Cuando en 1204 la IV Cruzada desvió su camino hacia Tierra Santa para dirigirse a Constantinopla cambió para siempre el destino del viejo Imperio de Oriente. El resultado de la expedición no fue solamente la sustitución de un emperador bizantino por otro pretendiente, sino la implantación en territorio griego de un nuevo estado, el Imperio Latino de Constantinopla (1204-1261) centrado en los territorios alrededor de la capital y la antigua Tracia, en el cual se instauró el modelo feudal europeo. En toda Grecia, desde Tesalia hasta el Peloponeso, proliferó una nobleza feudal con las típicas relaciones de vasallaje, propia de Occidente, cuyos titulares tuvieron orígenes diversos, predominando los franceses en tierra firme y los italianos (venecianos y genoveses, sobre todo) en las islas del mar Egeo (Cícladas y Eubea). Este panorama político de atomización territorial fue el escenario ideal para la proliferación de las bandas armadas de mercenarios de nacionalidades diversas para ponerse al servicio del mejor postor. Entre ellas destacó una de ellas por el alcance y su implantación en el territorio griego: La Compañía Catalana de los Almogávares de Roger de Flor. Las empresas de la Compañía Catalana en el Levante mediterráneo caracterizan dos fases netamente diferenciadas. Una primera, anárquica, en la que los catalanes cambiaban a menudo de jefe, pasando del servicio al emperador bizantino al de Carlos de Valois y al de Gautier I de Brienne. La segunda, posterior a la batalla de Almyros (también llamada del río Cefiso) corresponde al período de asentamiento en Grecia, de la sumisión indirecta al rey de Sicilia, y de la ampliación y consolidación de los territorios conquistados. La Gran Compañía fue organizada por primera vez por un antiguo templario, Roger de Flor, natural de Bríndisi, poco después de que el Tratado de Caltabellotta (1302) hubiera puesto fin a la guerra de veinte años de duración entre las casas de Anjou y de Aragón por el dominio de la isla de Sicilia. Al firmarse la paz, los miembros de la Compañía quedaron desocupados y sintieron la necesidad de buscar un nuevo empleo. La expedición oriental surge de la confluencia de tres intereses: el de Federico II de Sicilia de deshacerse de los almogávares, pues causaban desórdenes en la isla; el de Roger de Flor, que temía ser entregado por sus antecedentes a manos de sus enemigos y, finalmente, la del emperador Andrónico II, que tenía una urgente necesidad de tropas para conjurar el peligro turco que avanzaba desde Asia Menor. Sus condiciones eran exorbitantes pero el emperador accedió de buen grado a pagarles cuatro meses de soldada por adelantado y a otorgar la mano de su sobrina, María de Bulgaria, a su jefe. Durante el convite de boda estalló una lucha entre catalanes y genoveses que hubo de calmar el gran duque. Ante esta situación el emperador decide enviar cuanto antes a los almogávares lejos de Constantinopla. La Compañía Catalana aportó dudosos beneficios. En septiembre de de 1303 llegaron a Constantinopla unos 6.500 hombres y casi inmediatamente provocaron desórdenes y saqueos. En 1304 descendieron hacia Anatolia y levantaron el sitio de Filadelfia. Pero, en adelante, las operaciones contra los turcos fueron llevadas más bien en beneficio propio que de los bizantinos. El emperador se dio cuenta de que era mucho más manejable una banda de mercenarios al mando de un griego que un grupo de hombres que no obedecían más órdenes que las de su propio capitán. Roger de Flor planeó establecer un principado propio en Asia Menor y solo muy a disgusto hizo volver a sus tropas a sus cuarteles de invierno de Galípoli. En esta ciudad recibieron refuerzos procedentes de España. Se negaron a empezar otra campaña hasta que no se pusiese al día el pago de sus soldadas, y el