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martes, 16 de mayo de 2017

La lascivia de la bella Afrodita

Raras veces se dejó persuadir la bella Afrodita para prestar a las demás diosas su ceñidor mágico que poseía el don de hacer que todos se enamorasen de su portadora, pues Afrodita era tan promiscua como celosa. Zeus la había entregado en matrimonio a Hefestos, el herrero cojo; pero el padre de los tres hijos que le dio –Fobo, Deimo y Harmonía– fue Ares, el dios de la Guerra. Hefestos no supo nada de este engaño hasta que una noche los amantes permanecieron juntos en la cama demasiado tiempo; Helios, al salir, los vio y se lo dijo a Hefestos. Éste, muy enfadado, se retiró a su forja, y a golpes de martillo tejió una red de bronce como las que se utilizan para atrapar pájaros; era fina como una gasa pero absolutamente irrompible, y la ató secretamente a los postes y a los lados de su lecho.
—Querida esposa –le dijo a Afrodita–, voy a ausentarme durante algún tiempo en Lemnos, mi isla favorita.
Afrodita no se ofreció a acompañarle y cuando su esposo se hubo ido, mandó llamar a Ares, su amante. Los dos se encamaron inmediatamente y fornicaron alegremente durante toda la noche. Pero al amanecer se encontraron enredados en la malla; desnudos y sudorosos y sin posibilidad de escapar. Hefestos los sorprendió allí y convocó a todos los dioses para que fuesen testigos de su deshonra. Entonces anunció que no liberaría a su esposa hasta que los regalos de boda que le había entregado a Zeus le fueran devueltos. Los dioses llegaron corriendo, pero las diosas, por delicadeza, se quedaron en sus casas. Apolo, dándole un codazo a Hermes, preguntó:
—A ti no te importaría estar en el lugar de Ares, a pesar de la red, ¿verdad?
Hermes juró que no le importaría, aunque fueran tres las redes y aunque todas las diosas le estuvieran mirando. Con esto, los dos dioses prorrumpieron en carcajadas, pero Zeus estaba tan indignado que se negó a devolver los regalos de boda, o a intervenir en el asunto. Poseidón, por su parte, fingió que se compadecía de Hefestos.
—Ya que Zeus se niega a colaborar –le dijo al cornudo– yo me ocuparé de que Ares, como pago por su liberación, te entregue el equivalente de los regalos de boda en cuestión.
—Todo esto está muy bien –respondió con amargura el marido burlado–. Pero si Ares no satisface el pago, tendrás que ocupar su lugar bajo la red.
—No creo que Ares deje de cumplir lo pactado –repuso Poseidón noblemente–. Pero si así fuera, estoy dispuesto a pagar la deuda y a casarme yo mismo con Afrodita para lavar esta afrenta.
Así pues, Ares fue puesto en libertad y regresó a Tracia; y Afrodita marchó a Pafos, donde renovó su virginidad sumergiéndose en el mar.
Sintiéndose halagada por la franca confesión de Hermes de su amor por ella, Afrodita pasó la noche con él poco después; el fruto de aquella relación esporádica fue Hermafrodito, un ser de doble sexo. Y contenta también con la intervención de Poseidón en su favor, yació con él y le dio dos hijos, Rodis y Herófilo. Más adelante Afrodita se entregó a Dionisos y con él engendró a Príapo, un muchacho feísimo pero dotado de una enorme verga. Cuando creció se hizo jardinero y siempre llevaba consigo un cuchillo de podar. Aunque Zeus jamás se acostó con su hija adoptiva Afrodita, la magia de su ceñidor le hacía sentir una tentación constante de poseerla, y finalmente decidió castigarla haciendo que se enamorase de un mortal. Se trataba del hermoso Anquises, rey de los dárdanos, un nieto de Ilo, y una noche, cuando él dormía en su cabaña de pastor en el monte Ida, en la Tróade, Afrodita le visitó disfrazada de princesa frigia, y yació con él. Cuando se despidieron al amanecer, ella reveló su identidad, y le hizo prometer a su amante no contarle a nadie que se había entregado a él. Anquises se horrorizó al saber que había contemplado la desnudez de una diosa, y le suplicó que le perdonara la vida. Ella le aseguró que no tenía nada que temer, y que el hijo de ambos, Eneas, sería un héroe famoso.
Un día, la mujer del rey Cíniras de Chipre se jactó estúpidamente de que su hija Esmirna era incluso más hermosa que Afrodita. La diosa se vengó de este insulto haciendo que Esmirna se enamorase de su padre y se metiera en su lecho una noche oscura, después de que su nodriza lo hubiese emborrachado hasta tal punto que no se dio cuenta de lo que hacía. Más tarde, Cíniras descubrió que era padre y abuelo del hijo que esperaba Esmirna, y enloquecido por la cólera tomó una espada. Rápidamente Afrodita convirtió a Esmirna en un árbol de mirra que la espada, al caer, partió en dos. De él salió el bello Adonis. Afrodita ocultó al muchacho en un arca, que confió a Perséfone, reina del Hades.
Perséfone sintió curiosidad por abrir el arca y encontró a Adonis. Era tan hermoso que lo sacó y lo crió en su palacio como si fuese su propio hijo. La noticia llegó a oídos de Afrodita, que se dirigió inmediatamente al Hades para reclamar la custodia de Adonis; y en vista de que Perséfone no accedía a entregarle al muchacho –al que por entonces ya había convertido en su amante–, recurrió a Zeus. Éste, consciente de que Afrodita también quería gozar del bello Adonis, se negó a juzgar semejante disputa por considerarla deshonrosa, y la transfirió a un tribunal menor presidido por la musa Calíope. El veredicto de Calíope fue que Perséfone y Afrodita tenían el mismo derecho sobre Adonis, pero que había que permitirle al doncel que se tomase un descanso anual para recuperar fuerzas tras el desgaste físico que suponía satisfacer sexualmente a ambas diosas. Así pues, dividió el año en tres partes iguales, de las que él debería pasar una con Perséfone, otra con Afrodita y en la tercera permanecería solo para recuperar el vigor perdido.
Afrodita no aceptó el fallo de buen grado y urdió una treta: al llevar puesto su ceñidor mágico todo el tiempo, persuadió a Adonis para que le concediese la parte del año asignada para su descanso, y le animó a escatimarle a Perséfone la que le correspondía. Así que Afrodita no acató lo dispuesto por el tribunal en su sentencia. Perséfone se ofendió muchísimo, y marchó a Tracia para decirle al viril Ares, su benefactor, que Afrodita ahora prefería al bello Adonis. El temible Ares montó en cólera y, disfrazado de jabalí salvaje, arremetió contra Adonis cuando éste estaba de cacería en el monte Líbano, clavándole los colmillos y dándole muerte ante los ojos de Afrodita. De su sangre brotaron anémonas y su alma descendió al Tártaro, el más oscuro de los recovecos del inframundo. Afrodita, llorando desconsolada, fue a ver a Zeus, y le suplicó que Adonis tuviera que pasar sólo la mitad más oscura del año con Perséfone en el Hades, y que le dejara ser su compañero los meses de verano. Zeus accedió magnánimamente a su petición y así, ambas diosas, gozaron de las caricias de Adonis.
Afrodita, las más promiscua de las diosas del Olimpo



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