Los piratas y corsarios ingleses eran, además, negreros y contrabandistas. Procedían casi todos ellos del condado de Devonshire. De allí eran los Hawkins
y los Drake. Allí habían aprendido a odiar a los españoles de Felipe II, y se
habían formado los que iban a las colonias portuguesas de África y a la costa brasileña,
antes de recalar en las costas españolas del Caribe y de la Península para
saquearlas. El más adinerado de los filibusteros de Plymouth era un rufián
llamado William Hawkins, enseñó a navegar a su hijo John y éste pronto le superó
en sus correrías de rapiña. En las crónicas españolas se le conoce como Juan de
Achines. Pero no era exactamente un pirata, más bien un contrabandista, negocio
en el que le acompañaba la crema de la sociedad isabelina de Londres. El pirata
por antonomasia será Francis Drake. El negocio que propone
John Hawkins a los ricos de la City consiste en formar una sociedad que capture
esclavos en el golfo de Guinea y los venda en Cuba y las demás Antillas. La
Corona española está concediendo licencia para la compra-venta de esclavos
africanos por recomendación del fraile dominico Bartolomé de las Casas. ¿Por
qué los ingleses se van a quedar fuera de tan boyante negocio mientras
españoles y portugueses se enriquecen? En África, lo mismo que entre los pueblos
amerindios, unas tribus esclavizan a otras, y el negrero lo único que tiene que
hacer es comprar los prisioneros al vencedor. Una fórmula que también se había
empleado en el Imperio Romano y en las civilizaciones del Próximo Oriente. Los
más cínicos dicen que en realidad los negreros llevan a cabo una obra de
misericordia porque, por mal que les vaya en las Antillas a los esclavos, peor
les iría con los mismos negros que los capturaron. Sean justas o no tales
aseveraciones, el hecho es que nadie las discute. Lo único que quieren los
desaprensivos que se meten a negreros es hacerse aún más ricos con el tráfico
de esclavos. Atrapar a los infelices
negros no es el problema. Llegar a las Antillas tampoco. Hawkins y los demás
«perros» conocen el camino. La cuestión está en organizar las ventas. Todos los
terratenientes del Caribe quieren comprar negros, pero ninguno se atreve a
violar las leyes de Castilla. Hawkins logra entrar en varios puertos españoles haciéndose
pasar por un desdichado marino que ha perdido su rumbo y solicita asilo.
Siempre encuentra el modo de ponerse en contacto con el gobernador, o con quien
tenga el dinero; vende la mercancía y llena la bolsa. Él no busca la gloria en
la guerra o en la conquista, sólo quiere mercadear. En uno de sus viajes
Hawkins llega a Santo Domingo en tres barcos, y regresa con cinco, repletos de
oro, azúcar, cueros... Los cueros son tantos, que envía dos barcos para
venderlos en la mismísima ciudad de Cádiz. Enteradas las autoridades españolas,
decomisan los cueros y los barcos de Hawkins. El filibustero pone el grito en
el cielo y pide a su bastarda reina que interceda por él ante el rey de España.
La reina Isabel así lo hace. Escribe una carta a Felipe suplicándole que
perdone a su súbdito. La respuesta de Felipe es contundente: no devuelve ni un
cuero, ni un negro, e inglés que asome de nuevo las narices en el Caribe
correrá idéntica suerte. Es la ley de España. Hawkins planea vengarse
del rey Felipe. Algunos consejeros recomiendan a la reina Isabel que se
mantenga al margen del asunto. Pero la reina bastarda tiene las ideas claras;
no sólo alienta a Hawkins, sino que adquiere acciones en su compañía y le
proporciona uno de sus barcos. Hawkins se convierte en el héroe del momento. La
reina ha ofrecido un banquete en palacio en su honor, los accionistas de la
compañía de Hawkins rebosan de alegría y de codicia. En Plymouth, toda la hez y
la chusma de peor pelaje quieren unirse a la empresa. Para la nueva expedición
se enrola un joven marinero que ya ha recalado en los puertos españoles del Caribe:
Francis Drake. La piratería nace como un
modo de contrabando de esclavos en el Caribe burlando las antiguas leyes de Castilla
que prohibían tan abominable negocio. Los piratas del Caribe son negreros; criminales
entregados al pillaje y a la rapiña que no dudan en atacar de noche poblaciones
indefensas, y en pasar a cuchillo a todos sus habitantes para robarles sus exiguas
pertenencias; violar a mujeres y estuprar a niños, además de incendiar casas e iglesias después de
saquearlas. Los filibusteros que asolaron el Caribe español no tenían nada de simpáticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario