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sábado, 3 de junio de 2017

Los enigmas del Gólgota

No es posible que Poncio Pilatos ordenase escribir en el madero que Jesús era originario de Nazaret, puesto que dicha localidad no existía en su época, sino que sería creada hacia el siglo VII, antes de la conquista musulmana de Palestina, aún bajo control bizantino, para satisfacer la beatífica curiosidad de los peregrinos cristianos. La Vulgata de San Jerónimo, texto oficial de la Iglesia católica, lo que dice es nazareus, transcribiendo, tal vez, una mala traducción al griego del sobrenombre original hebreo Ha-Notzri (el forastero; el de otro pueblo). El Talmud menciona a un tal Yeshua ha-Notzri que bien pudo ser un coetáneo de Jesús. El sobrenombre se ajustaría ya que al ser Jesús galileo, era forastero en Jerusalén. Incluso la fecha de su nacimiento podría ser válida, año 3582 desde la Creación, que equivale al 2 d.C. Si Jesús fue crucificado en el 35, murió con 33 años exactos. Se dan varias coincidencias que, si bien no son concluyentes, sí son sugestivas. Pero tenemos que descartar esta posibilidad si queremos que el nacimiento de Jesús coincida con la supuesta matanza de inocentes ordenada por el rey Herodes, ya que éste falleció en el año 4 a.C. Luego la matanza de inocentes tampoco coincide con el censo de los judíos al que acuden José y María embarazada para inscribirse, y que ordenó Quirino, gobernador de Siria, en el año 6 d.C., lo que provocó la rebelión de Judas de Gamala.
Por otra parte, Poncio Pilatos no pudo escribir como motivo de la condena el lugar de origen del condenado (suponiendo que hubiese existido Nazaret) porque sería del todo desaconsejable a fin de no exaltar los ánimos culpando de sedición a una provincia tan levantisca como Galilea por el delito de un solo hombre: el ser nazareno o un Ha-Notzri [forastero], no era el motivo de la condena. Partiendo de esta base, es posible que la inscripción con el motivo de la condena, el célebre acrónimo INRI atribuido a Poncio Pilatos, y descrito por los evangelistas, nunca se escribiese. El texto sustituyó con toda seguridad a otro que justificaba jurídicamente el hecho de que Jesús Barrabás fuese crucificado cabeza arriba, a la manera de los malhechores, y no cabeza abajo como los rebeldes, lo que habría constituido su delito principal, sedición, y el motivo de su condena a muerte según la ley romana si se hubiese proclamado Rey de los Judíos. Cosa del todo improbable porque Jesús era un galileo del Norte, y los judíos del Sur recelaban de ellos. El rey de Israel con el que Jesús se identificaba era Yeshú o Yeshua [variantes de Josué y Jesús] que fue ungido en el 845 a.C. por Eliseo, el profeta preferido de Jesús, y reunificó por unos años los dos reinos escindidos a la muerte de Salomón: Israel y Judá. Por otra parte, para muchos activistas judíos de la época, como los zelotes y Judas de Gamala, Dios era el único Rey de Israel.
El letrero infame que acompañaba a toda crucifixión se colgaba del cuello del condenado, que lo llevaría desde los calabozos hasta el lugar de la ejecución. Sus brazos eran entonces extendidos lateralmente, y atados al travesaño, que descansaba sobre su nuca, a la manera de un yugo. Eso era todo lo que llevaba el reo de muerte, pues el poste vertical permanecía en el lugar acostumbrado de las ejecuciones, clavado en el suelo y fuertemente anclado. Pero Marcos, Mateo y Lucas nos dicen que un tal Simón de Cirene fue requerido por los soldados para llevar la cruz de Jesús, que al estar muy débil para soportar su peso, no podía transportarla hasta el lugar de la ejecución. En cambio Juan (19, 17) ignora la existencia de ese Simón de Cirene. Para él, que sí se encontraba allí, cosa que subraya (19, 26), "Jesús llevando su cruz, llegó al sito llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota". Pero no llevaba toda la cruz, sólo el travesaño. El poste vertical no era muy alto; los pies del ajusticiado quedaban a unos treinta centímetros del suelo. La cruz habitualmente tenía la forma de una letra T (tau griega); la viga vertical tenía en su parte superior una estaquilla, y la transversal se encajaba en ésta a través de la hendidura por la que penetraba la citada estaquilla. Esto nos lleva a suponer que el letrero que enunciaba el motivo de la ejecución solía clavarse por detrás de la cabeza del crucificado, dado que la cruz no tenía prolongación alguna por encima de ésta. En los casos de varias crucifixiones simultáneas, las cruces habituales eran reemplazadas entonces por árboles convenientemente talados, y las víctimas eran clavadas en ellos, no ya en forma de T (tau), sino de Y (i griega). Si regresamos a la versión oficial de Jesús crucificado en el Gólgota o Calvario, y examinamos este lugar a la luz