Aislado, sin respaldo del poder real,
excomulgado, declarado hereje y antipapa. Así murió Benedicto XIII el 23 de
mayo de 1423, el conocido popularmente como el Papa Luna. Pasó a la historia no
sólo por su posición protagonista
durante el Cisma de Occidente que dividió a la Iglesia católica sino por su terquedad. Una obstinación que
acabó exasperando a reyes y hasta a un santo, y que inspiró la popular
expresión «mantenerse en sus trece». Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor
vino al mundo el 25 de noviembre de 1328, en el seno de uno de los linajes
nobles más conocidos de la época. Nació en el castillo familiar de Illueca
(Zaragoza). De reconocida inteligencia y de cultivada sabiduría, dirigió sus pasos
hacia la carrera eclesiástica, en la que prosperó y con la que también influyó
en la política del momento. Decisiva fue su influencia en el Compromiso de
Caspe que resolvió la sucesión de la Corona de Aragón y elevó al trono a
Fernando de Antequera (Fernando I de
Aragón). A la muerte de Clemente VII, en 1394, Pedro de Luna fue elegido
pontífice por 20 votos de 21 y tomó el nombre de Benedicto XIII. No obstante,
Francia se opuso a este nuevo papa de Aviñón que había mostrado no ser tan
manejable como sus antecesores, y que además era súbdito de la Corona de
Aragón, por lo que resultaba
difícil obligarle a mantener lealtad a la monarquía francesa. En 1398 Francia
terminó por retirar su apoyo político y financiero a la sede papal de Aviñón y
se presionó a Benedicto XIII para que renunciara, a lo que el antipapa aragonés
se negó alegando un daño
irreparable a la Iglesia. Tras un bloqueo
militar de los franceses sobre su palacio papal en Aviñón, Benedicto XIII logró
huir de la ciudad en 1403, buscando refugio junto a Luis II de Nápoles. El fin
del apoyo francés hizo que también Portugal y Navarra dejaran de reconocerlo
como papa, mientras que 17 cardenales abandonaban la obediencia a Aviñón,
quedando sólo cinco cardenales
leales a Benedicto XIII. Su Papado era reconocido ahora solamente por los reinos
de Castilla, Aragón, Sicilia (que formaba parte de la
Corona de Aragón) y Escocia. Aunque en un momento
dado hubo tres papas simultáneamente (Juan XXIII, Gregorio XII y él), Benedicto XIII siempre adujo que su Papado era el válido dado que él era el único papa
que había sido elegido cardenal antes de que se produjese el Cisma de Occidente
y, por tanto, el único realmente legítimo. En 1406 Benedicto XIII inició
conversaciones con Gregorio XII para renunciar de manera conjunta y unificar la
sede papal, pero esta posibilidad fracasó al insistir Benedicto XIII en
su exclusiva legitimidad. Incluso
promovió la llamada Disputa de Tortosa en 1413 entre canónigos católicos y
dirigentes religiosos judíos, en un intento de revitalizar su actividad papal y
de contrarrestar el menguante apoyo a su causa.
Deposición y
fallecimiento
Finalmente, las tesis conciliaristas, que defendían que el concilio era
superior al papa, triunfaron y, al negarse nuevamente a renunciar, Benedicto XIII
fue condenado en el concilio de Constanza de 1415 como hereje y antipapa, y
depuesto junto con el antipapa Juan XXIII. Mientras que el papa Gregorio XII de
Roma renunció a favor de la unificación de la Iglesia. El Concilio designó a
Martín V como pontífice único. El antipapa gozó aún de la protección de Alfonso
V de Aragón por cuestiones políticas, pero sin real influencia en el resto de
Europa. Murió en 1423, a los 94 años en el Castillo de Peñíscola, a donde había
mudado la sede papal, en el antiguo castillo de la Orden del Temple. Tras ello
sus cardenales eligieron a su sucesor, Gil Sánchez Muñoz, que tomó el nombre de
Clemente VIII, último papa de la obediencia de Aviñón, en el Salón del Cónclave
del castillo de Peñíscola, lugar donde residió hasta su abdicación en Martín V.
