Corría el año de 1656 y habían pasado trece desde Rocroi y ocho desde que la guerra en Flandes terminará con la Paz de Münster. Pero los frentes a los que las tropas de Felipe IV debían acudir no hacían más que multiplicarse. Con el Rosellón ocupado por tropas francesas y Portugal alzado en armas desde hacía más de una década, las tropas del mariscal Turena acometieron un ataque contra la estratégica plaza de Valenciennes, defendida por tropas españolas al mando de Francisco de Meneses. A pesar de la larga cadena de derrotas que la infantería española había sufrido en la década de los 40 de aquel siglo, en mayo de aquel mismo año había llegado a Bruselas don Juan José de Austria para hacerse cargo del gobierno de las provincias flamencas que se mantenían leales a Felipe IV de España. El bastardo real se había revelado como un comandante capaz en la guerra contra Portugal y arrebatando Barcelona a los franceses cuatro años antes. Cataluña también se había sublevado en 1640 y los sediciosos habían pedido apoyo al cardenal Richelieu. Se esperaba que don Juan José de Austria obrara un milagro, deteniendo las incursiones del ahora poderoso ejército francés en los Países Bajos Españoles. Casi inmediatamente, el 18 de mayo, el asedio a Valenciennes comenzó y se prolongaría durante dos meses. Consciente de que la ciudad iba a caer, don Juan José partió hacia el sur acompañado por el príncipe de Condé, al mando de la caballería, con 20.000 hombres, que debían enfrentarse a los 25.000 de Turena y su subordinado, La Fertè. La plaza estaba a punto a punto de capitular cuando los españoles llegaron en la noche del 15 de julio, tomando totalmente por sorpresa al mariscal francés. El ataque, que se llevó a cabo durante la noche, comenzó con un fulgurante avance de Condé, al que siguió una carga de caballería al mando del mismo don Juan José de Austria, que con más de 4.000 jinetes entró en el campamento enemigo y rechazó un contraataque de Turena, que fue incapaz de rescatar a Fertè y levantó el sitio, replegándose con sus tropas hacia Quesnoy. Al amanecer, la infantería española e irlandesa, dueña del campo de batalla tras el ataque de la caballería, hizo recuento de la rápida victoria: 77 oficiales capturados (incluyendo a La Fertè), 4.000 muertos en el bando francés y 1.200 prisioneros entre la tropa, además de apropiarse de todo el tren de bagajes francés y 50 cañones. Se trataba de la última gran victoria de los otrora temidos Tercios, que a decir de sus contemporáneos produjo «uno de aquellos estremecimientos que solía dar España en tiempos más afortunados». Y a pesar de que se disfrutó de la victoria, los franceses todavía habían de asestar el golpe definitivo. Fue dos años más tarde, en las Dunas, donde se rubricaría el capítulo final de la decadencia del antes temido Ejército de Flandes.
Cuadro: Augusto Ferrer-Dalmau |
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