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lunes, 22 de mayo de 2017

Tiberio y el reinado del Terror (14-37 d.C.)

La transmisión del poder, punto delicado del sistema creado por Augusto, debía constituir la piedra angular de su éxito. Afortunadamente para el régimen imperial, el nuevo emperador, Tiberio, no era un advenedizo ni un simple debutante. Tiberio era hijo de Livia Drusila y de Tiberio Claudio Nerón. El 18 de septiembre del año 14, después de la muerte de Augusto, quedó solo en la regencia que había obtenido con la acumulación de títulos de los años anteriores. No adoptó el título de emperador y demostró su desafección al poder desde inicios de su reinado. Una de sus primeras decisiones fue reformar las instituciones, para lo cual aumentó el poder del Senado dándole la facultad de nombrar magistrados, de manera que los Comicios, instituciones cuya principal tarea era ésa, fueron debilitados. Al aumentar el poder del Senado y anular el del pueblo, Tiberio buscó un equilibrio, aumentando de 3 a 9 cohortes los efectivos pretorianos y asignándole un campamento permanente en Roma, la Castra Praetoria. El Senado recuperó su antiguo poder, al tiempo que volvía a ser la entidad fiscalizadora sobre los gobernadores de las provincias romanas.
Con cincuenta y cinco años en el momento de su advenimiento, Tiberio había intervenido en los acontecimientos más importantes de los últimos años del principado de Augusto. Hombre de Estado, había sido un miembro destacado del gobierno y, a medida que el emperador envejecía, su protagonismo había ido en aumento. Desgraciadamente para él, su carácter hosco no estaba a la altura de su inteligencia; orgulloso y ceñudo, al tiempo que desconfiado, Tiberio se haría con los años suspicaz y cruel. Su gobierno, después de haber comenzado favorablemente, se convertiría en un régimen de terror y terminaría en un baño de sangre.
Había combatido diestramente a orillas del Rin y del Danubio. A los pocos años del inicio de su reinado, en las regiones de Panonia y Germania, los legionarios se sublevaron exigiendo el pago de sus salarios atrasados. Germánico, un joven y brillante general, y el hijo de Tiberio, Julio César Druso, fueron enviados para sofocarla. Así, Druso Germánico unió a los rebeldes a su causa y emprendió una campaña en Germania, atravesando el Rin. Estos hechos, unidos a que Germánico recuperara las águilas de las legiones destruidas en la batalla del bosque de Teutoburgo, generaron euforia entre el pueblo y la popularidad de Germánico se disparó. En 17, tras decenas de años sin victorias, Druso Germánico celebró un triunfo. En 19, éste murió envenenado en extrañísimas circunstancias, y las sospechas de Agripina la Mayor, viuda de Druso, recayeron en Tiberio.
En el año 23, tras la muerte de su hijo, Tiberio se sumió en un estado depresivo, y lentamente fue delegando poderes en su prefecto del Pretorio, Lucio Elio Sejano, quien ejercía el cargo desde el 15, hasta que, finalmente, en el año 26, Tiberio se retiró a la isla de Capri y dejó el poder absoluto a Sejano.
Tanto por su autoridad como por su talento político y militar, Tiberio presentaba todas las cualidades para resolver sin accidentes la grave crisis de sucesión que la muerte de Augusto había abierto. Aquel anciano, que no tenía ya que probar nada, se fue aislando poco a poco. El sistema de Augusto representaba a la vez una realidad, el poder militar, y una ficción, la apariencia de gobierno civil. La política de Tiberio fue pragmática desde el principio: asumir las realidades y salvaguardar las apariencias. El nuevo emperador lo hizo sin vacilar. Los 9.000 hombres que componían la Guardia Pretoriana le daban el poder sobre Roma, y el mismo día de la muerte de Augusto, en virtud de su imperium proconsular, dio la consigna a los pretorianos y notificó oficialmente su toma de posesión a los gobernadores de todas las provincias. Frente al Ejército, mandó; frente al Senado, disimuló e hizo el paripé. Convocó a la Asamblea en virtud de su potestad tribunicia y, como Augusto en –27, fingió con afectación no aceptar la carga del Poder sino ante el ruego insistente de los senadores. Esta mezcla de energía y de habilidad logró sus frutos. La transmisión del poder se logró sin excesivas dificultades y Tiberio pudo inaugurar su principado del modo más favorable. Solo había un nubarrón en aquel cielo impoluto: la rebelión de las legiones del Rin y de las de Panonia. Único síntoma preocupante para la continuidad del régimen de Augusto. Druso Germánico, su sobrino e hijo adoptivo —hermano del futuro emperador Claudio— supo sofocar el motín y las cosas volvieron a su cauce en poco tiempo sin grandes trastornos.
