Al mismo tiempo que florecían
las culturas mesopotámicas y las del valle del Indo, se desarrollaron en el valle
del Nilo brillantes civilizaciones durante un larguísimo período que abarca más
de 3000 años. Esta prolongada historia de Egipto se ha divido en Imperio
Antiguo, Imperio Medio e Imperio Nuevo. En esta última etapa Egipto alcanzó un
gran poderío y sus reyes (faraones) tuvieron que sostener costosas campañas
militares con sus vecinos de Asia Menor y Siria, especialmente con los
belicosos hititas procedentes de la península de Anatolia. Entre estos faraones
guerreros y conquistadores destacan Tutmés o Tutmosis III y Ramsés II. También
hay que destacar a la gran reina Hatsepsut de la XVIII Dinastía. Madre de
Tutmés III, vivió en la primera mitad del siglo XV a.C. y gobernó con el nombre
de Maatkara Hatsepsut, y llegó a ser la mujer que más tiempo estuvo en el trono
de las Dos Tierras, como también se conocía al País del Nilo.
La unificación de Egipto fue obra
de sus reyes. A éstos se les llamaba faraones, lo que venía a significar la
gran casa. El faraón era un rey-sacerdote al uso. Además de ser el monarca
absoluto e indiscutido, era el Sumo Sacerdote o máxima autoridad religiosa, y
se le consideraba una encarnación de la divinidad. Como tal era un dios vivo en
la tierra y gracias a su fuerza sobrenatural los egipcios podían vivir en paz y
cultivar sus campos. El faraón era también el comandante en jefe del Ejército y
de la Administración. La corte del faraón estaba compuesta por muchos altos
funcionarios (ministros) que dirigían la vida cotidiana del País a través de
gobernantes locales (visires).
La religión fue un factor
fundamental de la cultura egipcia y no es fácil de comprender. Se trataba de
una religión politeísta, pero con tendencia al monoteísmo ya que cada nomo
tenía un dios al que rendía culto principalmente, y luego rendía culto a los
demás de manera complementaria. Estas divinidades se representaban como figuras
humanas con algunos símbolos, aunque luego algunos se sincretizaron. Unas veces
las deidades tenían cabeza de animal y otras solo se representan con apariencia
de animales. Había dos tipos de dioses: los locales y los cósmicos. Los dioses locales eran los
particulares de cada ciudad o región (por ejemplo, el dios de Menfis era Ptah,
y Amón fue originariamente el dios protector de Tebas). La lista de dioses
cósmicos es mucho más amplia, pues eran comunes en todo el país. Entre éstos
cabe destacar una tríada que va a ser muy importante desde un principio: Geb,
dios de la Tierra; Nut, diosa del Cielo; y Ra, dios del Sol. Además de los
dioses propiamente dichos había muchos semidioses. También animales sagrados
—que no divinos—, a los que se trataba con mucho respeto y que se momificaban
al morir. Las principales divinidades egipcias eran las siguientes:
Ra era el dios solar, y a
veces se le relacionaba con otros dioses importantes, como Horus o Amón. Hubo
un tiempo en que los cultos de Amón, dios del Cielo, y el del dios solar Ra se
fusionaron dando paso al complejo culto de Amón-Ra. Originariamente Amón era el
dios tutelar de Tebas. Los egipcios del Imperio Nuevo sentían gran devoción por
él y le consideraban creador del mundo y dispensador de bienes. Su culto se vio
amenazado por la reforma monoteísta del faraón Akenatón que intento erradicar
el culto a Amón en favor del también dios solar Atón, originario de la ciudad
norteña de On-Heliópolis (ciudad del Sol) mencionada en la Biblia. También es
posible que el culto de Atón hubiese sido introducido en Egipto algunos siglos
antes cuando los hicsos y otros pueblos semíticos invadieron el país y muchos
de ellos se instalaron en la zona del Delta.
Osiris es otro de los dioses
importantes y circulaban numerosas leyendas acerca de él, en especial
relacionadas con su dramática muerte y posterior resurrección. Osiris era el
primogénito de Geb, dios de la Tierra y Nut, diosa del Cielo. Osiris sería el
dios de la Luz que sale por la mañana, brilla durante el día y por la noche es
asesinado por el malvado Seth, que por ser el primogénito esperaba heredar la
Tierra. Es obvio que algunas de las atribuciones de Osiris se solapaban con las
de Ra, el dios solar por excelencia.
Isis recorre la tierra
llorando la muerte de su esposo y al amanecer aparece Horus, el dios-halcón,
lamentando la muerte de su padre Osiris de manera tan vehemente que consigue
que resucite, pero a partir de entonces no reinará en la tierra de los vivos,
sino en el inframundo habitado por los difuntos. Y va a reinar en el país de
Occidente, que en muchas culturas se identifica con la tierra de los muertos,
dado que el Sol se pone por el oeste. A partir de entonces se le va a
representar fajado y vendado, y con los brazos cruzados sobre el pecho y los
atributos de faraón en sus manos. En su cabeza una corona o casquete muy alto
de forma cónica rematado por dos grandes plumas. También luce una barba
puntiaguda y la cara presenta un inquietante color verdoso que recuerda el de
la carne putrefacta.
Anubis es el dios de los
muertos y conduce las almas de los difuntos al Más Allá. También preside las
ceremonias de momificación. Se le suele representar con cuerpo humano y cabeza
de chacal, o como un chacal. Horus también era una deidad solar venerada en
regiones concretas de Egipto. Se le solía representar con cuerpo humano y
cabeza de halcón.
Seth era del dios de las
tinieblas. Su figura resulta un tanto confusa dado que a veces se le representa
como dios de las tinieblas del inframundo, el mundo de las sombras, y otras
veces como una deidad maligna al uso del diablo en el cristianismo medieval. Se
le representaba vestido de guerrero y en el rostro sobresalía una especie de
hocico curvo y unas orejas largas y puntiagudas que recuerdan a las de los zorros
y otras alimañas.
Toth era el dios protector de
la Ciencia y la Medicina, especialmente valorada en el Antiguo Egipto. Toth era
el dios tutelar de la Casa de la Vida donde se formaban los cirujanos y médicos
egipcios en las distintas especialidades. También se le atribuía a este dios
benefactor la invención de la escritura de jeroglíficos y la creación de un
calendario con el que «se puso orden al tiempo». A Toth se le solía representar
como un hombre con una diminuta cabeza de ibis.
Hathor, diosa del amor y de
los placeres sensuales —especialmente de los relacionados con el sexo—, era una
de las deidades más veneradas, sobre todo por las mujeres, pues también se le
atribuían poderes que facilitaban la fertilidad. Era la esposa de Horus y se la
representaba como una mujer con cabeza de vaca y cuernos en forma de lirios, y,
a veces, con un disco solar por encima de la cabeza o entre los cuernos (¿fue
la figura que inspiró el bíblico Becerro de Oro?). A veces también llevaba el
disco solar en la boca.
El culto tardío de Serapis
Serapis era una deidad
sincrética grecoegipcia a la que Ptolomeo I declaró protectora de Alejandría y
dios tutelar de Egipto y Grecia con el propósito de vincular culturalmente a
los dos pueblos. Según un texto de Tácito (†120 d.C.), Serapis fue el dios de
la cercana población de Racotis antes de que formara parte de la gran capital
de Alejandría; pero es improbable que antes de eso se construyeran grandes templos
dedicados a Serapis, excepto el Serapeum de Saqqara. A finales del siglo IV
d.C. el Serapeum de Alejandría era un templo notable y parece ser que también
albergaba una voluminosa biblioteca.
Alejandro de Macedonia había
potenciado el culto tardío de Amón, pero éste gozaba de escaso afecto entre
muchos egipcios, pues era el dios tutelar de Kush y de los tebanos, que eran
antagonistas del Delta, más pluricultural y multiétnico. En una palabra, menos
egipcio en el sentido tradicional. Por otra parte, Osiris, Isis y Horus eran
venerados y populares en todas partes. Y mientras Ptah, el artesano, dios de la
gran capital nativa de Egipto, no resultaba atractivo, el buey Apis,
considerado una encarnación de Ptah, había relegado al propio Ptah. La
combinación de Osiris y el buey Apis, representado por la imagen de Apis
muerto, aunaba todos los elementos de una sabia elección política para el
carácter de la nueva divinidad, cuya imagen representaba a un dios del
inframundo con características de fertilidad.
La más antigua mención de
Serapis se encuentra en la narración de la muerte de Alejandro acaecida en el
323 a.C., y fue tomada de los diarios reales (Arriano, Anábasis, VII. 26).
Según ella, Serapis tiene un templo en Babilonia y es de tal importancia que solo
lo nombra a él al ser consultado por el rey agonizante. Alteraría considerablemente
nuestra concepción de Apis muerto si descubriéramos que un santuario portátil
de la divinidad acompañó a Alejandro Magno en su expedición, o hubiese sido
preparado ex profeso para él en Babilonia. Por otra parte, el principal dios de
Babilonia era Baal-Marduk y es difícil imaginar que hubiera sido asimilado a
Serapis en esta ocasión. Sin embargo, se sabe que Ea, llamado también Sarapsi,
el dios del océano profundo, del aprendizaje y de la magia, contaba con un
templo en la ciudad. Parece poco probable que este Sarapsi-Serapis se adoptara
en Sinope y de esta ciudad se tomara como origen del dios egipcio, en
Alejandría de Egipto; pero independientemente de si el nombre egipcio de
Serapis proviene realmente del Sarapsi babilónico, la importancia que éste tuvo
en los últimos días de Alejandro podría haber determinado la elección del dios egipcio
sincretizado Osiris-Apis para aportar el nombre y algunas de las principales
características al dios de la nueva ciudad de Alejandría fundada por el gran
conquistador.
