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domingo, 6 de agosto de 2017

Winston Churchill: de derrota en derrota hasta la victoria final


Winston Churchill, reformista conservador como su padre, lord Randolph Churchill, cruzó dos veces el pasillo central de la cámara; primero, del Partido Conservador al Liberal (entonces dirigido por el radical Lloyd George); y luego otra vez a su Partido de origen. Protagonizó grandes fracasos, como la expedición a los Dardanelos durante la Primera Guerra Mundial; la vuelta al patrón oro en los años 1920; su gestión de la crisis de Irlanda que acabó con la independencia del país después de una terrible guerra civil, y la defensa del atípico matrimonio de Eduardo VIII con la divorciada norteamericana Wallis Simpson, que le obligó a abdicar la Corona. 

Pero, en esa hora de la verdad que llega siempre a los grandes hombres de Estado, fue el gran líder de Inglaterra en los difíciles momentos de la Segunda Guerra Mundial. 

La reina Isabel II reveló, poco después del fallecimiento del gran político, que había pensado nombrar a Churchill, por su dirección de la Segunda Guerra Mundial, duque de Londres. Pero él declinó la oferta para no tener que abandonar la Cámara de los Comunes, donde había pasado la mayor parte de su vida, considerándola «el mejor club de Londres». Winston 

Churchill nació en el seno de la aristocrática familia de los duques de Marlborough. Su padre, lord Randolph Churchill, fue un político carismático y ministro de Hacienda del Reino Unido; su madre, Jenny Jerome, era de origen estadounidense. Quizá por este motivo demostró tanta comprensión hacia la señora Simpson y a su matrimonio con Eduardo VIII. Siendo un joven oficial del Ejército, entró en acción por primera vez en la India y después en Sudán, donde aún seguía vivo el recuerdo de la humillante derrota sufrida por los británicos en Jartum en 1884. Durante la II guerra de los Bóers, ganó una merecida fama como corresponsal de guerra y con los libros que escribió sobre sus campañas. 

En la primera línea política durante 50 años, ocupó numerosos cargos políticos y de Gabinete. Antes de la Primera Guerra Mundial, fue presidente de la Secretaría de Estado de Comercio, ministro de Interior y primer lord del Almirantazgo como parte del Gobierno liberal de H. Asquith. Durante la guerra continuó como primer lord del Almirantazgo hasta la desastrosa campaña de los Dardanelos en 1915, que él había planeado y que motivó su salida del Gobierno. Después sirvió brevemente en el frente occidental como comandante del 6º Batallón de los Fusileros Reales Escoceses. Regresó al Gobierno para desempeñar los cargos de ministro de Armamento, secretario de Estado de Guerra y secretario de Estado del Aire. 

Finalizada la contienda, ocupó el cargo de Ministro de Hacienda en el Gobierno conservador de Stanley Baldwin entre 1924 y 1929, donde tomó la controvertida decisión de devolver la libra esterlina en 1925 al patrón oro como en la paridad anterior a la guerra, lo que muchos consideraron una presión deflacionaria sobre la economía del Reino Unido. Igual de polémica fue su enconada oposición al incremento de la autonomía de la India y su resistencia a la abdicación de Eduardo VIII en 1936. 

Aunque permaneció fuera de la política la mayor parte de la década de 1930, alertó sobre el peligro que suponía el rearme alemán y las intenciones expansionistas de la nueva Alemania liderada por Adolf Hitler. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial el 1 de septiembre de 1939, fue nombrado de nuevo primer lord del Almirantazgo y, tras la dimisión de Neville Chamberlain el 10 de mayo de 1940, se convirtió en primer ministro. Su firme negativa a aceptar la derrota, la rendición o un acuerdo de paz, ayudó a inspirar la resistencia británica, en especial durante los difíciles primeros años de la guerra, cuando Inglaterra se quedó sola en su guerra con Alemania. 


Churchill destacó entonces por sus arengas patrióticas en discursos y programas de radio que ayudaron a inspirar al pueblo británico, al que lideró como primer ministro hasta la victoria de los aliados sobre Alemania. 

Victoria militar que se logró, sobre todo, por las ofensivas del Ejército Rojo en el frente oriental, y de las tropas norteamericanas en el occidental, Norte de África y Pacífico. La actuación británica fue mucho menos determinante de lo que el propio Churchill quiso dar a entender, pero logró sentar al Reino Unido junto a Estados Unidos y la Unión soviética como una de las tres potencias vencedoras, a las que luego se uniría Francia, derrotada en 1940, pero que supo subirse al carro de la victoria cuando Alemania estaba ya prácticamente derrotada. 



Después de que su Partido, el Conservador perdiera las elecciones generales de 1945, Churchill lideró la oposición. En 1951 consiguió volver a ser primer ministro, hasta su retiro en 1955. A su muerte en 1965, la reina Isabel II le concedió un funeral de Estado.








El joven Winston ingresó en septiembre de 1893 en la Real Academia Militar de Sandhurst y se graduó en diciembre de 1894. 

Se alistó en el Ejército cuando tenía 21 años como segundo teniente en el 4º Regimiento de Húsares, destacado en Bangalore, India. Cuando llegó a su destino sufrió un accidente que le dislocó el hombro, lo que le provocó dolores y molestias de por vida. 

En la India, la principal ocupación del Regimiento era jugar al polo, por lo que Churchill dispuso de mucho tiempo libre que aprovechó para leer una gran cantidad de libros y buscó la forma de tomar parte en los conflictos coloniales del Imperio británico. 

En 1895 viajó a Cuba, donde fue testigo de los combates entre las tropas españolas y los insurgentes. El periódico The Daily Graphic financió su viaje a cambio de que escribiera sobre lo que fuera viendo. Tuvo su primera experiencia en combate al verse expuesto al fuego cruzado de ambos bandos el mismo día que cumplía 21 años. 

Después viajó a Estados Unidos y fue presentado en sociedad en Nueva York por Bourke Cockran, un antiguo amante de su madre. En 1897, trató de viajar a los Balcanes cuando estalló la guerra entre Turquía y Grecia, que terminó antes de que pudiera llegar. Siguió camino a Inglaterra para disfrutar de un permiso, pero mientras regresaba se inició la rebelión pastún en la frontera noroeste de la India, por lo que regresó a la India para participar en la campaña militar. 

El comandante de la fuerza expedicionaria, Bindon Blood, le prometió a Churchill que podría unirse a sus tropas. La campaña contra los pastunes duró solamente seis semanas. Por otra parte, siguió escribiendo artículos para periódicos como The Pioneer y The Daily Telegraph. En octubre de 1897, Churchill regresó a Inglaterra y publicó su primer libro, The Story of the Malakand Field Force, en el que narra sus vivencias en las campañas militares en las que participó como soldado u observador. 

Durante su estadía en la India, el joven Winston, un auténtico e intrépido aventurero victoriano, se las arregló para conseguir varios permisos. Cuando Horatio Kitchener organizó la campaña para reconquistar el Sudán, Churchill trató de unirse a su Ejército, pero Kitchener se opuso. Churchill comenzó a mover todos sus contactos, incluyendo al entonces primer ministro, lord Salisbury, y finalmente logró su objetivo uniéndose al 21 Regimiento de Lanceros (decisión que era competencia del Ministerio de la Guerra, no de Kitchener). Pocos políticos han movido tantos hilos para participar en una campaña militar, lo que siempre entraña riesgos. Churchill simultaneó sus obligaciones militares con su trabajo como corresponsal del periódico The Morning Post. En Sudán, participó en la batalla de Omdurmán, en la que se produjo la última carga de caballería de los británicos en esta guerra. En octubre de 1898 regresó a Inglaterra y comenzó a escribir The River War, obra de dos volúmenes publicada en 1899. 

Ese mismo año, Churchill abandonó el Ejército e inició su carrera política. Se presentó como candidato conservador en el distrito electoral de Oldham, pero no logró ser elegido. Obtuvo la tercera posición en un distrito al que le correspondían únicamente dos representantes en el Parlamento. 

El 12 de octubre de 1899, Churchill fue enviado como corresponsal del diario The Morning Post para cubrir la II guerra Anglo-Bóer. Ya en Sudáfrica, Churchill viajaba en un tren del Ejército al mando de Aylmer Haldane, cuando éste fue atacado y hecho descarrilar por los bóers. Churchill, a pesar de que no era un combatiente, tomó el mando de la operación. Logró reparar la vía y la locomotora, así como la mitad de los vagones, que transportaron a los heridos a una zona segura. Churchill no tuvo tanta suerte y fue hecho prisionero por los bóers y enviado al campo de prisioneros en que se habían convertido las Escuelas Modelo del Estado de Pretoria, junto con varios oficiales y soldados británicos.

Churchill escapó del campo; sin embargo, esto produjo gran controversia, ya que se le acusaba de haber abandonado a Haldane. Más tarde se comprobó que éste no se atrevió a saltar las rejas del recinto. Una vez libre, Churchill recorrió 480 km hasta llegar a la bahía de Delagoa en la colonia portuguesa de Lorenzo Marques (actual Maputo). Contó con la ayuda de un administrador de minas inglés, que le proporcionó cobijo en una, y posteriormente lo escondió en un tren que salía del territorio controlado por los bóers. Esta rocambolesca aventura le proporcionó a Churchill cierta notoriedad durante algún tiempo, aunque en lugar de regresar a su país se dirigió a Durban y se unió al Ejército del General Redvers Buller en su marcha para liberar las ciudades de Ladysmith y Pretoria. 

En esta ocasión, aunque seguía siendo corresponsal de guerra, logró ser comisionado en la Caballería Ligera de Sudáfrica y participó en la batalla de Spion Kop. 

Churchill y su primo, el duque de Marlborough, lograron ser los primeros en entrar en Pretoria, obteniendo la rendición de los guardias bóers que vigilaban el campo de prisioneros británicos en esa ciudad sudafricana. 

Los dos libros escritos por Churchill acerca de la guerra de los bóers, London to Ladysmith via Pretoria y Ian Hamilton's March, fueron publicados en mayo y octubre de 1900, respectivamente.







A su regreso de Sudáfrica, Winston Churchill volvió a presentarse como candidato para Oldham en las elecciones de 1900. Fue elegido, pero en lugar de asistir a la apertura del Parlamento, se marchó de gira por Inglaterra y los Estados Unidos pronunciando discursos y logrando recaudar 10.000 libras. Hay que tener en cuenta que los miembros del Parlamento no recibían honorario alguno y que Churchill no era un hombre adinerado, aunque sí pertenecía a una familia acomodada e influyente. En los Estados Unidos, Mark Twain lo presentó como orador en uno de sus discursos diciendo: «Por su padre es inglés y por su madre, estadounidense. He aquí al hombre perfecto». Cenó con Theodor Roosevelt, en esa época vicepresidente de los Estados Unidos. 

A principios de 1901 Churchill regresó a Inglaterra y, una vez instalado en el Parlamento, se unió a un grupo de disidentes del Partido Conservador liderados por Hugh Cecil. Durante la primera sesión del Parlamento, Churchill se opuso, en contra de la opinión mayoritaria dentro de su Partido, al presupuesto presentado por el Gobierno que incluía importantes partidas para el Ejército, porque lo consideraba excesivo, lo cual resulta chocante dada su formación militar y el peligro que ya representaba Alemania. ¿Acaso sólo buscaba notoriedad para su lucimiento personal? La conducta de Churchill recuerda a la de un trepa que va por libre valiéndose de sus compañeros de partido cuando le conviene, y dejándoles en la estacada cuando ya no los necesita. Además, en sus supuestas hazañas bélicas también hay muchos puntos oscuros que no están de todo claros. ¿Un montaje para promocionar su carrera política?






En 1903 sus puntos de vista comenzaron a diferir de los de lord Hugh. También se opuso al líder del Partido Conservador, Joseph Chamberlain, quien propuso reformas de las tarifas arancelarias para proteger la preeminencia de Gran Bretaña en los mercados internacionales. 

Esto originó una profunda animadversión hacia él por parte de los miembros de su Partido. En una ocasión, mientras hacía uso de la palabra, los parlamentarios conservadores se retiraron del hemiciclo. El distrito electoral de Oldham le retiró su apoyo, si bien lo siguió representando hasta las elecciones generales de 1906. 

En 1904 la insatisfacción de Winston Churchill con los conservadores y su atracción por el Partido Liberal era tal que, después de un receso del Parlamento, cruzó la sala y se sentó en la bancada de los liberales. Como liberal siguió haciendo campaña para lograr eliminar las tarifas arancelarias y encaminar a los países occidentales hacia una política de mercado libre. Cambió su distrito electoral y se presentó por el de Mánchester North-West, consiguiendo la victoria en las elecciones generales de 1906. 

Entre 1903 y 1905 Churchill escribió el libro Lord Randolph Churchill, la biografía de su padre. Fue publicada en 1906 y acogida como una obra maestra, a pesar de que en ella aparecían suavizadas algunas de las características menos atractivas de su padre. 

En diciembre de 1905 los liberales sustituyeron a los conservadores en el Gobierno, siendo nombrado Henry Campbell-Bannerman primer ministro. Churchill se convirtió en el viceministro para las Colonias, sirviendo a Victor Bruce, conde de Elgin, que era su superior. La primera misión de Churchill fue participar en la redacción de una constitución para los territorios de Transvaal y la Colonia del Río Orange en Sudáfrica, después de la derrota de los bóers. También se encargó del problema de la esclavitud china en las minas de Sudáfrica. Pronto Churchill se convirtió en uno de los miembros más prominentes del gabinete y, cuando Campbell-Bannerman fue sustituido por Herbert Henry Asquith en 1908, Churchill fue nombrado presidente de la dirección de Comercio. En aquella época, un nuevo ministro tenía que buscar la reelección en su distrito. Churchill perdió las elecciones en Mánchester, pero pronto logró ser elegido en el distrito de Dundee. 

En 1910 Churchill fue promovido a ministro del Interior. Sus actuaciones produjeron grandes polémicas. En una fotografía que se hizo famosa en aquel tiempo, Churchill aparece haciéndose cargo en enero de 1911 del llamado «Sitio de la calle Sídney», contemplando impávido desde una esquina la batalla campal que se estaba librando entre un grupo de anarquistas que habían asaltado un edificio y la Guardia Escocesa. Un incendio estalló —o fue provocado en el edificio— y Churchill, en vista de la presencia de hombres armados, se negó a permitir la intervención de los bomberos, forzando a los anarquistas a elegir entre rendirse o morir abrasados. Aquí empezó a escribirse la leyenda negra de este político bravucón y torticero.

En 1911 Churchill fue nombrado primer lord del Almirantazgo, un puesto que todavía ocuparía al inicio de la Primera Guerra Mundial. Impulsó importantes reformas e innovaciones, como la construcción de portaaviones y el desarrollo de la aviación naval, carros de combate para la infantería, y pasar del carbón al petróleo como combustible estratégico. 

También llevó a cabo obras de ingeniería, asegurando para Inglaterra los derechos de explotación sobre los campos petrolíferos de Mesopotamia en 1907, utilizando los servicios secretos británicos a través de la compañía Royal Burmah Oil. 





En mayo de 1915, como primer lord del Almirantazgo, Churchill tuvo que enfrentarse con el hundimiento del trasatlántico RMS Lusitania, asunto que generó fuertes controversias en su día, y que, dos años después, sería utilizado por Estados Unidos como casus belli para justificar su entrada en el conflicto. 


