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martes, 16 de enero de 2018

Los Rothschild y el origen de la teoría de la Conspiración

Los Rothschild fueron los principales instigadores de la Revolución francesa de 1789 que acabó con el binomio Monarquía-Iglesia, lo que se conocía como el Antiguo Régimen. La banca, ya internacionalizada, había apoyado el proceso revolucionario desde el principio. Pero además, algunos historiadores como Albert Matiez, señalan a Jacques Necker, director general de Finanzas y primer ministro con Luis XVI, Étienne Delessert, fundador y propietario de la Compañía Aseguradora Francesa, Nicolas Cindre, agente de Cambio y Bolsa, y un tal Boscary, presidente de la Caisse Descómete y titular de varios cargos políticos, como algunos de los más destacados banqueros que tomaron parte en la conjura. Agotado el periodo de la Convención, los hombres de negocios ocuparon la práctica totalidad de los puestos de importancia en la administración republicana que no tardó en degenerar en un auténtico baño de sangre. La dictadura del Terror impuesta por los jacobinos, consagrada en el Decreto del 14 de Frimario o diciembre de 1793, suspendía la Constitución, la división de poderes y los derechos individuales. Todo ello sumado a la creación de un Tribunal Revolucionario Sumarísimo, llevó al primer ensayo de instauración de un régimen totalitario en la Europa moderna, aunque ese dislate ha pasado a la historia como uno de los mayores hitos en la consecución de la democracia. Pese a alardear de su carácter anticlerical y antimonárquico, lo que incluía la persecución de la nobleza (sólo de la que permaneció fiel al catolicismo), una selecta élite contraria al ideario de igualdad, se hizo con el poder tras la caída de la Monarquía. Se calcula que el número de víctimas mortales durante ese periodo revolucionario rondó las 40.000 personas, de las cuales más de dos tercios fueron campesinos y obreros, y en torno a un 10% gentes de clase media: médicos, artesanos, granjeros, etcétera. Un escaso 6% fueron de origen aristocrático y un porcentaje similar pertenecía al clero. Buen ejemplo del tratamiento igualitario que los revolucionarios concedieron a las mismas clases sociales a las que supuestamente pretendían rescatar de la tiránica Monarquía.
Al fin, y como suele suceder en estos casos, la Revolución francesa acabó devorando a sus propios inspiradores y el ideal de fraternidad estalló definitivamente en mil pedazos cuando empezaron a sucederse las traiciones entre sus dirigentes y cabecillas. Herbert, por ejemplo, fue guillotinado con el visto bueno de Danton, y éste subió al patíbulo poco más tarde empujado por Saint-Just y Robespierre, quien, según algunas investigaciones posteriores, había sido designado en persona por el banquero Rothschild para acaudillar el movimiento revolucionario en Francia, al menos durante un tiempo. Las cabezas de Saint-Just y Robespierre también rodarían en la denominada Reacción de Termidor, que a su vez desembocó en el Directorio, constituido por masones como Joseph Fouché o el vizconde de Barrás. Este último, según varias fuentes, fue el encargado de designar a Napoleón para dirigir al Ejército francés, pese a su juventud e inexperiencia militar. Después vendría el golpe de Estado del 18 y 19 de Brumario, 9 y 10 de noviembre de 1799, en el que el protagonista absoluto fue el propio Napoleón, cuya popularidad estaba en todo su apogeo tras sus victorias en las campañas militares en Italia contra los enemigos de la Revolución, es decir, los patriotas italianos que luchaban por su propia independencia. Esas mismas fechas de noviembre fueron elegidas en 1918 para derrocar al káiser en Alemania, en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial. Por esas mismas fechas cayó el Muro de Berlín en 1989. Parece mucha casualidad. Más aún si tenemos en cuenta que el famoso Putsch de Múnich de 1923, el golpe de Estado fallido que prepararon Adolf Hitler, Ernst Hanfstaengl y Erich Ludendorff, también tuvo lugar en esas mismas fechas de noviembre. ¿Casualidad?
Coincidiendo con su estancia en Italia, Napoleón Bonaparte había ingresado en la logia masónica Hermes de rito egipcio, aunque según otros autores ya había sido iniciado en una logia marsellesa de rito escocés cuando sólo era un insignificante teniente del Ejército. Durante su dictadura siempre se rodeó de francmasones. Su hermano alcohólico, José, al que impuso como rey en España, donde recibió el apelativo popular de Pepe Botella, llegó a ser gran maestre masón. En una fecha tan simbólica como la Nochebuena del mismo año 1799, Napoleón impulsó la nueva Constitución, que estableció el Consulado (una dictadura dentro de un régimen aparentemente republicano, según el antiguo patrón romano) y permitió que una paz relativa se fuese instalando en el interior del país, una paz impuesta por la fuerza de las armas. A cambio, el dictador utilizó el fervor popular aún latente por las recientes victorias militares en el extranjero en su propio beneficio, fomentando un poderoso Ejército que asegurase su gobierno y lanzándolo después contra Europa para imponer en todos los países regidos por monarquías sus ideales revolucionarios es decir: someterse a la misma dictadura que había impuesto en Francia. Al principio, Napoleón sumó varias victorias, no todas de índole militar. En 1810, por ejemplo, confiscó de forma absolutamente ilegítima uno de los mayores tesoros documentales, si no el mayor, de Europa: los Archivos Vaticanos, que fueron trasladados a París para ser puestos a disposición de la francmasonería. Se ha estimado que fueron miles de valijas y legajos los que se trasladaron a París. La mayor parte fue devuelta al Vaticano tras la caída de Napoleón, pero no toda. Después de haber derrotado a todos sus enemigos, las tropas napoleónicas fracasaron en los dos extremos de Europa: en España y en Rusia.
La campaña de Napoleón en Rusia concluyó en el desastre más absoluto cuando los propios rusos incendiaron Moscú recién ocupada por los franceses, obligando así al ejército invasor a iniciar una retirada forzosa. Los granaderos franceses fueron aniquilados por el terrible frío y los cosacos. El historiador británico McNair Wilson, asegura que la verdadera razón que propició la caída de Napoleón fueron las medidas que éste tomó contra los intereses comerciales de los banqueros al organizar un bloqueo total contra Inglaterra, a la que siempre consideró su principal enemiga. En esto coincide con otros investigadores, según los cuales, Bonaparte no fue más que un instrumento, uno de tantos, en manos de los especuladores de la banca internacional. La misión encomendada a Napoleón consistía en edificar una Europa Unida bajo su autoridad, basada en los principios liberales que inspiraron la Revolución francesa, pero fue retirado del juego cuando fracasó en las campañas de Rusia y España y empezó a tomar sus propias decisiones en lugar de acatar las órdenes que recibía en secreto de sus antiguos benefactores. Es un hecho fehaciente que los hermanos Nathan y James Rothschild financiaron los ejércitos del duque de Wellington, a la postre, vencedor de Napoleón en el campo de batalla. Hay que decir también que esos banqueros fueron los mismos que en su día financiaron el fenomenal ejército napoleónico. Durante el breve y sobredimensionado imperio napoleónico, un auténtico Reino del Terror en media Europa, comenzó un nuevo ciclo político que permitió la expansión de los supuestos ideales revolucionarios, que no eran otros que los del mercantilismo y la banca privada internacionalizada. Exactamente lo que hoy representa la Unión Europea.


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