Muerto Alejandro Magno, sus
generales (diadocos) se repartieron el imperio y a Ptolomeo le tocó el gobierno
de Egipto. La intención de Ptolomeo consistía, probablemente, en hallar una
deidad que se ganara por igual el respeto y veneración de los helenos —de
diversos orígenes raciales, pero educados en una cultura común— y de los
egipcios, intensamente tradicionalistas, cuyos sacerdotes habían repudiado a
las precedentes dinastías extranjeras reinantes en Egipto, provocando fuertes
resistencias. Es poco probable que los griegos hubiesen aceptado una divinidad
zoocéfala, al modo egipcio, mientras que los egipcios estarían más dispuestos a
aceptar cualquier aspecto para este dios. Se eligió, pues, un icono típico
griego, que fue proclamado el equivalente antropomorfo de una muy venerada
divinidad egipcia, el buey Apis, asimilado a Osiris, dios del inframundo. La
figura griega probablemente tendría escasa influencia sobre las ideas
religiosas de los egipcios, pero quizás sirviera como útil lazo entre las dos religiones.
De este modo, Serapis es un caso ejemplar de divinidad sincrética en la que
prácticas cultuales de distinto origen se sintetizan en una nueva imagen. Si
bien el concepto de sincretismo fue descrito por primera vez en el siglo XVII, la
práctica sincrética debe de haber sido habitual en la religión griega de la
época helenística. Los griegos reconocían desde antaño al oráculo de Amón en
Shiwa como una manifestación de Zeus. Los cultos sincréticos grecorromanos de
la divinidad persa Mitra y de la egipcia Isis están ampliamente documentados.
Por otra parte, tanto griegos como romanos fueron bastante tolerantes con los
cultos religiosos extranjeros.
Debemos tener muy presente que
todas estas deidades, así como sus cultos, variaron a lo largo de la dilatada
historia del Egipto Antiguo. Uno de los cultos antiguos que logró sobrevivir
incluso un par de siglos al cristianismo impuesto por Roma en el siglo IV, fue
el de Isis, prohibido definitivamente por el emperador bizantino Justiniano en
el siglo VI. Isis era la esposa de Osiris. Se la solía representar en las
esculturas como una mujer con una silla en la cabeza, y la silla era su
pictograma en los jeroglíficos. El culto de Isis llegó a tener mucha aceptación
incluso entre las damas patricias tras la anexión de Egipto al Imperio Romano.
Sus devotas eran especialmente mujeres ya que la diosa estaba muy relacionada
con asuntos que interesaban a las mujeres, sobre todo los relacionados con la
fertilidad, el matrimonio, etcétera.
Maat era la diosa de la justicia
y se la representaba como una mujer con una pluma de avestruz sobre la cabeza
(la pluma es su pictograma en los jeroglíficos). Neftis, ayudante de Isis y
Osiris en el juicio final. Es la esposa de Seth. Se la representa como una
mujer con cabeza de gato o un gato. Selkis era la diosa castigadora de los
crímenes. Estaba relacionada con el mundo del Más Allá y la representaba la
figura de una mujer con cabeza de escorpión o simplemente como un escorpión.
Todas estas divinidades, que
son muy pocas en relación con todas las que había, se mantienen hasta la época
romana en que empiezan a desaparecer o se empiezan a refundir con dioses
grecorromanos (los dioses siguen siendo los mismos, pero desaparecen las
representaciones o se convierten en figuras humanas o de animales simplemente
[desaparecen figuras humanas con cabeza animal, etcétera]). La religión egipcia
sobrevivirá durante la época romana hasta el Edicto de Tesalónica del año 380
declarando el cristianismo como única religión del Imperio Romano y proscribiendo
a todas las demás. Estos antiguos dioses estaban fuertemente asociados a la
creencia en la vida de ultratumba, lo que explica el sofisticado culto a los
muertos, que se daba en toda la sociedad egipcia. Estas tradiciones
probablemente se originaron en tiempos prehistóricos.
La momificación
Además del cuerpo (elemento
material) había otro elemento espiritual; el Ba, que se simboliza bajo el
aspecto de un pájaro con cabeza humana y está representado en pinturas en el
interior de las tumbas, a veces volando y a veces estático. El Ba es el
principio, el soplo vital del hombre, su energía. Sale del cuerpo al morir,
vuela al cielo hasta el doble del cuerpo del que se ha separado, el Ka, el
soporte vital. El Ba no muere nunca, no se descompone y necesita para ser feliz
en el Más Allá rodearse de todo lo que ha tenido en vida (representaciones de
la vida mortal y objetos encontrados en las tumbas). Todo lo anterior nos lleva
a la momificación. El desierto puede asegurar al hombre la momificación porque
seca el cuerpo evitando su descomposición, pero según avanza el tiempo los
cuerpos se empiezan a momificar para conseguir una mejor conservación y esta
momificación lleva a una serie de ritos muy complejos. La momificación se
convierte en todo un arte que se realiza en la Casa de la Muerte a las que
llevan los difuntos. Se necesitan una serie de ungüentos que a veces se
encontraban en Egipto, pero otras veces no, por lo que eran muy costosos. Las
técnicas se van perfeccionando según se va desarrollando el comercio y están
plenamente conseguidas en los Imperios Medio y Nuevo.
El Juicio a los muertos
En este juicio se pesan las
obras de un hombre para saber si es digno de ir al reino de Anubis. El muerto
tiene que declarar, siempre con un sentido negativo (no maté, no robé…), y su
declaración será puesta por escrito, así como el resultado del peso del alma,
por el Dios de la sabiduría, Toth. El que lo fiscaliza todo es Anubis. Este
juicio tiene una importancia muy grande ya que es algo inédito en las culturas
de la Antigüedad y no volverá a darse nada parecido hasta el cristianismo, que
usurpará mucha de la simbología que utilizaban los egipcios. El Juicio a los
muertos se representa siempre de la misma manera: está presidido por Osiris,
que está sentado bajo un baldaquino y es asistido por Isis y Neftis. Los tres
dioses están rodeados por 42 asesores, los dioses de los distintos nomos. En
uno de los lados aparece el difunto conducido de la mano por Anubis, «el
conductor de almas». Llegan al centro de la escena donde hay una balanza; en un
platillo se encuentra el corazón del difunto y en el otro una pluma (símbolo de
la diosa Maat). Si los platillos quedan en equilibrio, el difunto es exculpado
y avanza hacia Osiris acompañado por Horus, alcanzando la inmortalidad. Si los
platillos no quedan en equilibrio el difunto debe ir hacia el Devorador (una
criatura espantosa; híbrido de cocodrilo e hipopótamo).
El Libro de los Muertos
Todos estos ritos funerarios
están recogidos en El Libro de los Muertos, que es el principal representante
de la literatura funeraria, muy importante y extensa en Egipto. Otros ejemplos
de esta literatura son El Libro de la Noche, El libro de las cavernas,
etcétera, pero sin duda el Libro de los Muertos es el más importante. De él se
hicieron numerosas copias, algunas de las cuales se han conservado hasta
nuestros días. Se trata de un compendio de textos y fórmulas mágicas mediante
las cuales los muertos pueden pasar sin dificultades el camino hasta el Más
Allá. En él estaban descritos todos los ritos que debían seguirse cuando moría
una persona. Muchas de las partes se conocían ya en el Imperio Antiguo, pero no
estuvo completado hasta el Imperio Nuevo. Uno de los capítulos más importantes
es aquél en el que se recogen los pecados que debe evitar el hombre para que la
balanza no se desequilibre en el Juicio a los muertos. Tiene un carácter muy
pragmático. Muchos fragmentos del libro eran escritos en las vendas con las que
se envolvían los cadáveres y en los sarcófagos para que el muerto tuviera más
facilidades en su camino al Más Allá.
Ramsés II y la batalla de
Kadesh
El País de Hatti fue un reino
de la Antigüedad situado en Anatolia Central que se desarrolló entre los siglos
XVII y XII a.C. y cuya capital fue Hattusa. Los hititas, también llamados
hetitas o heteos, eran un pueblo de origen indoeuropeo. Hablaban una lengua que
escribían en tablillas de arcilla mediante jeroglíficos o caracteres
cuneiformes tomados de Asiria. Gracias a su superioridad militar y a su gran
habilidad diplomática, los hititas sometieron a numerosas ciudades-estado de
Siria y del vecino país de Mitanni creando un poderoso imperio que aglutinaba culturas
muy distintas. Los hititas llegaron a ser la tercera potencia militar en Próximo
Oriente, junto con Babilonia y Egipto. Perfeccionaron el carro de combate y lo
emplearon con gran éxito. Se les atribuye una de las primeras utilizaciones del
hierro para elaborar armas y objetos de lujo. Tras su declive, cayeron en el
olvido hasta que fueron redescubiertos en el siglo XIX.
La plaza fuerte de Kadesh o
Qadesh, se hallaba en el país de Canaán a orillas del río Orontes en lo que hoy
es territorio sirio, y es famosa por la legendaria batalla que enfrentó a
hititas y egipcios. Las primeras referencias documentales sobre Kadesh nos muestran
a una ciudad que, aliada con Mitanni, encabezó junto a Megiddo una coalición
contra el avance del faraón egipcio Tutmosis III (siglo XV a.C.). Al ser
derrotada en la batalla de Megiddo, esta coalición tuvo que rendirse, y Kadesh
pasó a ser vasalla de Egipto, convirtiéndose pronto en una de las principales plazas
egipcias en Siria. Casi un siglo después, el rey hitita Suppiluliuma I (segunda
mitad del siglo XIV a.C.), lanzó una exitosa campaña militar contra el
debilitado reino de Mitanni, tras la que se vio arrastrado a una guerra con
Egipto para dirimir la supremacía en los territorios de Canaán y Siria.
