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lunes, 31 de julio de 2017

Los protocolos de los sabios de Sión


En 1773, el banquero Mayer Amschel Rothschild se reunió en secreto en la Judenstrasse de Fráncfort con otros doce judíos adinerados e influyentes para estudiar la puesta en marcha de un proyecto que controlaría la economía mundial.
Según Herbert G. Dorsey estos especuladores financieros habrían decidido controlar el Banco de Inglaterra fundado en 1694 por Charles Montagu, también judío, para ejercer una influencia determinante sobre la economía británica, primero, y sobre la europea, después. Según los planes de Rothschild y sus socios, era necesario que los futuros bancos centrales creados por ellos en los principales países europeos, ejerciesen un poder absoluto sobre las monedas nacionales y las finanzas internacionales, a fin de controlar la economía mundial.
Según lo publicado por Dorsey y William Guy Carr, en su libro Pawns in the Game, los Rothschild dejaron constancia por escrito de su siniestro plan para crear una suerte de gobierno mundial en la sombra. Más tarde su proyecto habría sido modificado por Nilus para dar forma a lo que hoy conocemos como Los protocolos de los sabios de Sión.
No obstante, hay quien asegura que la esencia de los Protocolos se remonta a los tiempos de la diáspora, y que Rothschild y sus descendientes habrían actuado como diabólicos profetas del sionismo para poner en marcha un siniestro plan para gobernar el mundo y doblegar a las naciones de los gentiles que durante siglos los habían oprimido.
Uno de los testimonios más persuasivos sobre la existencia de una conspiración sionista internacional data de las postrimerías del siglo XIX. El argumento en cuestión es conocido como tal, pero no reconocido, y siempre ha estado asociado a actividades siniestras perpetradas desde las sombras del poder político y financiero. Sin embargo, los Protocolos han desempeñado un papel tristemente célebre en la historia reciente de Europa y todavía despiertan emociones encontradas, antagonismos violentos y recuerdos horrendos que la mayoría de los autores prefieren desterrar. Esta reacción es perfectamente comprensible en la medida que dicho testimonio ha contribuido de modo significativo a los prejuicios y sufrimientos de la humanidad, y especialmente del pueblo judío. Pero si bien es cierto que el testimonio de los Protocolos ha sido criminalmente usado en la Rusia zarista y en la Alemania nazi, también fue objeto de graves errores de interpretación.
El papel de Grigori Rasputín en la corte de Nicolás y Alejandra de Rusia es más o menos del conocimiento general. Pero, lo que no suele saberse es que en la corte rusa existían enclaves esotéricos influyentes, incluso poderosos, mucho antes de la aparición de Rasputín, el excéntrico monje siberiano.
Durante las décadas de 1890 y 1900 se formó uno de estos centros esotéricos en torno a un individuo, de origen francés, que se hacía llamar Papús. Este oscuro ocultista presumía estar en contacto con la apócrifa Iglesia neocátara del Languedoc. Recordaremos que los cátaros fueron exterminados en el siglo XIII con el beneplácito del Papa que les acusó de herejía, entre otros crímenes. El tal Papús aseguraba también estar en buenas relaciones con los famosos ocultistas Emma Calvé y Claude Debussy, además de otro sujeto llamado Péladan que pretendía haber descubierto la tumba de Cristo, aunque no especificaba el lugar exacto de su ubicación.
El ocultismo medieval había renacido, por así decirlo, a principios del siglo XX, en plena Belle Époque, en muchas cortes y distinguidos círculos aristocráticos europeos ansiosos de presumir de erudición. El caso fue que algunos de estos charlatanes lograron ser aceptados en la corte de los Romanov y adquirieron una notable relevancia como confidentes del zar y, sobre todo, de la zarina.