Existen documentos cuyos detalles han señalado ciertos historiadores, en el sentido de que Churchill, a la sazón primer lord del Almirantazgo podría haber sido negligente al dejar al barco sin escolta, a pesar de haberlo cargado con explosivos y municiones destinados al Ejército británico. También se ha especulado con la posibilidad de que el propio Churchill y los servicios secretos británicos planificasen el viaje del trasatlántico para que pasase lo acabó sucediendo y forzar la entrada de Estados Unidos en la guerra. 

Los alemanes advirtieron a los pasajeros antes de que el barco zarpase de Nueva York de que era un objetivo militar para sus submarinos porque iba cargado con municiones y suministros militares, además de transportar víveres, correo y pasajeros civiles. 


Sin embargo, muchos historiadores no están de acuerdo con esta teoría porque en 1915 Estados Unidos resultaba mucho más útil a Gran Bretaña como proveedor de materias primas, que como aliado militar. El Ejército norteamericano, como se vería tras su llegada a Europa en 1917, estaba muy lejos de estar en condiciones de plantar cara al poderoso y disciplinado Ejército alemán. Una entrada prematura de los Estados Unidos en la guerra habría privado a Inglaterra de los vitales convoyes procedentes de aquel país.





Como consecuencia del hundimiento del RMS Lusitania, los convoyes de suministros norteamericanos a Reino Unido se interrumpieron durante algún tiempo porque Estados Unidos, en 1915, no estaba en disposición de desafiar a la flota de submarinos U-Boot del Káiser, y la opinión pública norteamericana no deseaba que su país de involucrase en una guerra que libraba a miles de kilómetros de distancia. Pero l

a historia volvió a repetirse en 1939 contando con un guión casi idéntico y los mismos actores protagonistas. El Athenia fue torpedeado y mandado a pique por el sumergible alemán U-30. 

El hundimiento del trasatlántico Athenia fue presentado en los medios aliados como un acto de guerra total, dirigido contra los civiles. Winston Churchill, nuevamente primer lord del Almirantazgo, resaltó al día siguiente que la tragedia podía tener un «efecto beneficioso en la opinión pública estadounidense», prácticamente lo mismo que declaró en el caso del RMS Lusitania en 1915. Cabría haberle preguntado a Churchill ¿para quién era beneficioso aquel ataque? No, desde luego, para las víctimas del torpedeamiento. 

El desarrollo del carro de combate británico Mark-1 fue financiado con fondos originalmente dirigidos a la investigación naval y si bien, una década después, el desarrollo del carro de combate fue considerado como una obra genial, en aquella época se vio como un desvío ilegal de fondos. El carro de combate fue utilizado en 1916 pero no de una forma eficiente, ni como lo había ideado Churchill, es decir, una brigada de tanques que tomara por sorpresa a los alemanes, abriendo largas secciones de trincheras aplastando las defensas de alambre de púas. Superado el desconcierto inicial, los artilleros germanos dieron buena cuenta de los pesados tanques destruyendo muchos de ellos y haciéndose con varios casi intactos, que repararon y utilizaron contra sus creadores en Yprés.

Winston Churchill también 

fue uno de los temerarios dirigentes que en contra de las opiniones del almirante John Arbuthnot Fisher y otros militares de mayor experiencia, planificó e impulsó el desastroso desembarco de Galípoli en los Dardanelos en 1915, el cual le valió, no sin razón, el sobrenombre de «El Carnicero de Galípoli». 

Pero, para ser justos, hay que decir que Churchill no fue el único responsable de aquel fiasco. La soberbia de los marinos británicos, despreciando a los turcos, a su escuadra y a su artillería de costa, hizo que se aventurasen en la campaña sin contar con el fuego demoledor de las poderosas baterías costeras turcas, que hundieron varios acorazados y otras unidades menores de la flota de desembarco franco-británica. El plan B era desembarcar de todos modos, desconociendo el terreno y sin haber asegurado el suministro de víveres, de refuerzos y pertrechos, para tomar las baterías turcas y destruirlas. En este desastroso desembarco, fueron los soldados australianos los que se llevaron la peor parte. 

Cuando el primer ministro Asquith quiso formar un Gobierno de coalición entre todos los partidos, los conservadores exigieron que Churchill fuese apartado del gabinete. Tras su caída en desgracia, Churchill ocupó un Ministerio sin cartera como canciller del Ducado de Lancaster, renunciado al Gobierno posteriormente. Se reintegró al Ejército, si bien siguió siendo miembro del Parlamento y sirvió varios meses en el frente occidental. 



Tras el desastre de los Dardanelos, se 


hizo patente que la 
guerra no marchaba bien para los británicos y sus aliados. En el frente occidental, en julio de 1916, los alemanes habían hecho pedazos a los británicos en el Somme, y habían detenido a los franceses en Verdún causándoles cuantiosas bajas entre muertos y heridos. También los alemanes se llevaron su parte en la horrible matanza. 

Después de este nueva y estrepitosa derrota militar británica, Asquith dimitió en diciembre del mismo año y fue reemplazado por Lloyd George. Sin embargo, no se consideró prudente traer a Churchill de regreso al Gobierno. En julio de 1917, Churchill fue nombrado ministro de Armamento y al finalizar la Primera Guerra Mundial en noviembre de 1918, Churchill ocupaba las carteras de ministro de la Guerra y ministro del Aire (1919-1921). Durante este periodo trató de reducir considerablemente el presupuesto militar, pero su principal preocupación fue la intervención de los aliados en la guerra civil en Rusia. Churchill era abiertamente partidario de intervenir militarmente, indicando que la causa de los bolcheviques debía ser estrangulada en la cuna. 



A pesar de los reveses militares y de las flagrantes derrotas sufridas en la contienda recientemente concluida, Churchill estaba dispuesto a que Inglaterra tomase parte en la guerra civil rusa, lo que no despertó el entusiasmo del Parlamento ni de la opinión pública. 

En 1920, cuando las fuerzas británicas se retiraron de Rusia, Churchill se las arregló para enviar armas a los polacos cuando éstos invadieron Ucrania. En 1921 fue nombrado ministro de Colonias y fue uno de los firmantes del Tratado Anglo-Irlandés de 1921, que estableció el Estado Libre de Irlanda.

Periodo de entreguerras

En 1922 el Partido Liberal estaba sufriendo divisiones internas en medio de unas elecciones generales donde Churchill perdió en el distrito de Dundee. Habiendo sido operado de apendicitis recientemente, declaró que había perdido su asiento en el Parlamento, su puesto en el Gobierno y su apéndice al mismo tiempo. En 1923 se volvió a presentar como candidato liberal en el distrito de Leicester, perdiendo nuevamente. Más tarde se fue acercando al Partido Conservador, si bien se definió a sí mismo «antisocialista» y «constitucionalista». En las elecciones de 1924 fue elegido en el distrito de Epping como «constitucionalista» con el apoyo del Partido Conservador. Al año siguiente se unió nuevamente a este Partido, comentando que «cualquiera puede cambiar de Partido, pero se necesita cierta imaginación para cambiar dos veces». 

Peculiaridades de la política británica: en España, el errático Churchill habría sido tildado de «chaquetero» o «tránsfuga» después de haber cambiado varias veces de partido, siempre en su propio beneficio. Por no decir que, tras sus sonoros fracasos durante la guerra europea, y su posterior fiasco en Rusia, difícilmente podría haber seguido en política. 

En 1924 Churchill fue nombrado ministro de Hacienda y supervisó el retorno del Reino Unido al patrón oro, lo cual originó deflación, desempleo y una protesta de mineros que degeneró en la huelga general de 1926. Sus decisiones dieron lugar a que el famoso economista John Maynard Keynes predijera muy acertadamente que el regreso al patrón oro llevaría al mundo a una depresión. Cosa que se confirmó en 1929. 

