El prestigioso periodista David
Yallop creía que Roberto Calvi, con la ayuda de la Logia P2, pudo haber sido
responsable de la muerte prematura de Albino Luciani, quien, siendo ya el papa
Juan Pablo I, planeaba una reforma de las finanzas de Vaticano. Sin embargo, la
familia de Calvi mantiene que él era un hombre honesto manipulado por otros. Su
perspectiva proporciona información al libro de Roberto Hutchinson (publicado
en 1997) “Vénganos tu reino: Dentro del mundo secreto del Opus Dei”. Según los
magistrados que señalaron a Licio Gelli, gran maestre de la logia masónica P2,
y a Giuseppe “Pippo” Caló como responsables del asesinato de Calvi, Gelli
habría pedido su muerte para castigarlo por la malversación de su dinero y el
de la mafia, mientras que la mafia deseó evitar que revelara la manera en que
Calvi le ayudó a lavar el dinero. Caló y Gelli fueron procesados por el
asesinato de Roberto Calvi, junto con la novia de éste, su chófer y un contable
relacionado con la mafia. El 6 de junio de 2007 el Tribunal Penal de Roma los
absolvió a todos por falta de pruebas. La Prelatura de la Santa Cruz y Opus
Dei, comúnmente conocida como Opus Dei (Obra de Dios) o “La Obra” (como la
denominan coloquialmente sus miembros), es una prelatura personal de la Iglesia
católica. La prelatura está compuesta por un prelado, un presbiterio o clero
propio dependientes del prelado del Opus Dei y en su mayoría fieles laicos. Fue
fundado el 2 de octubre de 1928 por el sacerdote español José María Escrivá de
Balaguer, canonizado en 2002. Aprobada por primera vez en 1941 como institución
secular, fue erigida en prelatura personal en 1982, la única que existe. La
prelatura depende de la Congregación para los Obispos y la misión institucional
del Opus Dei es difundir las enseñanzas católicas. El Opus Dei ha recibido (y ofrecido)
apoyo de los papas que lo han conocido y de diversas autoridades católicas. En
contraste, el Opus Dei ha sido duramente criticado, con acusaciones de
secretismo y sectarismo, sobre todo en los países de la Europa protestante que,
sin embargo, acogen y protegen a organizaciones herméticas y sectarias como el
Club Bilderberg o las propias logias masónicas. Algunas de las acusaciones
vertidas contra el Opus Dei han destacado su actividad en la difusión de
creencias ultraconservadoras, la búsqueda de influencia política, actuar por
motivos puramente económicos y el empleo de métodos coercitivos. Juan Pablo II contó con varios
colaboradores del Opus Dei, entre ellos el portavoz vaticano, Joaquín
Navarro-Valls, sin embargo, Benedicto XVI los despidió a todos apenas hubo
llegado al trono pontificio.
Hasta 1830 la Iglesia había
mantenido la prohibición a sus miembros de ejercer la usura. Todas las
ganancias obtenidas a través de la actividad de prestar dinero eran derivadas
hacia prestamistas judíos, que trabajaban a comisión prestando el dinero del
Vaticano. En el momento de la firma del Tratado Letrán en 1929 entre Benito
Mussolini y el papa Pío XI, la definición de usura fue establecida por la
Iglesia como “la actividad de prestar dinero a unas tasas de interés abusivas”. Albino Luciani, que en 1978 se
convertiría en el papa Juan Pablo I, fue el primer pontífice nacido en el siglo
XX. Vio la luz el 17 de octubre de 1912 en una pequeña localidad italiana
llamada Canale d’Agordo, Belluno (en esa época conocida como Forno di Canale)
situada al norte de Venecia. Su padre se llamaba Giovanni Luciani y su madre
Bortola Tancon, siendo Albino el mayor de cuatro hermanos. Después de haber
vivido en la pobreza durante la Primera Guerra Mundial, su madre murió y su
padre, que era socialista, contrajo nuevas nupcias con una mujer de gran
devoción; fue entonces cuando nació su vocación sacerdotal, según él declaró,
gracias a la predicación de un fraile capuchino. En 1923 ingresó en el seminario
menor de la localidad de Feltre, aunque luego pasó al seminario mayor de
Belluno. En 1935 fue ordenado sacerdote en San Pietro, Belluno, y coadjutor
designado en Di Canale y en 1937 fue designado vicerrector en un viejo
seminario en Befluno. En 1941 obtuvo un doctorado en teología y fue a la
Universidad Gregoriana en Roma. Su tesis era “El Origen del Alma Humana, según
Antonio Rosmini” una tentativa de refutar a Rosmini, quien escribió que la
Iglesia sufría de 5 males: alejamiento social del clero de su base social;
escasa formación académica de los sacerdotes; desunión y acrimonia entre los
obispos; excesiva dependencia de la Iglesia católica de las autoridades
seculares y estar sometida a la esclavitud de la propiedad privada y la
acumulación de riquezas materiales. Los apartados 1 y 5 serían una
preocupación constante en la vida de Luciani. Esto, y su interés en el Concilio
Vaticano II y la liberalización de Roma sobre el control de la natalidad, le
colocaron en el lado moderado-liberal de la Iglesia católica. No obstante, al
margen de sus convicciones personales, él jamás cuestionó la legitimidad
espiritual de la Iglesia y del solio papal.
