Estas unidades
militares fueron las mejores fuerzas de combate en su época. Creados por Carlos
I, los Tercios resultaron decisivos para Felipe II en las victorias que obtuvo
frente a franceses, ingleses y holandeses durante su reinado. Eran soldados
expertos en tácticas como el combate cuerpo a cuerpo y en técnicas de asedio a
plazas fortificadas. El asedio de Amberes, que tuvo lugar entre el 3 de julio
de 1584 y el 17 de agosto de 1585, fue un buen ejemplo de ello durante la
Guerra de los Ochenta Años. Este decisivo asedio fue consumado exitosamente por
las tropas españolas al mando don Alejandro Farnesio, el Rayo de la Guerra, y
se culminó una de las ofensivas españolas más importantes durante el conflicto,
ya que en el plazo de dos años se cercaron y tomaron un gran número de ciudades
estratégicas al mismo tiempo: Gante, Terra Munda, Dunkerque, Zutphen, Brujas,
Nieuwpoort y Alost, además de Amberes, entre otras. Entonces
Amberes era la mayor ciudad flamenca y constituía el centro económico, cultural
y financiero de las Diecisiete Provincias. Contaba con una población de más de
100.000 habitantes. Tras el asedio español, los rebeldes protestantes
supervivientes fueron obligados a desalojar la ciudad. Con esta derrota militar
de los rebeldes flamencos, se ponía punto final a la etapa dorada de la ciudad,
que finalizó definitivamente con el saqueo de Amberes por las tropas españolas
en 1585. Una década antes (1576) Amberes ya había sido saqueada por los
españoles tras sofocar el motín que se había iniciado en el Ayuntamiento y el
intento por parte de los rebeldes protestantes de apoderarse de la fortaleza de
la ciudad. Durante el saqueo de Amberes por parte de soldados españoles
amotinados, que se produjo entre el 4 y el 7 de noviembre de 1576, y es también
conocido como la «Furia Española» en Holanda, Bélgica e Inglaterra, murieron
varios miles de ciudadanos y fue el detonante para la sublevación de las
provincias de Flandes que aún permanecían leales a la Corona española en la
Guerra de los Ochenta Años. El 1 de septiembre de 1575 se produjo la segunda
quiebra de la Hacienda Real de Felipe II, lo cual hacía imposible el abono de
las pagas que se debían a los soldados españoles del ejército de Flandes,
algunas de cuyas unidades llevaban más de dos años y medio combatiendo sin
cobrar, por lo que tenían que vivir de la población, a la que usualmente
robaban. En julio de 1576 el Tercio de Valdés se amotinó por ese mismo motivo y
ocupó la ciudad de Alost para saquearla. El Consejo de Estado, con los miembros
leales a la Corona española arrestados por orden de los nobles flamencos Heese
y Climes, y apoyándose en la indignación por los desórdenes y el cansancio de
la guerra, autorizó a la población de los Países Bajos a que se armase para
expulsar a todos los españoles, soldados o no, y puso bajo su mando a unidades
valonas y alemanas para luchar junto a los rebeldes holandeses contra las
tropas españolas. Aprovechando la situación, las tropas rebeldes intentaron
apoderarse del castillo de Amberes. El 3 de octubre las tropas rebeldes
(formadas por casi 20.000 hombres) entraron en la ciudad, cuyos gobernadores
les habían abierto las puertas, y tomaron posiciones para asaltar el castillo
defendido por tropas españolas al mando de don Sancho Dávila. Los amotinados de
Alost (unos 1.600 hombres), que habían rehusado anteriormente obedecer
cualquier orden sin haber cobrado antes las deudas, al tener noticia del
ataque, marcharon sin descanso en dirección a Amberes para ayudar a los
sitiados, llegando a la ciudad el día 4. En lugar de las banderas del Rey, para
evitar profanarlas con su delito de rebelión, ondeaban imágenes de la Virgen
María. Al pedirles el resto de los miembros de la fuerza de auxilio que
recuperasen fuerzas con algo de comida, replicaron orgullosos que: «Venimos con
propósito cierto de victoria, y así hemos de cenar en Amberes, o desayunar en
los infiernos». Consiguieron entrar en el castillo y reunirse con otras unidades
(600 hombres al mando de don Julián Romero y don Alonso de Vargas) que acudían
desde diferentes lugares a socorrer a Dávila. A pesar de que las tropas
rebeldes eran mucho más numerosas, los amotinados y la guarnición del castillo
se lanzaron al ataque por las calles de la ciudad, haciendo huir a los
holandeses. Algunos de ellos se refugiaron en el Ayuntamiento, escopeteando con
mosquetes a los españoles. Éstos lo incendiaron, para quemar vivos a los
rebeldes protestantes. A continuación las llamas se propagaron por la ciudad,
y, aprovechando el pánico y el desorden provocado por el incendio, los
españoles empezaron el saqueo de la ciudad. Éste se prolongó durante tres días,
y los muertos entre los amotinados se contaron por millares. La
indignación de las Provincias Unidas y del Consejo de Estado por el saqueo no
tuvo límites. El 8 de noviembre firmaron la Pacificación de Gante que exigía la
salida de los soldados españoles de los Países Bajos, acuerdo que don Juan de
Austria tuvo que aceptar para no perder totalmente el control de las provincias
flamencas. Con el saqueo de Amberes y la retirada de los Tercios del ejército
de Flandes, se perdió el fruto de diez años de esfuerzos por parte de la Corona
para recuperar el dominio de las provincias rebeldes. Además, este incidente
sirvió para alimentar la Leyenda Negra, aunque el prestigio militar de los
Tercios se incrementó.
