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viernes, 19 de enero de 2018

¿Fue asesinado el papa Juan Pablo I?

El prestigioso periodista David Yallop creía que Roberto Calvi, con la ayuda de la Logia P2, pudo haber sido responsable de la muerte prematura de Albino Luciani, quien, siendo ya el papa Juan Pablo I, planeaba una reforma de las finanzas de Vaticano. Sin embargo, la familia de Calvi mantiene que él era un hombre honesto manipulado por otros. Su perspectiva proporciona información al libro de Roberto Hutchinson (publicado en 1997) “Vénganos tu reino: Dentro del mundo secreto del Opus Dei”. Según los magistrados que señalaron a Licio Gelli, gran maestre de la logia masónica P2, y a Giuseppe “Pippo” Caló como responsables del asesinato de Calvi, Gelli habría pedido su muerte para castigarlo por la malversación de su dinero y el de la mafia, mientras que la mafia deseó evitar que revelara la manera en que Calvi le ayudó a lavar el dinero. Caló y Gelli fueron procesados por el asesinato de Roberto Calvi, junto con la novia de éste, su chófer y un contable relacionado con la mafia. El 6 de junio de 2007 el Tribunal Penal de Roma los absolvió a todos por falta de pruebas. La Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, comúnmente conocida como Opus Dei (Obra de Dios) o “La Obra” (como la denominan coloquialmente sus miembros), es una prelatura personal de la Iglesia católica. La prelatura está compuesta por un prelado, un presbiterio o clero propio dependientes del prelado del Opus Dei y en su mayoría fieles laicos. Fue fundado el 2 de octubre de 1928 por el sacerdote español José María Escrivá de Balaguer, canonizado en 2002. Aprobada por primera vez en 1941 como institución secular, fue erigida en prelatura personal en 1982, la única que existe. La prelatura depende de la Congregación para los Obispos y la misión institucional del Opus Dei es difundir las enseñanzas católicas. El Opus Dei ha recibido (y ofrecido) apoyo de los papas que lo han conocido y de diversas autoridades católicas. En contraste, el Opus Dei ha sido duramente criticado, con acusaciones de secretismo y sectarismo, sobre todo en los países de la Europa protestante que, sin embargo, acogen y protegen a organizaciones herméticas y sectarias como el Club Bilderberg o las propias logias masónicas. Algunas de las acusaciones vertidas contra el Opus Dei han destacado su actividad en la difusión de creencias ultraconservadoras, la búsqueda de influencia política, actuar por motivos puramente económicos y el empleo de métodos coercitivos. Juan Pablo II contó con varios colaboradores del Opus Dei, entre ellos el portavoz vaticano, Joaquín Navarro-Valls, sin embargo, Benedicto XVI los despidió a todos apenas hubo llegado al trono pontificio.
Hasta 1830 la Iglesia había mantenido la prohibición a sus miembros de ejercer la usura. Todas las ganancias obtenidas a través de la actividad de prestar dinero eran derivadas hacia prestamistas judíos, que trabajaban a comisión prestando el dinero del Vaticano. En el momento de la firma del Tratado Letrán en 1929 entre Benito Mussolini y el papa Pío XI, la definición de usura fue establecida por la Iglesia como “la actividad de prestar dinero a unas tasas de interés abusivas”. Albino Luciani, que en 1978 se convertiría en el papa Juan Pablo I, fue el primer pontífice nacido en el siglo XX. Vio la luz el 17 de octubre de 1912 en una pequeña localidad italiana llamada Canale d’Agordo, Belluno (en esa época conocida como Forno di Canale) situada al norte de Venecia. Su padre se llamaba Giovanni Luciani y su madre Bortola Tancon, siendo Albino el mayor de cuatro hermanos. Después de haber vivido en la pobreza durante la Primera Guerra Mundial, su madre murió y su padre, que era socialista, contrajo nuevas nupcias con una mujer de gran devoción; fue entonces cuando nació su vocación sacerdotal, según él declaró, gracias a la predicación de un fraile capuchino. En 1923 ingresó en el seminario menor de la localidad de Feltre, aunque luego pasó al seminario mayor de Belluno. En 1935 fue ordenado sacerdote en San Pietro, Belluno, y coadjutor designado en Di Canale y en 1937 fue designado vicerrector en un viejo seminario en Befluno. En 1941 obtuvo un doctorado en teología y fue a la Universidad Gregoriana en Roma. Su tesis era “El Origen del Alma Humana, según Antonio Rosmini” una tentativa de refutar a Rosmini, quien escribió que la Iglesia sufría de 5 males: alejamiento social del clero de su base social; escasa formación académica de los sacerdotes; desunión y acrimonia entre los obispos; excesiva dependencia de la Iglesia católica de las autoridades seculares y estar sometida a la esclavitud de la propiedad privada y la acumulación de riquezas materiales. Los apartados 1 y 5 serían una preocupación constante en la vida de Luciani. Esto, y su interés en el Concilio Vaticano II y la liberalización de Roma sobre el control de la natalidad, le colocaron en el lado moderado-liberal de la Iglesia católica. No obstante, al margen de sus convicciones personales, él jamás cuestionó la legitimidad espiritual de la Iglesia y del solio papal.