de los últimos descubrimientos arqueológicos, diremos que en 1968 se descubrió al norte de Jerusalén, enterrado a ras del suelo, el esqueleto de un crucificado cuyos huesos del pie izquierdo todavía estaban atravesados por un clavo de considerables dimensiones. La mayoría de los arqueólogos que exploraban el subsuelo de Jerusalén en aquella época solían ser de confesión cristiana: británicos, norteamericanos y franceses la mayoría, protestantes o católicos en general, y muy escasos los de confesión judía. La conclusión de aquel descubrimiento es fácil de adivinar: se corrió un tupido velo de silencio acerca del clavo. Pero ¿qué temía la Iglesia? ¿Acaso Jesús resucitado no ascendió a los cielos? Por otra parte, jamás se dijo que Jesús hubiese sido crucificado al norte de la Ciudad Santa. La única dificultad estriba en sostener que Jesús fue crucificado en el Gólgota, o, por el contrario, en el monte de los Olivos. Y crucificados en los alrededores de Jerusalén los hubo a millares sólo en el transcurso de la revuelta del 66-73 d.C. Pero también Alejandro Janeo (103-76 a.C.) reprimió una insurrección e hizo crucificar a más de tres mil fariseos.
Además, en los Olivos había una necrópolis judía, un cementerio municipal, donde se daba cumplimiento a los escrupulosos ritos hebreos de inhumación que, como veremos en las próximas entregas, constaban de dos entierros. Una cierta indulgencia de Pilatos, a requerimiento de una viuda llorosa, acompañada por su joven hijo, por ejemplo, podrían haber conmovido al magistrado y haber autorizado éste a los guardias encargados de la ejecución para que entregasen el cuerpo a la viuda para su entierro preceptivo. Pero pensar que un juez de corazón endurecido como Poncio Pilatos se dejase impresionar por una mujer llorosa, aunque fuese la mismísima Magdalena, resulta poco creíble. Y aquí volvemos a lo que apuntábamos en el capítulo anterior, alguien con la suficiente influencia intervino para que Jesús, una vez muerto, tuviese un trato especial y no fuese arrojado a la fossa infamia (fosa común) en la que eran abandonados los cuerpos de los ajusticiados. Eso suponiendo que, después de todo, no fuese así como acabó. Pero mantendremos la hipótesis de que el cadáver de Jesús fue depositado en una tumba digna, y ya veremos en los siguientes capítulos, si esa tumba era propiedad de José de Arimatea, en el estricto sentido de la palabra, o el tal José simplemente era quien cuidaba de ella, y de todas las demás de la necrópolis en su condición de sepulturero, o bien si José de Arimatea era, cosa habitual en los evangelios, otro personaje, sobradamente conocido, pero que en este episodio aparece con otro nombre por obra, una vez más, de los escribas anónimos del siglo IV, que reescribieron los evangelios canónicos. Mas una cosa debe quedar clara de antemano, en el Gólgota, un auténtico vertedero, todo el piadoso planteamiento del sepulcro nuevo es imposible, y, además lo que había en sus proximidades no era un cementerio ritual judío, sino algo mucho peor. Las excavaciones efectuadas a partir de 1967 por los arqueólogos israelíes, europeos y norteamericanos han permitido sacar a la luz lo siguiente: hornos de cremación, reservados a los ciudadanos griegos y romanos, deseosos de ver regresar sus cenizas a su patria en la urna funeraria tradicional, y por lo tanto partidarios de la incineración póstuma, práctica absolutamente rechazada por el judaísmo. También se han descubierto osarios, que no eran otra cosa que fosas comunes reservadas a los judíos indigentes, análogas a la fossa infamia destinada a recibir los cuerpos de los ejecutados. Los judíos depositaban los cadáveres de los pobres e indigentes en fosas comunes, una especie de pozos, tapados con una reja. Cuando los cuerpos habían sido totalmente descarnados por las ratas o los chacales, y no quedaba de ellos más que el esqueleto, eran devueltos a la familia. Y a partir de aquí el problema queda planteado con toda nitidez: o el cadáver de Jesús fue inhumado en el Gólgota, lugar oficial de su ejecución según los evangelios, y en tal caso a continuación fue arrojado a la fossa infamia, y entonces no hay nada de la tumba honorable, es decir, del "sepulcro nuevo excavado en la roca" y, además, debemos asumir que en tal caso fue crucificado como malhechor a los ojos de los romanos, claro está. O bien Jesús fue inhumado en una tumba digna para el ritual, y en ese caso próxima al lugar donde fue crucificado, es decir, el monte de los Olivos. Y a partir de ese momento la frase terrible de los Acta Pilati adquiere todo su relieve. Fue detenido con, y al mismo tiempo que los dos bandidos crucificados con él. Y cabe preguntarse entonces qué podía estar haciendo el Hijo del Hombre en compañía de unos malhechores que fueron crucificados con él.
