La alquimia es el conjunto de especulaciones y
experiencias, casi siempre de carácter esotérico, relativas a las
transmutaciones de la materia, que influyó en el origen de la actual ciencia química y
tuvo como fines principales la búsqueda de la Piedra Filosofal y de la panacea
universal. Considerada como una ciencia, la alquimia se practicó en Oriente desde el siglo
IV a.C. hasta el surgimiento de la química y las ciencias naturales modernas, a
comienzos del siglo XVII. La Piedra Filosofal, llamada también «Magnus Opus» (la Gran
Obra) era según las antiguas creencias de magos y alquimistas, una piedra singular
con propiedades extraordinarias capaz de transmutar cualquier metal vulgar en oro,
curar todas las enfermedades, prolongar la vida e incluso otorgar la
inmortalidad. Debido a estas virtudes maravillosas, antiguamente fue un objeto
codiciado y muy buscado. Uno de sus más afamados buscadores fue el alquimista francés
Nicolás Flamel (†1418), que fue un rabino y burgués parisino del siglo XIV, de oficio escribano o notario público, copista y librero jurado, además de médico y alquimista;
aunque es sin duda un personaje histórico, las leyendas lo describen como
alquimista de suficiente habilidad para ejecutar la Gran Obra compuesta por una
parte sólida y otra líquida; la Piedra Filosofal, y capaz de transformar los
metales en oro y destilar el Elixir de Larga Vida.
Nicolás Flamel era un hombre muy letrado para su época.
Había aprendido el oficio de copista de su padre —quien había sido sofer
antes de su conversión forzosa al cristianismo, y comprendía correctamente el
hebreo y el latín. De acuerdo con la leyenda. En 1355, una época muy difícil para Francia porque se hallaba inmersa en la Guerra de los Cien Años contra Inglaterra, el enigmático Flamel, que a la sazón trabajaba de librero en París, se hizo con un grimorio alquímico, un libro de conjuros y fórmulas mágicas utilizado por los antiguos hechiceros —diferentes versiones aseguran que Flamel lo recibió de
un desconocido, que lo compró casi al azar o que le fue entregado por un ángel,
o por el diablo, en sueños—; pero los conocimientos contenidos en el libro excedían con creces los de Flamel, por lo que empleó más de 21 años en descifrarlo, aunque no logró desentrañar todos sus misterios. Por este motivo, Nicolás Flamel decidió viajar a España, donde consultó a las
autoridades sefardíes sobre la interpretación de la Cábala, así como a los prestigiosos traductores hispanoárabes de griego clásico —en la Edad Media las mejores
traducciones de esa lengua al latín, las hacían los amanuenses andalusíes en las universidades españolas—
hasta encontrar, después de preguntar a muchas personas, a un anciano
rabí en León que identificó la obra como el Aesch Mezareph del
Rabí Abraham, y enseñó a Flamel el lenguaje y el simbolismo para su correcta interpretación. La narración de todos estos hechos tiene lugar en su Libro
de las figuras jeroglíficas (1399) que describe brevemente al comienzo de dichas
peripecias en España, explicando Flamel a lo largo de la obra el magisterio filosofal descrito
como si de una peregrinación a Santiago de Compostela se tratara. Sin embargo,
algunas teorías apuntan a que dicho entramado tiene un significado mucho más
profundo, siendo reflejo de los misterios iniciáticos que se ocultan detrás de
esta obra. Entre otros misterios estaban el descubrimiento de la Piedra
Filosofal y la creación de homúnculos, hombres muy pequeños, mediante la palingenesia de las sombras para obtener la regeneración de un ser vivo, o el renacimiento de un ser muerto convertido en una suerte de cuerpo astral o fantasma.
Después de su misterioso peregrinaje por tierras de Castilla, Nicolás Flamel regresó a París en 1382 y desarrolló su actividad en medio del más absoluto secreto hasta que, en 1407, se hizo
construir una casa que todavía sigue en pie en el 51 de la Rué de Montmorency. A partir de entonces, Flamel empieza a financiar proyectos importantes como la edificación de capillas, asilos y hospitales. En vistas de su recién adquirida riqueza, el rey Carlos VI de Francia le pide que aporte oro a las arcas reales mediante su sistema de transmutación, por lo que debemos suponer que por entonces Flamel habría dado con el secreto para la transmutación del oro. Si no fue así, ¿de dónde salió dinero para construir su casa y financiar aquellas obras de beneficencia?
Entrando en el cenagoso terreno de la leyenda, se cuenta que
Flamel elaboró también un elixir que proporcionaba una extraordinaria longevidad a quien lo bebía, y que gracias este elixir él y su esposa alcanzaron la inmortalidad, pero no la conservación de la juventud. El elixir, de haber existido, debió ser inocuo, pues
ambos esposos fallecieron entre 1410 y 1418 y fueron enterrados en el cementerio
de Saint Jacques de la Boucherie. Cuando se exhumó el cuerpo algunos años después, los
sepultureros descubrieron que la tumba de Flamel estaba vacía, posiblemente porque había
sido saqueada por ladrones en busca de joyas y objetos de valor que pudiesen vender a otros
alquimistas y nigromantes, cosa habitual en la época medieval. Pero todo esto no hizo
más que reforzar los rumores que circulaban acerca de su inmortalidad, al igual
que las historias sobre sus andanzas de juventud recorriendo países exóticos como la India y Turquía.
Curiosamente, ninguna de estas leyendas hacía referencia a su viaje iniciático
a España, donde sí estuvo. Con el tiempo su leyenda llegó a confundirse con la
del Judío Errante, que recorría el mundo desde los tiempos de Cristo a causa de una maldición. Su lápida
se conserva en el Museo de Cluny.
