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martes, 9 de mayo de 2017

Rasputín: el diablo sagrado

Grigori Yefímovich Rasputín fue un místico ruso cuya apariencia recordaba la de Jesucristo y que adquirió fama de sanador mediante la oración, razón por la cual obtuvo un gran ascendente sobre la familia real rusa a principios del siglo pasado. En su juventud, Rasputín llevó la vida típica de un campesino siberiano, hasta que, supuestamente, experimentó su «conversión». Era un hombre con un físico imponente dotado de una personalidad abrumadora: muy alto y fornido, de hábil y elocuente verborrea. A menudo se comportaba de forma grosera y violenta, pero tenía una penetrante mirada que le confería un misterioso carisma, sobre todo entre las mujeres. Amaba y odiaba efusivamente. Era un actor soberbio y convincente que se sabía poseedor de estas habilidades y las usó inteligentemente en su provecho. 
Siempre hubo rumores de que era una persona licenciosa y de que se le había visto numerosas veces borracho y en compañía de prostitutas. Sus relaciones con sus discípulos, sus aventuras de alcoba con mujeres de la alta sociedad, eran polémicas y muchos no las aprobaban. Rasputín solía justificar su comportamiento licencioso diciendo que «Se deben cometer los pecados más atroces, porque Dios siente mayor agrado perdonando a los mayores pecadores». Sin embargo, los investigadores modernos no han encontrado pruebas concluyentes que demuestren el supuesto libertinaje del controvertido monje siberiano. Pero, independientemente de su veracidad, esta mala reputación ha perdurado hasta nuestros días y ha sido plasmada en sus biografías, y trasladada al cine en varias películas. 
Mucho antes de trasladarse a Moscú, Rasputín ya había cosechado una considerable fama como sanador y, gracias a una amiga de la zarina llamada Anna Výrubova, en 1905 fue llamado a la corte para detener una hemorragia del heredero Alekséi Nikolaevich Romanov, que padecía de hemofilia. El zarévich efectivamente mejoró —algunos investigadores sostienen que fue mediante hipnosis— y la familia Romanov, especialmente la zarina Alejandra, embargada por un beatífico agradecimiento, cayó bajo la influencia de este controvertido personaje. Este «milagro» no sólo le granjeó el favor de la familia real, también buena parte de la aristocracia se rindió a su magia. Esto se debió en parte a que Rasputín, como clérigo, poseía un profundo conocimiento de las Escrituras y las interpretaba a su antojo como un experto exegeta, embaucando a cuantos le escuchaban boquiabiertos después de haber realizada alguna de sus sanaciones. 
Rasputín pronto se convirtió en el amigo íntimo del zarévich Alexéi Nikolaevich, ya que le proporcionaba el remedio a su mal que los médicos no podían ofrecerle. Este ascendente sobre el heredero, llevó a muchos a pensar que el futuro de la dinastía Romanov, estaba en manos del excéntrico santón. Gracias a estas «milagrosas» sanaciones la zarina Alejandra confió ciegamente en el poder hemostático del curandero, y poco a poco también se fue convenciendo de los funestos vaticinios del monje sobre el trágico destino que aguardaba a la santa Rusia, a la que Rasputín veía en sus sueños premonitorios «envuelta en una nube negra e inmersa en un profundo y doloroso mar de lágrimas». 
Rasputín recomendó al zar en diversas ocasiones que retirase a Rusia de la guerra que había estallado en Europa en agosto de 1914. Dado que Alejandra era alemana, algunos creyeron que la zarina actuaba como una espía a favor del káiser. En el Gobierno y en la corte se consideraba que la influencia de Rasputín sobre el zar y la zarina era nefasta en un momento en que la situación de la monarquía ya era muy crítica.