emperador se vio en dificultades para encontrar el dinero. Su hijo Miguel IX proclamó abiertamente su desconfianza hacia los catalanes, no incluyéndoles en el ejército que formó para hacer frente a los búlgaros. Finalmente Roger de Flor accedió a volver al combate a comienzos de 1305. Antes de partir visitó el campamento de Miguel IX en Adrianópolis, y estando en él fue asesinado por un alano del ejército de Miguel. Junto con él fueron asesinados trescientos hombres de su ejército. Los catalanes achacaron a los bizantinos el crimen. Eligieron a Berenguer de Entenza como nuevo jefe y organizaron un estado hispánico independiente en la península de Galípoli. Durante una incursión, Entenza fue hecho prisionero y le sustituye Bernard de Rocafort; más tarde, se reincorporará otro líder almogávar, Fernando Eximénez de Arenó. Ambos lideraron la Compañía mientras duró el encarcelamiento de Entenza, y durante más de dos años mantuvieron en jaque a la región situada al oeste de Constantinopla, y todos los esfuerzos de Miguel IX para desalojarlos por la fuerza y de su padre para llegar a un acuerdo con ellos, fueron infructuosos. Quisieron ganar para su causa a un gran número de turcos, invitándoles a atravesar el Helesponto. Una vez que Entenza fue liberado, la dirección de la Compañía fue compartida por los tres capitanes, actuando cada uno por su cuenta, mientras Ramón Montaner guardaba la fortaleza de Galípoli, con una pequeña tropa.
En 1307 los almogávares piden vasallaje a Federico II de Sicilia, quien al aceptar envía a su primo Ferrán, hijo de Jaime II de Mallorca, para dirigir en su nombre la Compañía. Rocafort, que pretendía hacerse con el mando del ejército catalán pide que Ferrán sea nombrado jefe de la Compañía por su estatus de noble, pero no en nombre de Federico II, a lo que se niega para no traicionar a su primo, y se dispone a volver a Sicilia, una vez que conduzca a la Compañía a Salónica. Con ello Rocafort consigue que la Compañía siga estando al mando de los tres líderes, cada uno comandando su propia tropa y saqueando Tracia por separado. Una vez que hubieron agotado todos los recursos en Tracia, se trasladaron al oeste, en dirección a Salónica, no sin antes quemar y destruir el que había sido durante los últimos años su bastión, Galípoli. Durante el camino la hueste se divide en dos grupos; el de Entenza y el de Rocafort. El odio entre ambos líderes desemboca en un combate en el transcurso del cual Rocafort mata a Berenguer de Entenza y queda como único líder. En 1308 los almogávares llegaron a Calcídica y saquearon los monasterios del monte Athos. En este momento entra en escena Carlos de Valois, quien en 1301 se había casado con la emperatriz Catalina de Courtenay, titular del Imperio Latino, y que ansiaba revitalizar los planes de conquista en tierras griegas de Carlos de Anjou, rey de Nápoles, y ahora que Bizancio estaba sumida en el caos, mostraba claramente sus pretensiones a la Corona imperial. En 1308, el mandatario de Carlos, Teobaldo de Campoy, desembarcó en Eubea con once navíos venecianos y de allí se dirigió a Casandra, donde recibió en nombre de su señor, el juramente de fidelidad de la Compañía Catalana. Sin embargo, pronto Campoy se convence de que el líder, Rocafort, es cada vez más violento y despótico, incluso con sus propios hombres, alguno de los cuales le plantea el cambio de capitán. Campoy convoca el Consejo almogávar, que con el apoyo de los conspiradores destituye a Rocafort, bajo la acusación de haber utilizado a la Compañía en su propio beneficio, y lo manda encadenado a Nápoles donde Roberto de Anjou lo encierra en el castillo de Aversa, dejándolo morir de hambre. En estos momentos el líder es Teobaldo de Campoy, quien ordena la marcha hacia Tesalia, al haber acabado con los recursos de la