En 1946 su tesis fue publicada y le
concedieron el doctorado magna cum laude. En 1947 se constituyó pro vicario
general de la diócesis. En 1949 fue el responsable de catequesis en la
preparación de un congreso eucarístico en Belluno y publicó Catecismo en
Briciole (Migas de Catecismo). Luciani está considerado como uno de los mejores
profesores de catecismo del siglo XX. En 1958, fue ordenado obispo de Vittorio
Véneto. El 11 de octubre de 1962, en medio
de la dramática crisis mundial que enfrentó a EEUU y la URSS a propósito de los
misiles nucleares soviéticos instalados en Cuba, el papa Juan XXIII convocó el
Segundo Concilio Vaticano (Vaticano II). Albino Luciani tuvo una participación
destacada. Ese Concilio ecuménico fue el acontecimiento eclesiástico más
importante del siglo XX y cuarenta años después de su clausura el debate sobre
sus intenciones, logros, éxitos y fracasos sigue abierto. Existen muchas
posturas divergentes, que van desde el descontento hasta la gratitud. Hay
quienes piensan que apenas se avanzó un poco, aunque en la dirección correcta,
y hay quienes piensan que sólo un milagro puede salvar a la Iglesia de los
desmanes de aquel Concilio. Unos hablan como si la Iglesia católica hubiese
nacido hace 45 años y otros creen que la verdadera Iglesia desapareció con el
comienzo del Concilio Vaticano II en 1962.
El papa Juan XXIII murió el 23 de
junio de 1963, por lo que fue su sucesor, Pablo VI, quien continuó adelante con
el Concilio hasta su clausura el 8 de diciembre de 1965. Pablo VI, el nuevo
papa, amplió la Comisión Apostólica de la Familia establecida por su
predecesor. Ya entonces existía un sentimiento mayoritario para cambiar la
postura de la Iglesia sobre el control de la natalidad. En 1968 Luciani fue consultado sobre
un informe acerca de la anticoncepción artificial para someterlo a la
consideración del papa. Su conclusión fue que el sumo pontífice debería aprobar
una píldora antiovulante desarrollada por el profesor Pincus, y que ésta debía
ser la pastilla anticonceptiva católica. En Humanae Vitae, publicado el 25 de
julio de 1968, aunque no era un documento infalible, la posición de la Iglesia
permaneció inalterable contra la anticoncepción artificial: abstinencia y
precaución. Albino Luciani fue elegido arzobispo de Venecia el 15 de diciembre
de 1969. En 1972, el Banco Católico del
Véneto (llamado “el banco de los sacerdotes” porque hacía préstamos al clero a
bajo interés) fue vendido por el presidente del banco del Vaticano, Paul
Marcinkus, al Banco Ambrosiano, con sede en Milán, entidad presidida por
Roberto Calvi. El entonces arzobispo Luciani ordenó
una investigación sobre las actividades de Paul Marcinkus y Roberto Calvi, las
pesquisas acabarían llevándole hasta otro nombre: Michelle Sindona, un banquero
siciliano, afincado en Milán. Sindona habían conocido al papa
Pablo VI cuando éste era el arzobispo Montini de Milán. Cuando Montini se
convirtió en papa, Sindona fue nombrado consejero financiero del Vaticano.
Luciani descubrió que la venta del BCDV (Banco Católico del Véneto) había sido
una transacción ilegal de la que se habían beneficiado Marcinkus, Calvi y
Sindona a título personal. Los obispos y el clero del Véneto se enfurecieron,
pero no pudieron hacer nada porque Marcinkus y Sindona eran estrechos
colaboradores del papa y a él les unía una larga amistad. No obstante, el papa Pablo VI
agradeció la lealtad del arzobispo Luciani al no desencadenar un enorme
escándalo por la venta fraudulenta del BCDV. Como recompensa por su discreción,
en 1973 Pablo VI lo nombró cardenal de Venecia y Luciani publicó Ilustrísima,
una serie de cartas sobre diversos puntos de vista, éticos y morales, escritas
utilizando varios estilos literarios y características históricas, y que
aparecieron originariamente como artículos sueltos en revistas y periódicos.