Churchill más tarde consideró que ésa había sido una de las peores decisiones que había tomado en su vida; y ya había tomado varias. En realidad no todo fue culpa de Churchill, considerando que él no era un economista y que actuó siguiendo el consejo del gobernador del Banco de Inglaterra, Montagu Norman, del cual Maynard Keynes dijo: «siempre tan encantador, siempre tan errado». 

Durante la huelga general de 1926, Churchill editaba el periódico gubernamental British Gazette y en esta disputa escribió que «o el país rompe la huelga general o la huelga general romperá al país». Es más, la polémica en torno a Churchill se agudizó cuando comentó que el régimen fascista de Benito Mussolini había «rendido un servicio al mundo, pues había enseñado cómo se combaten la fuerzas de la subversión». Consideraba que este régimen había servido como baluarte contra la revolución comunista. Algo parecido declaró Francisco Franco años después definiendo como «cruzada» su guerra contra el bolchevismo que intentaba adueñarse de España.





El Gobierno conservador fue derrotado en las elecciones generales de 1929. Churchill se convirtió en un disidente de su Partido en relación a las tarifas de protección arancelarias y la autonomía de la India. Cuando en 1931 Ramsey McDonald formó Gobierno, Churchill no fue invitado a participar en él. En esta época atravesó el punto más bajo de su carrera, sobre todo por su relación con el rey Eduardo VIII y Wallis Simpson, Churchill no siguió la corriente de pedir la abdicación del monarca y les defendió a capa y espada (la consecuencia fue que por primera vez en muchos años fue abucheado en la Cámara de los Comunes), en el periodo que se conoce como los «años salvajes». Pero todo esto queda un poco 

difuso porque se sabe que la señora Simpson y su esposo, el monarca, eran abiertamente filonazis. ¿Cómo podía apoyarles el que sería adalid de la lucha contra Hitler? El dictador alemán había despertado muchísimas simpatías en todo el mundo por su encendida animadversión hacia los bolcheviques, la gran bestia negra de las clases pudientes que dirigían Europa y que habían provocado una terrible guerra con el único propósito de enriquecerse. 

Churchill dirigió entonces su atención hacia Adolf Hitler y el peligro del rearme de la Alemania nazi. Por algún tiempo fue el único que denunció dicho rearme y abogó por la necesidad de fortalecer militarmente a Gran Bretaña. Recuérdese que él mismo fue el que protestó apenas acabada la guerra en 1918 por el excesivo gasto que suponían las partidas destinadas a Defensa, entonces ministerios de la Guerra. Pero esto también se ha sacado de contexto




: lo que de verdad preocupaba a Churchill, a un belicista contumaz y nacionalista a ultranza como Churchill, era que Alemania pudiese superar militarmente a Inglaterra y substituirla definitivamente como gran potencia mundial, algo que ya estuvo a punto de suceder en la anterior guerra de 1914-1918. 


Dado que Alemania carecía de una Armada capaz de rivalizar con la británica, pues había sido desguazada y hundida en 1919 como resultado de lo estipulado en el Tratado de Versalles, la principal preocupación de Churchill era evitar que Alemania obtuviera la superioridad militar en las fuerzas aéreas, cosa que la Luftwaffe consiguió en 1938. 





En aquellos años, alejado de la vida partidista y debido a sus contactos con militares y cargos relevantes de la Administración, Churchill llegó a estimar que Alemania estaba gastando 1.500 millones de libras al año en armamento, estimación que posteriormente se demostró muy cercana a la realidad. Churchill no pudo más que observar con desaliento y frustración como la política de Chamberlain estaba haciendo agotar las únicas posibilidades de evitar una guerra en Europa: frente a las pretensiones de Mussolini en Abisinia el Gobierno británico se mostró firme en advertir a Italia de sus consecuencia apoyado por la Liga de Naciones, pero a la hora de la verdad la Liga de Naciones no impuso ningún tipo de sanciones y mucho menos ninguna medida militar. Hitler observó el acontecimiento y Mussolini, que recelaba de Hitler por sus pretensiones de anexionarse Austria, decidió unirse a su causa en contra de las democracias europeas; un eufemismo para referirse a Inglaterra y Francia, preocupadas, sobre todo, en mantener la supremacía militar, política, económica y colonial que habían obtenido con los acuerdos de paz de 1919. Una paz hecha al gusto y a la medida de las necesidades de franceses e ingleses, y que el Congreso de los Estados Unidos jamás ratificó porque el presidente Woodrow Wilson declaró al retirarse de las conversaciones de paz, que aquello sólo era el preludio de una nueva guerra. 

Hitler empieza a mostrar sus cartas en 1938 ocupando el valle del Ruhr en Renania del Norte-Westfalia que Francia y Bélgica habían abandonado en 1925, después de haberlo ocupado durante cinco años. A continuación el Führer pone sus ojos en Austria, y aunque un primer intento de golpe de Estado para derrocar al canciller austriaco fracasa, Hitler consigue ocupar el país en 1938 contando con el apoyo de la inmensa mayoría de la población austriaca, y ante la pasividad de las demás potencias.





Hasta ese momento Churchill cree aún posible evitar la guerra: entonces Hitler se fija en la región de los Sudetes en Checoslovaquia, un Estado de nueva factura surgido tras el desmembramiento del Imperio austro-húngaro y que cuenta desde la época medieval con un importante núcleo de población alemana: Sudetenland

Ante las pretensiones expansionistas de Alemania, el dictador bolchevique Stalin propone un acuerdo tripartito a Francia y Reino Unido para formar una alianza contra Hitler. La oferta es desoída por Francia, que ya ha olvidado que fue la ofensiva rusa de 1914 en Prusia Oriental la que la salvó del arrollador avance alemán, y no los pintorescos taxis del Marne enviados por el general Gallieni. 

La oferta, sin embargo, no desagrada a Churchill, que desconfía de Francia y de su capacidad militar. Por otra parte, es consciente de que Polonia y Rumanía se negarían a permitir que las tropas soviéticas atravesasen su territorio para socorrer a terceros países en caso de ser invadidos por los alemanes. 

Además, Polonia se había hecho con territorios rusos que los alemanes se habían anexionado tras la firma de la paz de Brest-Litovsk entre Alemania y los bolcheviques en marzo de 1918, y que en 1919 fueron asignados a Polonia, otro país que resurgió tras la finalización de la Primera Guerra Mundial y que había estado dividido entre el Imperio austro-húngaro, Prusia y Rusia a lo largo del siglo XIX.

Neville Chamberlain en un intento por evitar lo peor, viaja a Múnich y consigue arrancar a Hitler el compromiso de renunciar a nuevas pretensiones territoriales a cambio de que el Gobierno checo reconozca la autonomía de los Sudetes de mayoría alemana. Chamberlain regresa a Londres exhibiendo el acuerdo y declarando que era el acuerdo de paz para toda una era. Fue entonces cuando Churchill reprochó a Chamberlain: «Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra... elegisteis el deshonor y tendréis la guerra». 

Neville Chamberlain, injustamente ninguneado por Churchill, intentó por todos los medios evitar que se repitiesen las carnicerías de la guerra anterior, todavía presentes en la retina de muchos excombatientes. Fue propuesto al Nobel de la Paz en 1939, y falleció el 9 de noviembre de 1940 a causa de una cáncer, seis meses después de haber renunciado a cu cargo de primer ministro.