En el transcurso de las
primeras escaramuzas, Suppiluliuma instaló a un rey en Kadesh como vasallo
suyo. Este hecho motivó una guerra con Egipto, que alcanzaría su punto
culminante cincuenta años después (hacia el 1275 a.C.) cuando el rey hitita
Muwatalli II se enfrentó al faraón Ramsés II que intentaba apoderarse de la
ciudad fortificada. El resultado de la que debía ser la decisiva batalla de Kadesh
es incierto, pero la plaza permaneció bajo control hitita.
Los orígenes del Antiguo Egipto
Fue ésta una civilización que
surgió al agruparse los asentamientos situados en las riberas del cauce medio y
bajo del río Nilo. Tuvo tres épocas de esplendor en los períodos denominados
por los historiadores Imperio Antiguo, Imperio Medio e Imperio Nuevo. Alcanzaba
desde el delta del Nilo, en el norte, hasta la isla Elefantina (la actual
Asuán, junto a la primera catarata del Nilo, en el sur), llegando a tener
influencia desde el Éufrates hasta Gebel-Barkal, en la cuarta catarata del
Nilo, en las épocas de máxima expansión. Su territorio también abarcó, en
distintos períodos, el desierto oriental y la línea costera del mar Rojo, la
península del Sinaí y un gran territorio occidental que dominaba los dispersos
oasis. Históricamente, fue dividido en Alto y Bajo Egipto, al sur y al norte,
respectivamente.
La civilización egipcia se
desarrolló a lo largo de más de 3000 años. Comenzó con la unificación de varias
ciudades del valle del Nilo, alrededor del 3150 a.C., y se da convencionalmente
por terminado en el 30 a.C., cuando el Imperio Romano conquistó y absorbió el
Egipto ptolemaico, que desaparece definitivamente como Estado independiente.
Este acontecimiento no representó el primer período de dominación extranjera,
pero fue el que condujo a una transformación gradual en la vida política y
religiosa del valle del Nilo, marcando el final del desarrollo autónomo de su
cultura. Su identidad cultural había comenzado a diluirse paulatinamente tras
las conquistas de los reyes de Babilonia (siglo VI a.C.) y Macedonia (siglo IV
a.C.), desapareciendo los últimos vestigios de su religión milenaria con la irrupción
del cristianismo, en la época de Justiniano I, cuando en 535 fue prohibido el
culto a la diosa Isis, en el templo de File.
Egipto tiene una combinación
única de características geográficas, situada en el África nororiental y
confinada por Libia, Sudán, el mar Rojo y el mar Mediterráneo. El Nilo fue la
clave para el éxito de la civilización egipcia, ya que éste permitía el
aprovechamiento de los recursos y ofrecía una significativa ventaja sobre otros
oponentes: el légamo fértil depositado a lo largo de los bancos del Nilo tras
las inundaciones anuales significó para los egipcios el practicar una forma de
agricultura menos laboriosa que en otras zonas, liberando a la población para
dedicar más tiempo y recursos al desarrollo cultural, tecnológico y artístico.
La vida se ordenaba en torno
al desarrollo de un sistema de escritura y de una literatura independientes,
así como en un cuidadoso control estatal sobre los recursos naturales y
humanos, caracterizado sobre todo por la irrigación de la fértil cuenca del
Nilo y la explotación minera del valle y de las regiones desérticas
circundantes, la organización de proyectos colectivos como las grandes obras
públicas, el comercio con las regiones vecinas de África del este y central y
con las del Mediterráneo oriental y, finalmente, por un poderío militar capaz
de derrotar a cualquier enemigo, y que mantuvieron una hegemonía política y la
dominación territorial de civilizaciones vecinas en diversos períodos. La
motivación y la organización de estas actividades estaba encomendada a una
burocracia de la élite sociopolítica y económica, los escribas, bajo el control
del faraón, un rey-sacerdote semidivino, perteneciente a una sucesión de Dinastías,
que garantizaba la cooperación y la unidad del pueblo egipcio en el contexto de
un elaborado sistema de creencias religiosas.
Los muchos logros de los
egipcios incluyen la extracción de minerales, la topografía y las técnicas de
construcción que facilitaron el levantamiento de monumentales pirámides,
templos y obeliscos, unos procedimientos matemáticos, una práctica médica
eficaz, métodos de riego y técnicas de producción agrícola, las primeras naves
conocidas, la tecnología del vidrio y de la fayenza, las nuevas formas de la
literatura y el tratado de paz más antiguo conocido, firmado con los hititas
tras la batalla de Kadesh. Egipto dejó un legado duradero, su arte y
arquitectura fueron ampliamente imitados, y sus antigüedades se llevaron a los
rincones más lejanos del mundo. Sus ruinas monumentales han inspirado la
imaginación de los viajeros y escritores desde hace siglos. Un nuevo respeto
por las antigüedades y excavaciones en la época moderna han llevado a la
investigación científica de la civilización egipcia y a una mayor apreciación
de su magnífico legado cultural.
El territorio que ocupaba
Egipto en la Antigüedad estaba constituido por una estrecha y larga franja
correspondiente al valle del río Nilo, en el noreste de África. Este río nace
en los lagos Victoria, Alberto y Tana y desemboca en forma de delta en el mar
Mediterráneo. Tan solo 60 kilómetros de ancho y 1200 kilómetros de largo
constituían este valle de tierras fértiles rodeado en gran parte por el
desierto del Sáhara. La obtención de una cronología exacta del Antiguo Egipto
es una tarea compleja. Existen diversos criterios de datación entre
egiptólogos, con divergencias de algunos años en los últimos períodos, de
décadas al principio del Imperio Nuevo y de casi un siglo durante el Imperio
Antiguo. El primer problema surge por el hecho de que los egipcios no
utilizaron un sistema de datación homogéneo: no tenían un concepto de una era
similar al Anno Domini, o la costumbre de nombrar los años, como en
Mesopotamia. Databan con referencia a los reinados de los diversos faraones,
solapando posiblemente los interregnos y las épocas de corregencia. Un problema
añadido surge al comparar las distintas Listas Reales de faraones, pues están
incompletas o con datos contradictorios, incluso en el mismo texto. Las obras
del mejor historiador sobre Egipto, Manetón, se perdieron y solo las conocemos
a través de epítomes de escritores posteriores como Flavio Josefo, Eusebio de
Cesarea, Sexto Julio Africano o el monje Jorge Sincelo. Desafortunadamente las
fechas de algunos reinados varían de uno a otro autor.
Las evidencias arqueológicas
indican que la civilización egipcia comenzó alrededor del VI milenio a.C.,
durante el Neolítico, cuando se instalaron los primeros pobladores en el
período Predinástico. El río Nilo, en torno al cual se asentaba la población,
ha sido la línea de referencia para la cultura egipcia desde que los nómadas
cazadores y recolectores comenzaron a vivir en sus riberas durante el Pleistoceno.
Los rastros de estos primeros pobladores quedaron en los objetos y signos
grabados en las rocas a lo largo del valle del Nilo y en los oasis.
A lo largo del Nilo, en el XI
milenio a.C., una cultura de recolectores de grano había sido sustituida por
otra de cazadores, pescadores y recolectores que usaban herramientas de piedra.
Los estudios también indican asentamientos humanos en el sudoeste de Egipto,
cerca de la frontera con Sudán, antes del 8000 a.C. La evidencia geológica y
estudios climatológicos sugieren que los cambios del clima, alrededor de esa
época, comenzaron a desecar las tierras de caza y pastoreo de Egipto,
conformándose paulatinamente el desierto del Sáhara. Las tribus de la región
tendieron a agruparse cerca del río, donde surgieron pequeños poblados que
desarrollaron una economía agrícola. Hay evidencias de pastoreo y del cultivo
de cereales en el este del Sáhara en el VII milenio a.C. Alrededor del 6000
a.C., ya había aparecido en el valle del Nilo la agricultura organizada y la
construcción de grandes poblados. Al mismo tiempo, en el sudoeste se dedicaban
a la ganadería y también construían. El mortero de cal se usaba en el 4000 a.C.
Es el denominado período Predinástico, que empieza con la cultura de Naqada.
Entre el 5500 y el 3100 a.C., durante el Predinástico, los asentamientos
pequeños prosperaron a lo largo del Nilo. En el 3300 a.C., momentos antes de la
primera Dinastía, Egipto estaba dividido en dos reinos, conocidos como Alto
Egipto o Ta-Shemau y Bajo Egipto o Ta-Mehu. La frontera entre ambos se situaba
en la actual zona de El Cairo, al sur del delta del Nilo.
La historia de Egipto, como
Estado unificado, comienza alrededor del 3050 a.C. Menes, que unificó el Alto y
el Bajo Egipto, fue su primer rey. La cultura y costumbres egipcias fueron
notablemente estables y apenas variaron en casi 3000 años, incluyendo religión,
expresión artística, arquitectura y estructura social. La cronología de los reyes
egipcios da comienzo en esa época. La cronología convencional es la aceptada
durante el siglo XX, sin incluir cualquiera de las revisiones que se han hecho
en ese tiempo. Incluso en un mismo trabajo, los arqueólogos ofrecen a menudo,
como posibles, varias fechas e incluso varias cronologías, y por ello puede
haber discrepancias entre las fechas mostradas en las distintas fuentes.