El 6 de agosto de 1978, el papa
Pablo VI murió y el día 27 de ese mismo mes, Albino Luciani, que no formaba
parte de la terna de candidatos favoritos, fue elegido sumo pontífice tras los
escrutinios de la cuarta votación. A modo de homenaje hacia sus dos inmediatos
predecesores, Luciani tomó el nombre de Juan Pablo. Entretanto, un siniestro personaje
aguardaba agazapado entre bastidores: Jean Villot, ministro de Asuntos
Exteriores del Vaticano con Pablo VI. Villot decidió permanecer en su cargo al
lado del nuevo papa. Sin embargo, los acontecimientos se desarrollaron de forma
precipitada.
Las
finanzas del Vaticano
La Iglesia católica es la única
organización religiosa del mundo que tiene su propio Estado independiente y
soberano: la Ciudad del Vaticano en Roma, en cuyos reducidos límites se
encuentra la mayor concentración de riqueza material y artística del planeta.
La moderna opulencia del Vaticano tiene su origen en la generosidad de Benito
Mussolini. Cuando éste llegó al poder, la Santa Sede se encontraba en situación
de bancarrota y dispuesta a negociar con cualquier benefactor dispuesto a rescatarla
de tan lamentable situación financiera. Gracias a la firma del Tratado de
Letrán el 11 de febrero de 1929 entre el Gobierno italiano y el del Vaticano,
la Iglesia católica obtuvo una fabulosa inyección económica que le devolvió el
esplendor de antaño, pero con la lección aprendida de que la divina providencia
requiere algo de ayuda en lo tocante a la economía mundana.
En 1933, el Vaticano volvió a
demostrar su habilidad negociadora a la hora de cerrar lucrativos negocios con
las dictaduras europeas de extrema derecha al establecer un acuerdo similar con
la Alemania del canciller Adolf Hitler. El cardenal Eugenio Pacelli (que se
convertiría en papa con el nombre de Pío XII) y su hermano Francisco fueron los
principales artífices de estos acuerdos. Pío XII conocía bien Alemania, ya que
había sido nuncio papal en Berlín durante la Primera Guerra Mundial. Este
conocimiento le llevó a obtener de Hitler importantes ventajas fiscales, si
cabe, aún mayores que las obtenidas del Gobierno fascista italiano. Pero esta recién adquirida opulencia
debía ser administrada con criterios empresariales, así que no se dudó en
invertir en todo tipo de empresas, incluidas aquéllas cuya actividad era
contraria a la doctrina de la Iglesia, como las fábricas de armamento o laboratorios
farmacéuticos donde se fabricaban anticonceptivos. Durante mucho tiempo, el
Vaticano se lucró con las ganancias derivadas de la actividad del Instituto
Farmacológico Sereno. Su producto más vendido era una píldora anticonceptiva
comercializada con el nombre de Luteolas.
Todo esto podía ser condenado desde
los púlpitos, pero sus dividendos, gracias a los buenos oficios de Bernardino
Nogara, el administrador seglar designado para esta tarea, incrementaron el
poder temporal de la Santa Sede muy por encima del que había disfrutado en su
época de mayor gloria y esplendor. El 27 de junio de 1942, en plena Segunda
Guerra Mundial, el papa Pío XII inauguraba el Instituto de Obras Religiosas
(IOR), que coloquialmente fue conocido como el Banco Vaticano. Nogara fue designado director de la
recién creada institución y desempeñó esa tarea magistralmente durante varios
años hasta la entrada en escena de un joven sacerdote estadounidense llamado
Paul Marcinkus, cuya capacidad llamó la atención del papa Pablo VI en 1963,
quien le brindó su protección y le llevó de la mano hacia una de las carreras
más vertiginosas y espectaculares de la moderna historia del Vaticano, algo que
en absoluto fue fruto de la improvisación. El pontífice y sus consejeros
financieros habían decidido que lo más conveniente era no tener todos los
huevos en la misma cesta y dar comienzo a una atrevida campaña de
diversificación de actividades y expansión económica hacia mercados
extranjeros, especialmente el de Estados Unidos. Paul Marcinkus era el hombre
idóneo para desempeñar esa tarea, no sólo como profundo conocedor de la
economía norteamericana, sino también porque sus conocimientos abarcaban otras
áreas económicas menos convencionales. Para quienes creen en las
infiltraciones de la masonería en el Vaticano, la entrada de la Santa Sede en
el mundo de las finanzas internacionales, abrió una brecha en el hasta entonces
impenetrable muro de contención de la Iglesia católica. A través de los canales
ilegales utilizados para el tráfico de divisas por el Banco Vaticano y de los
contactos de Marcinkus con Michelle Sindona, un experimentado hombre de
negocios del que se rumoreaba que mantenía estrechos contactos con la mafia y
que estaba especializado en el blanqueo de capitales, la Santa Sede hizo fluir
discretamente una parte considerable de sus bienes fuera de Italia. Gracias a
estas tenebrosas maniobras, la Iglesia “pobre” que predicaba Pablo VI, se hacía
cada vez más “rica” y se alejaba definitivamente de los pobres.
