Las dificultades en la elección de emperador llevaron al
surgimiento de un Colegio de Electores fijo, los «Kurfürsten», cuya composición
y procedimientos fueron establecidos mediante la Bula de Oro de 1356. Su
creación es con toda probabilidad lo que mejor simboliza la creciente dualidad
entre «Kaiser und Reich», emperador y Reino, y con ello, el final de su
identificación como una sola cosa. Una muestra de ello la tenemos en la forma
en que los reyes del período posterior a los Staufen lograron mantener su
poder. Inicialmente, la fuerza del Imperio (y sus finanzas) tenían su base en
gran medida en el territorio propio del Imperio, también llamado «Reichsgut»,
que siempre pertenecieron al rey (e incluían diversas ciudades imperiales).
Después del siglo XIII, su importancia disminuyó (aunque en algunas partes se
mantuvieron hasta el fin del Imperio en 1806). En su lugar, los «Reichsgüter»
fueron empeñados a los duques locales, con objeto, en ocasiones, de obtener
dinero para el Imperio pero, con más frecuencia, para recompensar lealtades o
como modo de controlar a los duques más obstinados. El resultado fue que el
gobierno de los «Reichsgüter» dejó de obedecer a las necesidades del rey o de
los duques. En su lugar, los reyes, empezando por Rodolfo I de Habsburgo,
confiaron de forma creciente en sus territorios o estados patrimoniales como
base para su poder. A diferencia de los «Reichsgüter», que en su mayor parte
estaban esparcidos y eran difícilmente administrables, sus territorios eran
comparativamente compactos y, por lo tanto, más fáciles de controlar. De este
modo, en 1282 Rodolfo I ponía a disposición de sus hijos Austria y Estiria. Con Enrique VII, la casa de Luxemburgo entró en escena, y en
1312 fue coronado su primer sacro emperador desde Federico II. Tras él, todos
los reyes y emperadores se sostuvieron gracias a sus propios estados
patrimoniales: Luis IV de Wittelsbach (rey en 1314, emperador de 1328 a 1347)
en sus territorios de Baviera; Carlos IV de Luxemburgo, nieto de Enrique VII,
fundamentó su poder en los estados patrimoniales de Bohemia. Es interesante
constatar, a raíz de esta situación, cómo aumentar el poder de los estados y
territorios del Imperio se convirtió en uno de los principales intereses de la
Corona, ya que con ello disponía de mayor libertad en sus propios estados
patrimoniales. El siglo XIII también vio un cambio mucho más profundo tanto de
carácter estructural como en la forma en que se administraba el país. En el
campo, la economía monetaria fue ganando terreno frente al trueque y el pago en
jornadas de trabajo. Cada vez más se pedía a los campesinos el pago de tributos
por sus tierras; y el concepto de propiedad fue sustituyendo a las anteriores
formas de jurisdicción, aunque siguieron muy vinculadas entre sí. En los
distintos territorios del Imperio, el poder se fue concentrando en unas pocas
manos: los detentores de los títulos de propiedad también lo eran de la
jurisdicción, de la que derivaban otros poderes. Es importante remarcar, no
obstante, que la jurisdicción no implicaba poder legislativo, que hasta el
siglo XX fue virtualmente inexistente. Las prácticas legislativas se asentaban en usos y costumbres tradicionales. Durante este período, los territorios empiezan a
transformarse en los precedentes de los estados modernos. El proceso fue muy
distinto según los territorios, siendo más rápido en aquellas unidades que
mantenían una identificación directa con las antiguas tribus germánicas, como
Baviera, y más lento en aquellos territorios dispersos que se fundamentaban en
privilegios imperiales.
