La guerra del Rif proseguía su curso tras la evacuación de Annual el 21 de julio de 1921
y las tropas españolas tuvieron que retirarse
bajo una fuerte presión enemiga, con
calor, sin agua y, sobre todo, desmoralizadas. El general Navarro que, como segundo
jefe de la Comandancia General de Melilla se había hecho cargo de la situación
tras haberse dado por muerto al general Silvestre, a duras penas había logrado
ordenar sus tropas gracias a mandos excepcionales y unidades que habían
mantenido su capacidad de combate. La mejor de ellas, sin duda, fue el
Regimiento Alcántara de Caballería, que combatió mejor que bien hasta su final;
otras, como el San Fernando de Infantería, artillería e ingenieros, conservaron
un tiempo su eficacia. La única opción era retirarse
porque, falto de reservas, la alternativa era el exterminio por las cabilas
rebeldes, cuya ferocidad
y criminales propósitos ya se
habían manifestado destruyendo las posiciones españolas de Abarrán e Igueriben
y forzando la salida de Annual. Tras replegarse sucesivamente a las
posiciones de Ben Tieb, Dar Dríus, Batel y Tistutín, la columna, a la vez que,
tiroteada, iba teniendo muertos y heridos, también aumentaba por los restos de
las guarniciones repartidas por el territorio que, atacadas también, habían
conseguido replegarse sobre ella. Resultaba complicado saber cuánta gente
estaba retirándose, unos 2.000.
El hundimiento moral y la extrema
fatiga habían puesto a las tropas españolas en una situación límite y también habían matado
muchos caballos y mulos dificultando la acción de la caballería, el arrastre de
los cañones y el transporte de heridos. El 28 de julio, en Tistutín, decide el
general Navarro seguir replegándose saliendo en la oscuridad. La columna reanuda su retirada a las
2:00 de la noche
marchando unos 12 kilómetros hasta
que, al amanecer y a sólo 1 kilómetro de su destino —la posición de
Monte Arruit—, los rebeldes aparecen
amenazadores, aunque con banderas blancas. Los policías indígenas desertan, los
rifeños disparan sobre la columna desde los cuatro lados y parte de las tropas
españolas, viendo cerca su destino, se desploman de nuevo, renuncian a
defenderse y se desbandan. Quedan en el camino más muertos y heridos — brutalmente
asesinados después— y los únicos tres
cañones que estaban salvándose. La columna acaba de entrar en Monte Arruit a
las 7:00 de la mañana del 29 de
julio. Su guarnición —impresionada
por lo que está viendo— y los que
acaban de llegar suman poco más de 3.000 hombres. Hay una ametralladora,
no mucha munición de reserva —14 cajones—,
unos 20 caballos y otros tantos mulos. No hay cañones. Hay víveres para un par
de días, pero el agua está a unos 500 metros y hay que salir de la posición
para obtenerla. Aún así, parece que podrá esperarse a los refuerzos, pues en
Melilla conocen la gravedad de la situación.
Con los cañones abandonados a un
kilómetro los rifeños rebeldes disparan ese día a la posición 114 cañonazos y
más en días sucesivos; también hacen fuego de fusil. El 2 de agosto se acercan
unos rebeldes para parlamentar pero es una trampa para intentar un asalto que
es rechazado. El asedio empeora a
partir del 5 de agosto porque los rebeldes, además, baten las aguadas. Las
salidas de unos 200 hombres, parte desarmados para llevar más cantimploras y
parte para protegerles, causan más y más muertos y heridos. El 7 de agosto ya
no hay agua y el alimento, hasta entonces una sola comida diaria de arroz,
garbanzos y carne de los animales que morían, sólo puede ser carne asada. Uno
de los que mueren el día 8 es el teniente coronel Fernando Primo de Rivera, el
héroe de Alcántara, por las heridas que le produjo una explosión. El lamento es
unánime porque se había convertido en el alma de la defensa de Monte Arruit por
su apoyo, tanto a mandos y tropas, como al general Navarro. Bajo un constante bombardeo —493 proyectiles en los 12
días del asedio—, los muertos y
heridos aumentan sin cesar, incluido
el mismo general Navarro. En vista de llevar tres días sin agua, carecer de
recursos médicos, no ver aproximarse refuerzos —salvo algún lanzamiento desde aviones de hielo, pan y
municiones—, el general Navarro se veía
abocado a la capitulación, que el mando dejó en sus manos según su criterio.
Este mismo día autorizó la entrada de una delegación de rebeldes para negociar
la rendición, que se produjo el día siguiente, 9 de agosto de 1921.
Los principales términos acordados
eran el abandono de las tropas españolas del territorio marroquí marchando
hacia Melilla y la entrega de sus armas. Pero nada de esto sucedió en Monte
Arruit. La crueldad de lo ocurrido sólo pudo
deducirse en toda su horrorosa magnitud meses después, cuando la Campaña de
Desquite, iniciada en Melilla el 17 de agosto, reconquistó y ocupó sus inmediaciones. Cuando el 24 de octubre se alcanzó
Monte Arruit un olor a putrefacción impedía respirar y aceptar que en sus
inmediaciones había unos 1.000 cadáveres insepultos, muchos mutilados; hacia la
aguada, otros 200; en una era, otros 200; cerca de las casas de Ben Chel.lal
otros 600 cuerpos. 107 heridos habían sido asesinados en la enfermería de la
posición. Cuando se construyó cerca de Monte Arruit una fosa común para enterrar
dignamente los cuerpos de los españoles cruelmente asesinados se contabilizaron, según cita del
historiador Juan Pando, 2.996 cráneos. A ellos habría que sumar los muchos
muertos habidos en otros combates y asesinatos, alcanzándose en todo el
«desastre de Annual» un total de 8.668 muertos, cifra generalmente
aceptada en la actualidad con leves diferencias que no restan un ápice al
inmenso drama militar, político y social que padeció España y cuyos efectos
permanecerían largo tiempo.
Con el fin del asedio, la traición
de los rebeldes rifeños y los asesinatos masivos acaba sólo el
segundo capítulo —el primero fueron las
derrotas de Abarrán, Igueriben y la retirada de Annual— del desastre que aún habría de continuar
porque otros 439 españoles quedaron prisioneros; no todos sobrevivieron al
cautiverio. El Expediente Picasso sacó a la luz
muchos de los defectos de todos los niveles de decisión. La Laureada concedida
al Alcántara nos muestra el camino del cumplimiento del deber
para que no vuelva a repetirse un
desastre de tan colosales dimensiones como el de julio y agosto de 1921.
Aviación española atacando las posiciones rebeldes |
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