Felipe IV fue además rey de Nápoles, Sicilia y Cerdeña, duque de
Milán, soberano de los Países Bajos y conde de Borgoña, llamado «El Grande» o
«el Rey Planeta» (†1665), fue rey de España desde el 31 de marzo de 1621 hasta
su muerte, y de Portugal desde la misma fecha hasta diciembre de 1640. Su
reinado de 44 años y 170 días fue el más largo de la Casa de Austria y el
tercero de la historia española, siendo superado solo por Felipe V y Alfonso
XIII, aunque los primeros dieciséis años del reinado de este último fueron bajo
regencia. Durante la primera etapa de su reinado compartió la responsabilidad
de los asuntos de Estado con don Gaspar de Guzmán, conde–duque de Olivares,
quien realizó una enérgica política exterior que buscaba mantener la hegemonía española
en Europa. Tras la caída de Olivares, Felipe IV se encargó personalmente de los
asuntos de gobierno, ayudado por cortesanos muy influyentes, como don Luis
Méndez de Haro, sobrino de Olivares, y el duque de Medina de las Torres. Los
exitosos primeros años de su reinado auguraron la restauración de la
preeminencia universal de los Habsburgo, pero la guerra constante de la Europa
protestante y la católica Francia contra España, condujeron al declive de la
Monarquía Hispánica, que hubo de ceder la hegemonía en Europa a la pujante
Francia de Luis XIV, así como reconocer la independencia de Portugal y las
Provincias Unidas.
Etapa del conde-duque de Olivares (1621-1643)
Cuando se aproximaba el fin del reinado de Felipe III, las
intrigas palaciegas se disputaban la confianza del futuro rey, el príncipe de
Asturias que llegaría a ser Felipe IV. El valido del rey, el duque de Lerma,
luchaba por obtener el favor del monarca con el apoyo de su yerno, el conde de
Lemos y de su primo, don Fernando de Borja, gentilhombre de la cámara del
príncipe, frente a sus dos hijos, el duque de Uceda y el conde de Saldaña.
Olivares, que durante tanto tiempo había sido un personaje aislado en aquella
casa, se había convertido en un estrecho aliado de los hijos contra su padre. También
aprovechó el conde-duque la posición de su tío don Baltasar de Zúñiga en el
Consejo de Estado —que él mismo había propiciado— para mover los hilos de
Palacio. Tras la muerte del rey en 1621 debido a unas fiebres que contrajo en
1619 al regreso de un viaje a Portugal, donde su hijo había sido jurado como
heredero de la Corona portuguesa, el nuevo rey Felipe IV escogió al conde–duque
de Olivares como valido.
Política interior
Durante su etapa como valido, el conde-duque realizó una
serie de reformas para poder mantener la hegemonía española en Europa. Estos
cambios se concretaron en cuatro aspectos: reformar la vida pública, fomentar
la economía, mejorar la Hacienda e impulsar la formación de un ejército común
en todos los territorios peninsulares. El valido intentó imponer las leyes y
costumbres castellanas en su propósito de unir la Monarquía Hispánica en una
comunidad nacional, con una fiscalidad, administración y derecho comunes. Pero
no alcanzó su propósito debido a la oposición de la nobleza a las nuevas
propuestas del valido. Para conseguirlo luchó contra la corrupción del reinado
anterior. Ordenó encerrar al duque de Uceda y al duque de Osuna, confiscó los
bienes del duque de Lerma y sometió a don Rodrigo Calderón a un juicio en el
cual se decretó su ejecución. Mediante un decreto obligó a hacer un inventario
de la fortuna de aquellas personas que desempeñasen cargos públicos y de
relevancia. Para controlar este decreto formó la Junta de Reformación, que más
tarde se encargaría de velar por la vida pública de los ciudadanos. Uno de los aspectos que se aplicó con mayor trascendencia
fue el aumento de la demografía española; para ello el conde-duque prohibió la
emigración y benefició la inmigración y las familias numerosas. Para favorecer
la educación de los españoles, mandó construir el Colegio Real de Madrid en
1629 y otras instituciones, dirigidas principalmente por jesuitas. Dentro de
esta dinámica de reforma de la moral, dos pragmáticas tomadas por Felipe IV en
el siglo XVII, en un ambiente de «reformación de las costumbres», pretendieron
de repente abolir la prostitución en todos los territorios de la Monarquía.
Reforma de la Hacienda Pública
Se recurrió a la introducción de nuevos impuestos a la
Corona, repartidos de manera más equitativa. Los reinos periféricos pusieron
resistencia a estos nuevos impuestos, muchas veces con motines. La nobleza no
aceptó un impuesto sobre las elevadas rentas del Reino ni la tasa sobre
productos de lujo, y bloqueó continuamente estas medidas. Esta reforma fracasó
en un momento en que los gastos aumentaron. Por ello el conde–duque tuvo que
buscar dinero en la emisión de juros, préstamos de banqueros judíos
portugueses, nuevas contribuciones votadas en Cortes y la declaración de
bancarrota —en realidad, suspensión de pagos— en momentos de extrema necesidad.
El conde–duque intentó crear un banco nacional con el fin de facilitar el
comercio y contribuir a los gastos de la Monarquía. Para formar un capital
solicitó una contribución especial sobre los patrimonios superiores a 2.000
ducados de renta, pero la nobleza volvió a oponerse, lo que causó su fracaso.
La monarquía de Felipe IV se vio envuelta en una recesión económica que afectó
a toda Europa, y que en España se notó más por la necesidad de mantener una
costosa política exterior. Esto llevó a la subida de los impuestos, al
secuestro de remesas de metales preciosos procedentes de las Indias, a la venta
de juros y cargos públicos, a la devaluación de la moneda, etcétera. Todo con
tal de generar nuevos recursos que pudiesen paliar la crisis económica.
La Unión de Armas
Olivares decidió forzar la unidad de los reinos
peninsulares. Con este fin formuló en 1626 el proyecto de la Unión de Armas. A
cada territorio de la Corona se le exigió que colaborase con una cantidad de soldados
proporcional a su población. Pero las Cortes de Cataluña se negaron. Olivares
suspendió las Cortes, comenzando así un conflicto con el Principado. Durante
esta etapa la política española se centró en el mantenimiento de la reputación
de la Monarquía en el Continente. Es una época de conflictos en Europa en la que
España se verá dramáticamente comprometida.
Felipe IV y la guerra de los Treinta Años
Como ya hemos visto en capítulos anteriores, los Países
Bajos volvieron a la Corona española por la falta de descendencia de doña
Isabel Clara Eugenia. Finalizada la Tregua de los Doce Años con las Provincias
Unidas en 1621, empezaron de nuevo las hostilidades. Comenzaron así operaciones
de bloqueo y contra los intereses holandeses en los puertos europeos. En tierra,
la guerra se concretó en los prolongados asedios a grandes ciudades, como
Breda, plaza tomada por don Ambrosio de Spínola en 1625. La respuesta de los
holandeses se concentró en el mar. Tomaron Recife de Pernambuco, en la costa
del Brasil portugués, y en 1628 el corsario Piet Heyn se apoderó de la Flota de
Indias. El cardenal–infante don Fernando, hermano del rey, tras
vencer en los campos alemanes de Nördlingen (1634) a protestantes y suecos,
invadió en 1635 el territorio holandés, en un esfuerzo por acabar con la
guerra. La iniciativa quedó paralizada por el inicio de la guerra contra
Francia. Más tarde, con la batalla naval de las Dunas en 1639, se perdió la
posibilidad de enviar refuerzos a Flandes y la situación de la Monarquía en los
Países Bajos se hizo insostenible.
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