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lunes, 16 de octubre de 2017

Gengis Kan, el azote de Dios

La gran estepa asiática, habitada por los pueblos nómadas, se extiende irregularmente a través de la masa continental desde Manchuria hasta la actual Hungría. Rodeada de montañas, no es apta para la agricultura, a no ser que se proceda a una costosa irrigación artificial, pero sí para la cría de ganado ovino y vacuno. Aunque los pastos más extensos son los de Mongolia y Kirguiz, el corazón de la estepa ha estado siempre al norte de los montes Tien Shan y al sur del Altái. Y desde los remotos tiempos de los escitas hasta los hunos y los mongoles galoparon una y otra vez hacia Europa a través de los pasos de las dos cordilleras citadas. El común denominador de las tribus de las estepas es el nomadismo, sistema especializado que supone la domesticación y el control de una variedad de animales, así como la utilización de amplios territorios con desiguales lluvias en forma tal que puedan sustentar a hombres y a bestias. De todos los pueblos nómadas de las estepas, los turcos fueron los primeros que edificaron un formidable imperio en Asia; sus extensas conquistas son comparables a las realizadas por los mongoles siete siglos más tarde. A lo largo de los dos mil años de la dominación nómada, muy pocos de los caudillos tribales y reyezuelos surgidos entre los pastores asiáticos permanecieron indiferentes ante el progreso económico de los pueblos que se propusieron someter. Hasta el bárbaro más temible aprendía pronto que era preferible imponer un tributo a los mercaderes y a los artesanos que expoliarlos, y que la vigilancia de los caminos, la represión del bandidaje y el fomento del comercio eran los mejores instrumentos de prosperidad para sus tribus. Una constante en la formación y evolución de los distintos imperios surgidos en las estepas asiáticas sería el imperio chino. El desorden de China aseguró la permanencia de del dominio turco en Oriente, desde la caída de los Han en el siglo III, justo cuando los hunos iniciaron su migración hacia Occidente. La unidad de China quedó restaurada casi en la misma época en que los turcos perdían la suya. Bajo la nueva dinastía de los Sui, que subieron al trono imperial chino en el año 589, la política tradicional china revivió; a los caudillos bárbaros de las estepas, que vagaban más allá de la Gran Muralla, se les rechazaba por las armas o se les compraba seduciéndoles con riquezas. La prematura caída de los Sui podría haber renovado las esperanzas turcas, pero sus sucesores los Tang, quienes reinaron del 618 al 907, elevaron al Imperio Celeste hasta nuevas cumbres de gloria. Inaccesible para los bárbaros turcos y mongoles.
Entre la disolución del primer imperio turco y la aparición de Gengis Kan se extiende un periodo de cuatro siglos y medio (750-1200), durante el cual ninguna tribu o confederación alcanzó la supremacía sobre las estepas. Esta época de equilibrio se rompió con la aparición del imperio mongol. La región de Mongolia, de clima riguroso, no era apta para la agricultura ni la vida sedentaria. Las tribus de lengua mongola que la habitaban, desde la expulsión de los uigures en el siglo VIII, vivían como cazadores, ganaderos y guerreros. Eran desaseados, pues sus costumbres les prohibían terminantemente lavarse o lavar una prenda de vestir en agua corriente. Entre campaña y campaña, tanto los hombres como los caballos, se mantenían en perfecto estado mediante el entrenamiento a base expediciones de caza estacionales, supervisadas por el propio kan. Apreciaban mucho la resistencia física y podían marchar durante diez días seguidos sin vivaquear o detenerse a recoger provisiones, subsistiendo gracias a la sangre que extraían de sus caballos, abriéndoles las venas y bebiendo directamente de la herida. Estas tribus mongolas, que en su conjunto no llegaban a los dos millones de personas, se convirtieron, bajo las órdenes de Gengis Kan, en un formidable ejército. Como mucho, había unos 300.000 varones mongoles en edad de combatir, pero estos guerreros eran muy leales y obedecían a sus jefes sin vacilar: cualquier infracción de la disciplina era castigada con la muerte. Al acaudillar estas tribus, Gengis Kan dispuso de una caballería muy bien adiestrada, pero se vio obligado a confiar en el trabajo de los esclavos, incluso en la importante tarea de apacentar el ganado.
Gengis Kan fue quien desató la ira de los mongoles sobre el mundo y quien estableció la norma de que cualquier resistencia debía ser castigada con el exterminio total. En ocasiones su furor caís incluso sobre los animales y las plantas. Cuando en 1222 su nieto favorito Mutugen, murió en el asedio de Kakrak, una ciudad fortificada de Bamiyán, Gengis Kan ordenó matar a todo ser viviente que habitara en ese rico y populoso valle. Esta crueldad era casi un instinto natural en los mongoles, que hacían gala de su ferocidad al conquistar las ciudades de sus enemigos, persiguiéndoles con saña, apoderándose de sus pertenencias, violando y mutilando a sus mujeres. Aunque esta ferocidad se fue atemperando al comprender que era mejorar conquistar tierras con hombres vivos, que tierras yermas. Cuando invadió China, sus consejeros mongoles le propusieron que exterminara a todos los chinos. El caudillo mongol estaba a punto de perpetrar este genocidio cuando intervino un noble de la casa real de Liao, que ejercía de secretario y astrólogo del Kan gracias a su talento como administrador, que le dijo: «Ahora que has conquistado todo lo que hay bajo el cielo y todas las riquezas entre los cuatro mares, debes exigir impuestos sobre la tierra y el comercio, y sacar beneficios del vino, de la sal y del hierro, y de los productos de las montañas y de las marismas. De esta manera los ingresos en un año ascenderán a medio millón de onzas de plata, etcétera.» Gengis Kan estuvo de acuerdo con que así debía ser. Pero en él no hay que ver sólo al caudillo guerrero que creó un fenomenal imperio cimentado en el terror, sino al administrador que organizó lo conquistado, de tal manera que siguió expandiéndose por espacio de cuarenta años después de su muerte. Como administrador y legislador, Gengis Kan está por encima de cualquier otro jefe nómada conocido en la Historia, y su fama descansa sobre estos aspectos tanto como sobre sus brillantes acciones militares. Receptivo a las nuevas ideas, inconscientemente asimiló algunos méritos de la civilización china; su gran paso consistió en obtener para el idioma mongol una expresión escrita. Como estadista practicó una política de tolerancia religiosa y de fomento del comercio internacional, política que continuaron sus sucesores, especialmente Kublai Kan, bajo suyo reinado China dejó de ser un país aislado del resto del mundo. A partir de la desaparición de Kublai Kan (1294) y de Ghazán en Persia (1304), la historia de la dominación mongola en esas civilizadas regiones es el relato de su desintegración y colapso final. 

Guerrero mongol del siglo XIII

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