En 1946 su tesis fue publicada y le concedieron el doctorado magna cum laude. En 1947 se constituyó pro vicario general de la diócesis. En 1949 fue el responsable de catequesis en la preparación de un congreso eucarístico en Belluno y publicó Catecismo en Briciole (Migas de Catecismo). Luciani está considerado como uno de los mejores profesores de catecismo del siglo XX. En 1958, fue ordenado obispo de Vittorio Véneto. El 11 de octubre de 1962, en medio de la dramática crisis mundial que enfrentó a EEUU y la URSS a propósito de los misiles nucleares soviéticos instalados en Cuba, el papa Juan XXIII convocó el Segundo Concilio Vaticano (Vaticano II). Albino Luciani tuvo una participación destacada. Ese Concilio ecuménico fue el acontecimiento eclesiástico más importante del siglo XX y cuarenta años después de su clausura el debate sobre sus intenciones, logros, éxitos y fracasos sigue abierto. Existen muchas posturas divergentes, que van desde el descontento hasta la gratitud. Hay quienes piensan que apenas se avanzó un poco, aunque en la dirección correcta, y hay quienes piensan que sólo un milagro puede salvar a la Iglesia de los desmanes de aquel Concilio. Unos hablan como si la Iglesia católica hubiese nacido hace 45 años y otros creen que la verdadera Iglesia desapareció con el comienzo del Concilio Vaticano II en 1962.
El papa Juan XXIII murió el 23 de junio de 1963, por lo que fue su sucesor, Pablo VI, quien continuó adelante con el Concilio hasta su clausura el 8 de diciembre de 1965. Pablo VI, el nuevo papa, amplió la Comisión Apostólica de la Familia establecida por su predecesor. Ya entonces existía un sentimiento mayoritario para cambiar la postura de la Iglesia sobre el control de la natalidad. En 1968 Luciani fue consultado sobre un informe acerca de la anticoncepción artificial para someterlo a la consideración del papa. Su conclusión fue que el sumo pontífice debería aprobar una píldora antiovulante desarrollada por el profesor Pincus, y que ésta debía ser la pastilla anticonceptiva católica. En Humanae Vitae, publicado el 25 de julio de 1968, aunque no era un documento infalible, la posición de la Iglesia permaneció inalterable contra la anticoncepción artificial: abstinencia y precaución. Albino Luciani fue elegido arzobispo de Venecia el 15 de diciembre de 1969. En 1972, el Banco Católico del Véneto (llamado “el banco de los sacerdotes” porque hacía préstamos al clero a bajo interés) fue vendido por el presidente del banco del Vaticano, Paul Marcinkus, al Banco Ambrosiano, con sede en Milán, entidad presidida por Roberto Calvi. El entonces arzobispo Luciani ordenó una investigación sobre las actividades de Paul Marcinkus y Roberto Calvi, las pesquisas acabarían llevándole hasta otro nombre: Michelle Sindona, un banquero siciliano, afincado en Milán. Sindona habían conocido al papa Pablo VI cuando éste era el arzobispo Montini de Milán. Cuando Montini se convirtió en papa, Sindona fue nombrado consejero financiero del Vaticano. Luciani descubrió que la venta del BCDV (Banco Católico del Véneto) había sido una transacción ilegal de la que se habían beneficiado Marcinkus, Calvi y Sindona a título personal. Los obispos y el clero del Véneto se enfurecieron, pero no pudieron hacer nada porque Marcinkus y Sindona eran estrechos colaboradores del papa y a él les unía una larga amistad. No obstante, el papa Pablo VI agradeció la lealtad del arzobispo Luciani al no desencadenar un enorme escándalo por la venta fraudulenta del BCDV. Como recompensa por su discreción, en 1973 Pablo VI lo nombró cardenal de Venecia y Luciani publicó Ilustrísima, una serie de cartas sobre diversos puntos de vista, éticos y morales, escritas utilizando varios estilos literarios y características históricas, y que aparecieron originariamente como artículos sueltos en revistas y periódicos.