Reforma imperial
Tras la Dieta de Colonia, en 1512 el Imperio pasa a
denominarse Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana. La construcción del
Imperio estaba todavía lejos de su fin a principios del siglo XV, aunque varias
de sus instituciones habían sido establecidas por la Bula de Oro de 1356. Las
reglas sobre cómo el rey, los electores y los otros duques debían cooperar con
el Imperio, dependían de la personalidad de cada rey. Esto probó ser algo fatal
cuando Segismundo de Hungría, uno de los últimos miembros de la Casa real de
Luxemburgo (rey germánico en 1410, emperador de 1433 a 1437) y Federico III de
Habsburgo (rey germánico en 1440, emperador de 1452 a 1493) rehuyeron los
territorios tradicionales del Imperio, residiendo preferentemente en sus
estados patrimoniales. Tal es el caso de Segismundo, quien reinó como rey de
Hungría desde 1387, y después de vivir en Hungría durante veintitrés años fue
elegido Rey de los Romanos en 1410, sin abandonar su corte. Fue elegido
emperador germánico en 1433, cinco años antes de su muerte, y en esa fase de su
vida sí mantuvo un papel más activo, viajando a Francia, Inglaterra y a otros
países europeos. Por otra parte, Federico III de Habsburgo se retiró a Viena y
desde allí gobernó el Imperio. Sin la presencia del rey, la antigua institución
del «Hoftag», la Asamblea de los dirigentes del Reino, cayó en la inoperancia,
mientras que el «Reichstag» aún no ejercía como órgano legislativo del Imperio,
y lo que es aún peor, los duques con frecuencia se enzarzaban en disputas
internas, que a menudo desembocaban en guerras intestinas. Por la misma época, la Iglesia vivía también tiempos de
crisis. El conflicto entre distintos papas que competían entre sí, solo pudo
resolverse en el Concilio de Constanza (1414–1418). Después de 1419, las
energías se centrarían en luchar contra la herejía husita. La idea medieval de
un único «Corpus Christianum», en el que Papado e Imperio eran las
instituciones principales, iniciaba su declive. A raíz de estos drásticos
cambios, emergieron fuertes discusiones sobre el propio Imperio durante el
siglo XV. Las reglas del pasado ya no se ajustaban de forma correcta a la
estructura del momento, y aumentaba el clamor que pedía reforzar los antiguos
«Landfrieden». En esa época convulsa, surgió el concepto de «Reforma» de la
Iglesia.
A finales del siglo XV, el Imperio mantuvo cierta influencia
en la política del Reino de Hungría. El emperador Federico III de Habsburgo
recibió en su corte a Isabel, la hija del fallecido Segismundo de Hungría,
viuda del rey Alberto (también de la casa de Habsburgo), la cual huyó con su
hijo recién nacido, que fue coronado como Ladislao V de Hungría ante la
inestabilidad política en el Reino. Se llevó consigo la Santa Corona húngara,
lo que causó graves problemas posteriormente al rey Matías Corvino, pues para
que fuese legítima su coronación esta solo podía llevarse a cabo con esta
reliquia, que recuperó en 1463 después de pagarle 80.000 florines a Federico.
La relación entre Federico y Matías se fue agravando, lo que llevó a varios
enfrentamientos armados entre los dos estados. La guerra contra Hungría culminó
en un total fracaso, pues en 1485 Federico y su familia se vieron forzados a
abandonar Viena, ya que el rey húngaro avanzó con su ejército de mercenarios y
tomó la ciudad austriaca. Solo la repentina muerte del monarca húngaro en 1490
puso fin a la ocupación húngara del ducado de Austria, permitiendo que Federico
III recuperase el trono. Las causas del curso que tomó este serio conflicto se
pueden perfectamente hallar dentro de la política interna del Sacro Imperio
Romano Germánico. Cuando Federico III necesitó a los duques para financiar la
guerra contra Hungría en 1486, y a la vez para que su hijo, el futuro
Maximiliano I, fue elegido rey, se encontró con la demanda unánime de los
duques de participar en el gobierno. Por primera vez, la Asamblea de electores y otros duques
tomaba el nombre de Dieta o «Reichstag» (a la que más tarde se añadirían las
ciudades imperiales). Mientras que Federico siempre rechazó su convocatoria, su
hijo, más conciliador, convocó finalmente la Dieta en Worms en 1495, tras la
muerte de su padre dos años antes. El rey y los duques acordaron diversas
leyes, comúnmente conocidas como la Reforma Imperial: un conjunto de actas
legislativas para dar de nuevo una estructura de Estado a un Imperio en
desintegración. Entre otros, estas actas establecieron los estados de la
Circunscripción Imperial y el «Reichskammergericht» (Tribunal de la Cámara
imperial); estructuras ambas que —en distinto grado— persistirían hasta el
final del Imperio en 1806. De todas formas, se necesitaron algunas décadas más
hasta que la nueva reglamentación fue universalmente aceptada y la nueva corte
empezó a funcionar. Hasta 1512 no se acabaron de formar las circunscripciones
imperiales. El rey, además, se aseguró de que su propia corte, el
«Reichshofrat», continuase funcionando en paralelo al «Reichskammergericht».
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