También se dan varias posibles transcripciones de los nombres. Tradicionalmente
la egiptología clasifica la historia de la civilización faraónica dividida en Dinastías,
siguiendo la estructura narrativa de los epítomes de la Aigyptiaká (Historia de
Egipto), del sacerdote egipcio Manetón.
Se supone que los primeros
pobladores de Egipto alcanzaron las riberas del río Nilo, por entonces un
conglomerado de marismas y foco de paludismo, en su huida de la creciente
desertización del Sáhara. Se sabe por los restos arqueológicos que antiguamente
el Sáhara tenía un clima mediterráneo, más húmedo que el actual. En los macizos
del Ahaggar y el Tibesti había abundante vegetación. Para aquellos pobladores,
el Sáhara sería una extensa estepa con grandes herbívoros que cazar. Las
sucesivas fases del Neolítico están representadas por las culturas de El Fayum,
hacia el 5000 a.C., la cultura tasiense, hacia el 4500 a.C. y la cultura de
Merimde, hacia el 4000 a.C. Todas ellas conocen la piedra pulimentada, la
cerámica, la agricultura y la ganadería. La base de la economía era la
agricultura que se realizaba aprovechando el limo, fertilizante natural que
aportaban las inundaciones anuales del río Nilo. Hacia el año 3600 a.C. surge
la gerzeense o Naqada II, que se difunde por todo Egipto, unificándolo
culturalmente. Esta consonancia cultural llevará a la unidad política, que
surgirá tras un período de luchas y alianzas entre clanes por imponer su
dominio. Para lograr mayor eficiencia y producción, hacia 3500 a.C. comenzaron
a realizarse las primeras obras de canalización y surge la escritura con
jeroglíficos en Abidos[1]. En esta misma época
comenzaron a formarse los protoestados.
Las primeras comunidades
hicieron habitable el país y se organizaron en regiones llamadas nomos. Los
habitantes del Delta tenían una organización feudal y llegaron a establecer dos
reinos con dos monarcas respectivamente. Un reino estaba asentado en un lugar
pantanoso, que se llamaba Reino del Junco y tenía como símbolo un tallo de
junco. Su capital era Buto; tenían a una cobra como tótem. El otro Reino tenía
como capital a Busiris y como tótem un buitre pero su símbolo era una abeja y
llegó a conocerse como Reino de la Abeja. Ambos reinos estaban separados por un
brazo del río Nilo. El Reino de la Abeja conquistó al Reino del Junco de manera
que el Delta quedó unificado. Pero algunos de los vencidos huyeron a
establecerse en la zona del Alto Egipto donde fundaron ciudades dándoles el
mismo nombre que aquellas que habían dejado en el Delta. Por eso muchas
ciudades de esta época tienen nombres semejantes en el Alto y Bajo Egipto.
Estas gentes fueron prosperando considerablemente hasta llegar a organizarse en
un Estado.
En la fase final del período Predinástico,
también conocido como Dinastía 0, Predinástico tardío o período Naqada III, Egipto
está regido por gobernantes del Alto Egipto que residirán en Tanis, se hacen
representar con un serej y adoran al dios-halcón Horus. Los nombres de estos
reyes figuran en la Piedra de Palermo, grabada unos 700 años después de haber
concluido dicho período. En esa época surgen las primeras auténticas ciudades,
tales como Tanis, Nubet, Nejeb, Nejen, etcétera. Son típicos de este ciclo los
magníficos vasos tallados en piedra, cuchillos y paletas ceremoniales, o los mangos
de las mazas votivas. Narmer pudo ser el último rey de esta época, y el
fundador de la Dinastía I.
Período Arcaico (hacia 3100–2700
a.C.)
A finales del período Predinástico,
Egipto se encontraba dividido en pequeños reinos; los principales eran: el de
Hieracómpolis (Nejen) en el Alto Egipto y el de Buto (Pe) en el Bajo Egipto. El
proceso de unificación fue llevado a cabo por los reyes de Hieracómpolis. La
tradición egipcia atribuyó la unificación a Menes, quedando esto reflejado en
las Listas Reales. Este personaje es, según Alan Gardner, el rey Narmer, el
primer faraón del cual se tiene constancia que reinó sobre todo Egipto, tras
una serie de luchas, tal como quedó atestiguado en la Paleta de Narmer. Este
período lo conforman las Dinastías I y II.
Bajo la Dinastía III la
capital se estableció definitivamente en Menfis, de donde procede la
denominación del país, ya que el nombre del principal templo, Hat-Ka-Ptah «Casa
del espíritu de Ptah», que pasó al griego como Aegyptos, con el tiempo designó
primero al barrio en el que se encontraba, luego a toda la ciudad y más tarde
al Reino. En la época de la III Dinastía comenzó la costumbre de erigir grandes
pirámides y monumentales conjuntos en piedra, gracias al faraón Zóser. También
las grandes pirámides de Guiza, atribuidas a los faraones Keops, Kefrén y
Micerino se datan en este período. La V Dinastía marca el ascenso del alto
clero y los influyentes gobernadores locales (nomarcas o gobernantes de nomos),
y durante el largo reinando de Pepy II se acentuará una época de fuerte
descentralización, denominada primer período intermedio de Egipto. El Imperio
Antiguo comprende las Dinastías III–VI.
Primer Período Intermedio (hacia
2250–2050 a.C.)
Fue ésta una época donde el
poder estaba descentralizado y que transcurrió entre el Imperio Antiguo y el
Imperio Medio. Comprende desde la VII Dinastía hasta mediados de la XI, cuando
Mentuhotep II reunificó el País bajo su mando. A pesar de la decadencia, esta
época destacó por un gran florecimiento literario, con textos doctrinales o
didácticos que muestran el gran cambio social. El importante cambio de
mentalidad, así como del crecimiento de las clases medias en las ciudades
originó una nueva concepción de las creencias, reflejándose en la aparición de
los denominados Textos de los Sarcófagos. Osiris se convirtió en la divinidad
más popular, con Montu y Amón. Los nomos de Heracleópolis y Tebas se constituyeron
como hegemónicos, imponiéndose finalmente este último. Son las Dinastías VII–XI.
Imperio Medio (hacia 2050–1800
a.C.)
Se considera que se inicia con
la reunificación de Egipto con Mentuhotep II. Es un período de gran prosperidad
económica y expansión exterior, con faraones pragmáticos y emprendedores. Este
período lo conforma el final de las Dinastías XI y XII. Se considera que
Amenemhat III fue el último gran monarca del Imperio Medio. Se realizaron
ambiciosos proyectos de irrigación en El Fayum, para regular las grandes
inundaciones del Nilo, desviándolo hacia el lago Moeris (El Fayum). También se
potenciaron las relaciones comerciales con las regiones circundantes:
africanas, asiáticas y mediterráneas. Las representaciones artísticas se
humanizaron, y se impuso el culto al dios Amón. A mediados de 1800 a.C., los invasores
hicsos vencieron a los faraones egipcios; lo que comenzó como una migración
paulatina de refugiados libios y cananeos hacia el delta del Nilo a causa de
diversas hambrunas, se transformó con el tiempo en conquista militar de casi
todo el territorio egipcio, originando la caída del Imperio Medio. Los hicsos y
sus aliados semitas vencieron porque poseían mejores armas, y supieron utilizar
el factor sorpresa.
Segundo Período Intermedio (hacia
1800–1550 a.C.)
Durante gran parte de este
período dominaron Egipto los invasores hicsos, aliados con otros pueblos
nómadas y semíticos de de la periferia, que se establecieron en el Delta, y
tuvieron como capital la ciudad de Avaris. Finalmente, los dirigentes egipcios
de Tebas declararon la independencia, siendo denominados la Dinastía XVII.
Proclamaron la «salvación de Egipto» y dirigieron una rebelión contra los
hicsos que culminó con su expulsión. Este episodio podría ser el que se recoge
en el Éxodo como la «marcha de los hebreos de Egipto». En realidad no se
habrían marchado por su voluntad, sino que habrían sido expulsados por los
egipcios.
Imperio Nuevo (hacia 1550–1070
a.C.)
Liberados los egipcios de la
opresión extranjera, el País inicia un período de gran expansión exterior,
tanto en Asia —donde llegan al Éufrates— como en Kush (Nubia). La Dinastía
XVIII comenzó con una serie de faraones guerreros, desde Amosis I hasta
Tutmosis III y Tutmosis IV. Bajo Amenofis III se detuvo la expansión y se
inició un período de paz interna y externa. Después de un período de debilidad
monárquica a causa, sobre todo, de la revolución religiosa que supuso el
fallido intento del Amenofis IV o Akenatón de imponer el culto monoteísta de
Atón, llegaron al poder las castas militares de la Dinastía XIX o Ramésida que,
fundamentalmente bajo Horemheb, Seti I y Ramsés II, se mostraron enérgicamente
en contra de la expansión territorial de los hititas. Durante los reinados de
Merenptah, sucesor de Ramsés II, y Ramsés III, de la XX Dinastía, Egipto tuvo
que enfrentarse a las invasiones de los Pueblos del Mar, originarios de
diversas áreas del Mediterráneo oriental (Egeo, Anatolia), y de los libios. Los
faraones del Imperio Nuevo iniciaron una campaña de construcción a gran escala
para promover al dios Amón, cuyo culto se asentaba en Karnak. También
construyeron monumentos para glorificar sus propios logros, tanto reales como
imaginarios. La gran reina Hatsepsut utilizará tal hipérbole durante su reinado
de casi veintidós años que estuvo marcado por un largo período de paz y
prosperidad sin precedentes, y con exitosas expediciones comerciales a Punt[i], la reapertura de las rutas
de comercio exterior —terrestres y marítimas—, grandes proyectos de
construcción, incluyendo un elegante templo funerario que rivaliza con la
arquitectura griega de mil años más tarde, obeliscos colosales y una capilla en
Karnak.