Y fue precisamente esa relevancia adquirida por tan sospechosos advenedizos, lo que despertó los recelos, primero, y las airadas protestas, después, de la gran duquesa Isabel, entre otros, que estaba empeñada en colocar a sus propios protegidos en los aledaños del trono imperial de Rusia. Uno de los validos de la gran duquesa era un individuo que ha pasado a la posteridad con el seudónimo de Sergei Nilus.
A principios de 1904, en los prolegómenos de la guerra ruso-japonesa, Nilus presentó al zar un documento con apariencia de informe exhaustivo, denunciando la existencia de una conspiración socialista encabezada por revolucionarios judíos para derrocar al zar.
Pero si Nilus esperaba que el monarca le demostrara gratitud por su informe, los hechos demostraron que se equivocó. El zar declaró que el documento era una patraña basándose en la lealtad del pueblo ruso, incapaz de sublevarse contra su sagrada persona. Lo cierto fue que, tras la derrota rusa frente a Japón en 1905, estalló la que ahora se conoce como primera Revolución, y que fue el ensayo de las de febrero y octubre de 1917 que habrían de acabar con la monarquía de los Romanov y con la vida de sus últimos representantes.
Quizá, si Nilus no se hubiese empeñado en adornar su informe con elementos esotéricos y fantásticos, su denuncia habría tenido mayor credibilidad, pues la Policía Secreta zarista también había presentado informes similares a Nicolás II. Sergei Nilus fue desterrado de la corte y el zar ordenó que fuese destruido el informe, del que ya circulaban varias copias que eran del dominio público. A lo largo de 1905 un periódico empezó a publicar el informe de Nilus en forma de serial, y el famoso filósofo místico Vladimir Soloviov lo utilizó como apéndice de un libro que publicó ese mismo año. A partir de ese momento, el informe de Nilus comenzó a llamar la atención dentro y fuera de Rusia, y en los años siguientes se convirtió en uno de los documentos más controvertidos del siglo XX. Para algunos, una especie de evangelio o revelación maligna, y para otros, un opúsculo infame plagado de mentiras y medias verdades.
El documento en sí estaba presentado en forma de programa político que contenía una serie de reformas sociales y económicas sin precedentes. Entre otras cosas, incluía un paquete de medidas que se verían confirmadas y puestas en marcha a partir de 1917 tras el triunfo de los bolcheviques y en los años que siguieron a la guerra civil rusa. El opúsculo ha aparecido a lo largo de los años bajo diversos títulos ligeramente distintos, el más común de los cuales es el de Los protocolos de los sabios de Sión. Se dijo entonces que estos Protocolos procedían de fuentes específicamente judías que deseaban la ruina del zar a causa de los pogromos o persecuciones a los que eran sometidos los judíos en Rusia. Para muchos antisemitas, no sólo rusos, aquella era la prueba irrefutable de que existía una «conspiración judía internacional». A partir de 1919 en Alemania se empezó a culpar a los judíos por la derrota militar sufrida en la Primera Guerra Mundial, y en Rusia los zaristas achacaron también a los judíos el triunfo de la Revolución bolchevique y el asesinato del zar y de toda su familia.
En 1920, los Protocolos fueron distribuidos entre las tropas rusas blancas, y durante los dos años siguientes los soldados zaristas dieron muerte a más de 60.000 judíos. En Mein Kampf («Mi lucha») Hitler empleó los Protocolos para acusar a los judíos de todos los males que aquejaban a Alemania, derrotada en la guerra y humillada en la paz por el Tratado de Versalles. Pero no sólo el futuro dictador alemán creía a pies juntillas en la autenticidad de los Protocolos; en la liberal Inglaterra los Protocolos recibieron marchamo de autenticidad por parte del periódico Morning Post e incluso el Times se los tomó en serio a partir de 1921.