Esta se produjo en San Mateo, en el Maestrazgo castellonense, el 26 de julio de
1429, principalmente debida a las presiones políticas del rey de la Corona de
Aragón, Alfonso V, inmerso en la conquista del reino de Nápoles. Con esta abdicación se considera que finalizó
el Cisma de Occidente. Benedicto también fue sucedido por el prelado francés Bernard Garnier,
el antipapa
Benedicto XIV, que actuó como «papa en secreto» después de haber sido designado como tal por Jean Carrier, uno de los
cuatro cardenales designados por Benedicto XIII en Peñíscola y el único que se
opuso a la elección de Clemente VIII. Una carta del Conde de Armagnac a Juana
de Arco revela que el arcediano de Rodez conocía el paradero de Benedicto XIV y
que lo aceptaba como papa.
Obras
A
Benedicto XIII se le atribuye un Tractatus contra iudaeos y se conserva
un sermón en castellano que
pronunció en Pamplona en 1390 con motivo de la coronación de Carlos III el
Noble, rey de Navarra. Pero su principal obra es el Libro de las consolaciones humanas, en el que sigue al
«noble Boeçio», como señala en el
prólogo, esto es, el De consolatione
philosophiae de Boecio; la obra fue seguramente redactada en latín y luego
traducida al castellano por él mismo o por un autor también aragonés. No está
clara la fecha de su redacción; hay quien piensa en una fecha anterior a su
cardenalato, pero otros dan por fecha el 1414, momento en el que sufre el mayor
acoso por parte de las potencias europeas. El tratado se divide en quince libros
y 68 capítulos, que enseñan diversos procedimientos para enseñar al individuo a
superar las adversas circunstancias de la naturaleza humana.
Vicente Ferrer y el Papa
Luna
Uno de los compromisarios de Caspe fue el famoso predicador —y santificado
tras su muerte— Vicente Ferrer. Éste se
mantuvo fiel a Benedicto XIII durante gran parte del Cisma de Occidente, pero
acabó dándole la espalda, harto de la terquedad del Papa Luna. La cabezonería de Benedicto XIII se convirtió
en legendaria y en irritante para quienes se esforzaron —y no fueron
pocos— en buscar una salida que
solucionara el tremendo cisma que dinamitó a la Iglesia católica durante años, desde 1378 hasta la elección de
un pontífice de consenso en noviembre de 1417. Pedro Martínez de Luna se había
convertido en papa en la obediencia de Aviñón en el año 1394. Se mantuvo firme
en defensa de la legitimidad de su Papado hasta su muerte. Eso hizo que conviviera con los papas que
coprotagonizaron el cisma, que fueron varios: Bonifacio IX, Inocencio
VII y Gregorio XIII —quienes se
sucedieron en el otro bando del Cisma de Occidente— y con Alejandro V y Juan XXIII, quienes a su
vez se sucedieron tras el Concilio de Pisa. Es decir, durante años la Iglesia
católica llegó a tener papas a la vez, y
los tres enfrentados entre sí. Y uno de ellos fue siempre el aragonés Benedicto
XIII.
Intervención de los reyes
Aquello dividió también al poder político del momento. Unos reyes
apoyaban a un pontífice, otro prefería respaldar a otro papa. Al final,
agotados por tanta división y tan prolongada, se buscó una solución auspiciada
por la Corona de Aragón y por el Sacro Imperio.
La salomónica salida pasaba por apartar del Papado a todos los que decían ostentarlo, y buscar
otro nombre con el que acabar con los bandos que estaban dividiendo a la
Iglesia. Al final, ese apaño necesitaba que se renunciaran a sus posiciones los
tres que en ese momento sostenían que eran los papas legítimos: Benedicto XIII,
Juan XXIII y Gregorio XII. Este último aceptó renunciar; con Juan XXIII el
poder civil que se conjuró para acabar con el Cisma tuvo que ser algo más
expeditivo y acabó bajo arresto. Y, despejados esos dos nombres, sólo faltaba la renuncia de Benedicto XIII. Pero el
Papa Luna exhibió una terquedad que sacó de sus casillas incluso a su rey,
Fernando I de Aragón. Éste citó a
Benedicto XIII en Morella (Castellón) para intentar convencerle, con la ayuda
de Vicente Ferrer. Allí quedaron, en julio de 1414. Pero el Papa Luna se negó
en redondo a renunciar a su condición de papa. Luego, con el concurso del rey
aragonés, el emperador germánico
Segismundo lo intentó de nuevo. Se entrevistó con el Papa Luna en Perpiñán
(Francia), pero también él fracasó.