A principios de 1916, tras el fracaso de una primera tentativa de asesinato encabezada por el ex ministro del Interior, Alexéi Jvostov, el primer ministro Alexander Trépov le ofreció a Rasputín doscientos mil rublos para que regresase a Siberia. Finalmente, una nueva conjura para asesinarle tuvo éxito. Fue la del príncipe Félix Yusúpov, en la que también estaban implicados un líder derechista de la Duma, Vladímir Purishkévich, y los grandes duques Dimitri Pávlovich y Nicolás Mijáilovich. El príncipe Yusúpov, Purishkévich y el gran duque Dimitri planearon atraer a Rasputín al palacio del primero con el pretexto de que allí se reuniese con la esposa de Yusúpov, la gran duquesa Irina Alexándrovna. 
Así, y a pesar de haber recibido una advertencia del peligro que le amenazaba si acudía a la cita, ese mismo día, el 16 de diciembre de 1916, Rasputín se presentó en el palacio poco después de la medianoche. Yusúpov le hizo esperar a la gran duquesa en un acogedor saloncito habilitado en el sótano, mientras ésta supuestamente atendía a otros invitados. Allí le sirvió vino y unos pasteles envenenados con cianuro. El monje comió varios de aquellos pasteles —que eran sus preferidos—, y cuando se los terminó sin dar muestras de envenenamiento, pidió más. Entonces, exasperado porque el veneno parecía no hacer efecto, Yusúpov bajó al sótano y le descerrajó al monje un disparó en el pecho dándolo por muerto. A continuación se reunió con los demás conspiradores y todos juntos se reunieron en el exterior y se prepararon para deshacerse del cadáver. No obstante, Rasputín había sobrevivido al veneno y al disparo de Yusúpov, por lo que Purishkévich y los demás le dispararon varias veces cuando, atónitos, lo vieron aparecer en el patio donde estaban ultimando los preparativos para trasladar el cadáver. Después de fallar en dos ocasiones, por fin lo derribaron con dos sendos disparos y lo remataron propinándole un fuerte golpe en la sien con una pala. Después arrastraron el cuerpo atado con pesadas cadenas de hierro y lo arrojaron al río Nevá para que se hundiese. Pero, inexplicablemente, el cuerpo fue encontrado por la Policía cinco días después flotando en el río. 
Después de practicársele la autopsia —cuyos resultados se hicieron públicos hace muy pocos años—, Rasputín fue enterrado junto al palacio de Tsárskoye Selo en enero de 1917, pero durante la Revolución bolchevique en febrero de ese mismo año, su cuerpo fue desenterrado y quemado en medio del bosque de Pargolovo y sus cenizas esparcidas a los cuatro vientos. Investigaciones recientes señalan que en el asesinato de Rasputín pudo estar involucrado el servicio secreto británico, dada la manifiesta oposición del santón siberiano a la participación de Rusia en la guerra europea. Ciertamente, si Rusia se retiraba de la guerra, Francia y Reino Unido difícilmente podrían contener a Alemania. Estados Unidos no declaró la guerra al káiser hasta abril de 1917, unos meses después del asesinato de Rasputín, y su aportación militar fue ínfima, por no decir irrelevante. De no haber sido por la rápida movilización del Ejército ruso en septiembre de 1914, Francia hubiese sucumbido ante el empuje arrollador de los ejércitos alemanes en el Marne.

El caso fue que, por diversas razones, Rasputín alcanzó gran influencia ante la familia Romanov y por ello fue muy odiado y temido por aquellos cortesanos y nobles que se sintieron amenazados en sus intereses, y propagaron rumores que animaron a los revolucionarios enemigos del régimen zarista. Rasputín también fue acusado de ser un espía alemán y de influir políticamente en la zarina, que era de ascendencia alemana, en sus nombramientos ministeriales cuando el zar estuvo ausente por hallarse en el frente dirigiendo a las tropas. Esto hizo que los soldados y los revolucionarios le acusasen de los últimos desastres y fue el detonante para la rebelión que acabó con la monarquía zarista y con la propia familia real, salvajemente asesinada por los bolcheviques en julio de 1918. El zar Nicolás II tenía fama de obstinado y de no escuchar ni aceptar consejos de nadie. Quizá, de haber escuchado los de Rasputín para que sacase a Rusia de la guerra, no se habría producido la Revolución bolchevique y él y toda su familia no habrían sido brutalmente asesinados.


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