Calcídica. Reinaba allí Juan II (1303-1318). Este adolescente de escasa salud, tras haber estado bajo la tutela del duque de Atenas, Guido II de La Roche, a la muerte de éste (1308), se había inclinado del lado bizantino. La debilidad de su gobierno impidió cualquier resistencia a los catalanes. Durante un año, vivieron sin ningún tipo de preocupaciones de los productos que le proporcionaba la tierra fértil. Después, en la primavera de 1310, la Compañía descendió a Grecia central y se puso al servicio de Gautier de Atenas, para luchar contra el déspota de Arta, recuperando una treintena de castillos. Al igual que lo sucedido con Andrónico II, también para Brienne el enrolamiento de los catalanes demostró ser un arma de doble filo. La Compañía, desgastada en su largo peregrinaje por Grecia acusaba cansancio. Es por esto que cuando Brienne les invitó a entregar los castillos conquistados por su predecesor, catalanes y turcos respondieron que no querían entregarlos porque no sabían adónde ir. Recordaban así que estaban cansados de la lucha contra amigos y enemigos. Gautier de Brienne, por el contrario, una vez alcanzados sus fines había querido librarse de los auxiliares incómodos. El resultado de esta confrontación fue la batalla del río Cefiso, también llamada de Almyros en 1311, en la que los franceses fueron totalmente derrotados por los catalanes.
Los almogávares se enfrentaban a una fuerza de 3.000 jinetes y 12.000 hombres de infantería. Situándose de espaldas al lago Copáis; durante la noche desviaron el agua del lago y encharcaron la franja de tierra que tenían delante con el objetivo de que la pesada caballería acorazada de los franceses se hundiera en el barro, donde fueron presa fácil para la infantería ligera catalana. Aquel día murió la flor y nata de la caballería borgoñona, y los almogávares se convirtieron en señores del ducado de Atenas. El embajador catalán de Gautier de Brienne, Rogelio Deslaur, que había negociado la contratación de los catalanes, es uno de los pocos supervivientes del bando borgoñón, y es elegido líder de la Compañía por los almogávares. Las consecuencias de la victoria fueron variadas: en el orden militar demostró que el nervio de la guerra es el hombre a pie y el arma arrojadiza; en el social que la fuerza ya no pertenece a la nobleza sino al pueblo llano. La transformación es repentina y significativa: se asiste también a una inserción violenta de los catalanes en la sociedad local, por el interés del botín. El nuevo jefe, mariscal y rector de las universidades, guió a los mercenarios en la ocupación de Tebas y reglamentó la distribución «de todas las ciudades y castillos de los ducados».
Consolidada su propia situación en el ducado, los catalanes afrontaron el problema de colocarse bajo la égida de un gran señor, que en su nombre regularizara la situación internacional de la Compañía. Por tanto, se volvió hacia el rey Federico II de Sicilia, que, a petición suya, nombró duque de Atenas a su hijo segundo, Manfredo, de cinco años de edad. La aceptación del régimen mixto, catalán y siciliano, por parte de la Compañía fue negociada por Roger Deslaur a principios de 1312. Los «Capitula» estipulados por la corte de Federico, demuestran la voluntad de la Compañía de no reconocer la autoridad de Federico II, sino de mantener su autonomía, con la elección de su propio señor. La relación, además de unir a fieles y vasallos, sería de la misma naturaleza que la existente en Aragón o en Barcelona. Por su parte, Federico II, en nombre de su hijo, se comprometía a defender y mantener a la Compañía, y a cada uno de sus miembros en semejante estado, oficio y feudo como «él entonces tenía», aunque ellos adquirieran en el Ática y Beocia tales derechos feudales y regalías como se obtenían en el Reino de Aragón.