En los últimos años de Augusto, Tiberio había participado activamente en su política interior, alentado, justo es reconocerlo, por Livia, su madre. Una vez hubo obtenido el imperium, se atuvo escrupulosamente al mismo programa que su predecesor. Su política doméstica, como la de Augusto, estuvo contenida en estos dos principios fundamentales sobre los que descansaba el régimen: omnipotencia del imperator y colaboración efectiva del Senado. Nunca hubo, en la larga historia del Imperio, una cooperación de los dos poderes del Estado con tanta sinceridad y liberalidad por parte del emperador, como en la primera parte del principado de Tiberio. No solo respetó Tiberio escrupulosamente las prerrogativas gubernamentales y administrativas que Augusto había dejado al Senado, sino que no dudó en reforzarlas desde el triple punto de vista electoral, legislativo y judicial. En el sistema de Augusto, los comicios habían conservado sus atribuciones electores y seguían funcionando con la elección de los magistrados (cónsules, pretores, ediles, tribunos y cuestores). Tiberio les arrebató esta facultad para transmitirla al Senado. El poder legislativo, que de hecho se les había retirado también a los comicios, se dividió entre el Senado y el Imperator. Finalmente, el Senado recibió en materia criminal nuevos e importantes poderes judiciales; fue erigido en alta corte de justicia con la misión de fallar sobre los asuntos particularmente graves, ya por razón de la importancia de las causas, como el proceso contra la seguridad del Estado, ya por la elevada posición de los acusados, como en el caso de ser éstos miembros del orden senatorial. De esta manera, según se proponía Tiberio, tenía que tomar el Senado parte más estrecha aún en el ejercicio del gobierno que en la época de Augusto. Tiberio tenía mucho más interés en que la práctica respondiera en este punto a la teoría, dando prueba al Senado de las mayores consideraciones, asistiendo frecuentemente a las sesiones, interviniendo en los debates, en los que fingía respetar la libertad de discusión y no pretender el triunfo de su opinión sino con la única arma de la persuasión. Durante varios años la colaboración de los dos poderes fue eficaz y pudo parecer duradera.
Desgraciadamente, subsistía el equívoco que se hallaba en la misma base del sistema imperial. El Senado añoraba demasiado su pasada grandeza para aceptar sin prevención la autoridad real, bastante restringida, que el emperador consentía en reconocerle; Tiberio, por su parte, no ignoraba tal estado de ánimo y, desconfiado por naturaleza, se mantenía a la defensiva. Las tirantes relaciones de Tiberio con su sobrino Druso Germánico, enturbiaron aún más la situación. Llamado a Roma cuando se encontraba en el Rin, en el 17, Druso regresó a la capital agriado y descontento y todo el partido militar se fue con él. Este partido y el mismo Druso contaban con numerosos amigos en el Senado. Tiberio se esforzó en neutralizar a esta oposición naciente colmando a Druso Germánico de honores; después, para apaciguar los ánimos, le encargó una misión extraordinaria en Oriente. El asunto se complicó y surgió un conflicto de jurisdicciones con el gobernador de Siria, Calpurnio Pisón, el funcionario romano de mayor rango en aquella parte del Imperio. Rencillas entre las mujeres —Agripina, esposa de Druso, y Plaucina, consorte de Pisón, esta última en muy buenas relaciones con Livia, viuda de Augusto y madre de Tiberio— agravaron la delicada situación. Druso, para zanjar el asunto, alejó a Pisón.
Poco tiempo después moría Druso bruscamente cerca de Antioquía (19). Su muerte causó mucha aflicción en Roma. Los enemigos de Tiberio, explotando esta disposición de ánimos, acusaron a Pisón de haber ordenado envenenar a Druso y hasta insinuaron que las instrucciones habían partido del propio emperador. Ante las manifestaciones de la opinión pública, Tiberio tuvo que ordenar que Pisón compareciese en el Senado para rendir cuentas. Éste se defendió con energía; pero, frente a un tribunal hostil, abandonado a su suerte por el emperador, se quitó la vida; aun así, los enemigos de Tiberio no perdieron la ocasión de culparle de esta muerte, asegurando que su mano estaba detrás de ella. Se había roto definitivamente la colaboración cordial entre los dos poderes, y las consecuencias de esta nueva situación no tardaron en hacerse sentir.