Los Protocolos siguieron circulando durante varias décadas. En España, en tiempos del general Franco, se hablaba de la célebre conspiración «judeomasónica» contra el Régimen. Esto se debió, en parte, a que la masonería se apropió fraudulentamente de muchos símbolos hebraicos para procurarse una legitimidad histórica que sus acólitos pretendían iniciar en los tiempos del rey Salomón e, incluso, en el Egipto de los faraones. Un absurdo sin parangón, pero que tuvo el perverso efecto de meter a los judíos en la órbita de la masonería, que se proclamaba a sí misma anticatólica y antimonárquica, y que sí había tenido mucho que ver en la Revolución francesa de 1789 y en la emancipación de las colonias españolas de América a principios del siglo XIX, de ahí la animadversión hacia la masonería del Régimen nacionalcatólico del general Franco.
Puede que al lector moderno los Protocolos le parezcan propios de alguna organización de mentirijillas como, por ejemplo, ESPECTRA, a la que combate James Bond. Esa organización no existe, pero sí existe ECHELON, creada por los servicios secretos de Estados Unidos y Reino Unido, y que incluye a otros países anglosajones que actúan al margen de la OTAN y de sus supuestos aliados. Como también existió y estuvo muy activa la organización terrorista GLADIO en la Europa de los años 1970 y principios de los 1980, actuando de forma extremadamente violenta en Italia y Alemania, sobre todo. Pocas personas saben que ECHELON existe, sin embargo, la organización aparece en internet como la mayor red internacional de espionaje y análisis de datos electrónicos. Ellos inspiraron el concepto del GRAN HERMANO y el OJO QUE TODO LO VE.
Cuando los Protocolos fueron publicados por primera vez se dijo que eran obra del Congreso Judío Internacional celebrado en Basilea (Suiza) en 1897, y donde se pusieron los cimientos ideológicos para la creación de un hogar judío, embrión del futuro Estado de Israel fundado en 1948. Sin embargo, los Protocolos originales eran anteriores al congreso de Basilea.
Sergei Nilus se inspiró, o plagió, un documento que ya circulaba en 1894 en una logia masónica francesa, a la que también pertenecía Papús, trece años antes de reunirse el Congreso Judío Internacional en Basilea. Esta logia masónica pretendía ser depositaria de la tradición esotérica de Ormuz, un legendario mago egipcio que sincretizó misterios cabalísticos judíos con rituales paganos precristianos y fundó, según sus devotos, la Rose Croix; el movimiento Rosacruz como fue conocido en España.
El movimiento rosacruz, abiertamente anticatólico, arrancó en Alemania en tiempos de la sangrienta guerra de los Treinta Años (1618-1648) y fue evolucionando dentro de la francmasonería ilustrada. Es poco lo que se sabe de los rosacruces, así como de otras organizaciones masónicas debido al carácter hermético de las mismas. Todas estas sectas estaban lideradas por lenguaraces estafadores que atraían a sus nuevos acólitos con la promesa de unos conocimientos fantásticos que iban más allá de la comprensión humana. Sin embargo, esta palabrería fue muy eficaz a la hora de atraer a personajes relevantes a las logias de Francia, Escocia, Inglaterra y Estados Unidos; países donde la masonería tuvo una mayor aceptación.
El texto de los Protocolos termina con esta afirmación: «Firmados por los representantes de Sión del Grado 33». En el judaísmo ortodoxo, al menos, no existe ningún grado que determine una posición dentro de una jerarquía; sí en la masonería. Por lo general el grado 33 es el más alto, el que corresponde al gran maestre en la francmasonería de «observancia estricta», en el que también se habla de «superiores desconocidos» y de otras perogrulladas por el estilo. No obstante, en los Protocolos también se hablaba de un «Rey de los judíos que sería ungido como el verdadero Papa» y que sería el «Vicario de una iglesia internacional sincrética», y concluían de manera críptica aludiendo a un «rey-sacerdote universal». Como expresión del pensamiento hebraico, real o imaginario, estas afirmaciones no pueden ser más absurdas.