Los acontecimientos se precipitaron: el presidente de Checoslovaquia entiende que Francia no acudirá en su ayuda, Polonia y Hungría presentan similares pretensiones territoriales a los alemanes en otras zonas del país. El presidente del Gobierno checoslovaco dimite y el Ejército se disuelve, con sus más de treinta divisiones, que habrían contenido un ataque alemán. Rusia toma nota y no ve más salida que un acuerdo con Alemania para garantizar su integridad territorial, ante la inoperancia y falta de consideración de Francia y Reino Unido. Por si fuera poco, Adolf Hitler, lejos de renunciar a sus pretensiones territoriales, no sólo ocupa los Sudetes, sino que ahora pone sus ojos en Polonia, que ocupa buena parte de Prusia Oriental desde 1919, incluido el corredor de Danzig (Gdansk, en polaco). 

A Chamberlain no le queda más remedio que advertir a Hitler que, si Alemania invade Polonia, el Reino Unido le declarará la guerra. Francia lo secunda. Hitler invade Polonia el 1 de septiembre de 1939 y comienza en Europa la Segunda Guerra Mundial.

Winston Churchill, primer ministro (1939-1945)

Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Churchill fue de nuevo nombrado primer lord del Almirantazgo. Su principal misión es la de fortalecer la base naval de Scapa Flow en Escocia e impedir a Alemania que sus submarinos atravesaran el Atlántico Norte para atacar a los barcos mercantes procedentes de América. El siguiente episodio crítico fue el ataque de Finlandia por parte de la URSS. Los fineses resistieron el primer embate en diciembre de 1939 y Churchill consideró de vital importancia tomar los puertos del norte de Noruega para así suministrar armamento a Finlandia. 

Su siguiente idea fue tomar los puertos suecos desde donde partían los contingentes de hierro para Alemania. Sin embargo Hitler se anticipa y toma la iniciativa: decide invadir simultáneamente Dinamarca y Noruega, entonces neutrales. Churchill decide contraatacar y manda una flotilla de desembarco a los puertos noruegos tomados por los alemanes. 

Los comandos británicos fracasan en Noruega, lo que pone en serios aprietos a Chamberlain que tras varias sesiones de control en el Parlamento tiene que soportar duras críticas. Churchill, a pesar de los errores de Chamberlain, asume toda la responsabilidad del fracaso pero no es suficiente. Chamberlain presenta su dimisión y el rey Jorge VI propone a Churchill la formación de Gobierno. 

El nuevo Gobierno queda constituido el 11 de mayo de 1940.







La siguiente crisis a la que Churchill tiene que enfrentarse es la campaña de Francia. A finales de mayo de 1940 Hitler decide atacar Holanda, Bélgica y Francia. La primera cae en pocos días, mientras que Francia y Bélgica apenas pueden contener los ataques de los blindados alemanes. Por fin el 25 de mayo de 1940 los alemanes rompen la primera línea de defensa cerca de Sedán. Churchill no parece muy preocupado pero cuando viaja a París y se entera de que el Gabinete de la Guerra francés no tenía preparado un Ejército de Reserva, teme lo peor. Meses antes una fuerza expedicionaria británica compuesta de unos 200.000 hombres ocupaba las defensas francesas al norte de Sedán, donde los franceses ya fueron derrotados por los prusianos en 1871. 


Los blindados y la infantería alemanes avanzan más de 50 millas al día y se aproximan a Arras. El Gabinete de la Guerra francés propone la idea de que los ejércitos al norte de la brecha alemana se muevan hacia el sur para encontrarse con los alemanes para detenerlos mientras que las divisiones francesas en el centro y sur del país se moverían hacia el norte para atacar a los alemanes por el flanco sur. Sin embargo las divisiones francesas ni siquiera se reorganizan. La fuerza expedicionaria británica se encuentra atrapada en el momento en que los alemanes llegan al mar tomando Boulogne. 

Conscientes de la trampa en la que se encuentran atrapados, comienzan a avanzar hacia el norte para derrotar a los británicos. Churchill acepta la idea de lord Gort, al mando de las fuerzas británicas, de retroceder sólo como último recurso a Dunkerque y ser evacuados abandonando todo el equipo. Inmediatamente se dan órdenes de que todos los barcos disponibles en el Canal viajen a Dunkerque por si fuera necesario evacuar al Ejército expedicionario británico. 

Los británicos aún confiaban en contener a los alemanes a la espera de las divisiones francesas pero todo se complica cuando, a los pocos días, los alemanes invaden Bélgica y rompen el frente en Ostende. Los británicos están totalmente rodeados y no les queda más remedio que utilizar el último recurso. A pesar de la humillación, los franceses rodeados en Lille atacan a los alemanes para mantenerlos ocupados e impedir que más divisiones ataquen a los ingleses. Hitler decide no mandar a las divisiones acorazadas alemanas y solamente hostigar a los británicos por el aire. A pesar de que este acto fue interpretado como un intento de Adolf Hitler de forzar una posible alianza con Inglaterra, Churchill da otra explicación: las divisiones alemanas han avanzado demasiado en muy poco tiempo y necesitan reabastecerse de combustible. Además, el hostigamiento aéreo se reveló inútil viendo los escasos daños que causaron las bombas e
n la playa arenosa de Dunkerque y porque la RAF comenzó a enfrentarse a los alemanes en el aire. Más de 250.000 hombres, entre británicos, franceses y belgas, fueron evacuados en apenas 48 horas. 

Churchill respira aliviado porque ve que es posible recomponer el Ejército británico y, a partir de entonces, los discursos de Churchill fueron una fuente de inspiración para el pueblo británico. A este discurso le siguieron otros famosos antes de la batalla de Inglaterra. 

Esta fue una de sus proclamas más famosas arengando a los británicos a soportar una guerra sin cuartel, terminaba con la siguiente baladronada: «Defenderemos nuestra Isla, cualquiera que sea el precio; pelearemos en las playas, pelearemos en los lugares de desembarco, pelearemos en los campos y en las calles, pelearemos en las colinas: nunca nos rendiremos». Otro perorata incluía la también famosa frase: «Vamos a asumir nuestros deberes considerando que si el Imperio y la Commonwealth británica durarán mil años, la gente dirá: “Esta fue la hora más gloriosa del Imperio”». Obsérvese que cuando Hitler hablar de un Reich (Imperio) de mil años, se considera propaganda fascista, pero que se acepta como algo positivo y políticamente correcto cuando es el líder inglés quien lo hace. ¿Por qué? El lenguaje de ambos es muy parecido, y en cuanto a ardor belicista, Churchill no le va a la zaga a Hitler. 


El caso fue que con sus bravatas, Churchill logró levantar la maltrecha moral de las Fuerzas Armadas y del pueblo británico, pese a las humillantes derrotas sufridas en los primeros compases de la contienda. 

El 24 de mayo de 1941, después del hundimiento del acorazado HMS Hood, buque-insignia de Royal Navy, Churchill sentenció en un discurso: «¡Hundid al Bismarck!». El Bismarck era el acorazado más moderno del mundo y había logrado hundir al Hood en su primera misión de combate después de ser botado. Fue hundido tres días después, lo que eliminó una peligrosa amenaza para los suministros británicos. 

Su excelente y sólida relación con Franklin D. Roosevelt aseguró el envío de suministros vitales desde los Estados Unidos al Reino Unido a través de las rutas marítimas del Atlántico Norte que patrullaban sin descanso los U-Boot alemanes hundiendo muchos transportes. 

La reelección de Roosevelt fue un alivio para Churchill, dada las fuertes corrientes aislacionistas en los Estados Unidos que se oponían a su entrada en el conflicto europeo. Roosevelt había ganado las elecciones asegurando a los norteamericanos, como Wilson en 1916, que mantendrían a su país fuera del conflicto. Ambos mintieron descaradamente y esperaron a su reelección para hacerlo. 