Federico, dada la poca edad del infante Manfredo envió como vicario general a Berenguer de Ampurias. Resultó ser un hábil gobernante y bajo su régimen pudieron los catalanes consolidar su posición en el Ática y en Beocia. Los protegió contra la hostilidad de los venecianos de Negroponte, de los griegos de Tesalia y Epiro, y contra los partidarios de Brienne, en Argos y Nauplia (Mórea). En 1316 falleció Berenguer, tras una prolongada enfermedad y los catalanes eligieron a Guillén de Thomas, como capitán y vicerregente, hasta la llegada a Atenas del hijo natural del rey Federico II, Alfonso Fadrique, que había sido nombrado vicario general del infante-duque Manfredo.
En 1317 Manfredo murió al caer de su caballo. Su hermano menor, Guillén II se convirtió en duque de Atenas (1317-1338). Por tanto, Alfonso Fadrique ocupó el cargo principal en el ducado de Atenas. El período de su gobierno es el más espléndido de la presencia catalana en Grecia, al subvertir el equilibrio de fuerzas que se instauraron en la península Balcánica durante el siglo XIII, pero plantearon nuevos problemas de convivencia. Sus enemigos eran: el emperador Andrónico II Paleólogo, su gobernador en Mistra; el soberano griego Juan II Comnenos de Tesalia, y su pariente Juana de Epiro; los barones francos de Acaya, vasallos del príncipe Felipe I de Tarento; el alcaide veneciano de Negroponte y los feudatarios venecianos del Archipiélago y, finalmente, el Papa en Aviñón, el celoso vigilante de la legitimidad latina en Oriente como en otras partes de la Cristiandad.
Venecia había preferido en Oriente, en vez de las conquistas territoriales, la posesión, mucho más importante para su tráfico marítimo, el control de una cadena de bases estratégicas. Desde Cefalonia a Modón, Corón, las islas de Cérigo, Creta, Santorini, Naxos, Andros y Negroponte. Su actitud respecto a los catalanes, sentados en el centro de esta red de posesiones era de acecho. Sin embargo los catalanes, aliados con los turcos, estaban poniendo en práctica toda una serie de incursiones de rapiña que causaban desesperación en la Serenísima República de Venecia. Después de minuciosas negociaciones, en 1319 se firmó una tregua entre Alfonso y la Compañía, y el alcaide Francisco Dándolo. En el acuerdo los catalanes se comprometían a no armar ninguna otro navío de guerra además de los ya existentes, los cuales debían ser llevados a puerto y desmantelados. Venecia obtenía pacíficamente la práctica renuncia catalana a su poderosa escuadra; lo que sólo podía representar un verdadero peligro para las posesiones e intereses catalanes.
También es coherente la posición asumida por el Papado respecto a la Compañía. Después de la batalla del Cefiso, Clemente V, a petición de Felipe de Tarento, había protestado enérgicamente contra los catalanes residentes in partibus romaniae al considerarlos usurpadores de los derechos de Brienne y les invitó a abandonar el Ducado. El anatema lanzado contra la Compañía puso a los catalanes, católicos, en el mismo plano que los cismáticos y los musulmanes. Pero nada se obtuvo; además, el Papado y sus aliados, Francia y Nápoles, no estaban en condiciones de promover una acción de fuerza, y esto se debe también a que no lograron superar el escollo de la política moderada de Venecia.
