En el año 999 subió al trono pontificio uno de
los papas más interesantes en la historia de la Iglesia católica. Era conocido
como Gerberto, el monje de Aurillac, y al acceder al solio pontificio tomó el nombre de
Silvestre II. Había sido preceptor del emperador germánico Otón III y siempre
se había mostrado aliado del Sacro Imperio. Con una curiosidad insaciable y una inteligencia
brillante, se interesó por las ciencias ocultas, la astrología, la magia y la alquimia
con el mismo ímpetu que lo hizo por la filosofía, las matemáticas o la
teología.
Según la historia que cuenta de este papa Jean-Michel
Angebert en su libro Las ciudades mágicas,
Gerberto estudió en su juventud aritmética, geometría, mecánica, astronomía y medicina en el monasterio de Vich (Barcelona) y los cronistas por él
consultados dicen que lo que le hizo abandonar el monasterio fue la intención
de aprender las ciencias ocultas con los magos árabes. En palabras del
historiador Guillermo de Malmesbury, el joven Gerberto huyó del monasterio una noche
para dirigirse al sur de España, ocupado entonces por los moros.
«… para estudiar con los sarracenos la astrología
y otras ciencias de esta naturaleza. Después de dos años, aprendió bajo su
dirección lo que significan el canto y el vuelo de los pájaros; conoció el
secreto de evocar las sombras de los muertos; por último, poseyó todo lo que la
curiosidad puede conocer de nocivo y saludable».
Este singular papa inventó, entre otras cosas,
un órgano de vapor con el que producía música y una rudimentaria máquina de calcular.
Además, era un consumado constructor de relojes de péndulo a los que dotaba de
un sistema de campanilleo y balancín. Como suele ocurrir, su brillante inteligencia
despertó no pocos recelos y biliosas envidias; más aún, a partir del momento en
el que fue elegido sumo pontífice. Sus contemporáneos lo trataron de brujo y nigromante
porque tenía en sus dependencias una cabeza de metal, fabricada por él, que
mostraba la curiosa habilidad de responder con un sí o un no a las preguntas
que se le hiciesen.
Para los hombres de su época, pocos de los
cuales tenían conocimientos científicos, no era difícil pensar que Silvestre II
recurría a la magia negra para predecir ciertas cosas o resolver enigmas. Hay una
leyenda curiosa, relatada también por Guillermo de Malmesbury como un hecho
real, que pone de relieve la fama que Gerberto adquirió en su época.
En el Campo de Marte, en Roma, había una estatua
que tenía el puño cerrado con excepción del dedo índice de la mano derecha, que
estaba extendido. En la frente, la estatua lucía una leyenda: «hic percute»
(«llama aquí»). Hasta ese momento, se decía que la estatua
encerraba algún tesoro pero nadie había podido dar con él a pesar de las
intensas búsquedas que se habían realizado. Cierto día, Gerberto se detuvo
frente a la estatua y la observó cuidadosamente, prestando especial atención a
un punto en el suelo donde se proyectaba la sombra del dedo índice extendido en
el momento en que los rayos del sol pasaban por el meridiano. Por la noche,
acompañado de un paje y provisto de una linterna, fue al lugar donde estaba la
estatua y, como dice Guillermo de Malmesbury: «Haciendo uso de la magia, cuyos secretos
conocía profundamente vio cómo se abría la Tierra».
Prosigue su historia contando que Gerberto
atravesó esa entrada y se encontró con una sala ancha, llena de riquezas. Era
una especie de palacio cuyos muebles, paredes y artesonados eran de oro macizo,
así como las estatuas de los caballeros que escoltaban a un rey y a una reina.
En la sala, en un extremo, había un rubí cuyo resplandor servía para iluminar
todo el palacio.
El agudo Gerberto inmediatamente comprendió que
todas las estatuas habían sido dispuestas para guardar el tesoro, por eso no se
atrevió a tocar ninguno de los valiosos objetos que le rodeaban por doquier.
Sin embargo, su paje, no fue capaz de darse cuenta de ello y tomó sigilosamente
una daga que había sobre una mesa y la escondió entre sus ropas.
Al momento de hacerlo, todas las estatuas
cobraron vida; comenzaron a dar voces y un arquero de los que formaban la
guardia disparó una de sus flechas que, dando contra el rubí, dejó la estancia
sumida en la oscuridad.
Asustado, el paje devolvió la daga de modo que
ambos pudieron salir ilesos del recinto. El biógrafo de Silvestre continúa
explicando que durante toda su vida el papa siguió explorando la cueva
encantada. La cabeza parlante del papa Silvestre II no ha llegado a
nuestros días, pero si semejante artefacto ha existido, bien podría tener relación
con el Bafomet de los templarios. Algunos testigos dijeron que a este ídolo se
le pedían respuestas y las daba.
ES:INTERESANTE,ESTA HISTORIA,DEBERIAN DE HACER UNA
ResponderEliminarPELICULA .
Si, se deberia hacer una pelicula, seria muy interesante,ya hay un libro el papa mago, de Miguel Ruiz Montañez con dan brown s hizo y ....
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