El 6 de agosto de 1978, el papa Pablo VI murió y el día 27 de ese mismo mes, Albino Luciani, que no formaba parte de la terna de candidatos favoritos, fue elegido sumo pontífice tras los escrutinios de la cuarta votación. A modo de homenaje hacia sus dos inmediatos predecesores, Luciani tomó el nombre de Juan Pablo. Entretanto, un siniestro personaje aguardaba agazapado entre bastidores: Jean Villot, ministro de Asuntos Exteriores del Vaticano con Pablo VI. Villot decidió permanecer en su cargo al lado del nuevo papa. Sin embargo, los acontecimientos se desarrollaron de forma precipitada.
Las finanzas del Vaticano
La Iglesia católica es la única organización religiosa del mundo que tiene su propio Estado independiente y soberano: la Ciudad del Vaticano en Roma, en cuyos reducidos límites se encuentra la mayor concentración de riqueza material y artística del planeta. La moderna opulencia del Vaticano tiene su origen en la generosidad de Benito Mussolini. Cuando éste llegó al poder, la Santa Sede se encontraba en situación de bancarrota y dispuesta a negociar con cualquier benefactor dispuesto a rescatarla de tan lamentable situación financiera. Gracias a la firma del Tratado de Letrán el 11 de febrero de 1929 entre el Gobierno italiano y el del Vaticano, la Iglesia católica obtuvo una fabulosa inyección económica que le devolvió el esplendor de antaño, pero con la lección aprendida de que la divina providencia requiere algo de ayuda en lo tocante a la economía mundana.
En 1933, el Vaticano volvió a demostrar su habilidad negociadora a la hora de cerrar lucrativos negocios con las dictaduras europeas de extrema derecha al establecer un acuerdo similar con la Alemania del canciller Adolf Hitler. El cardenal Eugenio Pacelli (que se convertiría en papa con el nombre de Pío XII) y su hermano Francisco fueron los principales artífices de estos acuerdos. Pío XII conocía bien Alemania, ya que había sido nuncio papal en Berlín durante la Primera Guerra Mundial. Este conocimiento le llevó a obtener de Hitler importantes ventajas fiscales, si cabe, aún mayores que las obtenidas del Gobierno fascista italiano. Pero esta recién adquirida opulencia debía ser administrada con criterios empresariales, así que no se dudó en invertir en todo tipo de empresas, incluidas aquéllas cuya actividad era contraria a la doctrina de la Iglesia, como las fábricas de armamento o laboratorios farmacéuticos donde se fabricaban anticonceptivos. Durante mucho tiempo, el Vaticano se lucró con las ganancias derivadas de la actividad del Instituto Farmacológico Sereno. Su producto más vendido era una píldora anticonceptiva comercializada con el nombre de Luteolas.
Todo esto podía ser condenado desde los púlpitos, pero sus dividendos, gracias a los buenos oficios de Bernardino Nogara, el administrador seglar designado para esta tarea, incrementaron el poder temporal de la Santa Sede muy por encima del que había disfrutado en su época de mayor gloria y esplendor. El 27 de junio de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, el papa Pío XII inauguraba el Instituto de Obras Religiosas (IOR), que coloquialmente fue conocido como el Banco Vaticano. Nogara fue designado director de la recién creada institución y desempeñó esa tarea magistralmente durante varios años hasta la entrada en escena de un joven sacerdote estadounidense llamado Paul Marcinkus, cuya capacidad llamó la atención del papa Pablo VI en 1963, quien le brindó su protección y le llevó de la mano hacia una de las carreras más vertiginosas y espectaculares de la moderna historia del Vaticano, algo que en absoluto fue fruto de la improvisación. El pontífice y sus consejeros financieros habían decidido que lo más conveniente era no tener todos los huevos en la misma cesta y dar comienzo a una atrevida campaña de diversificación de actividades y expansión económica hacia mercados extranjeros, especialmente el de Estados Unidos. Paul Marcinkus era el hombre idóneo para desempeñar esa tarea, no sólo como profundo conocedor de la economía norteamericana, sino también porque sus conocimientos abarcaban otras áreas económicas menos convencionales. Para quienes creen en las infiltraciones de la masonería en el Vaticano, la entrada de la Santa Sede en el mundo de las finanzas internacionales, abrió una brecha en el hasta entonces impenetrable muro de contención de la Iglesia católica. A través de los canales ilegales utilizados para el tráfico de divisas por el Banco Vaticano y de los contactos de Marcinkus con Michelle Sindona, un experimentado hombre de negocios del que se rumoreaba que mantenía estrechos contactos con la mafia y que estaba especializado en el blanqueo de capitales, la Santa Sede hizo fluir discretamente una parte considerable de sus bienes fuera de Italia. Gracias a estas tenebrosas maniobras, la Iglesia “pobre” que predicaba Pablo VI, se hacía cada vez más “rica” y se alejaba definitivamente de los pobres.