La
solución final
Harto Segismundo, harto Fernando I y exasperado el propio San Vicente Ferrer,
optaron por desentenderse de Benedicto
XIII, hacerle el vacío. Se eligió a un nuevo pontífice de consenso, Martín V.
Con él se dio por resuelto el Cisma de Occidente y salvada la unidad de la Iglesia
católica. Fue en noviembre de 1417. Vista la obstinación del Papa Luna, optaron sencillamente
por dejarle que siguiera erre que erre con sus tesis, pero sin hacerle el más
mínimo caso. Para que se explayara en sus postulados, se le dejó que lo hiciera
en el aislamiento de Peñíscola, mirando al mar. Seis años más vivió Benedicto
XIII insistiendo en que era el único papa legítimo. Pero ya nadie le hacía
caso, salvo su reducido núcleo de seguidores que se mantuvieron fieles a él en Peñíscola. Esa morada de aislamiento
había sido un castillo templario. En él murió Benedicto XIII el 23 de mayo de
1423, a los 94 años, una longevidad poco usual en la época. A su muerte le
sucedió en su particular «Papado»
uno de sus seguidores, que se proclamó pontífice con el nombre de Clemente
VIII. Éste, sin embargo, fue muchísimo menos terco y acabó por renunciar en
1429, poniendo fin definitivamente al pulso que había entablado en vida el Papa
Luna.
El enigma del cráneo del Papa Luna
El 11 de abril de 2000
se produjo un hecho espectacular sobre la ya azarosa vida del famoso papa
Benedicto XIII. El cráneo que supuestamente pertenecía a tan ilustre personaje
y que era conservado como reliquia en el palacio de Argillo, en Saviñán
(Zaragoza) había desaparecido envuelto en el mayor de los misterios. Pocas
semanas después comienzan a recibirse cartas amenazadoras exigiendo un rescate
en metálico a cambio de su devolución, una correspondencia que terminó
abruptamente el 12 de septiembre del mismo año, cuando la Guardia Civil
recuperó la reliquia y detuvo a dos hermanos vecinos del mismo Saviñán. La
noticia del extraño secuestro dio la vuelta al mundo y apareció en los
principales periódicos internacionales, aunque como suele decirse, no hay mal
que por bien no venga, puesto que de encontrarse en una situación de olvido
absoluto, el cráneo papal pasó a ser requerido por diversos pretendientes a
cual más atractivo: el Gobierno aragonés lo declaró Bien de Interés Cultural,
mientras que los Ayuntamientos de Illueca (localidad de nacimiento) y de
Peñíscola se apresuraron a reivindicarlo como patrimonio local de indiscutible
valía. Pero, ¿qué
hay de cierto en la historia de la reliquia? Tras su muerte en 1423 en su
palacio-fortaleza de Peñíscola, actualmente hito turístico de primer orden, los
restos de Benedicto XIII fueron trasladados a su palacio natal de Illueca para
descansar en paz hasta el siglo XIX cuando, durante la Guerra de Independencia
las tropas francesas llegaron al lugar y cometieron toda clase de tropelías y
desmanes. No se salvaron ni los muertos, y así la tumba papal fue destrozada por
la soldadesca y los restos de Pedro Martínez de Luna arrojados a un barranco
para pasto de alimañas. Se dice que alguien pudo recuperar el cráneo y que tras
muchos avatares terminó descansando en Saviñán, pero la cosa no dejó de
albergar dudas y perteneció al terreno de la leyenda hasta el año 2004, cuando
la prueba del carbono 14 determinaba con casi total fiabilidad que los restos
eran, efectivamente, de la época en que vivió Benedicto XIII y que pertenecían
a un hombre de edad avanzada.
Estatua de Benedicto XIII en Peñíscola |
No hay comentarios:
Publicar un comentario