Sejano y el reinado del Terror
En este sentido hubo un hombre que representó un papel particularmente nefasto, el prefecto del Pretorio, Elio Sejano, cuya personalidad domina, nada menos, que catorce años del principado de Tiberio (17–31). Sejano, natural de la antigua región de Etruria, pertenecía a la Orden Ecuestre. Intrigante y ambicioso, logró ganarse la confianza de Tiberio, tarea harto difícil y delicada, y en una ocasión, incluso, logró salvarle la vida. De manera que, desde los comienzos del principado fue escogido para ocupar uno de los dos puestos de prefectos del Pretorio. Contrariado por la presencia de un colega, logró deshacerse de él en el 17 y se quedó como único titular de tan elevadas funciones. Desde entonces comenzó a poner en práctica su plan para convertirse en el segundo hombre más poderoso del Imperio. La primera parte de este plan era agrupar bajo su único mando a todas las fuerzas militares acantonadas en el recinto de la capital. Las nueve cohortes pretorianas estaban, excepto algunas de ellas que tenían sus cuarteles intramuros, dispersadas a lo largo de la Península. Sejano las reunió a las puertas de la capital, en un vasto campo atrincherado que construyó a tal efecto, el Campo Pretoriano. Reunidos bajo su mando aquellos 10.000 hombres seleccionados garantizaban sus esperanzas de ejercer el poder. Aspiró desde entonces a proclamarse emperador y se afanó en eliminar todos los obstáculos que le cerraban el camino. El previsible heredero, después de la muerte prematura de Druso Germánico, era el hijo del emperador, también llamado Druso. Sejano se hizo amante de la mujer de aquél, Livila, la cual, a instancias de él, asesinó a su esposo (23). Pero la presencia de Tiberio en Roma le molestaba. Aprovechando la poca afición que Tiberio había tenido siempre por residir en la capital, le convenció para que se alejara. Tiberio partió el año 26 y fue a instalarse en la isla de Capri, en el golfo de Nápoles, donde iba a pasar los once últimos años de su vida. Sejano, su representante oficial por su calidad de prefecto del Pretorio, se convertía así en el dueño de Roma y tenía ya el campo libre.
La muerte de Livia Drusila —madre de Tiberio— en el año 29, facilitó bastante las cosas a Sejano, que inició entonces una serie de juicios sumarísimos contra sus enemigos, ejecutando y confiscando sus propiedades. La viuda de Augusto siempre había recelado de las intenciones de Sejano y éste, con su habitual decisión, se apresuró a aprovecharse de la situación tras la desaparición de la anciana, para intentar entrar en la familia Julioclaudiana y abrirse paso de este modo al principado. Procuró —pues era el medio más rápido— casarse con Livila, la viuda del hijo del emperador. Pero Tiberio, que albergaba sus sospechas, se negó a ello, y Sejano tuvo que renunciar a sus planes momentáneamente. Entonces buscó abrirse paso por la vía indirecta. Por la muerte de Druso y debido a la corta edad de su hijo, Gemelo, la sucesión de Tiberio volvía a la descendencia de Germánico, representada por sus tres hijos: Nerón, Druso y Cayo, que contaban, respectivamente, veinte, dieciocho y trece años. Sejano decidió desembarazarse de los tres y, a la vez, de la madre de éstos, Agripina, que no cesaba de vigilar sus idas y venidas. Tiberio, engañado, obtuvo del Senado la condenación de Agripina y de su hijo Nerón; ella fue desterrada a la isla de Pandataria, y su hijo, a la isla de Pontia (30). A Druso se le encarceló. Quedaba Cayo, demasiado joven para que constituyera un serio obstáculo a los planes de Sejano. Entonces estaba Sejano en el apogeo de su poderío; era dueño de Roma y tenía en sus manos al Senado. Tiberio lo acababa de asociar al Imperio confiriéndole el imperium proconsular (31). Solamente la persona del emperador parecía separarle ahora del poder.
