Bajo el
mando de Ataúlfo, los visigodos abandonaron Italia para instalarse, según lo
pactado, en las tierras que les habían sido asignadas en la Galia Narbonense.
Las largas y complejas luchas de Ataúlfo para dominar el sur de la provincia le
ocuparon varios años (411—414). En el 414 el rey visigodo, tras sellar una
nueva alianza con Honorio y con el «Magister Militum» Constancio, volvió a
actuar por su cuenta desposando a Gala Placidia, hermana del emperador. Gala
había sido tomada como rehén por Alarico y el matrimonio no contó con la
aprobación de Honorio. Constancio fue enviado a la zona y los godos cayeron
derrotados en Narbona. Ésa fue la primera derrota severa que sufrían en mucho
tiempo. Constancio logró así empujar a Ataúlfo hacia Hispania (lo que le
permitía conservar el sur de la Galia), y los visigodos entraron en la
Tarraconense el 415. Ese mismo
año Ataúlfo fue asesinado en Barcelona. Walia, su sucesor, trató de establecer
a los suyos en África, pero una tempestad dio al traste con sus intenciones.
Los visigodos, faltos de víveres, propusieron una nueva alianza con el
emperador: en nombre del Imperio se encargarían de combatir a los suevos,
alanos, vándalos, asdingos y silingos, que ocupaban casi todas las provincias
de Hispania (excepto la Tarraconense), y entregar sana y salva a Gala Placidia;
a cambio Honorio les enviaría suministros. Bajo estas condiciones, los
visigodos expulsaron a los vándalos de la Bética y a los alanos de Lusitania.
En vistas del éxito obtenido en Hispania, Honorio volvió a cambiar de planes y
reinstaló a los visigodos en la Galia Narbonense en el 418. Los godos pasaron
así a controlar un vasto territorio que se extendía desde el Loira hasta el
Guadalquivir.
Reino
visigodo de Tolosa
En 418, en
virtud de un nuevo pacto, los visigodos se asentaron en la provincia romana de
Aquitania, en el sur de la Galia, y fundaron un reino con capital en Tolosa (la
actual Toulouse). Acto seguido, intervienen como aliados del Imperio para
someter a otras tribus en Hispania y en 453 participan en la derrota de los
hunos en la decisiva batalla de los Campos Cataláunicos. La cúspide
del poder visigodo fue alcanzada durante el reinado de Eurico (466—484), quien
completó la conquista de España, salvo la Gallaecia (en poder de los suevos
hasta el 585, cuando la conquistó Leovigildo). En 507,
Alarico II fue derrotado en Vouillé por los francos de Clodoveo I, perdiendo
todas sus posesiones al norte de los Pirineos excepto Septimania. Esta
provincia, de vital importancia para el comercio de la época, se mantuvo hasta
el final en poder del Reino visigodo de Hispania. Las ciudades de Narbona y
Toledo constituyeron los polos de la política visigoda.
Reino visigodo de Toledo
Los
visigodos entraron en la península en 427 al mando de Teodorico I con el encargo
de someter a otros pueblos germánicos a cambio de tierras. Arrinconaron a los
suevos en Galicia, acabaron con los alanos y obligaron a los vándalos a
trasladarse a África. Tras un período de dominación ostrogoda en el siglo VI,
Amalarico recuperó la independencia del Reino visigodo estableciendo la capital
en Narbona. Posteriormente Toledo llegaría a constituirse en la capital del
Reino visigodo de España. Bajo el reinado de Atanagildo los bizantinos se
instalaron en el Levante español, y no fueron expulsados definitivamente hasta
el reinado de Suintila (625). Durante el reinado de Leovigildo se consolidó el
Estado hispanovisigodo al que se incorporó el Reino de los suevos. Su sucesor
Recaredo se convirtió al catolicismo e intentó unificar el país bajo un solo
credo. Con Leovigildo se produjo la unificación territorial de la península
Ibérica, permitiéndose los matrimonios entre visigodos e hispanorromanos. Con
Recaredo se abandonó el arrianismo y el Reino se convirtió oficialmente al
catolicismo. A pesar de ello, se inició el distanciamiento con Roma debido a
que el papa apoyaba las pretensiones del emperador de Oriente sobre la Bética y
otros territorios peninsulares, pues Bizancio se consideraba heredera natural
del desaparecido Imperio Romano de Occidente. Con Recesvinto, se produjo la
unidad legislativa bajo un único código de derecho: el «Liber Iudiciorum». A
partir de entonces, se disolvieron las diferencias étnicas y religiosas entre
visigodos e hispanorromanos, abandonándose varias costumbres godas de origen
germánico. A finales del siglo VII el Reino visigodo entró en franca decadencia
y las luchas internas por el poder entre los nobles y el clero, fueron
continuas. Además, la crisis social y económica desencadenada por las guerras
civiles, llevaron a los hispanovisigodos a una situación límite.
