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domingo, 15 de abril de 2018

¿Estuvo el mago Merlín en España?


A mediados del siglo V diversos pueblos germánicos como los anglos, los jutos, los sajones y los frisios comenzaron a ocupar las zonas costeras de Britania occidental. Aunque inicialmente su área de asentamiento fue más bien limitada, pronto emprendieron la penetración hacia el interior, especialmente hacia el valle del Támesis y la zona oriental de las Midlands. Con las invasiones comenzó el éxodo de las poblaciones indígenas que se refugiaron en las zonas más occidentales del país: Gales, Cornualles y Cumbria. Otros grupos optaron por migraciones más largas y atravesaron el Canal estableciéndose en la Armórica, que a partir de este momento tomaría el nombre de Bretaña. Otros grupos de celtas bretones navegaron todavía más al sur y se establecieron en las costas septentrionales de la península Ibérica, donde llegaron a fundar un obispado, el de Britonia (en la actualidad Santa María de Bretoña), y un monasterio, el de Máximo [¿referencia al emperador Clemente Máximo?]. Esta sede fue mencionada por primera vez en las actas del Concilio de Braga, celebrado en 561, donde se cita la presencia de un enigmático obispo cuyo nombre se transcribe Maeloc o Maelvas [¿el mismo mago Merlín que aparece en la leyenda artúrica?]. Al parecer, dicho obispado se estructuraba siguiendo el modelo de las iglesias celtas de Britania e Irlanda, teniendo en su cúspide a un obispo que era a la vez abad. La Iglesia celta sobrevivió a la férula imperial y al largo brazo del clero católico gracias al hecho de que en la época de la cristianización de Irlanda y Escocia, allá por los siglos V-VI, el poder militar de Roma ya había desaparecido y los papas no podían servirse de la autoridad imperial para imponer su criterio por la fuerza de la espada en las antiguas provincias del fenecido Imperio de Occidente.
Desde la infancia el destino del futuro rey Arturo se halla unido al mago Merlín, cuyos orígenes nadie nos explica. A veces se le representa como un sacerdote druida, otras como un obispo cristiano, o el mismo papa de Roma. Lo que nos sugiere que la historia de Merlín y Arturo pudo desarrollarse en alguna época de transición entre las viejas religiones paganas y la nueva religión impuesta por el Imperio: el cristianismo. Esto nos situaría nuevamente, casi con toda probabilidad, en la Bretaña de finales del siglo IV y principios del V, coincidiendo con la época de las grandes invasiones.
Se tiene idea de que la edad de Merlín puede superar los setenta, incluso los ochenta años, lo que no le impide caminar erguido, vivir solo y valerse por sí mismo. Por lo que podemos deducir que era un hombre extremadamente fuerte. Nadie posee tantos conocimientos como él, sobre todo en el terreno de lo oculto, del misterio. Pero es bondadoso, una especie de sacerdote druida de grado superior. Llevará al niño Arturo materialmente de la mano, mientras le enseña los secretos de la vida y del conocimiento, entre ellos los secretos de la magia y determinadas prácticas terapéuticas. El papel de Merlín es el de un preceptor y nada se deja al azar o en el olvido. El sabio es consciente de que el futuro monarca, a lo largo de su vida, se hallará expuesto a infinidad de peligros y acechanzas.
Arturo pasa a ser al lado de Merlín, del que no se separará ni aun cuando sea nombrado rey, la representación del soberano perfecto que reina sobre lo material y lo espiritual. Doble concepto que se traslada al grupo de caballeros que le acompañan, dando forma al ideario de la Tabla Redonda, porque sus integrantes no son únicamente guerreros, sino místicos. Este concepto sublime inspirará también a los caballeros de la Orden del Temple, que beberán en las fuentes de la leyenda artúrica y la tradición griálica. Los caballeros de la Tabla Redonda no son unos guerreros brutales al uso de la época. Como cuenta sir Thomas Malory en «La muerte de Arturo»:
“Todos ellos se sienten más benditos y dignos de veneración que si hubiesen conquistado la mitad del Mundo. Por eso no han dudado en dejar a sus esposas, a sus hijos y a sus familias, para cumplir los preceptos de la Orden con todas las potencias materiales y espirituales de su persona.”
No hay duda de que la hermandad de la Tabla Redonda era una especie de religión, que se fundía enteramente con la tradición del Grial y todavía hubiese presentado una mayor similitud con la Orden del Templo, de no ser porque los célebres monjes-guerreros se habían impuesto como misión prioritaria y razón de ser, el arrebatar los Santos Lugares a los sarracenos para devolverlos a la Cristiandad.
Para los caballeros de la Tabla Redonda, a diferencia de los templarios, lo espiritual prima sobre lo material, pues sólo así podrán realizar las gestas más asombrosas. Por este motivo se les leía la siguiente proclama: «Combatid por vuestra Tierra y aceptad, si es menester, la muerte, pues ésta supone una victoria y una liberación del alma». Aquí nos encontramos con el viejo concepto de la «muerte triunfante» propio de los primeros tiempos del cristianismo, pero también presente en la mitología grecorromana y en la del Mediterráneo oriental.
La Tabla Redonda
Al parecer la Tabla Redonda fue construida tomando el Universo entero como referencia, pero recogiendo en el mismo el Cielo y la Tierra. Siempre en movimiento, por lo que se ha de ver como un centro (el Rey-Sol) alrededor del cual se sentaban los dinámicos caballeros. Eran doce, debido a que se había dividido la Tierra en un similar número de partes, todas las cuales se repartían en su condición de reyes. También hemos de advertir que «doce» es un guarismo solar, muy tenido en cuenta desde las épocas más remotas. Por ejemplo, están los doce dioses olímpicos, los doce condes palatinos de Carlomagno, los doce signos del zodíaco, los doce apóstoles, las doce tribus de Israel…
Singularmente, en la Tabla Redonda se dejaba un asiento libre, reservado a un caballero predestinado. Era el llamado Asiento Peligroso, que podía ser el número 11 ó el 13. La leyenda nos cuenta que cuando el rey Arturo impuso la existencia del Asiento Peligroso, por consejo de Merlín, acababa de dar comienzo la búsqueda del Grial. Fue el momento en que las tinieblas se abatieron sobre toda Europa. Tiempos de decadencia que necesitaban la regeneración espiritual de ese objeto divino, por medio del cual se recuperaría el pasado esplendoroso.
Por eso el Grial ha de ser valorado como «lo que se ha perdido y es preciso recuperar cuanto antes». Esto convirtió al rey Arturo en un personaje legendario que se hallaba en el centro de todos los acontecimientos, ya fueran trágicos o sublimes. Pero Arturo es vulnerable, como lo demuestra el hecho de que varios personajes traten de arrebatarle a su esposa Ginebra, la reina: el primero es Maelvas, que la lleva a la ciudad de Glastonbury; el segundo es su hijastro y sobrino Mordred; y el tercero es el caballero Lanzarote del Lago, amigo de rey.


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