En su encíclica Populorum
Progressio, Pablo VI citaba a San Ambrosio: “Nunca das a los pobres lo que es
tuyo, simplemente les devuelves lo que les pertenece porque los bienes de los
que te has apropiado fueron donados para que todos los disfruten. La tierra es
de todos, no sólo de los ricos”. En el momento de publicarse este texto, el
Vaticano era ya el mayor propietario de bienes inmuebles del mundo. Parecía que
todo esto iba a cambiar radicalmente con la designación del cardenal Albino
Luciani como pontífice, que había decidido reinar con el nombre de Juan Pablo
I. El nuevo papa soñaba con una Iglesia “pobre” y a las pocas horas de su
entronización ya había comenzado a trabajar para hacer realidad su sueño, que
consideraba de vital importancia para la supervivencia de la esencia de la
Iglesia católica. En la noche del 27 de agosto de
1978, Juan Pablo I cenó con el cardenal Jean Villot, y confirmó a éste y a los
demás miembros de la curia romana en sus cargos, a los que habían tenido que
renunciar protocolariamente al morir Pablo VI. Pero en el transcurso de aquella
cena hubo algo más. Luciani ordenó a Villot que iniciase inmediatamente una
auditoría que abarcase todas las actividades del Vaticano –especialmente las de
carácter financiero– sin excluir nada. Una vez que hubiera estudiado el
informe, decidiría qué era lo que se debía hacer. Cuatro días después, el 31 de
agosto, el diario de información económica Il Mondo publicaba una carta abierta
dirigida al nuevo pontífice, hacía una petición recomendando una “limpieza” y
mayor transparencia en las finanzas del Estado Vaticano. La carta, además,
reseñaba con especial crudeza la figura de Paul Marcinkus: “Es sin duda el
único obispo que forma parte de la junta directiva de un banco privado secular,
que precisamente mantiene una de sus sucursales en uno de los paraísos fiscales
más importantes del mundo; nos referimos al Banco Cisalpino Trasatlántico de
Nassau, en las islas Bahamas”.
Pero Albino Luciani no necesitaba de estas
llamadas de atención: quería una revolución que sirviera para devolver a la
Iglesia a sus orígenes y a congraciarla de nuevo con las enseñanzas de Cristo.
Ya el 28 de agosto había llamado mucho la atención su negativa a ser coronado y
utilizar el trono o la tiara papales recargados de joyas engastadas. El papa
nunca más sería un monarca coronado, sino un sencillo pastor de su rebaño, como
el propio Jesús y sus Apóstoles lo habían establecido en sus prédicas. Acto
seguido, Juan Pablo I se dirigió al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa
Sede y les dirigió estas palabras: “No tenemos bienes materiales que
intercambiar ni intereses que discutir. Nuestras posibilidades para intervenir
en los asuntos del mundo son específicas y limitadas y tienen un carácter
pastoral”. Fueron muchos los que en esta
declaración de intenciones vieron claro el fin del Banco Vaticano. En los
mercados de valores internacionales se había generado una gran expectación por
ver cuáles eran finalmente las decisiones que tomaba el nuevo papa. Lo único que
quedaba por confirmar era saber lo lejos que estaba dispuesto a llegar Juan
Pablo I en su reforma, algo que, para los especuladores que operaban cercanos a
los intereses del Vaticano podía suponer la diferencia entre obtener nuevas y
pingües ganancias o enfrentarse a la ruina de un día para otro. Además, había
una importante cuestión pendiente. Si el papa quería una Iglesia pobre, ¿qué
pensaba hacer con todas las riquezas acumuladas en el Vaticano durante siglos?
Uno de los que se mostraban más nerviosos era el cardenal Villot, un masón al
que las nuevas ideas de Juan Pablo I inquietaban profundamente. Las diferencias
entre ambos fueron cada vez mayores, hasta hacerse insalvables y el papa
Luciani no tardó en lamentar el haberle confirmado en su puesto como secretario
de Estado.
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