Como en la anterior contienda, Estados Unidos estaba a favor de la ayuda a Gran Bretaña. Para ello se creó la Ley de Préstamo y Arriendo. Gracias a esta ley el presidente de los Estados Unidos podía autorizar la exportación de material bélico a los países que considerara que eran importantes para la defensa de Estados Unidos. El pago del material se realizaría una vez terminada la guerra. El país más beneficiado fue el Reino Unido, pero no el único. La URSS también se benefició de la ley. Roosevelt logró convencer al Congreso estadounidense de que este costoso envío de material bélico no era más que defender a los Estados Unidos. En el decurso de la contienda, Churchill tuvo doce reuniones con Roosevelt en las cuales discutieron la estrategia de la guerra y de la posguerra. 

Churchill creó el cuerpo especial de operaciones, bajo el mando del ministro de economía de guerra Hugh Dalton, cuya finalidad era la de conducir y desarrollar operaciones subversivas en los territorios ocupados por los alemanes, logrando un notable éxito. 

Durante la guerra, Winston Churchill, a petición del MI5, servicio de inteligencia, usó dobles en sus desplazamientos. Uno de ellos murió, al ser derribado su avión por la inteligencia alemana. 

Los soviéticos le pusieron a Churchill el sobrenombre de «el bulldog británico». Esto en parte se debía a la voluntad de Churchill por mantener una posición firme y de enfrentarse al peligro visitando —él o sus dobles— los frentes de batalla. Esto tenía un efecto propagandístico muy importante para un megalómano como Churchill. Estas machadas le pasaron factura y a punto estuvieron de costarle la vida: en diciembre de 1941 sufrió un ligero ataque cardíaco y en diciembre de 1943 cayó enfermo de neumonía. 

Después de la guerra, Churchill visitó Stalingrado, aún en ruinas, e hizo una desafortunada observación a los soviéticos: «Es increíble a lo que llegaron los alemanes». El intérprete ruso pregunto si lo decía por el grado de destrucción, a lo que Churchill respondió: «Me refiero a hasta donde llegaron en el mapa». 

Con sus patochadas, Churchill despreciaba el sacrificio del pueblo y de las tropas soviéticas porque, casi con toda seguridad, Alemania hubiese ganado la guerra si la Wehrmacht y la Luftwaffe no se hubiesen desangrado en el frente ruso, y los norteamericanos no les hubiese hecho retroceder en el frente occidental a partir de 1944. Churchill exageraba la importancia de la contribución británica a la victoria final. El Reino Unido, por sí solo, jamás hubiese derrotado a Alemania y Japón. 




Del mismo modo que de no haber sido por la intervención prusiana en Waterloo en 1815, jamás hubiese derrotado Wellington a Napoleón. Pero los británicos tienden a obviar la parte de la Historia que no les conviene recordar. 


Cuando en 1915 Churchill envió a la Royal Navy a los Dardanelos, despreció la capacidad combativa de los turcos, dando a entender si los españoles les habían derrotado en 1571 en la batalla naval de Lepanto, con más razón lo haría su poderosa e invencible Armada, la más grande el mundo en aquellos momentos. El resultado fue que los turcos hundieron varios acorazados y destructores ingleses de última generación y que el posterior desembarco de los australianos fue uno de los mayores descalabros sufridos por los británicos en el siglo XX.





Algunas de las decisiones que tomó Churchill fueron controvertidas. En la hambruna en Bengala de 1943, que ocasionó la muerte de 2,5 millones de bengalíes, Churchill se mostró indiferente, si no cómplice de la catástrofe. 

Las tropas japonesas estaban amenazando la India después de su ocupación de Birmania, tras la humillante, por no decir vergonzosa, capitulación de los británicos en Singapur. Algunos opinaron que la política del Gobierno británico de no ayudar a resolver, o al menos aliviar, el efecto de la hambruna, era el equivalente de una política de tierra quemada en el territorio que los japoneses iban a ocupar, para que los invasores no se beneficiaron de los recursos naturales de las zonas conquistadas. 

En las postrimerías de la guerra en Europa, Churchill también ordenó el bombardeo con bombas incendiarias de fósforo y napalm de la indefensa ciudad alemana de Dresde. Allí no había fábricas ni constituía un objetivo militar porque no había tropas apostadas; la ciudad no tenía ningún valor estratégico militar y las víctimas fueron civiles en su práctica totalidad. Churchill ordenó el bombardeo como venganza por los ataques de la Luftwaffe sobre Londres cinco años antes. Lo que no le hacía mejor que Hitler o Stalin. 

Winston Churchill también diseñó la Operación Antropoide destinada a desestabilizar al régimen nazi en Checoeslovaquia mediante ataques terroristas y actos de sabotaje. 




Asimismo, Churchill formó parte de los acuerdos de la partición de Europa y Asia al final de la guerra. Estas discusiones comenzaron en 1943. Las propuestas fueron aceptadas en un tratado firmado en la Conferencia de Potsdam por Harry S. Truman, Churchill y Stalin. 


Un caso particular fue el trazado de las fronteras de Polonia con la Unión Soviética y Alemania, lo que se consideró como un acto de traición al Gobierno polaco en el exilio. Winston Churchill era de la opinión que la única forma de aliviar las tensiones era trasladar la población para acomodarlos a lo largo de las nuevas fronteras establecidas. Como indicó en su exposición ante la Cámara de los Comunes en 1944: «El traslado de la población hacia las nuevas fronteras es el único método que tendrá resultados satisfactorios y duraderos. No habrá mezcla de etnias que causarían problemas eternamente. Un traslado limpio debe llevarse a cabo. No me alarman estas transferencias que son posibles bajo las condiciones modernas». El traslado que se llevó a cabo, sin embargo, causó grandes penalidades y la muerte de buena parte de la población transferida. Hoy hablaríamos sin ambages de «limpieza étnica», tan detestable si los que la practican son nazis, turcos, serbios o croatas, o los supuestamente «civilizados» británicos. 

Winston Churchill se oponía a la caída de Polonia bajo la esfera de influencia de la Unión Soviética, pero como escribió amargamente en varios libros «le fue imposible impedirlo». 

Churchill era considerado tras la Segunda Guerra Mundial un gigante político, pero a pesar de su popularidad no contaba con la fidelidad incondicional del electorado británico. Aunque la importancia de Churchill durante la guerra es indiscutible, lo cierto es que también tenía bastantes enemigos en su país que no olvidaban su comportamiento brutal y represivo durante las huelgas generales de los años 1920, ni su gestión de la crisis irlandesa.

Su desacuerdo con ideas para mejorar el sistema de salud y la educación pública, produjo descontento entre amplios sectores de la población obrera y de clase media, particularmente entre aquellos que habían luchado en la guerra. Tan pronto como terminó ésta, fue derrotado por Clement Attlee, candidato del Partido Laborista, en las elecciones generales de 1945. 

Algunos historiadores opinan que los británicos creían que aquel que los había guiado con éxito en la guerra, no era el mejor hombre para liderarlos en la paz. Otros piensan que fue más bien el Partido Conservador y no Churchill, el que fue derrotado debido a la actuación de Neville Chamberlain y Baldwin en los años 1930. 




Ahora suele decirse que Churchill fue pionero al defender la idea de la unión de Europa, para así evitar futuros conflictos entre Francia y Alemania. Sin embargo, consideraba que el Reino Unido no debía ser parte de esa Europa unida, sino que su futuro estaba ligado al de los Estados Unidos. Algo que se ha verificado recientemente. 


Hay que señalar, además, que la idea de esa unión europea pasaba por aceptar el liderazgo político y militar de Reino Unido en Europa y el mundo, con el respaldo de Estados Unidos. Algo que consiguieron en parte con la creación de la OTAN en 1949. 