En su encíclica Populorum Progressio, Pablo VI citaba a San Ambrosio: “Nunca das a los pobres lo que es tuyo, simplemente les devuelves lo que les pertenece porque los bienes de los que te has apropiado fueron donados para que todos los disfruten. La tierra es de todos, no sólo de los ricos”. En el momento de publicarse este texto, el Vaticano era ya el mayor propietario de bienes inmuebles del mundo. Parecía que todo esto iba a cambiar radicalmente con la designación del cardenal Albino Luciani como pontífice, que había decidido reinar con el nombre de Juan Pablo I. El nuevo papa soñaba con una Iglesia “pobre” y a las pocas horas de su entronización ya había comenzado a trabajar para hacer realidad su sueño, que consideraba de vital importancia para la supervivencia de la esencia de la Iglesia católica. En la noche del 27 de agosto de 1978, Juan Pablo I cenó con el cardenal Jean Villot, y confirmó a éste y a los demás miembros de la curia romana en sus cargos, a los que habían tenido que renunciar protocolariamente al morir Pablo VI. Pero en el transcurso de aquella cena hubo algo más. Luciani ordenó a Villot que iniciase inmediatamente una auditoría que abarcase todas las actividades del Vaticano –especialmente las de carácter financiero– sin excluir nada. Una vez que hubiera estudiado el informe, decidiría qué era lo que se debía hacer. Cuatro días después, el 31 de agosto, el diario de información económica Il Mondo publicaba una carta abierta dirigida al nuevo pontífice, hacía una petición recomendando una “limpieza” y mayor transparencia en las finanzas del Estado Vaticano. La carta, además, reseñaba con especial crudeza la figura de Paul Marcinkus: “Es sin duda el único obispo que forma parte de la junta directiva de un banco privado secular, que precisamente mantiene una de sus sucursales en uno de los paraísos fiscales más importantes del mundo; nos referimos al Banco Cisalpino Trasatlántico de Nassau, en las islas Bahamas”.
Pero Albino Luciani no necesitaba de estas llamadas de atención: quería una revolución que sirviera para devolver a la Iglesia a sus orígenes y a congraciarla de nuevo con las enseñanzas de Cristo. Ya el 28 de agosto había llamado mucho la atención su negativa a ser coronado y utilizar el trono o la tiara papales recargados de joyas engastadas. El papa nunca más sería un monarca coronado, sino un sencillo pastor de su rebaño, como el propio Jesús y sus Apóstoles lo habían establecido en sus prédicas. Acto seguido, Juan Pablo I se dirigió al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede y les dirigió estas palabras: “No tenemos bienes materiales que intercambiar ni intereses que discutir. Nuestras posibilidades para intervenir en los asuntos del mundo son específicas y limitadas y tienen un carácter pastoral”. Fueron muchos los que en esta declaración de intenciones vieron claro el fin del Banco Vaticano. En los mercados de valores internacionales se había generado una gran expectación por ver cuáles eran finalmente las decisiones que tomaba el nuevo papa. Lo único que quedaba por confirmar era saber lo lejos que estaba dispuesto a llegar Juan Pablo I en su reforma, algo que, para los especuladores que operaban cercanos a los intereses del Vaticano podía suponer la diferencia entre obtener nuevas y pingües ganancias o enfrentarse a la ruina de un día para otro. Además, había una importante cuestión pendiente. Si el papa quería una Iglesia pobre, ¿qué pensaba hacer con todas las riquezas acumuladas en el Vaticano durante siglos? Uno de los que se mostraban más nerviosos era el cardenal Villot, un masón al que las nuevas ideas de Juan Pablo I inquietaban profundamente. Las diferencias entre ambos fueron cada vez mayores, hasta hacerse insalvables y el papa Luciani no tardó en lamentar el haberle confirmado en su puesto como secretario de Estado.


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