La presión de las fuerzas de Alfonso Fadrique se desplaza entonces de Oriente a Occidente, hacia Acaya, poniendo en serias dificultades el Principado franco. En vista de la situación, las autoridades y los habitantes de Mórea ofrecieron el señorío a Venecia que lo rechazó en 1321. En 1324 y en adelante se observa una reanudación de la actividad militar y diplomática de los franco-angevinos. En vista de una expedición de Juan de Gravina, Roberto de Anjou se dirige a la Serenísima República para obtener su apoyo, pero Venecia recuerda al rey que está en paz tanto con el emperador de Oriente, como con la Compañía Catalana. La intervención en Mórea de Gravina se reduce a una apurada y simple toma de posesión del Principado. Por su parte, Juan XXII apoya decididamente las reivindicaciones de Gautier II de Brienne, hijo del último duque franco del ducado de Atenas. En 1330 otorga la Bula de Cruzada contra los catalanes, a la que sólo se adhiere Roberto de Nápoles. En 1331 Gautier reúne un ejército que desembarcó en Epiro. No encontró ningún apoyo entre los griegos y la expedición fue un fracaso, por lo que regresó a Bríndisi en el verano de 1332. Durante los años de 1334 y 1335 consideró hacer otro ataque. Juan XXII reiteró su excomunión sobre los catalanes. La Señoría de Venecia volvió a rehusar y Gautier nunca volvió a Grecia, aunque siempre pensó en hacerlo.
Poco después de la expedición de Brienne (1331-1332), los catalanes de Grecia disfrutaban de un período de relativa paz y prosperidad; cuando hacia 1326 Alfonso Fadrique fue retirado como vicario general, tal vez debido a la insistencia de los venecianos y como precio a su neutralidad, la política de expansión catalana tocó a su fin. Los turcos se convirtieron en una amenaza para los catalanes no menor que para los venecianos de Negroponte. A la muerte de Alfonso Fadrique en 1338, las relaciones de los catalanes con los venecianos se hicieron aún más amistosas. A través de estas experiencias bélicas y diplomáticas la vida de los ducados se fue consolidando en el plano internacional. Pero ésta, al mismo tiempo, inició un proceso de decadencia, dado que justo en esa época la Compañía, al transformarse internamente de ente en el que prevalecía el aspecto militar a una realidad exclusivamente política, empezó a perder esa fuerza que la había convertido en un sólido instrumento de guerra, al que era difícil que otros hubieran podido resistir. Los almogávares catalanes fueron, sin lugar a dudas, las tropas más efectivas de su época.
El rey Federico II de Sicilia murió en 1337; Guillermo II quedaba confirmado en los ducados catalanes de Atenas y Neopatria. La enfermedad del joven duque y la confusión que siguió en Sicilia al fallecimiento de Federico II, impidieron que llegase a efectuar un viaje a Grecia. En 1338 murió; su hermano menor, el marqués de Randazzo, fue duque de Atenas como Juan II. En 1344 pensó en reclutar un ejército de 600 jinetes y 4.000 almogávares en Aragón para una expedición contra los turcos de Asia Menor. En 1348 Juan de Randazzo falleció víctima de la Peste Negra; su hijo Federico I le sucedió, pero murió también a consecuencia de la pandemia en 1355.
En 1351 los catalanes de Oriente se vieron implicados en la reanudación de la guerra comercial entre Venecia y Génova (1350-1355). El rey Pedro IV de Aragón tenía mucho interés sobre los dominios griegos de la rama siciliana de su familia, interés que, al parecer, no suscitaba resentimiento ni oposición en Sicilia. En 1351 se concertó un tratado entre Venecia y Aragón para derrotar a Génova. Los catalanes cooperaron en esta guerra con tropas de choque para impedir que los genoveses se establecieran en Negroponte. Después de esto, sobre si los catalanes de Atenas y Tebas desempeñaron algún papel en la guerra no se ha conservado ningún testimonio escrito. Cuando en 1361 el vicario general Mateo de Moncada abandonó Tebas para ir a Sicilia, un tal Pedro de Pou le sucedió en el cargo. Fue una mala elección, pues su conducta provocó una conspiración dirigida por Roger de Lauria, mariscal de la Compañía, que se apoderó de la ciudad de Tebas y gobernó los ducados de Atenas y Neopatria hasta su muerte a principios de 1370.