Desde los tiempos bíblicos los reyes no figuran en la tradición de Israel y el principio mismo de la realeza se ha convertido en algo fuera de lugar dentro del judaísmo. Sin embargo, no es así en el pensamiento inglés: su monarca es el jefe de la Iglesia de Inglaterra y muchos de sus súbditos siguen creyendo que están llamados a gobernar el mundo a través de sus reyes, a los que algunos consideran «sagrados» y descendientes de personajes bíblicos como David, Salomón o el propio Jesús. Cualquier invención urdida con propósito de engañar, si es lo bastante descabellada y absurda, puede pasar por ser una verdad axiomática. Esto fue lo que sucedió con Los protocolos de los sabios de Sión.
A favor de la veracidad de los Protocolos se puede señalar que lo más importante del documento no es si son una falsificación o copia de textos anteriores, sino que lo es la precisión con la que los planes trazados en los protocolos se han cumplido proféticamente durante el siglo XX, y con particular exactitud después de la Segunda Guerra Mundial. El cumplimiento de estos planes sería en sí mismo la constatación irrefutable de la veracidad de los Protocolos.
Según la historia oficial, Sergei Nilus publicó en 1903 un texto copiado casi íntegramente de un panfleto escrito por Maurice Joly en 1864. Pero es improbable que Nilus o Joly hubiesen sido capaces de vaticinar entonces la Revolución rusa de 1917, las dos guerras mundiales, o la tendencia actual hacia la globalización, el mestizaje étnico y la multiculturalidad, entre otros acontecimientos de los que habla el texto. Suponiendo que la autoría de este texto sea enteramente de Maurice Joly (lo cual no es cierto ya que su obra es a su vez la copia de textos anteriores escritos por Jacob Venedey y Eugène Sue), tendríamos que aceptar que Joly era un profeta cuyos vaticinios son los más precisas jamás realizadas, o que el escritor fue informado por el demiurgo sobre los planes que tenía para el mundo en el futuro inmediato.
El célebre empresario Henry Ford dijo en una entrevista publicada en febrero de 1921 por el periódico New York World que «el único comentario que haré sobre los Protocolos es que encajan en lo que está sucediendo en el mundo». Julius Evola dijo también: «Si los Protocolos no son auténticos, entonces son verídicos». ¿Es por ello que el sionismo ha limitado el debate sólo a la crítica de su autenticidad, pero no se ha centrado nunca en el cumplimiento de sus contenidos?
William Pierce escribió lo siguiente en el artículo Los nuevos protocolos: «Yo no calificaría a los Protocolos de ser una falsificación, como los judíos lo llaman siempre que el libro se menciona. Yo me inclino a creer que el Profesor Nilus era un astuto observador de los sionistas y también un patriota. Él quiso advertir al pueblo ruso sobre lo que los judíos estaban planeando [...] y así imaginó cómo el plan de los judíos podría ser si triunfara. Creo que escribió el texto que él mismo publicó, pero que creyó que era una descripción bastante exacta de lo que los judíos realmente estaban haciendo».
Resulta improbable que una organización secreta internacional escriba o imprima las actas de sus reuniones. Por lo tanto los protocolos originales serían tan sólo un resumen superficial muy sencillo tomado inicialmente de las reuniones de los que se hacían llamar Sabios de Sión, probablemente judeomasones. Por lo tanto, Sergei Nilus debió hacer legible dicho resumen sin modificar el contenido de la obra, por lo que añadió gran cantidad de texto y nuevos datos que hicieron comprensible el texto que hoy conocemos.
Por todo lo expuesto, se puede concluir que Los protocolos de los sabios de Sion fueron gestados en 1773 en una reunión secreta de inspiración judeomasónica presidida por el banquero Mayer Amschel Rothschild. El judío y masón Adolphe Crémieux, miembro de la logia masónica Mizoram, además de mentor y amigo de Maurice Joly y Jacob Venedey, guardaba una copia de los protocolos para adoctrinar a sus seguidores. Dichos apuntes fueron luego robados por Joseph Schorst en 1884 de la logia Mizoram en Francia, para ser entregados, entre otros, a Sergei Nilus, quien los publicó con ciertas modificaciones.


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