De todos modos, hay que tener en cuenta que Jesús ya se esperaba una sepultura infame, puesto que preveía que de ser capturado por los romanos, sería crucificado sin remisión. Tenemos la prueba en la parábola de los Viñadores (Lucas, 20), en la que éstos, después de haber dado muerte a los servidores (es decir, a los profetas) enviados por el amo de la viña (Dios), matan al hijo del amo de la viña (Jesús), y arrojan su cadáver fuera de ésta, sin darle sepultura. Sobre Getsemaní es posible que podamos obtener algunas precisiones útiles para concluir este capítulo, ya que esa palabra en arameo significa prensa de aceite. Pues bien, es evidente que hay pocas posibilidades de que pudiese albergar y ocultar a un grupo tan numeroso como el que acompañaba a Jesús Barrabás (sólo los apóstoles y los discípulos podían representar alrededor de un centenar de hombres). Por lo tanto había allí otra cosa, y esa otra cosa viene precisada en un antiguo evangelio apócrifo conocido como Evangelio de los Doce Apóstoles (que el propio Orígenes consideraba más antiguo que el de Mateo) en un fragmento que ha llegado a nosotros muy mutilado, se nos precisa que en los Olivos "estaba la casa de Irmeel, que era donde él vivía" (Op. cit.). De hecho no se trata de Irmeel sino de Ierahmeel, nombre hebreo que significa Amado de DiosSin duda, este hombre era partidario de los zelotes, y les ayudaba en secreto lo mejor que podía, albergándolos y dándoles provisiones. Pero en este caso, la existencia de semejante feudo, en el que estaba incluida la prensa de aceitunas, justificaba sobradamente el hecho que Poncio Pilatos hubiese hecho semejante despliegue de tropas: una cohorte de legionarios, es decir, seis centurias, seiscientos soldados de élite, mandadas por un tribuno con rango de cónsul, y a la que se había unido un destacamento de unos doscientos milicianos del Templo, también hombres escogidos armados con cachiporras y bastones, además de las reglamentarias espadas. Si sumamos las fuerzas, nos da un total de 800 hombres armados hasta los dientes, aproximadamente.
¿Cómo creer que se reunió aquel contingente de tropas para llevar a cabo la detención de un inofensivo santón, un iluminado que, siempre según los evangelios, decía ser manso y que predicaba sobre cosas tan encomiables como el perdón de los pecados y la necesidad de amar al enemigo?
Si aún albergásemos dudas sobre la composición de la multitud que siempre acompañaba a Jesús, nos bastaría con releer este pasaje del Evangelio de los Doce Apóstoles para despejarlas. El texto nos revela de forma fortuita que se produjo una auténtica batalla campal entre los partidarios de Jesús y las huestes que acudieron a prenderle, y que dicha batalla acabó con la captura de Jesús Barrabás, el caudillo de los zelotes, y que éstos emprendieron la fuga en desbandaba. Veamos el pasaje: «Pilatos se acordó… Fijó su atención en el centurión que estaba en pie a la puerta de la tumba, y vio que tenía un solo ojo (porque le habían saltado el otro durante el combate), y que lo tapaba todo el tiempo, para no ver la luz…» (Evangelio de los Doce Apóstoles, 15º fragmento).
Observaremos que ese centurión no había perdido el ojo en un combate, sino en el combate, y que la herida era muy reciente. Ahora bien, aunque se pueda reprochar a los evangelios apócrifos sus excesos en el plano de lo sobrenatural y de los milagros, no se pueden pasar por alto detalles tan sencillos como esclarecedores. Un detalle como ese no se suele inventar, y es más concebible la presencia de un soldado tuerto así y en tales circunstancias, que la de un centurión ciego (Casio Longino) que recobra la vista después de asestarle la lanzada a Jesús para rematarle por indicación del exactor mortis. La pica que utilizó Longino para herir a Jesús crucificado se convirtió en la Lanza del Destino de las leyendas. Pero existe un nexo de unión entre ambas historias, ya que la segunda fue creada para hacer olvidar la primera. Lo veremos en otra entrega.
El centurión Casio Longino era tuerto a causa de una herida reciente

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