestras ciudades. Finalmente eligieron como rey a uno de ellos, de nombre Salitis, el cual situó su capital en Menfis, exigiendo tributos al Alto y al Bajo Egipto...»
La continua inmigración de gentes procedentes de Canaán y Siria culminó con los invasores hicsos, que llegaron a Egipto hacia el siglo XVIII a.C., en una época de crisis interna, conquistando la ciudad de Avaris. Posteriormente tomaron Menfis y fundaron las Dinastías XV y XVI. Introdujeron en Egipto el caballo y el carro de combate. Desde mucho antes de esta época ya había una considerable presencia asiática y semítica en el delta del Nilo, originada por oleadas migratorias causadas por las hambrunas que periódicamente asolaban las tierras de Canaán y Siria.
Los egiptólogos calculan que la duración del dominio hicso en Egipto no fue de más de cien años, aunque hay quienes hablan de una ocupación de cuatro siglos, similar a la estadía de los hebreos en Egipto según la Biblia, por lo que sostienen que podría tratarse de los mismos individuos. La capital del reino estuvo situada en la ciudad de Avaris en el delta del Nilo, actual Tell el-Daba; sin embargo, no controlaron todo el territorio egipcio, pues varios nomos (distritos) del Sur no llegaron a estar totalmente bajo su control, entre ellos el de Tebas.
En los textos de los Epítomes de Manetón, los reyes hicsos aparecen como los monarcas de las Dinastías XV y XVI. En el Canon Real de Turín sus nombres estaban en los epígrafes X.14 a X.30, aunque desgraciadamente está muy dañada esta parte, faltan fragmentos y algunos textos son ilegibles. El más conocido, y con quien el reino hicso llegó a su apogeo, es Apofis I, que gobernó en el siglo XVI a.C., y del que se ha encontrado una hermosa jarra de alabastro con su nombre y titulatura en Almuñécar, en el sur de España.
La desaparición del Imperio Medio
La aparición de los hicsos plantea uno de los mayores dilemas de la historia egipcia. Su origen, significado y permanencia todavía son objeto de estudio e investigación. Si comenzó como una migración pacífica, se transformó con el tiempo en una conquista militar del territorio egipcio. Esta se logró por los avances tecnológicos que dieron a los invasores extranjeros ventajas tácticas que resultaron tan decisivas como la introducción del arco compuesto, la armadura de escamas de bronce, las, dagas y espadas curvas de bronce, la utilización del caballo y los carros de guerra, desconocidos por los egipcios, y el uso intensivo del bronce que dio a los hicsos una ventaja militar decisiva. La fuerza militar egipcia consistía esencialmente en infantería, armada con hachas, mazas, lanzas y escudos. Los egipcios, hasta entonces, eran un pueblo que se dedicaba esencialmente a la agricultura, donde se reunían huestes de forma extraordinaria durante lapsos de tiempo acotados. No existía hasta ese momento un ejército en forma permanente.
Los hicsos como florecientes mercaderes
Esta apreciación de los hicsos como florecientes mercaderes, aportada por estudiosos como Teresa Bedman, sostiene fundamentalmente que, tras un período de incertidumbre y desorganización durante la XIII Dinastía, Egipto sufrió una partición, estableciéndose dos reinos, uno en el Alto Egipto con capital en Tebas y otro en el Bajo Egipto con capital en Xois. De nuevo llegó la paz y prosperidad con la afluencia de varios pueblos que se confederaron, conformando nuevas Dinastías en el delta del Nilo (las Dinastías XV y XVI), aunque al tiempo sigue existiendo un reino independiente de gobernantes egipcios con capital en Tebas, en el Alto Egipto, pertenecientes a la XVII Dinastía. No se ha establecido un origen étnico único para los hicsos: tal vez fue una confederación de pueblos nómadas, hurritas e inmigrantes semitas procedentes de las regiones de Canaán y Siria, además de una etnia guerrera, probablemente procedente de Anatolia, que habría ejercido el liderazgo. También hay quien opina que los hicsos pudieron ser los precursores de los hititas, como los etruscos, samnitas y otros pueblos itálicos lo fueron de los romanos. En cualquier caso, durante este período los nuevos soberanos no interrumpieron las costumbres egipcias, y en muchos casos las tomaron como propias, copiándose en papiros textos que recogían antiguas tradiciones, y esto solo puede ocurrir en momentos de paz y florecimiento económico. Un fenómeno similar al que se produjo en Occidente cuando, tras las invasiones iniciales de los bárbaros —no siempre violentas—, éstos acabaron asimilando la cultura tardorromana.
No debería considerarse a los hicsos como un pueblo guerrero y devastador, aunque hubiera castas militares entre ellos. La mayoría eran comerciantes emigrados por el desplome de los mercados tradicionales de Biblos y Megiddo; su gran expansión territorial no se debió a una conquista militar, sino a razones comerciales, y su presencia en puntos tan alejados como Cnosos, Bogazkoy, Bagdad, Canaán, Gebelein, Kush y el sur de la península Ibérica, se debe a razones comerciales y económicas, no a la existencia de un gran imperio hicso.
El fin de los reyes hicsos
Al comienzo del siglo XVI a.C. la XVII Dinastía gobernaba en Tebas. Los miembros de esta familia, los reyes Senajtenra Ahmose, Seqenenra Taa, Kamose y Amosis I, llevaron a cabo la guerra patriótica que culminó en la expulsión de los hicsos del territorio egipcio. En esta tesitura las reinas (Tetisheri, Ahotep y Ahmés Nefertari) también tuvieron un papel importante reclutando tropas, consiguiendo recursos y como consejeras. La guerra debió ser larga y sangrienta, y varios de estos príncipes tebanos (Seqenenra Taa con seguridad, y probablemente Kamose) murieron a consecuencia de las heridas recibidas en combate. Finalmente, Amosis I logró tomar la capital, Avaris, y expulsar a los hicsos de Egipto hacia el año 1550 a.C. Ahmose prosiguió la lucha entrando en territorio asiático, lo que le convierte en fundador del Imperio Nuevo de Egipto. Por esta gesta mereció que se le considerara el iniciador de la XVIII Dinastía, la más brillante de la historia egipcia, aunque no hubo ruptura de linaje con la Dinastía XVII.




