Recaredo I fue rey de los visigodos desde el 586 hasta el
601, cuando murió en Toledo. Hijo y sucesor de Leovigildo, fue asociado al
trono por su padre, lo que levantó las airadas protestas de buena parte de la
nobleza visigoda, que vio en esta maniobra un intento de institucionalizar el
carácter hereditario de la monarquía; algo contrario a la tradición goda y
germánica en general, caracterizada, precisamente, por ser electiva. Cuando Leovigildo murió, Recaredo se encontraba en
Septimania, la única provincia transpirenaica que conservaron los visigodos
tras su derrota en Vouillé (507). Al inicio de las hostilidades, Recaredo cerró
la frontera de Septimania con los francos, y los visigodos llevaron a cabo
diversos ataques en la región de la desembocadura del Ródano. En los primeros
años de su reinado, Recaredo combatió a los francos, a los bizantinos (aún
presentes en el litoral andaluz) y a los vascones, y tuvo que sofocar varias
revueltas de los siempre levantiscos nobles visigodos. Poco después de su entronización,
el nuevo rey hizo ejecutar a Sisberto, responsable directo de la muerte de su
hermano Hermenegildo, probablemente cumpliendo órdenes de su antecesor,
Leovigildo. El hecho más destacado del reinado de Recaredo se produjo en
el año 589, cuando convocó el III Concilio de Toledo en el que, con
varios nobles y dignatarios eclesiásticos, abjuró del arrianismo y se convirtió
al catolicismo, con lo que llevó a cabo la anhelada unificación religiosa entre
los visigodos arrianos y los católicos hispanorromanos, sellando así –al menos
sobre el papel– la unidad religiosa, política y territorial del Reino visigodo
de España, la primera monarquía hispánica y una de las primeras monarquías germánicas que emergieron tras la
desaparición del Imperio de Occidente en 476.
En el 584, en su deseo de emparentar y alcanzar una alianza
duradera con los poderosos reyes francos, Recaredo envió embajadores para
desposar a Rigunda, hija de Chilperico I, rey de Neustria. Una vez acordado el
matrimonio, Rigunda fue enviada a España con una espléndida dote para desposar
al rey visigodo. Tras un viaje muy azaroso, con multitud de robos que la
dejaron sin nada, Rigunda llegó a Toulouse, donde se enteró del asesinato de su
padre, el rey Chilperico, y la boda con Recaredo se canceló. Algún tiempo
después, en su deseo de emparentar con los francos y sellar una paz duradera,
Recaredo envió una nueva delegación de embajadores para desposar a Clodosinda,
hija de Sigeberto I, rey de Austrasia, pero por razones que se desconocen las
negociaciones fracasaron. A principios del año 587 Recaredo, que ya debía de tener
simpatías católicas, se hizo bautizar en secreto. Desde entonces intentó
convencer a los obispos arrianos para que aceptaran la doctrina trinitaria,
celebrando tres reuniones: una con los obispos arrianos, a los que animó a
reunirse con obispos católicos para discutir los problemas teológicos y
determinar cuál era la verdadera fe. Finalmente, reconociendo que no era
posible convencer a los arrianos, Recaredo convocó a los obispos católicos y
les dijo que se había decantado por el catolicismo. Al hacerlo, estaban
presentes muchos nobles visigodos que siguieron su ejemplo. A lo largo del
verano de ese mismo año (587) las iglesias arrianas fueron expropiadas y
entregadas a los obispos católicos. Tras su conversión, Recaredo envió nuevas embajadas a los
reyes francos de Austrasia y Borgoña. Recaredo negoció su enlace con
Clodosinda, hermana de Childeberto, y el monarca franco aprobó el enlace
aduciendo que los visigodos ya habían abrazado el catolicismo. Pero el consentimiento
llegó demasiado tarde y el matrimonio no llegó a celebrarse, pues por entonces
(589) Recaredo ya había desposado a Bado; una plebeya con la que llevaba varios
años viviendo en concubinato.