En 1362, posiblemente como resultado de haber confiscado el dinero, o embargado la propiedad a un ciudadano veneciano, el mariscal Roger de Lauria y sus partidarios se encontraban en pie de guerra con Pietro Mocénigo, alcaide veneciano de Negroponte. Aunque sabemos poco de la extensión de las operaciones militares catalanas y venecianas, las hostilidades continuaron hasta 1365. Había discordia en los Ducados Catalanes y Roger de Lauria carecía de base legal para ejercer su autoridad. Buscó el apoyo de los turcos, como Alfonso Fadrique una generación antes, y a comienzos de 1363 los otomanos fueron admitidos dentro de los muros de Tebas. El mariscal no había elegido el mejor momento para esta acción, puesto que en Europa soplaban vientos de cruzada. Es el momento en que Pedro I de Chipre se encontraba recorriendo Europa buscando ayuda contra los turcos que ponían en serio peligro su reino insular. El papa Urbano V escribió una carta a los hermanos Roger y Joan de Lauria ordenándoles que despidiesen a los mercenarios turcos y tomasen las armas contra ellos.
El alcaide angevino de Acaya y Manuel Cantacuzeno, el déspota de Mistra, junto con los venecianos y los Caballeros Hospitalarios, unieron sus fuerzas para hacer frente al peligro turco. Los sarracenos fueron derrotados en una batalla naval cerca de Megara, fortaleza meridional del ducado de Atenas, y se refugiaron en Tebas, con Lauria. Pero, a la larga, los derrotados turcos se convertirían en mal aliado y el Papa, los hostiles angevinos y los venecianos, en los más encarnizados enemigos de los catalanes. Lauria buscó la paz con los venecianos de Negroponte; en 1365 el Senado sancionó el cese de hostilidades. Después de la marcha de los turcos volvieron a establecerse estrechas relaciones entre los catalanes del ducado de Atenas, y su rey y duque en la lejana Sicilia. En una carta enviada por la Compañía —fechada el 9 de agosto de 1365— se informaba al rey de la maltrecha situación de los Ducados, desprovistos de protección, y se pedía ayuda inmediata o habría que hacer una alianza con el dux y la República de Génova. Federico no podía soportar la idea de perder Grecia, la joya principal de su corona, y que sus predecesores habían conquistado por la fuerza de las armas. Aunque el gobierno de Lauria fuese ilegal y éste no pudiese defender al ducado de Atenas contra la depredación de los venecianos, no había medio de deshacerse de él. Había que llevar a cabo una vasta reorganización política, y dado que Federico III se veía obligado a aceptar los hechos consumados, era preciso recompensar a algunos de sus súbditos rebeldes por haberse separado voluntariamente de la Corona. En la documentación de estos años aparecen frecuentes nombramientos para castellanos y capitanes de por vida, concesiones de notariados hereditarios, etcétera. A principios de 1367 se reunió en Tebas una asamblea general que preparó una petición para presentar al rey Federico III de Sicilia. La respuesta fue insistir en conservar el derecho definitivo de nombramiento para los castillos de Levadia, Neopatria y Siderocastron; acceder a una renovación del nombramiento de Roger de Lauria como vicario general, y la expropiación de las propiedades del difunto Pedro de Pou en favor del mariscal en compensación por los gastos que había hecho y las pérdidas que había sufrido.
Hacia 1380, Federico III de Sicilia había perdido de un modo tan completo la confianza de los feudatarios catalanes en Grecia, que en varias ocasiones éstos habían manifestado el deseo de unirse a la Corona de Aragón; los intentos del rey por restablecer su gobierno en Grecia nombrando para castellanías, capitanías y otros cargos a seguidores leales a sus intereses, apenas lograron un discretísimo éxito. Por otra parte, ya a finales de 1374, a la muerte del vicario general Peralta, Neri Acciaiuoli, señor florentino de Corinto, se apoderó del castillo catalán de Megara, que dominaba la ruta del istmo hacia Atenas y Tebas. Pero antes incluso de la muerte de Peralta, a mediados de 1374, las luchas intestinas comenzaban a escindir los Ducados Catalanes: el joven Luis, nieto de Alfonso Fadrique, se vio enzarzado en un duro combate con Galcerán de Peralta que no había obedecido la orden de entregar la castellanía y la veguería de Atenas. La antigua rivalidad entre Atenas y Tebas renació al recibir Luis el apoyo de esta última ciudad, así como de Levadia. Más tarde, el propio Luis llegaría a ser vicario general (1375-1381).
