Don Rodrigo debió barruntar el funesto destino que le
aguardaba con la entrada de los musulmanes en la Península. Una leyenda cuenta que
nada más subir al trono osó entrar en las Cuevas de Hércules desafiando la
inscripción disuasoria de su formidable puerta que venía a decir «Rey, abrirás
estas puertas para tu mal». En una enorme cueva en Toledo se cuenta que
Hércules guardó sus tesoros y cerró su boca con un torreón o palacio que
aseguró con una gigantesca cerradura. Hasta la llegada al trono de Rodrigo,
cada rey había ordenado colocar una cerradura más en la puerta, convirtiéndose
el acto en un rito más de la coronación. Se dice que el último rey visigodo
rompió 27 cerrojos antes de abrir las puertas junto a sus hombres.
En el interior del torreón, Rodrigo encontró un arca que
guardaba un lienzo muy fino cuidadosamente plegado. Al extenderlo, contempló la
escena de una batalla entre «guerreros a caballo, vestidos con los ropajes
propios de los pueblos que vivían al sur, en la otra orilla del mar» y figuras
con sayales que parecían huir, mientras al pie de una fortaleza yacían muchos
guerreros cristianos muertos. En el centro, abatidos y rotos, se representaban
«las banderas del ejército de Rodrigo, el blasón de su escudo de armas y la
bandera y el blasón del propio reino visigodo de España», al ver aquella
representación tan elocuente, «Rodrigo ordenó a todos retirarse, sin que nadie
dijese una sola palabra».
El relato del historiador árabe Ahmed al Razi (s. IX-X) fue
el primero en dar cuenta de la decisión de don Rodrigo de entrar en el palacio
construido por Hércules. Según Al Razi, conocido como el moro Rasis, la casa
guardaba los secretos de un antiguo rey griego dominador de Al Ándalus. Allí
encontró «una arca de plata e con piedras preciosas» con dibujos de árabes y un
escrito que decía: «Cuando sea abierta esta casa y se entre en ella, gentes
cuya figura y aspecto sea como los que aquí están representados invadirán este
país, se apoderarán de él y lo vencerán». En esta casa o cueva de Hércules, otros relatos sitúan la
legendaria Mesa del Rey Salomón donde el sucesor del rey David habría plasmado
todo su conocimiento del universo y la formulación del nombre verdadero de Dios
que no puede ser pronunciado ni escrito, el Shem Shemaforash, la llave de la
sabiduría y el poder. La mesa de oro que el tercer rey de Israel ordenó colocar
en el Templo de Jerusalén, según el I Libro de los Reyes (7,48), fue descrita
posteriormente por algunos autores andalusíes como una pieza (mesa o espejo)
tallada en una única esmeralda con 365 patas como días del año.
De Jerusalén a Roma y Toledo
Tras la destrucción del segundo Templo en el año 70 d.C.,
los romanos se habrían llevado la Mesa de Salomón a la capital del Imperio. Así
lo contó Flavio Josefo: «Entre la gran cantidad de despojos, los más notables
eran los del Templo de Jerusalén: la mesa de oro, que pesaba varios talentos, y
el candelabro de oro». De la exhibición de Tito con los tesoros da fe un
relieve en el arco triunfal que erigió Roma a su general victorioso.
Los godos se hicieron con el tesoro del Templo de Jerusalén
tras el saqueo de Roma en el 410 d.C. El historiador Procopio lo menciona
expresamente entre las riquezas depositadas en Tolosa, la capital del reino visigodo
en la Galia. Un siglo después, éste acabaría siendo trasladado a Toledo ante el
avance de los francos, tras pasar por Carcasona, Rávena y Barcelona. Otras
leyendas hacen llegar la mesa a la capital del reino visigodo desde el norte de
África a través de reyes míticos que habrían participado en campañas contra
Jerusalén. Sin embargo, ningún autor cristiano de la época menciona la
mesa ni su presencia en Toledo, según señaló el escritor y catedrático Jon
Juaristi en una conferencia sobre «La leyenda de la Mesa del Rey Salomón» en
2006. «El tesoro sagrado de los visigodos, entre el que se encontraría la mesa,
no se tocaba, ni siquiera se veía en aquel tiempo porque se creía que en él
residía la fuerza de la nación goda. Esto justificaría que no se haga ninguna
mención», considera el historiador Juan Eslava Galán. El hecho es que la
primera noticia que se tiene de la Mesa de Salomón en la península Ibérica aparece
en las narraciones árabes de la toma de Toledo por Tarik, aunque otras leyendas
sitúan el hallazgo en Complutum (Alcalá de Henares). «La Mesa estaba hecha de
oro puro, incrustado de perlas, rubíes y esmeraldas, de tal suerte que no se
había visto otra semejante», escribió el historiador Al Maqqari, que coincidía
con el cronista Aben al Hakén: «Tenía tanto oro y aljófar como jamás se vio
nada igual». Existe la creencia de que Tarik habría llevado la Mesa de Salomón
a Medinaceli, probablemente por el topónimo. La localidad fue llamada Medina
Talmeida (Ciudad de la Mesa) y Madinat Salim (ciudad fundada por Salim ibn
Waramad), que sería una deformación de Madinat Shelim, Ciudad de Salomón.