La
cuestión bizantina
En el 599,
hacia el final del reinado de Recaredo, estalló el conflicto con los
bizantinos, que todavía conservaban algunos territorios al sur de la península
Ibérica. La guerra fue breve y favoreció a los imperiales. Después de la
contienda, Recaredo solicitó la mediación del Papa para restablecer el tratado
que fijaba los límites de la antigua provincia romana de Hispania. El Papa le
contestó con evasivas y le aconsejó que desistiera de extender su Reino al
resto de la Península. La idea de
unificar Hispania bajo la monarquía visigótica la había puesto en práctica
Leovigildo, que había recobrado en Andalucía varios territorios ocupados por
los bizantinos en la época de Justiniano, y que afianzó el poderío militar y
político del Reino visigodo de Toledo. En el 581, una de sus campañas,
Leovigildo se sometió a los belicosos vascones y fundó la ciudad visigoda de
Vitoria para controlar todo el territorio de Vasconia. Después de
este breve repaso de los hechos más destacables del reinado de Recaredo, la
conclusión final es que a poco más de un siglo de la invasión musulmana que
pondría fin a la monarquía hispanovisigoda, la unión religiosa entre católicos
y arrianos aún no se había consumado totalmente, lo que muy probablemente pudo
facilitar el conflicto entre Witiza y Roderico (Rodrigo) que culminó con la
guerra civil y la invasión musulmana del 711. Hay que recordar, además, que el
norte de África, desde que los vándalos fueran expulsados de la Península por
los visigodos a lo largo de la primera mitad del siglo V, se había convertido
en refugio de muchos godos desterrados de la Península por razones políticas y
religiosas. El rey
Wamba, sucesor de Recesvinto en 672, combatía a los vascones en el norte de la
Península cuando surgió una nueva rebelión en Septimania y, aunque consiguió
sofocarla, fue depuesto en extrañas circunstancias. Las contiendas fratricidas
se generalizaron durante los reinados de Égica y Witiza. Cuando el último rey,
Rodrigo, alcanzó el trono, sus rivales solicitaron ayuda al caudillo
norteafricano Tarik ibn Ziyad, quien, tras su victoria en la batalla de
Guadalete (711), cerca de Medina Sidonia, inició la conquista de la Península y
puso fin a la monarquía visigótica. A continuación, entre los años 716 y 725,
los moros conquistaron Septimania, última provincia transpirenaica visigoda.
Sistema de
gobierno de los invasores germánicos
Al
adueñarse del Imperio de Occidente, los invasores se distribuyeron los
territorios conquistados, otorgando su propiedad y gobierno a los jefes de las
tribus y a los caudillos de las huestes (condes). Así se recompensaban los
servicios prestados durante las campañas militares. Y los habitantes de
aquellas tierras sometidas que quedaron con vida fueron declarados «siervos de
la gleba». Todo ello venía a ser una nueva forma de esclavitud. Solo había
cambiado el nombre: a la esclavitud se la llamaba ahora servidumbre. No
obstante, la intervención de la Iglesia suavizó considerablemente las condiciones
de vida de los siervos. Los nobles
visigodos eran auténticos «señores de la guerra», y dueños absolutos de las
vidas y haciendas de sus siervos, por derecho de conquista. Además, los siervos
estaban obligados a prestar servicios militares y constituían las mesnadas
cuando su señor así lo requería. En una palabra, todo se supeditaba a la
voluntad del señor feudal. La
sociedad pagana había sostenido durante siglos que unos hombres nacen
inferiores a otros por su condición, basándose en ello para sostener su
estructura social; por el contario, el cristianismo predicaba que todos los
hombres son iguales, y recordaba constantemente al señor feudal que el siervo
era su hermano, y en sus fiestas, ante Cristo, los unía y los igualaba. Así se
edificaron, sobre las ruinas del antiguo Imperio Romano, los reinos germánicos
medievales. Estos reinos prosperaron y tuvieron muy distinta duración y
trascendencia histórica. En Occidente éstos fueron los principales reinos
germánicos: el de los francos y el de los borgoñones en la Galia; los de los
anglos, jutos (daneses) y sajones en Britania; el de los visigodos en la
península Ibérica; el de los vándalos en el norte de África; el de los
ostrogodos primero, y el de los lombardos después, en Italia, y los kanatos
búlgaros, a partir del siglo VI, en los Balcanes.
Los
búlgaros han dejado pocos e inciertos rasgos de sus orígenes. No se trata de un
pueblo eslavo, sino que está emparentado con los fineses, y más probablemente
con los turcomongoles. Llegados a Europa en el siglo VI, los búlgaros
subyugaron por el terror a los pueblos eslavos que hallaron en su camino y,
conducidos por sus sanguinarios kanes, se extendieron por los Balcanes, dando
mucho que hacer a Bizancio durante siglos. Convertidos al cristianismo en
tiempos de Boris I (852–889) y asimilados a la cultura eslava, los búlgaros,
amos en la época de Simeón I (893–927) de un territorio que se extendía desde
la costa adriática hasta las puertas de Constantinopla, organizaron su primer
gran Imperio. El primer
zar —emperador— de los búlgaros fue Simeón, y los bizantinos tenían que pagarle
un tributo anual, detalle que no impidió a Simeón atacar Constantinopla en dos
ocasiones. No obstante, después de Simeón, el Imperio búlgaro experimentó un
rápido declive. Convulsionado en su interior por el movimiento herético de los
bogomilos —el bogomilismo fue una corriente religiosa cuyo origen se remonta al
siglo X en la región de Tracia (actual Bulgaria, Rumelia y norte de Grecia),
así como en Bosnia—, el Imperio búlgaro sufrió numerosas incursiones de
húngaros y rusos y no pudo resistir la contraofensiva bizantina. Basilio II se
entregó en cuerpo y alma al exterminio sistemático de los búlgaros y logró
vencerlos. Durante más de un siglo y medio, los territorios búlgaros fueron una
provincia de Bizancio. Sin embargo en 1204, aprovechando las tropelías de la IV
Cruzada en Bizancio, Juan II se emancipó del Imperio de Oriente y se proclamó
rey de los búlgaros, siendo reconocido por el papa Inocencio III.
Guerrero visigodo del siglo VI |
No hay comentarios:
Publicar un comentario