A pesar de todos sus éxitos y de
su buen gobierno, el heredero de Hatsepsut, su hijastro Tutmosis III, trató de
borrar toda huella de su legado hacia el final del reinado, apropiándose de
muchos de sus logros. Él también intentó cambiar muchas tradiciones
establecidas que se habían desarrollado a lo largo de siglos.
Alrededor del año 1350 a.C.,
la estabilidad de Egipto parecía amenazada, aún más cuando Amenhotep IV
ascendió al trono e instituyó una serie de reformas radicales, que tuvieron un
resultado caótico. Cambiando su nombre por el de Akenatón, promovió como deidad
única suprema la hasta entonces oscura deidad solar Atón, iniciando una reforma
religiosa tendente al monoteísmo. En parte, el monoteísmo de Akenatón fue un
producto del absolutismo real; los viejos dioses habían desaparecido, pero el
rey mantenía —para su propio beneficio político— su papel tradicional como mediador
entre los hombres y los deseos del nuevo dios. El faraón apóstata suprimió el
culto a la mayoría de las demás deidades y, sobre todo, trató de anular el
poder de los influyentes sacerdotes de Amón en Tebas, a quienes veía como
corruptos. Al trasladar la capital a la nueva ciudad de Atón (actual Amarna),
Akenatón hizo oídos sordos a los acontecimientos del Cercano Oriente (donde los
hititas y los asirios se disputaban el control de Siria y del reino vasallo de
Mitanni) y se concentró únicamente en la nueva religión. La nueva filosofía
religiosa conllevó un nuevo estilo artístico, que resaltaba la humanidad del
rey por encima de la monumentalidad. Después de su muerte, el culto de Atón fue
abandonado rápidamente, los sacerdotes de Amón recuperaron el poder y
devolvieron la capitalidad a Tebas. Bajo su influencia los faraones posteriores
—Tutankamón, Ay y Horemheb—borraron toda mención a Akenatón y su «herejía»,
ahora conocida como el Período de Amarna.
Alrededor de 1279 a.C.
ascendió al trono Ramsés II, también conocido como el Grande. El suyo sería uno
de los reinados más largos de la historia egipcia. Mandó construir más templos,
más estatuas y obeliscos, y engendró más hijos que cualquier otro faraón. Guerrero
audaz, Ramsés II condujo a su ejército contra los hititas en la batalla de
Kadesh (en la actual Siria); después de llegar a un punto muerto, finalmente
aceptó un tratado de paz con el Reino de los hititas. Es el tratado de paz más
antiguo registrado, en torno a 1258 a.C. Egipto se retiró de la mayor parte de
sus posesiones asiáticas dejando a los hititas competir, sin éxito, con el
poder emergente de Asiria y los recién llegados frigios. Cuatro estatuas
colosales de Ramsés II flanquean la entrada de su templo de Abu Simbel. La
riqueza de Egipto, sin embargo, se había convertido en un objetivo tentador
para los invasores extranjeros; en particular, para los libios beduinos del
oeste y los Pueblos del Mar, que formaban parte de la poderosa confederación de
piratas griegos del mar Egeo. Inicialmente, el ejército fue capaz de repeler
las invasiones, pero Egipto terminó por perder el control de sus territorios en
el sur de Siria y Canaán, que en gran parte cayeron en poder de los asirios e
hititas, y posteriormente de los filisteos que fijaron su capital en Gaza. El
impacto de las amenazas externas se vio agravado por problemas internos como la
corrupción, el robo de las tumbas reales y los disturbios populares. Después de
recuperar el poder, los sumos sacerdotes del templo de Amón en Tebas habían
acumulado vastas extensiones de tierra y mucha riqueza, debilitando al Estado.
El país terminó dividido, dando inicio al Tercer Período Intermedio.
Tercer Período Intermedio (hacia
1070–656 a.C.)
Esta etapa comienza con la
instauración de dos Dinastías de origen libio que se repartieron Egipto: una,
desde Tanis, en el Bajo Egipto, y otra, cuyos reyes tomaron el título de sumos
sacerdotes de Amón, desde Tebas. El período termina con la dominación de los
reyes kushitas. Son las Dinastías, parcialmente coetáneas, XXI a XXV.
Período Tardío (hacia 656–332
a.C.)
Comienza con la Dinastía
Saíta, con dos períodos de dominación persa, así como con varias Dinastías
coetáneas de gobernantes egipcios independientes. Egipto se convirtió
finalmente en una satrapía persa. Son las Dinastías XXVI a XXXI.
Período Helenístico (332–30
a.C.)
Se inicia con la conquista de
Egipto por Alejandro de Macedonia en 332 a.C., y la llegada al poder en 305
a.C. de la Dinastía ptolemaica. Finaliza con la incorporación de Egipto al Imperio
Romano tras la batalla de Accio, en el año 31 a.C. Un año después se suicida Cleopatra
VII, la última reina de Egipto, y el país se convierte en una provincia del Imperio
Romano.
Período Romano (30 a.C. a 640 d.C.)
El 30 de julio del año 30
a.C., Octaviano entró en Alejandría, liquidando definitivamente la
independencia política de Egipto y convirtiéndolo en provincia romana hasta el
395, cuando se convirtió en demarcación del Imperio de Oriente y permaneció
bajo soberanía bizantina hasta la conquista musulmana de Egipto en el año 640.
Los últimos vestigios de la cultura tradicional del Antiguo Egipto se
extinguieron a comienzos del siglo VI, con los postreros sacerdotes de Isis que
oficiaban en el templo de la isla de File, al proscribir Constantinopla el
culto a los «dioses paganos». Apenas un siglo después, el cristianismo sería a
su vez barrido de Egipto por el islam.
La agricultura en el Antiguo
Egipto
La economía de Egipto se
basaba en la agricultura. La vida dependía de los cultivos de las tierras
inundadas por el río Nilo. Tenían un sistema de diques, estanques y canales de
riego que se extendían por todas las tierras de cultivo. En las riberas del
Nilo los campesinos egipcios cultivaban muchas clases de cereales. El grano
cosechado se guardaba en graneros y luego se usaba para elaborar pan y cerveza.
Las cosechas principales eran de trigo, cebada y lino. La agricultura estaba
centrada en el ciclo del Nilo. Había tres estaciones: Akhet, Peret, y Shemu.
Akhet, la estación de la inundación, duraba de junio a septiembre. Después de
la inundación quedaba una capa de limo en los bancos, enriqueciendo la tierra
para la cosecha siguiente. En Peret, la estación de la siembra entre octubre y
febrero, los granjeros esperaban hasta que se drenaba el agua, y araban y
sembraban el rico suelo. Acabada la labor, irrigaban usando diques y canales.
Seguía Shemu, la estación de la cosecha de marzo a mayo, cuando se recolectaba
con hoces de madera. En los huertos se cultivaban guisantes (arveja), lentejas,
cebolla, puerros, pepinos y lechugas, además de uvas, dátiles, higos y
granadas. Entre los animales que criaban por su carne, se encuentran los
cerdos, ovejas, cabras, gansos y patos.
Los egipcios cultivaban más
alimentos de los que necesitaban, y hacían intercambio de sus productos.
Algunas de las materias que ellos importaban de territorios extranjeros eran el
incienso, la plata, y madera fina de cedro. Gran parte del los productos del
comercio egipcio se transportaba en barcos, por el Nilo y el Mediterráneo.
Durante la mayor parte de su existencia, unos tres milenios, el Antiguo Egipto
fue el país más rico del mundo.
Comercio: rutas y expediciones
comerciales
Las transacciones comerciales
de los antiguos egipcios no se limitaban al intercambio de productos agrícolas
o de materias primas, sino que también hay constancia de expediciones para
nutrir de bienes ornamentales y joyas el tesoro real de los faraones, y de
actividades de venta de esclavos, e incluso de los propios cargos
administrativos o de servicio en los templos. En el Antiguo Egipto existía la
figura de los shutiu, una especie de agentes comerciales que efectuaban
actividades de compraventa al servicio de las grandes instituciones faraónicas
(templos, palacio real, grandes explotaciones de la corona, etcétera). Pero
también podían vender esclavos a simples particulares, o podían realizar
transacciones comerciales al margen de las instituciones en provecho propio.
Las casi 200 tablillas de arcilla y las numerosas inscripciones descubiertas
por los arqueólogos en la antigua ciudad de Balat demuestran que esta
localidad, situada en pleno Sáhara egipcio, fue utilizada como base de
operaciones y punto de abastecimiento a las expediciones comerciales enviadas
por los faraones hacia el corazón de África a finales del tercer milenio a.C.
Desde este enclave en el oasis de Dajla partirían expediciones, compuestas por
unos 400 hombres, cuyo objetivo era buscar un pigmento que una vez obtenido se
enviaba mediante caravanas al valle del Nilo. La ruta estaba marcada desde
épocas antiquísimas como prueba la presencia de depósitos de jarras situados a
intervalos de 30 kilómetros en el desierto, que llegan hasta Gil el-Kebir en el
extremo sudoccidental de Egipto. Se desconoce hasta dónde llegaba la ruta,
aunque los especialistas aceptan como hipótesis más probable que llegase hasta
la zona del lago Chad.