El rey Federico III de Sicilia murió en 1377; con él finalizó la rama masculina de la dinastía catalana de Sicilia. Él había deseado legar a su hija María, de 15 años de edad, tanto Sicilia como Atenas y Neopatria, aunque la voluntad del rey Federico II (†1337) había excluido de la sucesión real a las mujeres de su casa. Por consiguiente, el rey Pedro IV de Aragón presentó sus pretensiones al Reino de Sicilia y a los Ducados Catalanes de Grecia. Cuando María se casó con Martín, nieto de Pedro IV, las pretensiones dinásticas rivales se reconciliaron. La joven reina María de Sicilia gobernó los Ducados desde 1377 a 1381. Pero en 1381, a pesar de la oposición de la facción siciliana en el ducado de Atenas, Pedro IV, con el apoyo de Luis Fadrique, obtuvo la anexión de los ducados de Atenas y Neopatria a la Corona de Aragón. La toma de posesión de Pedro IV de los Ducados Catalanes coincidió con el ataque que llevó a cabo sobre Tebas la llamada Compañía Navarra, acaudillada por un hábil capitán llamado Juan de Urtubia.
La Compañía Navarra había luchado en la guerra entre Carlos II el Malo y Carlos V de Francia. Al terminar la guerra en 1366, los navarros entraron al servicio de Luis de Evreux, hermano de Carlos II de Navarra. Luis se dispuso a apoyar por las armas la pretensión al Reino de Albania, que acababa de adquirir por su matrimonio con la princesa Juana de la Casa de Anjou, duquesa de Durazzo. Tras reforzar la Compañía en 1375 y 1376, ésta se dirigió a Albania y tomaron Durazzo en verano de 1376. Pero Luis falleció en aquella época, y Juana se casó con el duque Robert de Artois. Los navarros consideraron que su alianza con Juana había acabado con el segundo matrimonio de ésta. Así las cosas, a principios de 1377 intentaron entrar al servicio del rey Pedro IV de Aragón, pero finalmente fueron contratados en 1378 por la Orden de los Caballeros Hospitalarios con sede en Mórea. La actitud de los Hospitalarios hacia los catalanes en Tebas y Atenas fue hostil, e instigaban el asalto de la Compañía Navarra contra Tebas. En los albores de 1379, Juan de Urtubia y la Compañía Navarra salieron de Navarino o Kalamata, en Mórea; atravesaron la baronía corintia de Neri Acciaiuoli y desencadenaron un ataque sorpresa contra Tebas. Los dos años de incertidumbre que siguieron a la muerte de Federico III no habían preparado a los catalanes del ducado de Atenas para resistir un asalto. En 1379 los catalanes ya no tenían la fuerza que habían poseído cuando derrotaron a Gautier de Brienne. Además, la destrucción del castillo de San Omer por los catalanes con ocasión de la expedición de Brienne, por temor a que él pudiese ocuparlo, hizo que Tebas, aun siendo capital del Ducado meridional, fuese más difícil de defender que la Acrópolis. Tebas cayó en junio de 1379.