Felipe II,
aparte de tener a los mejores soldados profesionales de su época, también
disponía de los mejores generales y capitanes para mandarlos, tanto en tierra
como en el mar. De todos estos destacaron don Fernando Álvarez de Toledo y
Pimentel, III duque de Alba, don Alejandro Farnesio, duque de Parma, don Álvaro
de Bazán y don Juan de Austria, hermanastro del Rey, entre otros. Los Tercios
incorporaron innovaciones militares en todos los sentidos, con la aparición de
los arcabuceros y mosqueteros, que combatían junto con los piqueros y la
caballería. Asimismo, se disponía de artillería: desde cañones de bronce o
hierro colado, medios cañones, culebrinas hasta falconetes. En el aspecto
táctico, destaca la utilización de ataques nocturnos por sorpresa o
«encamisadas». Si se trataba de un asedio, los Tercios realizaban obras de zapa
y atrincheramiento para rodear la plaza y acostar los cañones y minas a los
muros para barrenarlos. Uno de los escuadrones se mantenía siempre en reserva
para rechazar cualquier contraataque de los sitiados. En el mar,
destacaba la utilización masiva de galeones, ya que su combinación de tamaño,
velamen y la posibilidad de transportar artillería pesada y tropas lo hacían
idóneo para las largas travesías oceánicas, combinando así la capacidad de
transporte de las naves de carga, con la potencia de fuego que requerían las
nuevas técnicas de guerra naval, permitiendo disponer de barcos de transporte
fuertemente armados. Carlos I creó el 27 de febrero de 1537 la Infantería de
Marina de España, convirtiéndola en la más antigua del mundo al asignar de
forma permanente a las escuadras de galeras del Mediterráneo las Compañías
Viejas de Mar de Nápoles. Sin embargo, fue Felipe II el que creó el concepto
actual de fuerza de desembarco, concepto que aún perdura en nuestros días. El monarca
también destinó gran cantidad de dinero para crear la mejor red de espionaje de
la época. Es muy conocido el uso de la tinta invisible y de la escritura
microscópica por parte de los servicios secretos de Felipe II. Don Bernardino
de Mendoza, fue militar, embajador y jefe de los servicios secretos en diversas
provincias del Imperio Español bajo Felipe II y durante este tiempo estuvo
destinado como embajador español en París. Una de las acciones más importantes
atribuidas a este antepasado de los actuales servicios secretos, fue el
asesinato de Guillermo de Orange a manos de Baltasar Gérard. También se debe a
Felipe II la creación del «Camino Español», una ruta terrestre segura para
transportar dinero y tropas desde las posesiones españolas en Italia, hacia los
Países Bajos. El «Camino Español» fue utilizado por primera vez en 1567 por don
Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III duque de Alba, en su viaje a los
Países Bajos, y el último ejército español en circular por él lo hizo en 1622.
La bandera
con la Cruz de Borgoña es la más característica de las utilizadas por los
Tercios Españoles. Durante más de un siglo, los Tercios gozaron de una fama
similar a la que en su día pudieron tener las Legiones romanas. Roland de
Guyond, un famoso capitán que luchó contra ellos, escribía que cuando atacaron
la ciudad de Amberes, el 4 de noviembre de 1576, la dio por perdida, pues «yo
conocía bien a toda aquella gente, soldados, capitanes y generales, y sabía de
lo que eran capaces». Razón tenía. Amberes estaba defendida por 22.000 hombres,
y se resguardaba tras muros de cinco metros. Sobre ellos cayeron 5.000
españoles y los aniquilaron. Sus victorias se basaban en una técnica mil veces
ensayada, en un ánimo sin desmayo para soportar los sufrimientos y privaciones
de la guerra, en un valor sereno para afrontar la muerte y en un afán de honor,
reputación y mérito que les movía a acometer las mayores empresas y a correr
cualquier peligro sorteando el riesgo. Raffaele
Puddu escribe: «Para fomentar el mérito y los servicios de los soldados
españoles, y la oportunidad de que el soberano les favoreciese con respecto a
sus otros súbditos, que también le servían con las armas, se les recordaba que
ellos constituían el principal nervio sobre el que reposaba el poderío y la
seguridad del Imperio». La búsqueda de oportunidades fuera de las yermas
tierras mesetarias, el afán de conocer otros lugares y correr aventuras
prodigiosas, tal como prometían quienes realizaban las levas, muchos de ellos
veteranos capitanes de los Tercios, animaban a los hombres a alistarse. Una vez
alistados, difícilmente se abandonaban las filas, salvo en caso de muerte,
heridas o enfermedad graves. Prestigio, honra y ascensos fueron el gran motor
de los Tercios, a cuyos soldados ha querido asimilar la Leyenda Negra
bravuconería, matonismo y violencia. Habría casos, sin duda, pero no era ni
mucho menos la tónica general. Por el contrario, según François de la Noue, el
famoso general francés conocido como Brazo de Hierro, que disputó varias
batallas a los Tercios y fue prisionero suyo: «Entre los españoles, en seis
meses, no asistimos ni a un litigio, ya que estos desprecian a los pendencieros
y se vanaglorian de ser moderados. Y si se suscita una lid, hacen todo lo
posible por componerla, mejor, hasta cuando es necesario dirimirla por las
armas, salen de ella con honor»• Los Tercios no eran lugar para espadachines y
matones. Según observa don Miguel de Cervantes a través de su personaje el
Licenciado Vidriera: «tales tipos, cuando llegan al campo de batalla olvidan de
repente un arte que han ostentado con orgullo en cien duelos y riñas de
taberna».
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