Churchill también abogó por darle a Francia un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, lo cual añadía otra poderosa nación europea a dicho Consejo, para contrarrestar el poder de la Unión Soviética, que también tenía un asiento permanente. En realidad se trataba de contrarrestar la influencia de los soviéticos en dicho Consejo con un convidado de piedra. Estados Unidos y Reino Unido dirían a Francia lo que tenía que votar en todo momento. De todos modos, fue un éxito para Francia, sobre todo si tenemos en cuenta que había capitulado en 1940 y que hasta 1944 actuó como aliada de Alemania. 




Churchill fue elegido nuevamente primer ministro en 1951, tras la victoria del Partido Conservador en las elecciones. Su tercer Gobierno, tras el Gobierno de unidad nacional y el breve Gobierno conservador de 1945, se prolongaría hasta su dimisión en 1955. Durante este tiempo renovó lo que él mismo denominó la «relación especial» con los Estados Unidos y trató de inmiscuirse en la formación del orden mundial de posguerra. 


En cuestiones raciales, Churchill era todavía un victoriano. Trató en vano de restringir la llegada de inmigrantes del oeste de la India. «Mantener a Gran Bretaña blanca» sería un buen eslogan, dijo al gabinete en enero de 1955. Ian Gilmour recuerda que Churchill le dijo en 1955 sobre la inmigración: «Creo que es el asunto más importante al que se enfrenta este país, pero no podré lograr que ninguno de mis ministros llegue a darse cuenta». 

Sus prioridades domésticas fueron, no obstante, dejadas de lado por una serie de crisis políticas en el extranjero, que eran resultado del continuo declive del poderío y prestigio militar británico. Gran defensor de Gran Bretaña como gran potencia, Churchill optó a menudo por las acciones directas. Intentando retener lo que pudiera del Imperio, afirmó una vez: «No presidiré su desmembramiento». Churchill dedicó gran parte de su tiempo a las relaciones internacionales y aunque no se llevaba bien con el presidente Eisenhower, Churchill mantuvo la relación especial con los Estados Unidos, para lo que realizó cuatro viajes transatlánticos durante su segundo mandato.



La disputa anglo-iraní: origen de posteriores crisis en la región

Esta crisis se inició bajo el Gobierno de Clement Attlee. En marzo de 1951, el Parlamento iraní votó por nacionalizar la petrolera Anglo-Iranian Oil Company a propuesta del primer ministro Mohamed Mossadeg, elegido en abril de 1951. La Corte Internacional de Justicia fue convocada para mediar en la disputa, pero la oferta de repartir las ganancias a partes iguales con reconocimiento de la nacionalización no fue aceptada por Mossadeg. Las negociaciones entre el Gobierno británico y el iraní cesaron y el Gobierno británico comenzó a fraguar un golpe de Estado. El Presidente estadounidense Harry S. Truman no estaba muy de acuerdo con dicho golpe, dedicándole mayor atención a la guerra en Corea que se estaba desarrollando y en la que Estados Unidos estaba siendo desbordado por los comunistas y sus aliados chinos. Los británicos, sin embargo, procedieron con un bloqueo y un embargo que prácticamente cerraron las exportaciones de petróleo iraní al resto del mundo. Una situación no muy distinta de la que se ha vivido recientemente, lo que nos da una clara idea del fair-play británico cuando su Gobierno y sus empresas no obtienen lo que quieren. 

Churchill intensificó la política de socavar al Gobierno de Mossadeg elegido democráticamente por el pueblo iraní, conviene no olvidarlo. Ambas partes lanzaban propuestas que eran rechazadas bajo la creencia que el tiempo estaba de su parte. Las negociaciones cesaron y el bloqueo económico y político comenzó a ejercer presión sobre Irán, produciéndose varios intentos de golpes militares por facciones probritánicas de la Asamblea Consultiva Nacional de Irán. 

Churchill y su ministro de relaciones exteriores perseguían dos objetivos. Por una parte querían el desarrollo y la reforma de las instituciones políticas en Irán, sin embargo, no querían perder el control sobre las ganancias derivadas del petróleo. Inicialmente respaldaron a Sayed Ziaodín Tabatabaí como el testaferro con quien podían tratar, pero a medida que el embargo se alargaba en el tiempo, los británicos se inclinaron a lograr alianzas con los militares iraníes. Churchill había completado el círculo iniciado por los planes de Attlee de dar un golpe de Estado, con la idea de elaborar un plan similar él mismo. 




La crisis se extendió hasta 1953. Churchill, apoyado por el presidente Dwight D. Eisenhower, aprobó un plan para dar un golpe de Estado en Irán. El plan contaba con colocar en el poder a un contendiente de Mossadeg llamado Fazola Zahedí. En el verano de 1953, las manifestaciones callejeras comenzaron a intensificarse en Irán y tras el fracaso de un plebiscito, el Gobierno de Mohamed Mossadeg quedó desestabilizado. Zahedí, con ayuda de financiación extranjera, tomó el poder el 19 de agosto de 1953. 


Este golpe de Estado indicaba la tensión existente en los años de la postguerra: la democracias industrializadas, necesitadas de recursos naturales propios y ajenos para reconstruir Europa tras la Segunda Guerra Mundial, y con la ficticia necesidad de enfrentarse a la Unión Soviética en la Guerra Fría, lidiaron con los países emergentes, tales como Irán, en la misma forma que lo hicieron con sus antiguas colonias. La idea de una posible tercera guerra mundial contra la Unión Soviética les obligaba a perder los escrúpulos en la manipulación de la política en países emergentes. Por otra parte los gobiernos de estos países eran frecuentemente inestables y corruptos. Estos factores creaban un círculo vicioso que consistía en una intervención que llevaba a la toma de poder por un Gobierno dictatorial, el cual rápidamente degeneraba en corrupción, lo cual a su vez requería nuevas intervenciones.

La rebelión del Mau Mau

En 1951, se produjo un enfrentamiento entre el Gobierno británico y la Unión Africana de Kenia en relación a la redistribución de la tierra en esta colonia. Cuando las demandas de la Unión no fueron aceptadas por los británicos se produjo en 1952 la rebelión de los Mau Mau, un grupo terrorista. El 17 de agosto de 1952 se declaró el Estado de emergencia y tropas británicas fueron enviadas a Kenia para acabar con la rebelión. A medida que ambos bandos intensificaron la ferocidad de sus ataques, la rebelión se convirtió en una sangrienta guerra civil. 

En 1953, tras las matanza de Lari perpetrada por los rebeldes Mau Mau contra los kikuyos, que eran leales a los británicos, la situación política en Kenia cambió en el sentido que los británicos obtuvieron una ventaja política a los ojos del mundo, dada la crueldad demostrada por los Mau Mau en dicha masacre. La estrategia de Churchill fue la de afrontar militarmente y con mano dura la rebelión, mientras ponía en práctica algunas de las concesiones que el Gobierno de Attlee había bloqueado en 1951. Incrementó la presencia militar de los británicos nombrando al general sir George Erskine comandante en jefe de las tropas británicas en Kenia, y que puso en marcha la llamada Operación Añil en 1954, con la que sofocó la rebelión en la ciudad de Nairobi. Otra operación denominada «Hammer» fue llevada a cabo para eliminar a los rebeldes en el resto del país. Churchill ordenó iniciar negociaciones de paz con políticos de Kenia, pero éstas colapsaron poco después de que él se retirase del Gobierno.

La rebelión de Malasia

En Malasia, la rebelión contra los británicos se venía fraguando desde 1948. Nuevamente Churchill heredó una crisis y otra vez eligió emprender acciones militares contra los rebeldes, al mismo tiempo que trataba de lograr alianzas con sectores leales a los británicos. Inició una campaña para ganarse la buena voluntad de la población y aprobó la creación de aldeas fortificadas, una táctica militar que impondrían posteriormente las potencias occidentales en sus guerras en el Sudeste de Asia. 