Ese mismo año 31 en Roma, Antonia, la viuda de Druso Germánico —hermano de Tiberio muerto varios años antes—, no perdía de vista las intrigas de Sejano, advirtiendo al emperador del peligro que se cernía sobre él. Para precipitar los acontecimientos, Sejano urdió contra Tiberio una amplia conjura, en la que entraron senadores, caballeros y libertos y que debían apoyar las cohortes pretorianas. El complot fue descubierto y Tiberio, enfurecido por la traición y, sobre todo, por su propia ingenuidad, se decidió a actuar de forma contundente; pero el poder de Sejano era tal, que podía ser un gran peligro chocar de frente. Por fortuna, Augusto, al crear la prefectura del Pretorio, se había cuidado de substraer de su autoridad dos cuerpos importantes de la guarnición de Roma: las cohortes urbanas y las cohortes de las vigilias. De modo que el emperador podía encontrar en la misma Roma tropas leales que oponer a las del prefecto del Pretorio.
Sejano fue reemplazado como prefecto del Pretorio por Nevio Sertorio Macro, hombre enérgico que se aseguró de la fidelidad del prefecto de las vigilas, Greciano Lacón, y obró después resueltamente. Abandonado por el Senado, Sejano fue detenido y condenado a muerte la misma tarde. Toda su familia y muchos de sus parientes perecieron con él (31). Tiberio volvió entonces a Roma e inició una cruel represión que diezmó las filas senatoriales. Muchos otros patricios fueron ejecutados, exiliados o encarcelados.
El período de la tiranía y la muerte de Tiberio
En este tiempo, empezaron a salir a la luz rumores de supuestos actos aberrantes de Tiberio durante su estancia en Capri, entre ellos, de perversión sexual. Tras terminar los juicios sumarísimos y las ejecuciones de los cómplices de Sejano, Tiberio se retiró del poder y se aisló completamente, dejando que el Imperio funcionara por sí solo.
Tiberio había sido siempre sombrío y suspicaz por naturaleza; estos defectos se acentuaron con la edad, y la traición de Sejano, el único hombre al que había dado su confianza, los llevó al paroxismo. Los seis últimos años de su principado representaron un período de tiranía, en que el régimen de la delación metódicamente organizada se mantuvo a la orden del día. La gran herramienta fue la ley de lesa majestad —del latín Laesa maiestas o Laesae maiestatis, referida a los supuestos agravios contra la majestad del gobernante—, paradójicamente un legado de la era republicana, que permitía al emperador actuar contra todos aquellos de los que podía sospecharse que atentaban, ya por acciones, ya por palabras, contra la seguridad del Estado o de sus legítimos representantes. Augusto y el mismo Tiberio, en la primera parte de su principado, habían hecho un uso muy moderado de esta ley, o se habían contentado, como máxima pena, con la del destierro. Tiberio aplicó por primera vez la pena de muerte. Como en la antigüedad romana no se conocía el ministerio público, los fiscales habituales fueron los delatores, interesados por una recompensa pecuniaria en la búsqueda y condena de los acusados. Las penas de muerte y de destierro, seguidas regularmente de la confiscación de bienes, se multiplicaron. Las leyes de concusión —del latín concussio, se referían a las exacciones arbitrarias hechas por funcionarios públicos corruptos en provecho propio—, que permitían castigar a los gobernantes culpables, proveyeron al emperador de una segunda herramienta casi tan terrible como la primera. Numerosos fueron los senadores a los que esta ley alcanzó, y la mismísima familia Julioclaudiana no quedó a resguardo de la represión. Druso, el segundo de los hijos de Germánico, fue condenado a muerte, y su madre, Agripina la Mayor, se dejó morir de hambre. Aunque también es posible que fuese asesinada por inanición.
Mientras Roma se hallaba presa de este régimen de sospechas y terror, Tiberio, en su retiro de Capri, se entregaba cada vez más a la misantropía y, al decir de los historiadores, en el vicio y la depravación. Murió miserablemente el 16 de marzo del 37 a la edad de setenta y ocho años, supuestamente asesinado por Macro o por Calígula, a quien dejaría el poder en su testamento por ser hijo de Germánico, junto a su nieto, Tiberio Gemelo. Se rumoreó que los asesinos, para acelerar su muerte, le habían asfixiado con un montón de mantas o almohadas mientras dormía la siesta.


Tiberio y Vipsania, de la que su madre, Livia, le obligó a divorciarse

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