Pedro IV de Aragón nombró vicario general al vizconde de Rocabertí en 1379. No está claro en qué medida el rey Pedro IV había estado dispuesto a hacer valer sus derechos sobre Atenas y Neopatria hasta que la invasión navarra echó en sus brazos a los catalanes de los Ducados. A comienzos de 1381, el castillo de Levadia cayó también en manos de los navarros. Por tanto, al iniciarse la penúltima década del siglo XIV el dominio catalán en Grecia se limitaba a Atenas y Neopatria, además de algunas plazas menores y el condado de Salona. Cuando se calmó la conmoción provocada por la invasión navarra se reunió en Atenas una asamblea a la que fueron convocados los síndicos, prohombres y el consejo de la corporación municipal. En 1380 esta asamblea elevó una petición formal a Pedro IV; el soberano aragonés fijaría las condiciones bajo las cuales los principales funcionarios y ciudadanos de Atenas se convertirían en vasallos de la Corona. Los catalanes concluían su solicitud con una solemne petición: la de que el rey conservase en Atenas «los estatutos, constituciones, usos y costumbres de Barcelona, y jamás enajenase los dominios ducales de Grecia de la Corona de Aragón».
El 28 de abril de 1381, Pedro IV confirmó el nombramiento de Rocabertí, como su vicario, virrey y lugarteniente en los ducados griegos y tierras adyacentes, y concretó con cierto detalle sus múltiples responsabilidades administrativas y judiciales. Rocabertí tuvo una actuación breve en Grecia, de donde partió en la primavera de 1382. Si bien no obró prodigios militares en los ducados, al menos concertó una tregua con Neri Acciaiuoli y alcanzó una especie de alianza con los navarros. Las discrepancias entre Pedro IV, que ordenaba a Rocabertí partir inmediatamente hacia Oriente, y su lugarteniente, que demoraba constantemente su marcha, retrasaban las ayudas militares prometidas, pues, desde 1385, Neri estaba reclutando fuerzas de tierra y contratando galeras venecianas. Parece ser que invadió el Ática por tierra, y que entró con su galera en el Pireo, apoderándose de los puertos y de la colina de Muniquio. Un documento veneciano de 1385 demuestra que el Senado reconocía a Neri como señor del ducado de Atenas y de la baronía de Corinto. El 15 de enero de 1387 hizo desde Atenas una confirmación de tierras a la rama griega de la familia Médicis, dándose a sí mismo el nombre de «Señor de la castellanía de Corinto, del ducado de Atenas y de todas sus dependencias».
Pedro IV murió el 5 de enero de 1387. Su hijo Juan le sucedió como rey de Aragón, conde de Barcelona y duque de Atenas. La presión de Neri Acciaiuoli se fue incrementando hasta que la Acrópolis no pudo resistir y las tropas de Neri entraron en la ciudadela. Era el 2 de mayo de 1388. El ducado de Neopatria aún pudo resistir hasta 1391. La historia de la dominación catalana de Atenas no cesa enteramente con la caída de la ciudad en manos de los florentinos. Los reyes de Sicilia y la Corona de Aragón no cedían en sus pretensiones ni renunciaban a sus dominios de ultramar, pero este gesto carecía ya de trascendencia. Las principales potencias relacionadas con los asuntos de Oriente habían reconocido a Antonio I Acciaiuoli, hijo de Neri (†1394), como señor de Atenas y Tebas, una vez que se hubo reconciliado con la República de Venecia. El último reducto de la presencia catalana en Grecia lo constituyó el Señorío de Egina, gobernado a fines del siglo XIV por Aliot I de Caupena, que procedía de una familia noble. Su estirpe seguiría gobernando la pequeña isla de Egina durante cuatro décadas. Después de Aliot III jamás volvió a establecerse en Egina el dominio catalán. El último miembro varón de la última familia catalana que gobernó Grecia falleció en 1648. Por otra parte, los catalanes desplegaron una cierta actividad comercial en Grecia durante la mayor parte del siglo XV, pues hay noticias de que galeras catalanas eran empleadas por el papa Martín V, para servir al arzobispo Pandolfo Malatesta de Patrás hacia 1430.
Almogávares con su armamento característico |
No hay comentarios:
Publicar un comentario