En sus antiguos dominios y colonias, los pueblos autóctonos estaban hartos del dominio británico y deseaban emanciparse. La rebelión de Malasia era un movimiento de guerrillas que si bien estaba centrada en un grupo étnico, había sido promovida por la Unión Soviética, que empezó a jugar en el tablero de la política internacional con las reglas que los propios británicos habían impuesto: terrorismo de Estado, desestabilización de gobiernos hostiles, actos de sabotaje... 

Diplomáticamente hábiles, los británicos lograron un importante respaldo internacional y, en el punto culminante de la crisis, llegaron a contar con 35.000 soldados en Malasia. La rebelión comenzó a perder fuerza y apoyo por parte de la población. 

Pero, si bien la rebelión se iba extinguiendo, estaba claro que el régimen colonial británico no podía mantenerse. En 1953 se hicieron planes para dar la independencia a Singapur y a otras colonias en la región. Las primeras elecciones se llevaron a cabo en 1955, apenas unos días antes de la renuncia de Churchill al Gobierno. En 1957, siendo primer ministro Anthony Eden, se declaró la independencia de Malasia. 

En 1953 le fueron otorgadas a Winston Churchill dos distinciones importantes: fue investido como Caballero de la Nobilísima Orden de la Jarretera y también se le otorgó el Premio Nobel de Literatura por «su dominio de la descripción histórica y biográfica, así como su brillante oratoria en defensa de los valores humanos». 

Resulta poco creíble, por no decir bochornosos, que al hombre que dirigió tantas operaciones militares que causaron miles a de bajas a propios y extraños, se le reconociese como «defensor de los valores humanos». Cabe preguntarse si los civiles alemanes abrasados vivos en Dresde en 1945, los bengalíes que murieron de hambre por su causa, o los soldados australianos masacrados por los turcos en Galípoli en 1915, habrían votado para que le fuese otorgado el premio a semejante energúmeno belicista. 

Un accidente cerebrovascular le dejó paralizada la parte izquierda del cuerpo en junio de 1953. En 1955 a Churchill se le otorgó el título de duque de Londres, cuyo nombre él mismo eligió. Sin embargo, más tarde declinó aceptar tal título al ser persuadido de no hacerlo por su hijo Randolph. 

En 1956 Churchill recibió el Premio Carlomagno, el cual otorga la ciudad alemana de Aquisgrán a aquellos que más han contribuido a la causa de la paz en Europa. Otro premio que le fue injustamente otorgado: recordemos que el ministro que luchó denodadamente por evitar la guerra con Alemania fue Neville Chamberlain, al que Churchill denostó y humilló, cruelmente por haberlo hecho. Sólo le faltó acusarlo de traidor por buscar un acuerdo de compromiso con Hitler que evitase todo el horror que sobrevino después. Pero al obeso y alcoholizado mandatario británico sólo le importaba la grandeza del trasnochado Imperio y de la Corona británica, nada más. También resulta chocante que le otorgara ese premio una ciudad alemana olvidando el sufrimiento que megalómano Churchill provocó innecesariamente en Dresde. 

Viendo que estaba disminuyendo su capacidad física e intelectual, Churchill se retiró de su puesto como primer ministro en 1955 y fue sustituido por Anthony Eden. En los años siguientes Churchill pasaba cada vez menos tiempo en el Parlamento, ocasionalmente asistía a votaciones decisivas, pero nunca más volvió a hablar en la Cámara. 

Churchill continuó sirviendo como miembro del Parlamento por Woodford hasta que se retiró después de las elecciones generales de 1964. Sobre la crisis de Suez dijo, en privado, que «Nunca lo habría hecho sin consultar con los estadounidenses, y una vez que lo hubiera empezado no me habría atrevido a pararlo». En realidad, desde 1914, los británicos no hacen nada sin asegurarse antes el apoyo de los norteamericanos y que éstos les sacarán las castañas del fuego si la cosa se pone fea. 

En 1959 Churchill se convirtió en Father of the House, el miembro del Parlamento con el servicio continuo más prolongado; por aquella época ya había logrado ser el único parlamentario en haber servido bajo los reinados de la reina Victoria, fallecida en 1901, e Isabel II, separados por más de medio siglo desde la muerte de la primera, a la coronación de la todavía soberana en 1952. 

En sus últimos días, muy mermado por la enfermedad, Churchill pasaba la mayor parte del tiempo en Chartwell House en Kent, situada tres kilómetros al sur de Westerham. Con el deterioro de sus facultades físicas y mentales, Churchill comenzó a perder la batalla que llevaba librando por largo tiempo con su bestia negra, la depresión. Encontró consuelo en el magnífico clima y en la luminosidad de la costa mediterránea francesa. Su esposa Clementina lo acompañó en contadas ocasiones. Viajó en ocho cruceros a bordo del yate Christina como huésped de Aristóteles Onassis. Una vez, cuando el Christina tenía que atravesar los Dardanelos, Onassis ordenó a la tripulación que esperaran a que se hiciera de noche, para así no traer a la mente de su distinguido huésped los amargos recuerdos del desastre de 1915 que costó la vida a tantos hombres que murieron inútilmente a causa de la obcecación de Churchill. 

En 1963, el presidente Kennedy nombró a Churchill «Ciudadano Honorario» de los Estados Unidos. Churchill estaba ya muy enfermo para asistir a la ceremonia, a la que fueron su hijo y sus nietos en su representación.





Los Kennedy, católicos de ascendencia irlandesa, debieron olvidar los muchos sufrimientos que la cruel represión de Winston Churchill causó a los patriotas irlandeses durante la guerra de independencia iniciada en 1916. Coincidiendo, precisamente, con el inicio de la sangrienta batalla del Somme el 1º de julio, en la que muchos miles de irlandeses perdieron la vida bajo los disparos de las ametralladoras alemanas sirviendo como carne de cañón al mismo Imperio británico que los esclavizaba en su propia tierra desde hacía más de setecientos años. 

El 15 de enero de 1965, Winston Churchill sufrió una segunda apoplejía ocasionada por una trombosis cerebral severa. Falleció nueve días después. Las últimas palabras que pronunció fueron: «¡Es todo tan aburrido!» 

Para el hiperactivo Winston Churchill, los últimos diez años de decrépita vejez y olvido en su retiro, resultaron insoportables. 

Su cuerpo permaneció en la capilla ardiente en Westminster durante tres días. El funeral se realizó en la catedral de San Pablo. Fue el primer funeral celebrado en dicha catedral a un hombre no perteneciente a la realeza desde que se le hiciera al mariscal de campo lord Roberts de Kandahar en 1914. Cuando su féretro fue transportado por el río Támesis, todas las grúas estaban inclinadas en saludo. La artillería real hizo diecinueve disparos en su honor, como se hace con los jefes de Estado, y dieciséis aviones de la RAF sobrevolaron Londres. El funeral propició la asistencia del mayor número de dignatarios en la historia de Gran Bretaña, contando representantes de más de cien países. Fue también la reunión más grande de jefes de Estado hasta el fallecimiento del papa Juan Pablo II en 2005. 




Fanfarrón y provocador, mantuvo su mal gusto de barriobajero hooligan británico hasta el final, y se cuenta que fue su postrer deseo que si el general De Gaulle le sobrevivía y asistía al funeral, que el cortejo fúnebre pasara por la estación de Waterloo. Ciertamente, el general De Gaulle asistió al funeral de Estado y el cortejo fúnebre partió desde la estación de Waterloo. Por expreso deseo, Churchill fue inhumado en el mausoleo de la familia en la iglesia de Saint Martin en Blandon, cerca de Woodstock y no muy lejos de su lugar de nacimiento en Blenheim. 



Ciertamente, este sujeto construyó una brillante carrera política a costa de la sangre y el sufrimiento de otros, marchando gloriosamente de derrota en derrota hasta la victoria final. ¡Nunca uno se aprovechó de tantos!












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