Administración del Estado
Egipto estaba dividido en
varios sepats (provincias, o nomos en griego) con fines administrativos. Esta
división se puede remontar de nuevo al período Predinástico (antes de 3100
a.C.), cuando los nomos eran ciudades-estado autónomas, y permanecieron por más
de tres milenios, manteniendo sus costumbres. Bajo este sistema, el país fue
dividido en 42 nomos: 20 del Bajo Egipto, mientras que el Alto Egipto abarcaba
22 nomos. Cada nomo estaba gobernado por un nomarca, gobernador provincial que
ostentaba la autoridad regional. El gobierno impuso diversos impuestos, que al
no existir moneda eran pagados en especie, con trabajo o mercancías. El tyaty
(visir) era el responsable de controlar el sistema impositivo en nombre del
faraón, a través de su departamento. Sus subordinados debían tener al día las
reservas almacenadas y sus previsiones. Los impuestos se pagaban según el
trabajo o las rentas de cada uno, los campesinos (o los terratenientes en
períodos posteriores) en productos agrícolas, los artesanos con parte de su
producción, y de forma similar los pescadores, cazadores, etcétera. El Estado
requería una persona de cada casa para realizar trabajos públicos algunas
semanas al año, haciendo o limpiando canales, en la construcción de templos o
tumbas e incluso en la minería (esto último, solo si no había suficientes
cautivos de guerra). Los cazadores y pescadores pagaban sus impuestos con
capturas del río, de los canales, y del desierto. Las familias acomodadas
podían contratar sustitutos para satisfacer esta onerosa obligación.
Lenguas empleadas por los
antiguos egipcios
El egipcio antiguo constituye un
caso aparte de las lenguas afroasiáticas. Sus parientes más cercanos son los grupos
bereber, semítico y beja. Los escritos más antiguos en lengua egipcia se remontan
al 3200 a.C., convirtiéndola en una de las más antiguas y documentadas. Los
eruditos agrupan al egipcio en siete divisiones cronológicas importantes.
Recogido en las inscripciones del último período Predinástico y del Arcaico. La
evidencia más temprana de escritura jeroglífica egipcia aparece en los
recipientes de cerámica de Naqada II.
Egipcio antiguo (3000–2000
a.C.)
Es la lengua del Imperio
Antiguo y del primer Período Intermedio. Los textos de las pirámides son el
cuerpo mayor de la literatura de esta fase, escritos en las paredes de las
tumbas de la aristocracia, que a partir de este período también muestran
escrituras autobiográficas. Una de las características que lo distinguen es la
triple mezcla de ideogramas, fonogramas y de determinativos para indicar el
plural. No tiene grandes diferencias con la etapa siguiente.
Egipcio clásico (2000–1300
a.C.)
Esta etapa, llamada también
media, se conoce por una variedad de textos en escrituras jeroglífica y
hierática, datadas en el Imperio Medio. Incluyen los textos funerarios
inscritos en los ataúdes tales como los Textos de los Sarcófagos; textos que
explican cómo conducirse en la otra vida, y que ejemplifican el punto de vista
filosófico egipcio (véase el «Papiro de Ipuur»); cuentos que detallan las
aventuras de ciertos individuos, por ejemplo la «Historia de Sinuhé»; textos
médicos y científicos tales como el «Papiro Edwin Smith» y el «Papiro de Ebers»;
y textos poéticos que elogian a un dios o a un faraón, tales como el «Himno al
Nilo». El idioma vernáculo comenzó a diferenciarse de la lengua escrita tal
como evidencian algunos textos hieráticos del Imperio Medio, pero el egipcio
clásico continuó siendo usado en los escritos formales hasta el último período
dinástico.
Egipcio tardío (1300–700 a.C.)
Aparecen documentos de esta
etapa en la segunda parte del Imperio Nuevo. Forman un amplio conjunto de
textos de literatura religiosa y secular, abarcando ejemplos famosos tales como
la Historia de Unamón (Wenamun) y las Instrucciones del Ani. Era la lengua de
la administración Ramésida. No es totalmente distinto del egipcio medio, ya que
aparecen muchos clasicismos en los documentos históricos y literarios de esta
fase, sin embargo, la diferencia entre el clásico y el tardío es mayor que
entre aquél y el antiguo. También representa mejor la lengua hablada desde el
Imperio Nuevo. La ortografía jeroglífica consiguió una gran expansión de su
inventario gráfico entre el período Tardío y el Ptolemaico.
Egipcio demótico (siglo VII–siglo
IV a.C.)
La lengua demótica es
cronológicamente la última, se comenzó a usar alrededor del 660 a.C. y se
convirtió en la escritura dominante cerca del 600 a.C., usándose con fines
económicos y literarios. En contraste con el hierático, que solía escribirse en
papiros, el demótico se grababa además en piedra y madera. En los textos
escritos en etapas anteriores, probablemente representó el idioma hablado de la
época. Pero al ser utilizada profusamente solo con propósitos literarios y
religiosos, la lengua escrita divergió cada vez más de la forma hablada, dando
a los últimos textos demóticos un carácter artificial, similar al uso del
egipcio medio clásico durante el período Ptolemaico. A inicios del siglo IV comenzó
a ser reemplazado por el idioma griego en los textos oficiales: el último uso
que se conoce es del año 452 d.C., sobre los muros del templo de Isis en File.
Comparte mucho con la lengua copta posterior.
Griego (305–30 a.C.)
Fue el idioma de la corte tras
la conquista de Alejandro, el dialecto koiné o «lengua común» era una variante
del ático utilizada en el mundo helenístico, y que en Egipto convivió con el
copto.
Copto (siglo III–siglo VII d.C.)
Está testimoniado alrededor
del siglo III, y aparece escrita con signos jeroglíficos, o en los alfabetos
hierático y demótico. El alfabeto copto es una versión ligeramente modificada
del alfabeto griego, con algunas letras propias demóticas utilizadas para
representar varios sonidos no existentes en el griego. Como lengua cotidiana
tuvo su apogeo entre los siglos III y VI, y aún perdura como lengua litúrgica
de la Iglesia Ortodoxa Copta.
Escritura
Los escribas constituían una
élite social y estaban muy bien educados. Tasaban los impuestos, validaban
testamentos, mantenían registros de la propiedad y eran, de facto, responsables
de la administración del Estado. Durante años, la inscripción conocida más
antigua era la Paleta de Narmer, encontrada durante unas excavaciones en
Hieracómpolis (nombre antiguo de la actual Kom el-Ahmar) en 1890, y fue datada
en el 3150 a.C. Hallazgos arqueológicos recientes revelan que los símbolos
grabados en la cerámica de Gerzeh, del año 3250 a.C., se asemejan al
jeroglífico tradicional. En 1998 un equipo arqueológico alemán bajo el mando de
Günter Dreyer, que excavaba la tumba U-j en la necrópolis de Umm el-Qaab de
Abidos, y que perteneció a un rey del remotísimo período Predinástico, recuperó
trescientos rótulos de arcilla inscritos con jeroglíficos y fechados en el
período de Naqada III-a, en el siglo XXXIII a.C. Según otras investigaciones,
la escritura egipcia apareció hacia el 3000 a.C. con la unificación de los
Reinos del Alto y el Bajo Egipto. Durante largo tiempo solo estuvo compuesta
por unos mil signos, los jeroglíficos, que representaban personas, animales,
plantas, objetos estilizados, etcétera. Su número no llegó a alcanzar varios
miles hasta el período tardío. Los egiptólogos definen al sistema egipcio como
jeroglífico, y se considera como la escritura más antigua del mundo. La denominación
proviene del griego «hieros» (sagrado) y «glypho» (esculpir, grabar). Era en
parte silábica, en parte ideográfica. La hierática fue una forma cursiva de los
jeroglíficos y comenzó a utilizarse durante la primera Dinastía (hacia 2925–2775
a.C.). El término demótico, en el contexto egipcio, se refiere a la escritura y
a la lengua que evolucionó durante el período tardío, es decir desde la XXV Dinastía
Nubia, hasta que fue desplazada en la corte por el koiné griego en las últimas
centurias a.C. Después de la conquista por Amr ibn al-As en el año 640, el
idioma egipcio perduró en la lengua copta durante toda la Edad Media.
Alrededor del 2700 a.C., se
comenzaron a usar pictogramas para representar sonidos consonantes. Sobre el
2000 a.C., se usaban 26 para representar los 24 sonidos consonantes
principales. El más antiguo alfabeto conocido (hacia 1800 a.C.) es un sistema
abyad derivado de esos signos, igual que otros jeroglíficos egipcios. La
escritura jeroglífica finalmente cayó en desuso como escritura de los
cortesanos alrededor del siglo IV a.C. bajo los ptolomeos, sustituida por el
griego, aunque perduró en los templos del Alto Egipto custodiados por el clero
tradicional. Cleopatra VII fue el único gobernante ptolemaico que dominó el
idioma egipcio antiguo. Las tentativas de los europeos para descifrarlo
comenzaron en el siglo XV, aunque hubo tentativas anteriores de eruditos
árabes.
Religión
La religión egipcia, plasmada
en la mitología, es un conjunto de creencias que impregnaban toda la vida
egipcia, desde la época predinástica hasta la llegada del cristianismo y el
islam. Eran dirigidos por sacerdotes, y el uso de la magia y los hechizos son
dudosos. El templo era un lugar sagrado en donde solamente se admitía a los
sacerdotes, aunque en las celebraciones importantes el pueblo era admitido en
el patio. La existencia de momias y pirámides fuera de Egipto indica que las
creencias y los valores de las culturas prehistóricas se transmitieron de una u
otra forma por la Ruta de la Seda. Los contactos de Egipto con extranjeros
incluyeron Nubia y Punt al sur, el Egeo y Grecia al norte, el Líbano y otras
regiones del Cercano Oriente y Libia, incluso España, al oeste. La naturaleza
religiosa de la civilización egipcia influenció su contribución a las artes.
