En 1533 Enrique VIII de Inglaterra se
casó en secreto con Ana Bolena y más tarde el matrimonio con Catalina de Aragón
fue declarado inválido. Enrique entonces rompió relaciones con la Iglesia
católica y se proclamó cabeza de la Iglesia anglicana. Como consecuencia de
ello, Catalina de Aragón perdió su título de reina pero mantuvo el de Princesa Viuda
de Gales, título que llevaría como viuda del príncipe Arturo. María fue
declarada ilegítima, pasó a recibir el trato de lady María y se la apartó de la
línea de sucesión al trono, ocupando su puesto su medio hermana, hija de Ana Bolena: la futura
reina Isabel I.
María fue expulsada de
la Corte y obligada a servir como dama de compañía de Isabel. No se le permitió
ver a su madre ni asistir a su funeral en 1536. Se dice que la razón del frío
comportamiento hacia su hermanastra Isabel se debió al cruel trato que recibió
durante estos años. Cuando Ana Bolena fue
decapitada, Isabel perdió su tratamiento de princesa, pasó a ser tratada como
«lady» Isabel y fue eliminada de la línea de sucesión. Pocos días después de la
muerte de Ana, Enrique VIII se casó con Juana Seymour, que murió tras dar a luz
a un varón, el futuro rey Eduardo VI. María fue la madrina y presidió el duelo
en su funeral. En respuesta a este gesto, Enrique VIII le concedió una casa y
le permitió residir en los palacios reales.
Cuando muere el rey
inglés Enrique VIII, España acaricia la idea de sujetar al díscolo reino. No
sólo es hermoso pensar en la pérfida Albión como adorno de los reyes de
Castilla, sino verla otra vez católica, apostólica y romana. La corona pasa a María
Tudor, a la que su madre, Catalina de Aragón, educó a la española. María es
católica hasta la médula de los huesos y se convertirá en esposa del rey Felipe
II de España. En la isla vuelven a cantarse misas. Los filósofos nórdicos ven
con horror esta relación y que el Reino esté en manos de esa mujer. Los ricos,
que ha tiempo que se repartieron las tierras de la Iglesia en Inglaterra
tiemblan al ver amenazado lo que para ellos es más sagrado: sus intereses. En
Londres, el pueblo no puede con los españoles, que ahora abundan por las
calles: por un inglés –escribe un cronista de la época– se ven cuatro
españoles, «sólo para hacer más incómoda la vida a la nación inglesa».
La reina María sólo
tiene una obligación serie, aparte de restablecer la verdadera fe: tener un
heredero. De tal suerte la obsesiona esta idea, que a veces cree que lo va a
tener, se prepara para el acontecimiento, se tocan las campanas, y nada: vana
ilusión. Si no llega el hijo, pasará la corona a la hija de Ana Bolena, que para
María sólo es una protestante bastarda. Y si no llega el hijo, muere María y sube
Isabel al tono. Inglaterra, contra lo que esperan los filósofos, se convierte en
la isla de las reinas. Ellas llenarán los siglos venideros de reinas. María I decretó en su
testamento que su marido Felipe II de España debería adquirir la regencia en
caso de que su descendencia no hubiera cumplido la mayoría de edad.
A partir de mayo de 1558,
María permaneció sumida en un estado de enfermedad y debilidad, sufriendo
dolores agudos, probablemente a causa de quistes ováricos o un cáncer de útero.
Su muerte se produjo el 17 de noviembre de 1558, a los 42 años, en el palacio
de St. James, durante una epidemia de gripe que también se llevó la vida del
cardenal Reginald Pole. A pesar de que su testamento recogía su voluntad de ser
enterrada junto a su madre, finalmente fue sepultada en la capilla de Enrique
VII de la abadía de Westminster, en una tumba que más tarde compartiría con
Isabel I.
María I disfrutó de una
tremenda popularidad, especialmente entre la población católica, debida al duro
trato que recibió en su juventud. Sin embargo su matrimonio con Felipe II no
fue bien aceptado entre sus súbditos; en el contrato de matrimonio se
especificaba claramente que Inglaterra no se vería envuelta en las guerras de
España, pero se demostró que esta condición no tenía ningún sentido. Felipe II
pasó la mayor parte del tiempo gobernando sus territorios desde España mientras
su esposa permanecía en Inglaterra, y tras la muerte de María, Felipe II
pretendió a Isabel I, siendo rechazado por ella y dando comienzo a un larguísimo
periodo de enfrentamientos que desembocarían en la guerra de los Ochenta Años.
El reinado de María no fue
fácil. Las insurrecciones no tardaron en manifestarse al reafirmarse en su decisión
de casarse con Felipe II de España, de quien estaba enamorada. Henry Grey volvió
a proclamar que su hija lady Jane Grey era la reina. En apoyo a la princesa
Isabel, Thomas Wyatt lideró una fuerza que, procedente de Kent, consiguió
alcanzar Londres. Empero, aplastada esta rebelión, Henry Grey, su hija lady
Jane Grey y su marido fueron encarcelados por alta traición y ejecutados.
Isabel, a pesar de declarar su inocencia en el caso Wyatt, fue encarcelada
durante dos meses en la Torre de Londres y más tarde quedaría bajo arresto
domiciliario en el palacio de Woodstock.
Según las condiciones
del contrato de matrimonio, a Felipe se le llamaría «Rey de Inglaterra», todos
los documentos oficiales, incluidos las actas del Parlamento, se firmarían con
ambos nombres y el Parlamento debía ser llamado bajo la autoridad conjunta. Se
acuñaron también monedas con la efigie de ambos. En el contrato de matrimonio
se dispuso que Inglaterra no estaría obligada a ofrecer apoyo militar a Carlos
V, padre de Felipe II, en cualquier posible guerra en el que el emperador se viese
envuelto. Con ésta y otras disposiciones, los poderes de Felipe II quedaban
extremadamente limitados; ciertamente, la unión de ambos monarcas no constituiría
una unión tan poderosa como la futura de Guillermo III de Orange-Nassau y María
II Estuardo.
María I se preocupó de
asuntos relacionados con la religión católica, siempre rechazó la ruptura con
Roma emprendida por su padre y el establecimiento del protestantismo que hizo
su hermano Eduardo. Restauró las relaciones con el Papado y con el hijo de su
institutriz la condesa de Salisbury, el cardenal Reginald Pole, quien tras la
ejecución de Thomas Cranmer fue nombrado arzobispo de Canterbury.
María I Tudor, reina de Inglaterra |
No hay comentarios:
Publicar un comentario