Los Rothschild fueron los
principales instigadores de la Revolución francesa de 1789 que acabó con el
binomio Monarquía-Iglesia, lo que se conocía como el Antiguo Régimen. La
banca, ya internacionalizada, había apoyado el proceso revolucionario desde el
principio. Pero además, algunos historiadores como Albert Matiez, señalan a
Jacques Necker, director general de Finanzas y primer ministro con Luis XVI,
Étienne Delessert, fundador y propietario de la Compañía Aseguradora Francesa,
Nicolas Cindre, agente de Cambio y Bolsa, y un tal Boscary, presidente de la
Caisse Descómete y titular de varios cargos políticos, como algunos de los más
destacados banqueros que tomaron parte en la conjura. Agotado el periodo de la
Convención, los hombres de negocios ocuparon la práctica totalidad de los
puestos de importancia en la administración republicana que no tardó en
degenerar en un auténtico baño de sangre. La dictadura del Terror impuesta por
los jacobinos, consagrada en el Decreto del 14 de Frimario o diciembre de 1793,
suspendía la Constitución, la división de poderes y los derechos individuales.
Todo ello sumado a la creación de un Tribunal Revolucionario Sumarísimo, llevó
al primer ensayo de instauración de
un régimen totalitario en la Europa moderna, aunque ese dislate ha pasado a la
historia como uno de los mayores hitos en la consecución de la democracia. Pese a alardear de su carácter
anticlerical y antimonárquico, lo que incluía la persecución de la nobleza
(sólo de la que permaneció fiel al catolicismo), una selecta élite contraria al
ideario de igualdad, se hizo con el poder tras la caída de la Monarquía. Se
calcula que el número de víctimas mortales durante ese periodo revolucionario
rondó las 40.000 personas, de las cuales más de dos tercios fueron campesinos y
obreros, y en torno a un 10% gentes de clase media: médicos, artesanos,
granjeros, etcétera. Un escaso 6% fueron de origen aristocrático y un
porcentaje similar pertenecía al clero. Buen ejemplo del tratamiento igualitario que los revolucionarios
concedieron a las mismas clases sociales a las que supuestamente pretendían
rescatar de la tiránica Monarquía.
Al fin, y como suele suceder en
estos casos, la Revolución francesa acabó devorando a sus propios inspiradores
y el ideal de fraternidad estalló definitivamente en mil pedazos cuando
empezaron a sucederse las traiciones entre sus dirigentes y cabecillas.
Herbert, por ejemplo, fue guillotinado con el visto bueno de Danton, y éste
subió al patíbulo poco más tarde empujado por Saint-Just y Robespierre, quien,
según algunas investigaciones posteriores, había sido designado en persona por
el banquero Rothschild para acaudillar el movimiento revolucionario en Francia,
al menos durante un tiempo. Las cabezas de Saint-Just y Robespierre también
rodarían en la denominada Reacción de Termidor, que a su vez desembocó en el
Directorio, constituido por masones como Joseph Fouché o el vizconde de Barrás.
Este último, según varias fuentes, fue el encargado de designar a Napoleón para
dirigir al Ejército francés, pese a su juventud e inexperiencia militar. Después vendría el golpe de Estado
del 18 y 19 de Brumario, 9 y 10 de noviembre de 1799, en el que el protagonista
absoluto fue el propio Napoleón, cuya popularidad estaba en todo su apogeo tras
sus victorias en las campañas militares en Italia contra los enemigos de la
Revolución, es decir, los patriotas italianos que luchaban por su propia
independencia. Esas mismas fechas de noviembre
fueron elegidas en 1918 para derrocar al káiser en Alemania, en las
postrimerías de la Primera Guerra Mundial. Por esas mismas fechas cayó el Muro
de Berlín en 1989. Parece mucha casualidad. Más aún si tenemos en cuenta que el
famoso Putsch de Múnich de 1923, el golpe de Estado fallido que prepararon
Adolf Hitler, Ernst Hanfstaengl y Erich Ludendorff, también tuvo lugar en esas
mismas fechas de noviembre. ¿Casualidad?
Coincidiendo con su estancia en
Italia, Napoleón Bonaparte había ingresado en la logia masónica Hermes de rito
egipcio, aunque según otros autores ya había sido iniciado en una logia
marsellesa de rito escocés cuando sólo era un insignificante teniente del
Ejército. Durante su dictadura siempre se rodeó de francmasones. Su hermano
alcohólico, José, al que impuso como rey en España, donde recibió el apelativo
popular de Pepe Botella, llegó a ser gran maestre masón. En una fecha tan
simbólica como la Nochebuena del mismo año 1799, Napoleón impulsó la nueva
Constitución, que estableció el Consulado (una dictadura dentro de un régimen
aparentemente republicano, según el antiguo patrón romano) y permitió que una
paz relativa se fuese instalando en el interior del país, una paz impuesta por
la fuerza de las armas. A cambio, el dictador utilizó el fervor popular aún
latente por las recientes victorias militares en el extranjero en su propio
beneficio, fomentando un poderoso Ejército que asegurase su gobierno y
lanzándolo después contra Europa para imponer en todos los países regidos por
monarquías sus ideales revolucionarios es decir: someterse a la misma dictadura
que había impuesto en Francia. Al principio, Napoleón sumó varias
victorias, no todas de índole militar. En 1810, por ejemplo, confiscó de forma
absolutamente ilegítima uno de los mayores tesoros documentales, si no el
mayor, de Europa: los Archivos Vaticanos, que fueron trasladados a París para
ser puestos a disposición de la francmasonería. Se ha estimado que fueron miles
de valijas y legajos los que se trasladaron a París. La mayor parte fue devuelta
al Vaticano tras la caída de Napoleón, pero no toda. Después de haber derrotado
a todos sus enemigos, las tropas napoleónicas fracasaron en los dos extremos de
Europa: en España y en Rusia.
La campaña de Napoleón en Rusia
concluyó en el desastre más absoluto cuando los propios rusos incendiaron Moscú
recién ocupada por los franceses, obligando así al ejército invasor a iniciar
una retirada forzosa. Los granaderos franceses fueron aniquilados por el
terrible frío y los cosacos. El historiador británico McNair
Wilson, asegura que la verdadera razón que propició la caída de Napoleón fueron
las medidas que éste tomó contra los intereses comerciales de los banqueros al
organizar un bloqueo total contra Inglaterra, a la que siempre consideró su
principal enemiga. En esto coincide con otros investigadores, según los cuales,
Bonaparte no fue más que un instrumento, uno de tantos, en manos de los
especuladores de la banca internacional. La misión encomendada a Napoleón
consistía en edificar una Europa Unida bajo su autoridad, basada en los
principios liberales que inspiraron la Revolución francesa, pero fue retirado
del juego cuando fracasó en las campañas de Rusia y España y empezó a tomar sus
propias decisiones en lugar de acatar las órdenes que recibía en secreto de sus
antiguos benefactores. Es un hecho fehaciente que los
hermanos Nathan y James Rothschild financiaron los ejércitos del duque de
Wellington, a la postre, vencedor de Napoleón en el campo de batalla. Hay que
decir también que esos banqueros fueron los mismos que en su día financiaron el
fenomenal ejército napoleónico. Durante el breve y sobredimensionado
imperio napoleónico, un auténtico Reino del Terror en media Europa, comenzó un
nuevo ciclo político que permitió la expansión de los supuestos ideales
revolucionarios, que no eran otros que los del mercantilismo y la banca privada
internacionalizada. Exactamente lo que hoy representa la Unión Europea.
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