Muchas de las grandes obras del Egipto antiguo representan dioses, diosas y
faraones considerados divinos. El arte está caracterizado por la idea del orden
y la simetría. Aunque el análisis del cabello de momias del Imperio Medio ha
revelado evidencias de una dieta estable, las momias cuya datación se acerca al
3200 a.C. muestran señales de anemia y desórdenes hemolíticos, síntomas del
envenenamiento por metales pesados. Los compuestos de cobre, plomo, mercurio y
arsénico que fueron utilizados en pigmentos, tintes y maquillaje de la época
pudieron haber causado el envenenamiento, especialmente entre la clase acomodada
consumidora de estos productos cosméticos.
Vida después de la muerte
Los antiguos egipcios creían
en la vida de ultratumba, y se preparaban para ella siguiendo unas normas
detalladas en el Libro de los Muertos y encargando su tumba los que podían
permitérselo. Creían que después de la muerte el ka (doble en forma de
espíritu) se dividía en ba (alma) y akh (espíritu). El ba vivía en la tumba del
difunto y era libre de ir y venir a voluntad. El akh se dirigía directamente al
inframundo. Luego seguía su juicio. El gran dios del inframundo Osiris se
encargaba de juzgar el espíritu del difunto. Anubis colocaba el corazón del
difunto en un lado de su balanza y Maat, la diosa de la Verdad y la Justicia,
ponía su pluma de la verdad en el otro lado. Si el corazón y la pluma pesaban
lo mismo, el akh (espíritu) se iba al gran reino en donde los buenos espíritus
se mezclaban con los dioses en una vida de paz y armonía. Si no era así, el
difunto sufriría una eternidad de castigo. Además los egipcios creían que todo
difunto debía tener una casa en su otra vida, era por esto que construían
elaboradas tumbas. El gran temor de los egipcios (además del juicio de sus
almas) era que alguien saqueara su tumba y perturbara la paz de su espíritu. Si
su tumba era saqueada o su cadáver destruido, el ba se quedaba sin hogar y
tanto éste como el akh experimentaban una segunda muerte mucho peor. A veces se
colocaban estatuas del difunto en las tumbas para que si el ba se quedaba sin
hogar, permaneciera en la estatua y evitara la segunda muerte. Antiguamente
solamente los faraones tenían derecho a participar en la vida futura, pero al
llegar el Imperio Nuevo todos los egipcios esperaban vivir en el Más Allá y
preparaban, de acuerdo con sus posibilidades económicas, la tumba y su cuerpo;
a los cadáveres se les extraían los órganos, que eran depositados en los vasos
canopes, y después cubrían el cuerpo con resinas para preservarlo,
envolviéndolo con lino. En la cámara funeraria se depositaban alimentos y
pertenencias del fallecido, para su uso en la otra vida.
El embalsamamiento según
Heródoto
El historiador griego del
siglo V a.C., en su Historia, Libro II, Euterpe, describe el modo de
embalsamamiento practicado por los egipcios:
«LXXXVI. Allí tienen oficiales
especialmente destinados a ejercer el arte de embalsamar, los cuales, apenas es
llevado a su casa algún cadáver, presentan desde luego a los conductores unas
figuras de madera, modelos de su arte, las cuales con sus colores remedan al
vivo un cadáver embalsamado. La más primorosa de estas figuras, dicen ellos
mismos, es la de un sujeto cuyo nombre no me atrevo ni juzgo lícito publicar.
Enseñan después otra figura inferior en mérito y menos costosa, y por fin otra
tercera más barata y ordinaria, preguntando de qué modo y conforme a qué modelo
desean se les adobe el muerto; y después de entrar en ajuste y cerrado el
contrato, se retiran los conductores. Entonces, quedando a solas los artesanos
en su oficina, ejecutan en esta forma el adobo de primera clase. Empiezan
metiendo por las narices del difunto unos hierros encorvados, y después de
sacarle con ellos los sesos, introducen allá sus drogas e ingredientes.
Abiertos después los ijares con piedra de Etiopía aguda y cortante, sacan por
ellos los intestinos, y purgado el vientre, lo lavan con vino de palma y
después con aromas molidos, llenándolo luego de finísima mirra, de casia, y de
variedad de aromas, de los cuales exceptúan el incienso, y cosen últimamente la
abertura. Después de estos preparativos adoban secretamente el cadáver con
nitro durante setenta días, único plazo que se concede para guardarle oculto,
luego se le faja, bien lavado, con ciertas vendas cortadas de una pieza de
finísimo lino, untándole al mismo tiempo con aquella goma de que se sirven
comúnmente los egipcios en vez de cola. Vuelven entonces los parientes a por el
muerto, toman su momia, y la encierran en un nicho o caja de madera, cuya parte
exterior tiene la forma y apariencia de un cuerpo humano, y así guardada la
depositan en un aposentillo, colocándola en pie y arrimada a la pared. He aquí
el modo más exquisito de embalsamar los muertos.
»LXXXVII. Otra es la forma con
que preparan el cadáver los que, contentos con la medianía, no gustan de tanto
lujo y primor en este punto. Sin abrirle las entrañas ni extraerle los intestinos,
por medio de unos clisteres llenos de aceite de cedro, se lo introducen por el
orificio, hasta llenar el vientre con este licor, cuidando que no se derrame
después y que no vuelva a salir. Adóbanle durante los días acostumbrados, y en
el último sacan del vientre el aceite antes introducido, cuya fuerza es tanta,
que arrastra consigo en su salida tripas, intestinos y entrañas ya líquidas y
derretidas. Consumida al mismo tiempo la carne por el nitro de afuera, solo
resta del cadáver la piel y los huesos; y sin cuidarse de más, se restituye la
momia a los parientes.
»LXXXVIII. El tercer método de
adobo, de que suelen echar mano los que tienen menos recursos, se deduce a
limpiar las tripas del muerto a fuerza de lavativas, y adobar el cadáver
durante los setenta días prefijados, restituyéndole después al que lo trajo
para que lo vuelva a su casa.
»LXXXIX. En cuanto a las
matronas de los nobles del país y a las mujeres bien parecidas, se toma la
precaución de no entregarlas luego de muertas para embalsamar, sino que se
difiere hasta el tercero o cuarto día después de su fallecimiento. El motivo de
esta dilación no es otro que el de impedir que los embalsamadores abusen
criminalmente de la belleza de las difuntas, como se experimentó, a lo que
dicen, en uno de esos inhumanos, que se llegó a una de las recién muertas,
según se supo por la delación de un compañero de oficio».
Evolución de las creencias de
ultratumba
Los faraones de las primeras Dinastías
fueron considerados inmortales y eran los únicos seres que podrían seguir
viviendo en el Más Allá. Posteriormente, los nobles y los altos jerarcas se
consideraron merecedores de disfrutar de la vida eterna, adoptando también
rituales similares de momificación y enterramiento, extendiéndose esta facultad
a la mayoría de la población con el paso de los siglos, al evolucionar los
sistemas de creencias religiosas. En la Biblia, se menciona que tanto el
patriarca Jacob como su hijo el visir José fueron embalsamados tras sus
respectivos fallecimientos (Génesis 50:2,3,26) aunque los hebreos no llevaban a
cabo dicha práctica funeraria. También fueron embalsamadas otras criaturas que
se consideraban encarnaciones vivientes de los dioses o sus manifestaciones. Se
han encontrado momificados toros, ibis, cocodrilos, gatos, babuinos,
serpientes, percas del Nilo, etcétera. Éstos disponían, en algunas poblaciones,
de necrópolis o complejos funerarios específicos, como el Serapeum de Saqqara.
Logros tecnológicos
Los logros del Antiguo Egipto
están bien documentados, así como su civilización que alcanzó un nivel muy alto
de sofisticación. El arte y la ingeniería estaban presentes en las
construcciones para determinar exactamente la posición de cada punto y las
distancias entre ellos (topografía). El mortero fue inventado por los egipcios.
Estos conocimientos fueron utilizados para orientar exactamente las bases de
las pirámides, así como para otras obras: los canales para riego construidos
para el aprovechamiento del lago de El-Fayum, que convirtieron la zona en el
principal productor de grano del mundo antiguo. Hay evidencias de que faraones
de la XII Dinastía usaron el lago natural de El Fayum como depósito para
regular y almacenar el exceso de agua, y para su uso durante las estaciones
secas.
A partir de la I Dinastía, o
antes, los egipcios explotaron las minas de turquesas de la península del
Sinaí. La evidencia más temprana (hacia 1600 a.C.) del empirismo tradicional se
acredita a Egipto, según lo evidenciado por los Papiros de Edwin Smith y de
Ebers, así como el sistema decimal y las fórmulas matemáticas complejas, usadas
en el Papiro de Moscú y el de Ahmes. Los orígenes del método científico también
se remontan a los egipcios. Conocían el número áureo, reflejado en numerosas
construcciones, aunque también puede ser la consecuencia de un sentido
intuitivo de la proporción y la armonía.
La fabricación del vidrio se
desarrolló extraordinariamente, como evidencian los numerosos objetos de uso
cotidiano y de adorno descubiertos en las tumbas. Recientemente se han
descubierto los restos de una fábrica de cristal. Sobre el 3500 a.C. los
egipcios inventaron la navegación a vela, primera aplicación de una energía eólica
a la locomoción.