Tras desembarcar en Gibraltar, Musa reclamó a Tarik la
famosa Mesa de Salomón junto al resto del tesoro real visigodo. Se cuenta que
Musa le humilló y maltrató para conseguirla y éste, antes de cedérsela, le
arrancó una pata y la hizo sustituir por una falsa. Ambos fueron llamados a
Damasco por el califa Solimán y dicen que cuando Musa le entregó la mesa
presentándose como el conquistador de España, Tarik mostró la pieza que faltaba
desautorizándole. En este punto se pierde la pista de la Mesa de Salomón. Unos
dicen que fue desmontada por orden del califa en Damasco, otros que acabó en
Roma, otros que fue despiezada y sus gemas adornan la Kaaba de la Meca. Otros
sostienen, sin embargo, que no llegó a salir de España y aún la sitúan en
Toledo y en Jaén, donde se cree que pudo extraviarse de camino a los puertos
andaluces.
El investigador y escritor toledano, José Ignacio Carmona,
cree que los tesoros visigodos fueron ocultados ante la llegada del invasor
musulmán, como se constata con el Tesoro de Guarrazar, en la localidad de Guadamur.
«Obviamente, si las coronas aparecen en Guarrazar, no es disparatado pensar,
por proximidad geográfica, en su complejo gemelo, Melque, para ocultar el
tesoro de Salomón», manifestaba a ABC el autor del libro «Santa María de Melque
y el tesoro de Salomón». Ambos lugares están unidos por un antiguo camino
secundario romano, la vieja Alpuébriga.
La lápida templaria de Arjona
Otra vía de investigación conduce a la provincia de Jaén,
donde en 1924 un labriego encontró en Torredonjimeno otro tesoro visigodo del
que sólo se conservan hoy unas pocas piezas menores, y donde fue hallada en
1956 una lápida templaria que, según el cabalista Álvaro Rendón, reproduce los
símbolos grabados en la Mesa de Salomón. La lápida de mármol, que actualmente
se encuentra en el Ayuntamiento de Arjona, se encontró en una extraña cripta de
estilo bizantino que se había hecho construir el barón de Velasco en la
localidad jienense. «Es un libro mudo, una especie de mándala para que quien
sepa interpretarlo lo descifre», señala el historiador Juan Eslava Galán,
coautor junto a Rendón de «La lápida templaria descifrada» (2008). El barón de Velasco era miembro de la sociedad secreta de
los «Doce Apóstoles», cuya existencia fue descubierta casualmente por el joven
funcionario Joaquín Morales en 1937 durante el inventario de los tesoros artísticos
de la catedral de Jaén. El objetivo de esta sociedad a la que habrían
pertenecido destacadas personalidades de finales del siglo XIX y principios del
XX habría sido la búsqueda de la Mesa del Rey Salomón, que se creía oculta en
Jaén. «Los miembros de esta logia pseudomasónica no la buscan por su valor
material, sino por ser un tesoro iniciático al tener el sello salomónico»,
apunta Eslava Galán. La cripta del barón de Velasco, añade, «fue construida
para albergar una reproducción de la Mesa de Salomón». Para Juaristi, no obstante,
la Mesa del Rey Salomón «es un símbolo de España» y lo fue siempre desde la
conquista árabe. De ahí el interés de Musa por arrebatársela a Tarik.
En busca de las cuevas de Hércules
En 1546, el cardenal Juan Martínez Siliceo ordenó explorar
bajo la iglesia toledana de San Ginés, hoy desaparecida, para acallar a quienes
sospechaban que bajo ese lugar se encontraban la mítica Cueva de Hércules. «A
cosa de media legua toparon con una mesa de piedra con una estatua de bronce [...],
después pasaron adelante hasta dar con un gran golpe de agua» y regresaron. En
1839, una nueva expedición encontró vestigios antiguos, pero la posible entrada
a la cueva estaba cegada con escombros. Doce años después se descubrió una sala
subterránea al parecer romana. En 1929 el sacerdote Ventura López dedujo que la
cueva había albergado un templo asiriofenicio, según relata Eslava Galán en su
libro «España insólita y misteriosa». La última exploración se llevó a cabo en
1974 y se descubrieron varias galerías, pero no se halló ningún rastro
relacionado con la legendaria Mesa de Salomón...
Legionarios romanos saqueando el Templo de Jerusalén (año 70 d.C.) |
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