Conspiraciones arrianas y nueva guerra con Borgoña
Tras la conversión del rey al catolicismo, la reacción
arriana no se hizo esperar. El obispo arriano de Mérida, Sunna, y los condes
visigodos Sega y Vagrila proyectaron asesinar al obispo local católico, Masona,
y al dux de Lusitania, Claudio y, alzando a toda la provincia, proclamar rey a
Sega. No sabemos cuál fue el desarrollo de la conspiración, pero parece ser que
algunos nobles visigodos recuperaron su fe arriana y que también se les unieron
muchos hispanorromanos. Al fracasar el intento de asesinato de Masona, uno de los
conjurados, el futuro rey Witerico, conde a la sazón, reveló los detalles de la
conjura. Claudio sofocó fácilmente el intento. A Sega se le cortaron las manos
(castigo reservado a los usurpadores), se confiscaron sus propiedades y fue desterrado
a Galicia. Vagrila se refugió en la que hoy es la Basílica de Santa Eulalia
(Mérida), y el rey ordenó confiscar sus bienes y donarlos a la Iglesia, pero el
obispo Masona le perdonó y se las devolvió. Sunna recibió la oferta de recibir
otro obispado si se convertía al catolicismo, pero éste se negó a ello y fue
desterrado. Posteriormente huyó a Mauritania donde predicó el arrianismo hasta
que murió de forma violenta alrededor del año 600. La represión del arrianismo
prosiguió en la península Ibérica y Recaredo ordenó quemar todos los libros y
textos arrianos, excluyó a los arrianos de la administración del Reino, y
suprimió todos los cargos de la Iglesia arriana, que desapareció en pocos años. Muchos visigodos fueron obligados por la fuerza a convertirse
al catolicismo, lo que provocó un segundo levantamiento de los arrianos que
tuvo como protagonistas al obispo Uldila y a la reina Gosuinda, viuda de
Leovigildo. La conspiración fracasó: Uldila fue enviado al exilio y Gosuinda
murió poco después. Una tercera conspiración se planeaba desde hacía algunos
meses en Septimania: algunos nobles de la provincia transpirenaica querían
derrocar al rey. La encabezaban los condes Granista y Wildigerno, además del
obispo arriano de Narbona, Athaloc. Paradójicamente, los conjurados pidieron
ayuda a Gontrán, el rey católico de Borgoña. Las hostilidades con Borgoña, suspendidas desde 586, se
reanudaron en 589. Las fuerzas borgoñonas al mando de Boso, que
habían sido llamadas por los conspiradores, se acercaron a Carcasona, que al
parecer fue ocupada, pero fueron derrotadas en las cercanías del río Aude por
fuerzas visigodas al mando de Claudio, dux de la provincia de Lusitania que
recientemente había abrazado el catolicismo. Los francos dejaron cinco mil
muertos en el campo de batalla, y otros dos mil fueron hechos prisioneros. La
derrota fue completa y Septimania quedó asegurada. Parece ser que Granista y
Wildigerno perecieron en la refriega y que Athaloc falleció poco después de
muerte natural.
Concilio de Toledo
Poco antes de celebrarse el Concilio de Toledo, Recaredo
comunicó que dejaba sin efecto la prohibición hecha a la Iglesia católica de
celebrar sínodos provinciales de obispos. Así las cosas, el 8 de mayo del año
589 se inauguró el III Concilio de Toledo. Recaredo hizo profesión de fe
católica y anatematizó a Arrio y sus doctrinas, se atribuyó la conversión de
godos y suevos al catolicismo, y varios obispos arrianos abjuraron públicamente
de sus creencias. Durante el Concilio las resoluciones del Sínodo arriano de
Toledo del 580 fueron condenadas y las decisiones del nuevo Concilio
adquirieron valor de ley al publicar el rey un edicto de confirmación a tal
efecto. La desobediencia era castigada con graves penas que iban desde la
confiscación de la mitad de los bienes para los nobles, al destierro y la
pérdida de todas sus propiedades para los plebeyos. En el 590, inmediatamente
después del Concilio, se organizó una nueva conspiración encabezada por el dux
Argimundo y otros personajes influyentes de la corte. Aunque los conjurados
pretendían asesinar al rey y proclamar en su lugar a Argimundo, se ignora si
intentaban restablecer el arrianismo o actuaban movidos únicamente por
ambición. Descubierta la conjura, Argimundo sufrió flagelación, decalvación,
amputación de la mano derecha y escarnio público. Sabemos que, coincidiendo con la conversión al catolicismo,
se produjeron algunos cambios sociales entre los visigodos: su forma de vestir
se adaptó a la de los hispanorromanos, desapareciendo los tradicionales broches
y hebillas, y las propiedades de los difuntos ya no se enterraron con éstos,
según la antigua tradición germánica.
Guerreros visigodos rematando a un enemigo |
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