[1] Abidos, en griego Abydos, era una antigua población de la costa asiática de los Dardanelos. El rey persa Jerjes la ocupó en 480 a.C. para iniciar la invasión de Grecia. Filipo de Macedonia la tomó en 200 a.C., aunque por poco tiempo. Diez años después (190 a.C.) los romanos la ocuparon. La ciudad mantuvo su importancia hasta los primeros siglos del Imperio Bizantino.





[i] La primera narración que relata una expedición al País de Punt se remonta al 2500 a.C. y fue enviada por el faraón Sahura, de la V Dinastía, para traer maderas preciosas, mirra, oro y plata, monos y enanos. También Pepi II, rey de la VI Dinastía, envió un barco al País de Punt; «un lugar situado en la costa asiática del mar Rojo», según las informaciones de la época. Mentuhotep III, de la XI Dinastía envió otra expedición que quedó registrada en las inscripciones grabadas en las rocas del valle de Uadi Hammamat. Pero, sin duda, la expedición más célebre fue la que organizó en el siglo XV a.C. la gran reina Hatsepsut, de la XVIII Dinastía, acontecimiento que está grabado en su templo en Deir el-Baharí, aunque tampoco aporta datos que permitan establecer de forma concluyente la ubicación geográfica, siquiera aproximada, del mítico País de Punt. La mayoría de los estudiosos especulan situándolo en algún punto de las costas de Somalia, Eritrea o Etiopía en África, o bien en el litoral de Yemen bañado por el mar Rojo, al sur de la península Arábiga. Algo parecido sucede con el no menos mítico Reino de Saba que es mencionando en el Antiguo Testamento y en el Corán como un reino muy rico, conocido a través de Makeda, la célebre reina de Saba, que habría visitado al sabio rey Salomón. La extensión real de este Reino es desconocida. Hay hipótesis que señalan que se encontraba al sur de la península Arábiga (actual Yemen), una ubicación similar a la del País de Punt. También es posible que este legendario Reino se haya confundido con el de Aksum que se encontraba en la actual Etiopía y que fue muy próspero y conocido en la Antigüedad.

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