La legendaria Piedra Filosofal, capaz de transformar
cualquier metal en oro, ha sido perseguida por otros alquimistas, además de Nicolás Flamel, durante siglos. También muchos hombres de ciencia se han interesado en
su fórmula, incluido el mismísimo Isaac Newton. Un manuscrito del siglo XVII atribuido
al físico británico pone de manifiesto su curiosidad por la alquimia y describe
experimentos llevados a cabo por otro químico para conseguir el «mercurio
filosofal», considerado un ingrediente primordial para obtener la legendaria sustancia
química. El libro de notas de Isaac Newton fue adquirido por una sociedad filantrópica estadounidense, la Chemical Heritage Foundation (CHF) después de haber permanecido en una
colección privada durante décadas. Sin embargo, el valioso manuscrito de Isaac Newton es, en realidad, la copia de un
texto apócrifo redactado en latín. En él se describe un procedimiento
para obtener el mercurio filosofal, «que se consideraba una sustancia que
podía ser utilizada para descomponer los metales en sus partes
constituyentes», explica James Voelkel, comisario de libros raros de la CHF, en
Chemistry World. «La idea era que si se rompen los metales, a continuación se
pueden unir de nuevo obteniendo diferentes metales, fue parte del proceso para obtener la Piedra Filosofal, una sustancia mítica que los
alquimistas creían que podía convertir el plomo en oro». Es probable que Newton utilizara el texto apócrifo como
referencia a la hora de realizar sus propios experimentos alquímicos, aunque no
está claro si alguna vez trató de hacer mercurio filosofal. No hay ninguna
mención al proceso en su cuaderno de laboratorio, que en la actualidad se
conserva en la Universidad de Cambridge en Inglaterra. Pero Voelkel considera
que no sería extraño que lo hubiera intentado. El manuscrito original que Newton copió, incluía la
descripción de dos tipos de piedras: la roja; que transformaba los metales
impuros en oro; y la blanca, que transformaba los metales vulgares en plata. Una teoría atribuida a los grandes alquimistas hispanoárabes
y sefardíes aseguraba que el que consiguiera la Piedra Filosofal sería capaz de
transformar en oro no sólo los metales, sino cualquier otro objeto. Una tercera
teoría hablaba de la Piedra Filosofal como de una metáfora para alcanzar la
perfección, donde el ser humano sería el metal impuro que poco a poco va
alcanzando la perfección hasta convertirse en oro espiritual. Aunque existían muchas teorías en torno a la verdadera
naturaleza de la Piedra Filosofal, es un hecho que los grandes alquimistas la buscaron por doquier utilizando todos los medios a su alcance, incluso intentaron clonarla en
sus rudimentarios laboratorios y de ahí surgió una plétora de tratados alquímicos sobre la
materia y las diferentes etapas para transformar un metal vulgar en oro, etapas
que se llevan a cabo a través de varios años y que pueden resultar muy peligrosas, pues
el alquimista, a lo largo del proceso utiliza materiales peligrosos,
como es el caso de la pólvora y los ácidos corrosivos. El alquimista Basilio Valentín realizó varios
estudios sobre metalurgia y en sus investigaciones sobre la Piedra Filosofal la
describió como un material cristalizado que, a medida que se estabiliza, alcanza
un estado sólido. En el siglo XIII el teólogo y filósofo español Raimundo Lulio dijo que la Piedra
era de color rojo rubí. Por su parte, el alquimista francés Claude Guillermet
Bérigard sostenía que la Piedra Filosofal era del color de la adormidera silvestre
y que olía a sal marina calcinada. Sin embargo, la gran mayoría de textos
alquímicos decían que la Piedra podía ser sólo de tres colores, dependiendo de
la etapa del magisterio o proceso alquímico en que se hallase: negro, si estaba
en etapa de putrefacción; blanco, cuando estaba en etapa de destilación, y rojo en la etapa final, cuando ya podía ser utilizada para transmutar los
metales. Además del texto apócrifo copiado por Isaac Newton, su
manuscrito incluye la descripción de uno de sus experimentos, una fórmula para
la destilación de un espíritu volátil de mineral de plomo. Se cree que autor del documento original era un alquimista
muy popular en la época, conocido como Eirenaeus Philalethes. Los historiadores
saben ahora que ese nombre era un seudónimo empleado por el químico George
Starkey, educado en Harvard. El científico se trasladó a Inglaterra en 1650 y
trabajó con algunos de los químicos más eminentes de la época, entre ellos Robert
Boyle. Aunque no es posible decir con exactitud cuándo fue escrito
el manuscrito apócrifo original, la copia de Newton puede ser anterior a la
primera versión impresa conocida del manuscrito original publicada en 1678. El
manuscrito copiado contiene algunos errores que Newton detectó y corrigió entre
corchetes. Hasta fechas recientes, el contenido del manuscrito original
apócrifo, así como las copias del texto que copió y corrigió Newton, no se habían
hecho públicos. Formaban parte de un lote de documentos vendidos por los
herederos de Newton en la galería Sotheby de Londres en 1936. En esa época, en medio de la Gran Depresión y en vísperas de
otras guerra, muchos textos originales y manuscritos fueron vendidos por sus
propietarios a coleccionistas privados, pero a lo largo de los años la mayoría
han sido donados o vendidos de nuevo a instituciones públicas. La mayor parte de los manuscritos y cuadernos de notas de Isaac Newton se guardan
en la Universidad de Cambridge, donde llevó a cabo sus investigaciones. Pero el misterio que aún no se ha resuelto es quién era
el autor del manuscrito original en el que se inspiró Newton.
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