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jueves, 18 de enero de 2018

La masacre de Monte Arruit en 1921

La guerra del Rif proseguía su curso tras la evacuación de Annual el 21 de julio de 1921 y las tropas españolas tuvieron que retirarse bajo una fuerte presión enemiga, con calor, sin agua y, sobre todo, desmoralizadas. El general Navarro que, como segundo jefe de la Comandancia General de Melilla se había hecho cargo de la situación tras haberse dado por muerto al general Silvestre, a duras penas había logrado ordenar sus tropas gracias a mandos excepcionales y unidades que habían mantenido su capacidad de combate. La mejor de ellas, sin duda, fue el Regimiento Alcántara de Caballería, que combatió mejor que bien hasta su final; otras, como el San Fernando de Infantería, artillería e ingenieros, conservaron un tiempo su eficacia. La única opción era retirarse porque, falto de reservas, la alternativa era el exterminio por las cabilas rebeldes, cuya ferocidad y criminales propósitos ya se habían manifestado destruyendo las posiciones españolas de Abarrán e Igueriben y forzando la salida de Annual. Tras replegarse sucesivamente a las posiciones de Ben Tieb, Dar Dríus, Batel y Tistutín, la columna, a la vez que, tiroteada, iba teniendo muertos y heridos, también aumentaba por los restos de las guarniciones repartidas por el territorio que, atacadas también, habían conseguido replegarse sobre ella. Resultaba complicado saber cuánta gente estaba retirándose, unos 2.000.
El hundimiento moral y la extrema fatiga habían puesto a las tropas españolas en una situación límite y también habían matado muchos caballos y mulos dificultando la acción de la caballería, el arrastre de los cañones y el transporte de heridos. El 28 de julio, en Tistutín, decide el general Navarro seguir replegándose saliendo en la oscuridad. La columna reanuda su retirada a las 2:00 de la noche marchando unos 12 kilómetros hasta que, al amanecer y a sólo 1 kilómetro de su destino —la posición de Monte Arruit—, los rebeldes aparecen amenazadores, aunque con banderas blancas. Los policías indígenas desertan, los rifeños disparan sobre la columna desde los cuatro lados y parte de las tropas españolas, viendo cerca su destino, se desploman de nuevo, renuncian a defenderse y se desbandan. Quedan en el camino más muertos y heridos — brutalmente asesinados después— y los únicos tres cañones que estaban salvándose. La columna acaba de entrar en Monte Arruit a las 7:00 de la mañana del 29 de julio. Su guarnición —impresionada por lo que está viendo— y los que acaban de llegar suman poco más de 3.000 hombres. Hay una ametralladora, no mucha munición de reserva —14 cajones—, unos 20 caballos y otros tantos mulos. No hay cañones. Hay víveres para un par de días, pero el agua está a unos 500 metros y hay que salir de la posición para obtenerla. Aún así, parece que podrá esperarse a los refuerzos, pues en Melilla conocen la gravedad de la situación.
Con los cañones abandonados a un kilómetro los rifeños rebeldes disparan ese día a la posición 114 cañonazos y más en días sucesivos; también hacen fuego de fusil. El 2 de agosto se acercan unos rebeldes para parlamentar pero es una trampa para intentar un asalto que es rechazado. El asedio empeora a partir del 5 de agosto porque los rebeldes, además, baten las aguadas. Las salidas de unos 200 hombres, parte desarmados para llevar más cantimploras y parte para protegerles, causan más y más muertos y heridos. El 7 de agosto ya no hay agua y el alimento, hasta entonces una sola comida diaria de arroz, garbanzos y carne de los animales que morían, sólo puede ser carne asada. Uno de los que mueren el día 8 es el teniente coronel Fernando Primo de Rivera, el héroe de Alcántara, por las heridas que le produjo una explosión. El lamento es unánime porque se había convertido en el alma de la defensa de Monte Arruit por su apoyo, tanto a mandos y tropas, como al general Navarro. Bajo un constante bombardeo —493 proyectiles en los 12 días del asedio—, los muertos y heridos aumentan sin cesar, incluido el mismo general Navarro. En vista de llevar tres días sin agua, carecer de recursos médicos, no ver aproximarse refuerzos —salvo algún lanzamiento desde aviones de hielo, pan y municiones—, el general Navarro se veía abocado a la capitulación, que el mando dejó en sus manos según su criterio. Este mismo día autorizó la entrada de una delegación de rebeldes para negociar la rendición, que se produjo el día siguiente, 9 de agosto de 1921.
Los principales términos acordados eran el abandono de las tropas españolas del territorio marroquí marchando hacia Melilla y la entrega de sus armas. Pero nada de esto sucedió en Monte Arruit. La crueldad de lo ocurrido sólo pudo deducirse en toda su horrorosa magnitud meses después, cuando la Campaña de Desquite, iniciada en Melilla el 17 de agosto, reconquistó y ocupó sus inmediaciones. Cuando el 24 de octubre se alcanzó Monte Arruit un olor a putrefacción impedía respirar y aceptar que en sus inmediaciones había unos 1.000 cadáveres insepultos, muchos mutilados; hacia la aguada, otros 200; en una era, otros 200; cerca de las casas de Ben Chel.lal otros 600 cuerpos. 107 heridos habían sido asesinados en la enfermería de la posición. Cuando se construyó cerca de Monte Arruit una fosa común para enterrar dignamente los cuerpos de los españoles cruelmente asesinados se contabilizaron, según cita del historiador Juan Pando, 2.996 cráneos. A ellos habría que sumar los muchos muertos habidos en otros combates y asesinatos, alcanzándose en todo el «desastre de Annual» un total de 8.668 muertos, cifra generalmente aceptada en la actualidad con leves diferencias que no restan un ápice al inmenso drama militar, político y social que padeció España y cuyos efectos permanecerían largo tiempo.
Con el fin del asedio, la traición de los rebeldes rifeños y los asesinatos masivos acaba sólo el segundo capítulo —el primero fueron las derrotas de Abarrán, Igueriben y la retirada de Annual— del desastre que aún habría de continuar porque otros 439 españoles quedaron prisioneros; no todos sobrevivieron al cautiverio. El Expediente Picasso sacó a la luz muchos de los defectos de todos los niveles de decisión. La Laureada concedida al Alcántara nos muestra el camino del cumplimiento del deber para que no vuelva a repetirse un desastre de tan colosales dimensiones como el de julio y agosto de 1921.

Aviación española atacando las posiciones rebeldes

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