Los hicsos
Con el término hicsos (o
«gobernantes extranjeros» como los llamaron los egipcios) se designa a un grupo
de pueblos de diversas etnias que procedentes del Próximo Oriente se hizo con
el control del Bajo Egipto a mediados de siglo XVII a.C. Existen muchas teorías
sobre el origen de los hicso. Los que escribieron acerca de ellos en la
Antigüedad determinaron su origen muchas veces en función de sus prejuicios,
sin pruebas concluyentes. Puede que todos tengan parte de razón y que el
término hicsos se refiera a un conjunto heterogéneo de extranjeros llegados a
Egipto provenientes de muchas regiones. Así se refiere a ellos Flavio Josefo:
«Durante el reinado de
Tutimeos, la ira de Dios se abatió sobre nosotros; y de una extraña manera,
desde las regiones hacia el Este una raza desconocida de invasores se puso en
marcha contra nuestro país, seguro de la victoria. Habiendo derrotado a los
regidores del país, quemaron despiadadamente nuestras ciudades. Finalmente
eligieron como rey a uno de ellos, de nombre Salitis, el cual situó su capital
en Menfis, exigiendo tributos al Alto y al Bajo Egipto...»
La continua inmigración de
gentes procedentes de Canaán y Siria culminó con los invasores hicsos, que
llegaron a Egipto hacia el siglo XVIII a.C., en una época de crisis interna,
conquistando la ciudad de Avaris. Posteriormente tomaron Menfis y fundaron las Dinastías
XV y XVI. Introdujeron en Egipto el caballo y el carro de combate. Desde mucho
antes de esta época ya había una considerable presencia asiática y semítica en
el delta del Nilo, originada por oleadas migratorias causadas por las hambrunas
que periódicamente asolaban las tierras de Canaán y Siria.
Los egiptólogos calculan que
la duración del dominio hicso en Egipto no fue de más de cien años, aunque hay
quienes hablan de una ocupación de cuatro siglos, similar a la estadía de los
hebreos en Egipto según la Biblia, por lo que sostienen que podría tratarse de
los mismos individuos. La capital del reino estuvo situada en la ciudad de Avaris
en el delta del Nilo, actual Tell el-Daba; sin embargo, no controlaron todo el
territorio egipcio, pues varios nomos (distritos) del Sur no llegaron a estar
totalmente bajo su control, entre ellos el de Tebas.
En los textos de los Epítomes
de Manetón, los reyes hicsos aparecen como los monarcas de las Dinastías XV y
XVI. En el Canon Real de Turín sus nombres estaban en los epígrafes X.14 a
X.30, aunque desgraciadamente está muy dañada esta parte, faltan fragmentos y
algunos textos son ilegibles. El más conocido, y con quien el reino hicso llegó
a su apogeo, es Apofis I, que gobernó en el siglo XVI a.C., y del que se ha
encontrado una hermosa jarra de alabastro con su nombre y titulatura en
Almuñécar, en el sur de España.
La desaparición del Imperio
Medio
La aparición de los hicsos
plantea uno de los mayores dilemas de la historia egipcia. Su origen,
significado y permanencia todavía son objeto de estudio e investigación. Si
comenzó como una migración pacífica, se transformó con el tiempo en una conquista
militar del territorio egipcio. Esta se logró por los avances tecnológicos que
dieron a los invasores extranjeros ventajas tácticas que resultaron tan
decisivas como la introducción del arco compuesto, la armadura de escamas de
bronce, las, dagas y espadas curvas de bronce, la utilización del caballo y los
carros de guerra, desconocidos por los egipcios, y el uso intensivo del bronce
que dio a los hicsos una ventaja militar decisiva. La fuerza militar egipcia
consistía esencialmente en infantería, armada con hachas, mazas, lanzas y
escudos. Los egipcios, hasta entonces, eran un pueblo que se dedicaba
esencialmente a la agricultura, donde se reunían huestes de forma extraordinaria
durante lapsos de tiempo acotados. No existía hasta ese momento un ejército en
forma permanente.
Los hicsos como florecientes
mercaderes
Esta apreciación de los hicsos
como florecientes mercaderes, aportada por estudiosos como Teresa Bedman,
sostiene fundamentalmente que, tras un período de incertidumbre y
desorganización durante la XIII Dinastía, Egipto sufrió una partición,
estableciéndose dos reinos, uno en el Alto Egipto con capital en Tebas y otro
en el Bajo Egipto con capital en Xois. De nuevo llegó la paz y prosperidad con
la afluencia de varios pueblos que se confederaron, conformando nuevas Dinastías
en el delta del Nilo (las Dinastías XV y XVI), aunque al tiempo sigue
existiendo un reino independiente de gobernantes egipcios con capital en Tebas,
en el Alto Egipto, pertenecientes a la XVII Dinastía. No se ha establecido un
origen étnico único para los hicsos: tal vez fue una confederación de pueblos
nómadas, hurritas e inmigrantes semitas procedentes de las regiones de Canaán y
Siria, además de una etnia guerrera, probablemente procedente de Anatolia, que
habría ejercido el liderazgo. También hay quien opina que los hicsos pudieron
ser los precursores de los hititas, como los etruscos, samnitas y otros pueblos
itálicos lo fueron de los romanos. En cualquier caso, durante este período los
nuevos soberanos no interrumpieron las costumbres egipcias, y en muchos casos
las tomaron como propias, copiándose en papiros textos que recogían antiguas
tradiciones, y esto solo puede ocurrir en momentos de paz y florecimiento
económico. Un fenómeno similar al que se produjo en Occidente cuando, tras las
invasiones iniciales de los bárbaros —no siempre violentas—, éstos acabaron
asimilando la cultura tardorromana.
No debería considerarse a los
hicsos como un pueblo guerrero y devastador, aunque hubiera castas militares
entre ellos. La mayoría eran comerciantes emigrados por el desplome de los
mercados tradicionales de Biblos y Megiddo; su gran expansión territorial no se
debió a una conquista militar, sino a razones comerciales, y su presencia en
puntos tan alejados como Cnosos, Bogazkoy, Bagdad, Canaán, Gebelein, Kush y el
sur de la península Ibérica, se debe a razones comerciales y económicas, no a
la existencia de un gran imperio hicso.
El fin de los reyes hicsos
Al comienzo del siglo XVI a.C.
la XVII Dinastía gobernaba en Tebas. Los miembros de esta familia, los reyes
Senajtenra Ahmose, Seqenenra Taa, Kamose y Amosis I, llevaron a cabo la guerra
patriótica que culminó en la expulsión de los hicsos del territorio egipcio. En
esta tesitura las reinas (Tetisheri, Ahotep y Ahmés Nefertari) también tuvieron
un papel importante reclutando tropas, consiguiendo recursos y como consejeras.
La guerra debió ser larga y sangrienta, y varios de estos príncipes tebanos
(Seqenenra Taa con seguridad, y probablemente Kamose) murieron a consecuencia
de las heridas recibidas en combate. Finalmente, Amosis I logró tomar la
capital, Avaris, y expulsar a los hicsos de Egipto hacia el año 1550 a.C.
Ahmose prosiguió la lucha entrando en territorio asiático, lo que le convierte
en fundador del Imperio Nuevo de Egipto. Por esta gesta mereció que se le considerara
el iniciador de la XVIII Dinastía, la más brillante de la historia egipcia,
aunque no hubo ruptura de linaje con la Dinastía XVII.
[1] Abidos, en griego Abydos,
era una antigua población de la costa asiática de los Dardanelos. El rey persa Jerjes la
ocupó en 480 a.C. para iniciar la invasión de Grecia. Filipo de Macedonia la tomó en 200 a.C., aunque
por poco tiempo. Diez años después (190 a.C.) los romanos la ocuparon. La
ciudad mantuvo su importancia hasta los primeros siglos del Imperio Bizantino.
[i] La primera narración que relata una expedición al País de Punt se remonta
al 2500 a.C. y fue enviada por el faraón Sahura, de la V Dinastía, para traer
maderas preciosas, mirra, oro y plata, monos y enanos. También Pepi II, rey de
la VI Dinastía, envió un barco al País de Punt; «un lugar situado en la costa
asiática del mar Rojo», según las informaciones de la época. Mentuhotep III, de
la XI Dinastía envió otra expedición que quedó registrada en las inscripciones
grabadas en las rocas del valle de Uadi Hammamat. Pero, sin duda, la expedición
más célebre fue la que organizó en el siglo XV a.C. la gran reina Hatsepsut, de
la XVIII Dinastía, acontecimiento que está grabado en su templo en Deir
el-Baharí, aunque tampoco aporta datos que permitan establecer de forma
concluyente la ubicación geográfica, siquiera aproximada, del mítico País de
Punt. La mayoría de los estudiosos especulan situándolo en algún punto de las
costas de Somalia, Eritrea o Etiopía en África, o bien en el litoral de Yemen
bañado por el mar Rojo, al sur de la península Arábiga. Algo parecido sucede
con el no menos mítico Reino de Saba que es mencionando en el Antiguo
Testamento y en el Corán como un reino muy rico, conocido a través de Makeda,
la célebre reina de Saba, que habría visitado al sabio rey Salomón. La
extensión real de este Reino es desconocida. Hay hipótesis que señalan que se
encontraba al sur de la península Arábiga (actual Yemen), una ubicación similar
a la del País de Punt. También es posible que este legendario Reino se haya
confundido con el de Aksum que se encontraba en la actual Etiopía y que fue muy
próspero y conocido en la Antigüedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario