En estos días,
además del bicentenario de Karl Marx, se conmemora el 50 aniversario del Mayo
Francés de 1968, una de las mayores acciones acometidas por la CIA en Europa, y que tenía por objetivo provocar la caída del presidente Charles de Gaulle por
haber seguido adelante con su programa nuclear y negarse a que la OTAN
mantuviese sus bases militares en Francia. El Partido Comunista francés, y
todas las formaciones de izquierda de aquel país, llevan cincuenta años
proclamando que no tuvieron nada que ver con la organización de la pantomima
del Mayo Francés. Sin lugar a dudas, 1968 también fue un año dramático en Estados
Unidos: asesinaron a Martin Luther King y al senador Robert Kennedy que
presentaba su candidatura a la presidencia de ese país. Su hermano, el
presidente John F. Kennedy, había sido asesinado cinco años antes. Un
magnicidio que conmocionó al mundo.
Los
servicios secretos norteamericanos sembraron Europa de sangrientos atentados
durante dos décadas con el propósito primordial de desestabilizar a varios
gobiernos democráticamente elegidos y desembarazarse de los políticos incómodos
y poco dispuestos a plegarse a los intereses de Estados Unidos. Tras el
escándalo Andreotti se extendió por toda Europa una gran indignación por las
actividades clandestinas de la red Gladio y el asunto se investigó en diversos
países europeos además de Italia. Sin embargo, cuando Sadam Hussein invadió
Kuwait el 2 de agosto de 1990, el escándalo por las actividades ilegales de la
Gladio fue desplazado de las portadas de los periódicos y convenientemente
silenciado.
Veintiocho
años después de la confirmación de su existencia por Giulio Andreotti, la
Gladio y la trama de organizaciones paramilitares secretas de la OTAN, siguen generando una gran
cantidad de preguntas que han quedado sin respuesta, pero la existencia de la
Gladio ha sido confirmada por varios jefes de Estado, por tres investigaciones
parlamentarias (en Italia, Bélgica y Suiza), y en especial por una extraña
denegación y subsiguiente confirmación de su existencia por parte de la propia
OTAN en 1990. Aun así, aparte de aquellos involucrados en la red, muy pocas
personas saben con certeza cómo funcionaba la misma, o cómo se definían sus
objetivos. Existen suficientes evidencias y testimonios personales que sugieren
vínculos con grupos terroristas de extrema derecha y de extrema izquierda
activos en las décadas de los años setenta y ochenta, y que la Gladio misma fue
responsable de la ejecución de la denominada estrategia de la tensión mediante
el uso premeditado del terrorismo de falsa bandera para crear pánico e influir en los resultados
electorales de distintos países y crear estados de opinión. Como sucedió en
España en octubre de 1982, cuando la gente fue a votar bajo el síndrome de que había
que afianzar la democracia amenazada por los sectores reaccionarios y el
Ejército. O en marzo de 2004, cuando la gente fue a votar conmocionada por los
terribles atentados de los trenes, cuya autoría sigue siendo un misterio.
Si
Gladio ha desaparecido definitivamente, o simplemente ha evolucionado hacia otro
tipo de organización criminal, como puede ser el terrorismo yihadista surgido
prácticamente de la nada, es algo que no sabemos con certeza. Pero varios
indicios sugieren que la red terrorista paramilitar nunca ha sido desmantelada,
sino que ha evolucionado. Es más, los atentados del 11 de marzo de 2004 en
Madrid indican claramente que la red terrorista sigue operativa, y que actúa de
forma intermitente.
En
mayo de 2002, durante la campaña para los comicios generales de Holanda, fue
asesinado el carismático y, según todas las encuestas, gran favorito para la
victoria final, el candidato de la derecha nacionalista, Pym Fortuyn. Entre
otras cosas, Fortuyn defendía la salida inmediata de Holanda de la Unión
Europea, así como el cierre de fronteras a la inmigración ilegal
extracomunitaria. Un ecologista de personalidad compulsiva llamado Volkert van
der Graaf le asesinó días antes de las elecciones y fue condenado a veinte años
de cárcel. Se utilizó un Oswald a la holandesa porque todavía no estaban de moda los lobos solitarios yihadistas.
Asimismo,
el presidente polaco Lech Kaczynski fallecía en un accidente aéreo a principios
de abril de 2010 cuando su avión se estrelló cerca del aeropuerto de Smolensk
en Rusia. A bordo viajaban 87 personas y no hubo supervivientes. Lech Kaczynski
se había distinguido por ser uno de los líderes políticos más reacios a hacer
nuevas cesiones de soberanía nacional a la Unión Europea. Kaczynski era, por
decirlo suavemente, un personaje incómodo en el seno de la UE.
Jörg
Haider, gobernador del estado austriaco de Carintia (gobernado por Haider desde
1999 ininterrumpidamente) y jefe de la Alianza para el Futuro de Austria,
defendía un programa político muy parecido al del holandés Pym Fortuyn. Haider
murió en octubre de 2008 en un grave accidente automovilístico al sur de la
ciudad de Klagenfurt. Iba solo al volante de su vehículo cuando se salió de la
carretera, en un adelantamiento, y se estrelló contra un pilar de hormigón.
Haider había sido una figura determinante en el panorama político austriaco de
los últimos 20 años. Su repentina muerte conmocionó a Austria en un momento de
especial incertidumbre, dos semanas después de las elecciones legislativas que
se saldaron con un nuevo triunfo de los nacionalistas. Dado que en el seno de
la UE no agradó lo que el electorado austriaco había decidido libremente en las
urnas, Bruselas impuso a Austria una batería de sanciones diplomáticas e Israel
retiró a su embajador. Cediendo a las presiones internacionales, Haider dejó a
sus colaboradores a cargo del gobierno y se retiró a la región de Carintia para
evitarle al país males mayores. El aviso fue demasiado claro y rotundo para
ignorarlo. En 2018 el gran amenazado es el húngaro Viktor Orban, que se
presenta ante su electorado como el gran defensor de la soberanía nacional
frente a las continuas injerencias de la Unión Europea y del especulador financiero George Soros, que pretende ahora establecer su cuartel general en Barcelona.
Viktor
Orban es el artífice de una mejora económica incuestionable en Hungría. Pero
ante todo es el defensor de la nación frente a una Unión
Europea que quiere inundar de refugiados el país e imponer también en Hungría una sociedad
multicultural y multirracial cargada de conflictividad como la alemana, la francesa, la sueca o la británica. A diferencia de lo que sucede en otros países, entre ellos España, de
los problemas con los inmigrantes y refugiados se informa puntualmente en los medios de comunicación húngaros, y se apela al
miedo sin complejos ni pudor en lo que Orban presenta en su discurso político
como la advertencia para que el pueblo húngaro no caiga en la trampa de ese mundialismo que se propone eliminar a las naciones liquidando sus señas de
identidad, tradiciones y esencia cultural, empezando por renegar del cristianismo en favor del islam. Una política suicida
Para
muchos investigadores, periodistas y escritores, estas muertes de políticos
poco proclives al proyecto soberanista de la Unión Europea, demuestran que una
red terrorista sigue actuando de forma contundente para influir en la política
interna de los países miembros de la Unión, y todo obedece a un plan bien
trazado: poner en marcha una segunda
estrategia de la tensión para acelerar el proceso de consolidación de la
Unión Europea como una realidad política supranacional y totalitaria. De ahí que, cuantos
ponen en duda la conveniencia de dicho proyecto desaparezcan inmediatamente de
la escena pública, o sean ejecutados sin contemplaciones. O, como en el caso de
Puigdemont y los secesionistas catalanes, sean bien acogidos en países
supuestamente tan europeístas como Bélgica y Alemania. Debilitar a los estados
soberanos, incluso ayudar a su disolución, como se hizo en la antigua Yugoslavia,
redunda en un mayor poder y ascendente de la Unión Europea. Por todo esto,
habría que preguntarse por qué Reino Unido decidió abandonar la Unión tras el
reñido referéndum de 2016 conocido como Brexit.
Sobre
la organización terrorista Gladio muchas preguntas han quedado sin respuesta
porque, aun en el caso de las investigaciones parlamentarias, más pronto o más
tarde aparece el insalvable obstáculo del secreto de Estado. Un representante
de la OTAN comentó lo siguiente a un periodista de la agencia de noticias Reuters el 15 de noviembre de 1990, poco
después del escándalo destapado por Andreotti: «No esperará usted que se
respondan muchas preguntas, aunque la Guerra Fría haya terminado. Suponiendo
que hayan existido vínculos [de la OTAN] con organizaciones terroristas, se
habrá enterrado ese tipo de información bien profundamente».
Investigaciones
llevadas a cabo en Bélgica durante la década de los noventa descubrieron
valiosos detalles sobre la estructura de la red Gladio. En ese país, como en
otros que formaban parte de la OTAN, el primer paso fue dado con la fundación
de un comité tripartito entre el país anfitrión, el Reino Unido y EEUU. En 1948 se creó un organismo general para coordinar a varios países de
Europa occidental, conocido como Comité Clandestino de la Unión Occidental [Western Union Clandestine Committee]. El
WUCC fue, en 1951, subordinado a la OTAN, y pasó a llamarse Comité de
Planeamiento Clandestino [Clandestine
Planning Committee]. Se fundó además un segundo organismo: el Comité
Clandestino Aliado [Allied Clandestine
Committee]. Después de que Francia abandonara la OTAN, los cuarteles
generales de estos comités fueron trasladados a Bruselas. En todos los casos
estas redes se organizaron de forma clandestina.
Las
organizaciones paramilitares secretas funcionaban como parte de la defensa colegiada occidental
frente a la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Pero la progresiva
captación por parte de la Gladio de elementos de la extrema izquierda hizo que
algunos se preguntasen si la auténtica función de la organización era crear la
resistencia de la defensa occidental en caso de invasión soviética o, por el
contrario, extender el caos en los países aliados.
Gladio
fue una red de terrorismo internacional organizada por los servicios secretos
de Estados Unidos y Gran Bretaña bajo el paraguas de la OTAN. Charles de Gaulle
lo comprendió inmediatamente y sacó a Francia de aquel embrollo, aunque le
costó lo suyo y a punto estuvo de ser asesinado en varias ocasiones por la OAS,
otra de las ramificaciones de la Gladio.
Para
desestabilizar al Gobierno de España, la Gladio puso en marcha el terrorismo de
extrema izquierda más brutal y sanguinario: ETA, GRAPO, FRAP… todas estas
organizaciones terroristas empezaron a funcionar en esa época, hacia 1968,
coincidiendo con el Mayo Francés, que fue la maniobra empleada por la CIA en Francia
para acabar con Charles de Gaulle.
El
supuesto riesgo (muy remoto) de una invasión soviética fue la excusa para que
norteamericanos y británicos ocupasen buena parte de Europa occidental. Uno de
los diseñadores de la Gladio fue Richard Helms, jefe de la CIA entre 1966-1973
y estrecho colaborador del presidente Richard Nixon. Las tácticas de terrorismo
utilizadas por la CIA no han cambiado mucho desde entonces, y las estaciones de
tren siguen siendo uno de sus escenarios preferidos, aunque ahora se atribuyan
los atentados al terrorismo islamista en lugar de a la extrema izquierda, como
sucedía en las décadas de 1970 y 1980.
En
Italia, por ejemplo, el terrible atentado de la estación de Bolonia de 1980,
muy parecido a los de Madrid del 11 de marzo de 2004, sigue aún vivo en la
memoria de los italianos. Aquel feroz ataque terrorista se cobró 85 víctimas.
Investigaciones realizadas para esclarecer la autoría del atentado se vieron
obstaculizadas constantemente por el servicio secreto y un sector de la Policía
y del estamento judicial italianos, reacios a tirar de la manta.
Ese
mismo año 1980, una bomba explotó en la Oktoberfest
de Múnich, matando a 13 personas. En un primer momento las investigaciones
policiales culparon a un supuesto activista de la extrema derecha de 21 años llamado
Gundholf Köhler, que oportunamente falleció en el atentado. Según la policía
alemana pertenecía al grupo Wehrsportgruppe
Hoffmann. Los propios expertos de la policía
reconocieron poco después que la bomba era demasiado compleja para haber sido
fabricada por una persona de 21 años, sin experiencia previa en la fabricación
de artefactos explosivos. En 1981, un año más tarde, la Policía descubrió un
enorme escondite de armas cerca del pueblo de Uelzen. La explicación oficial
fue que los terroristas habían ocultado las armas, las cuales estaban
controladas por un tal Heinz Lembke, pero la cantidad y el tipo de armamento
que se encontró puso muchos signos de interrogación sobre tan oportuna
explicación. Armas automáticas, equipos de guerra química y bacteriológica, 50
cañones anticarro, 156 kg de explosivos, 230 artefactos explosivos y 258
granadas de mano. ¡Demasiado sofisticado!
Varios
periodistas de investigación relacionaron a Heinz Lembke con el ejército
clandestino alemán BND. Posteriormente, las investigaciones oficiales
desmintieron cualquier vínculo entre Lembke y la masacre de Múnich. A Heinz
Lembke se le encontró muerto, ahorcado con una soga que jamás se aclaró de
dónde había salido y cómo llegó hasta él mientras se encontraba bajo custodia
policial en 1981.
En
el caso de la masacre de la estación de Bolonia está probado que miembros de
los servicios secretos italianos suministraron falsa información y colocaron
una falsa bolsa con explosivos en un tren, lo que nos lleva a deducir que tuvo
que existir una relación entre los que colocaron las bombas y los que les
encubrieron. Las analogías entre la masacre de Bolonia en 1980 y la de Madrid
en 2004 son innegables. Este terrorismo teledirigido que se desarrolló con
especial virulencia en el decenio 1975-1985, no afectó solamente a Italia y
Alemania. En Bélgica, una extraña operación se llevó a cabo en 1984 en las
cercanías de Vielsalm, municipio de Valonia. Un pelotón de marines
estadounidenses saltaron en paracaídas sobre Bélgica y a su encuentro salió un
miembro del servicio de la inteligencia militar belga. Se ocultaron durante dos
semanas antes de atacar la comisaría de Vielsalm, como parte de un ejercicio
que llamaron Operación Oesling
durante el cual mataron a un agente de la policía belga. Un militar
estadounidense resultó herido durante la operación, perdiendo un ojo. En un
principio se creyó que el ataque había sido un acto de terrorismo, pero más
tarde se probó que había sido una operación militar secreta conjunta belga-estadounidense,
tal como lo confirmaron las investigaciones del Senado belga en 1991. Otros
ataques sucedieron a éste en los cuales, tal como en el caso de Vielsalm, las
armas y la munición de guerra fueron confiscadas. Armas que llegaron subsiguientemente
a manos de grupos extremistas. Una pregunta fundamental dentro de la
investigación efectuada por el Senado belga sobre la red de ejércitos
clandestinos fue si había tenido algo que ver con las famosas masacres de
Brabante en la década de los ochenta. Éstos fueron una serie de ataques que se
llevaron a cabo en los municipios del extrarradio de Bruselas durante unos dos
años. Joyerías, restaurantes, bancos e incluso supermercados, se vieron atacados
por bandas paramilitares compuestas por hombres despiadados y armados hasta los
dientes. En todos los ataques realizados en aquella época en Bélgica, los
delincuentes se llevaban pequeñas sumas de dinero, aunque actuaban como
profesionales coordinados y empleaban una brutalidad inusitada. Un fenómeno que
se está dando en España desde hace varios años, atribuyéndose estos robos a
supuestas bandas paramilitares procedentes del este de Europa y compuestas por
antiguos miembros de las Fuerzas Armadas de esos países.
El
9 de noviembre de 1985, un grupo armado penetró en un supermercado y abrió
fuego indiscriminadamente. Era sábado por la tarde y el centro comercial estaba
abarrotado de gente. Ocho personas perdieron la vida, algunos mientras intentaban
escapar. El dinero que se llevaron los atracadores ascendió a unas 2000 libras
esterlinas, un mísero botín que fue encontrado en un canal metido en una bolsa
de plástico sin abrir. La investigación encargada por el Senado belga y las
autoridades judiciales determinó, más allá de cualquier duda, que el móvil de
aquel ataque al supermercado no fue el dinero. Sin embargo, y debido a una
especie de resistencia burocrática por parte de los servicios secretos y de la
inteligencia militar belga, la investigación no logró establecer ninguna
relación entre los asesinatos y la organización terrorista Gladio.
Lyndon
LaRouche es un reconocido filántropo norteamericano que lidera varias
organizaciones políticas en los Estados Unidos y otros países. Es el fundador y
editor de la revista Executive
Intelligence Review (Informe de Inteligencia Ejecutiva), una agencia
independiente de noticias y análisis de información mundial, elemento principal
del movimiento que LaRouche lidera. El día de los atentados en Madrid, el 11 de
marzo de 2004, Lyndon LaRouche emitió un comunicado descartando la idea de que
los ataques terroristas hubiesen sido realizados por el grupo terrorista vasco
ETA o por terroristas musulmanes, y comentó que la atrocidad de Madrid le
recordaba el ataque en 1980 a la estación de tren de Bolonia y, en general, a
la estrategia de la tensión a través
del terrorismo desarrollada por la Gladio en Italia a comienzos de los ochenta.
En los siguientes días, varios expertos entrevistados por EIR, como también comentaristas
de periódicos independientes apuntaron en la misma dirección: los atentados de
los trenes en Madrid fueron planificados por servicios secretos occidentales,
en necesaria connivencia con miembros de la policía y fuerzas de seguridad del
Estado.
Entre
1969 y 1974, Italia fue sacudida por una serie de ataques terroristas mediante
bombas. El comienzo de este periodo, que más tarde fue denominado la estrategia
de la tensión, está oficialmente marcado por la bomba del 12 de diciembre de
1969 que explotó dentro de la Banca
Nazionale dell’Agricoltura en la Plaza Fontana de Milán, conocida como la
masacre de Piazza Fontana, en la cual 16 personas fueron asesinadas y 58
heridas. El final de la estrategia de la tensión, considerado estrictamente,
está marcado por la bomba en el tren Italicus,
el 4 de agosto de 1974, en San Benedetto Val di Sambro, que mató a 12 personas
e hirió a 105. Durante este periodo hubo al menos cuatro intentos conocidos de
golpe de Estado en Italia.
Pero
la mayor masacre terrorista hasta entonces, tuvo lugar seis años después, el 2
de agosto de 1980 en Bolonia, cuando una maleta que contenía unos 20 kg de
explosivos detonó en la estación de trenes, matando a 85 personas e hiriendo a
más de 200. La responsabilidad fue oficialmente reivindicada por un grupo
terrorista de extrema derecha llamado Nuclei
Armati Rivoluzionari (NAR). Pero aquí hay una severa incongruencia, puesto
que el término revolución o revolucionario no forman parte ni del
lenguaje ni del ideario de la extrema derecha, ni en Italia ni en ningún otro
país occidental. Es algo tan chocante como que una organización de extrema
izquierda se proclamase tradicionalista
o nacionalista.
El
atentado de Bolonia, por la época en que tuvo lugar, no pertenece estrictamente
a la llamada estrategia de la tensión, no estaba relacionado con ningún plan
para llevar a cabo un golpe de Estado o cambio brusco del Gobierno italiano de
entonces. Sin embargo, las organizaciones terroristas involucradas eran
comandos autónomos del periodo de la estrategia de la tensión que se habían
reorganizado. Como en el atentado de la Piazza Fontana y otros casos, se
produjo un encubrimiento sistemático de los autores de las masacres por parte
de ciertos sectores dentro de las Fuerzas Armadas, la Policía y los Servicios Secretos
italianos.
Varias
investigaciones judiciales y parlamentarias han establecido que existe una
relación entre la matanza de Piazza Fontana, las bombas del tren Italicus y la masacre de 1980 en la
estación de ferrocarril de Bolonia. Destacan la investigación oficial por los
atentados de Bolonia, y la más reciente por los de la Piazza Fontana iniciada
por el fiscal Guido Salvini en 1992 en Milán, y los resultados del Comité
Parlamentario para la Identificación de los Autores de las Masacres Terroristas
que trabajó en las investigaciones entre 1994 y 2001. El juicio por el atentado
en la estación de Bolonia en 1980 finalizó con la condena de Valerio Fioravanti
y Francesca Mambro como autores materiales de las masacres y del inquietante
Licio Gelli, perteneciente a la logia masónica P2, implicada también en el
asesinato del papa Juan Pablo I en 1978 y en varias muertes que siguieron al
escándalo del Banco Ambrosiano en 1982 y que dejaron un sangriento rastro de
cadáveres.
La
atrocidad cometida en Madrid el 11 de marzo de 2004 ha planteado la necesidad de una investigación seria sobre las actividades terroristas encubiertas
llevadas a cabo por los servicios secretos norteamericanos en España. El
terrorismo islamista es una marca blanca del terrorismo de Estado que la CIA y
la OTAN (Gladio) han venido ejecutando en Europa en las últimas cuatro décadas.
Una organización terrorista precisa de amplios recursos logísticos y de mucho
dinero para su financiación. Después, para el encubrimiento de semejantes
crímenes, hay que disponer del poder para hacerlo: una organización integrista
del tres al cuarto, como la supuesta célula de Al-Qaeda en España, carece del
poder necesario para controlar a los medios de comunicación, a las instituciones,
a los jueces, a la Policía y al CNI, los Servicios Secretos españoles.
Los
atentados del 11-M fueron llevados a cabo por la CIA-OTAN para hacer creíble la
existencia de una amenaza terrorista del integrismo islámico más allá de las
fronteras de los Estados Unidos y, de paso, para dividir a la sociedad española
con vistas a abonar el terreno para una guerra civil que culminará con la
secesión de algunos territorios de España, especialmente Cataluña y Vascongadas,
y con la pérdida de otros que serán anexionados por Marruecos: Ceuta y Melilla
y, posiblemente, las islas Canarias.
A
principios de 2017 una expedición británica detectó en uno de los montes
submarinos a unos 250 km del archipiélago Canario hasta 2.670 toneladas de un
material estratégico para el desarrollo de nuevas tecnologías como la telefonía
móvil o las placas solares. Su gran valor económico despertó inmediatamente el
interés de varios países que cuentan con permisos de exploración de metales en
esta dorsal del Atlántico. Entre ellos se encuentran Alemania, Rusia, China,
Corea del Sur e India. Francia, por su parte, anunció la llegada de una misión
científica a la zona para analizar el lecho marino. Los británicos ya explotan
los yacimientos petrolíferos en una joint
venture con Marruecos y Portugal se
aseguró su parte en el botín del telurio en 1996 cuando Aznar renunció a la
soberanía sobre las islas Salvajes. En disputa entre los dos países ibéricos,
el caso tenía que verse en la Sociedad de Naciones en 1936, pero los lusos
aprovecharon el inicio de la guerra civil española para apropiarse del
archipiélago. Por otra parte, una extraña campaña llevada a cabo en Canarias
impidió a la petrolera Repsol seguir adelante con la exploración de yacimientos
petrolíferos en sus aguas aduciendo motivos de preservación del medio ambiente.
Marruecos y Reino Unido explotarán en exclusiva ese yacimiento ante la
incomprensible desidia española. ¿Animó alguna potencia extranjera a los ecologistas canarios para que se opusiesen a las prospecciones?
Repasar
la historia de los atentados terroristas cometidos en Europa en las tres
últimas décadas, así como las guerras balcánicas de los años noventa, puede
resultar esclarecedor y útil para establecer algunos paralelismos inquietantes.
La técnica adoptada en la atrocidad de Madrid, la colocación de bombas simultáneas
en trenes, no es nueva. La masacre de 1969 en Piazza Fontana fue precedida por
una serie de acciones demostrativas que comenzaron en la noche del 8 al 9 de
agosto, con diez bombas colocadas en diez trenes diferentes. Ocho de las
cuales, de baja potencia, hicieron explosión. Esas bombas fueron colocadas por
la organización neofascista llamada Ordine
Nuovo, pero los investigadores fueron conducidos a la creencia de que
fueron activistas de extrema izquierda [anarquistas] quienes lo hicieron. Hubo
nuevas acciones demostrativas en los meses siguientes al atentado, hasta que el
12 de diciembre de ese mismo año, se produjo lo que podríamos calificar de
salto cualitativo en la ejecución de aquellas acciones terroristas. Una serie
de potentes bombas detonaron en la Piazza Fontana de Milán, pero también en
Roma, donde tres artefactos hirieron a 13 personas. Por suerte, otra bomba
colocada en el centro de Milán, en la Piazza Scala, no estalló.
Aquí
nos encontraos con dos elementos que nos recuerdan claramente los atentados de
Madrid: bombas y trenes. Se trata de que la acción terrorista sea brutal y que
mate indiscriminadamente. En lugar de los actuales yihadistas, los supuestos
terroristas de entonces eran activistas de extrema derecha o de extrema
izquierda. Así, los auténticos autores de la masacre de Milán y sus
encubridores guiaron a la policía y a los fiscales hacia la búsqueda de los asesinos
en la extrema izquierda, eligiendo finalmente a los anarquistas como
perpetradores del atentado de Piazza Fontana en agosto de 1969.
Dos
conocidos anarquistas, Pietro Valpreda y Giuseppe Pinelli, fueron
inmediatamente arrestados. Pinelli murió esa misma tarde al saltar desde una
ventana de las dependencias policiales donde estaba siendo interrogado. La
investigación oficial de su muerte concluyó que se trataba de un suicidio.
Valpreda pasó varios años en prisión hasta que fueron retiradas todas las acusaciones
y fue excarcelado. No obstante, varios testigos oculares, entre ellos un
taxista, que aseguraron haber visto a unos individuos sospechosos poco antes de
la explosión y haber declarado que podrían reconocerles, murieron en extrañas
circunstancias nunca aclaradas.
Como
en otros casos más recientes y cercanos, el encubrimiento de los auténticos
autores de los asesinatos y actos de terrorismo fue orquestado desde el ministerio
del Interior, del que dependían la policía y una oficina llamada Ufficio Affari Riservati (UAR), una especie
de agencia de inteligencia interior, cuyo jefe era Federico Umberto d’Amato
antiguo agente doble italiano que había iniciado su carrera durante la Segunda
Guerra Mundial bajo las órdenes de James Angleton, a la sazón jefe de
operaciones de la Office of Strategic
Services (OSS) en Italia. En aquella época la OSS (futura CIA) estaba
supervisada por la Inteligencia Militar norteamericana y el MI6 británico.
Terminada la guerra, y gracias al determinante apoyo de James Angleton, D’Amato
fue nombrado director ejecutivo de la Secretaría Especial de la OTAN, actuando
como enlace entre esta organización y los servicios secretos de los Estados
Unidos.
Guido
Salvini, fiscal de Milán, había establecido que Delfo Zorzi, el terrorista
inicialmente condenado, y después declarado inocente, por haber colocado la
bomba de Piazza Fontana, había sido reclutado por D’Amato en 1968. Pero el
fiscal Salvini descubrió mucho más. Un testigo, Carlo Diglio, decidió en 1992
colaborar en las investigaciones y reveló que había trabajado como infiltrado
en el grupo de Zorzi para la inteligencia militar norteamericana encuadrada
dentro de la comandancia de la OTAN en Verona. Los servicios secretos
norteamericanos estaban al corriente del atentado que Diglio y los suyos
preparaban para el 8 de agosto y el 12 de diciembre. El superior inmediato de
Diglio, el capitán de la US Navy
David Garrett, señaló más tarde que las órdenes eran que todas las acciones
debían ser meras demostraciones de fuerza, sin que produjesen víctimas. Por su
parte, Carlo Diglio admitió que Garrett estaba en permanente contacto con Pino
Rauti en Roma, líder de la organización masónica Ordine Nuovo (ON), de la que Zorzi era uno de sus dirigentes en la
región de Véneto. Según las revelaciones de Diglio, el segundo participante en
la acción de Piazza Fontana, Carlo Maria Maggi, era líder de la célula de ON en
el Véneto y el tercero, Giancarlo Rognoni, era también miembro de la
organización ON en Milán, y se encargó de facilitar apoyo logístico.
En
1971, dos miembros de Ordine Nuovo,
Franco Freda y Giovanni Ventura, fueron arrestados en relación con la
investigación de los atentados de Piazza Fontana, así como con otras acciones
terroristas menores. Sin embargo, cuando los dos fiscales de Milán encargados
de la investigación, Gerardo D’Ambrosio y Emilio Alessandrini estaban cerca de
desenmascarar a la práctica totalidad de los componentes de la red terrorista y
a su cúpula directiva, la titularidad de la investigación les fue arrebatada y
trasladada a la ciudad de Catanzaro, en el sur de Italia, donde Freda y Ventura
fueron exculpados y declarados inocentes en la vista.
La
tenacidad del antiguo fiscal de Milán, Guido Salvini, que prosiguió con las
investigaciones al margen de presiones políticas, obtuvo como resultado que
varios testigos asegurasen que fue Franco Freda quien compró los temporizadores
usados en las bombas, y que fue Giovanni Ventura quien los instaló en los
artefactos explosivos. Pero ni Freda ni Ventura pueden volver a ser juzgados
por un delito del que ya fueron absueltos. En
1969 el objetivo del plan urdido por los servicios secretos norteamericanos
consistía, básicamente, en desestabilizar Italia. Presentar a una derecha
neofascista dispuesta a hacerse con el poder a toda costa, para que así los
socialistas fuesen excluidos del Gobierno y los comunistas del influyente PCI
diesen algún paso en falso que propiciase la intervención de la OTAN. Pero el
primer ministro italiano, Mariano Rumor no mordió el anzuelo, bien aconsejado por
el ministro de Exteriores de entonces, Aldo Moro, que se enfrentó al presidente
de la República (jefe de Estado) Giuseppe Sagarat, para disuadirle de sus
intenciones de declarar el estado de Emergencia. Hubo una gran crisis de
Gobierno, pero en apenas tres meses, gracias a la mediación de Aldo Moro en
buena parte, el presidente de la República logró reunir otro gabinete y superar
la crisis.
La
actuación de Aldo Moro y su partido, la Democracia Cristiana, fue decisiva para
superar la crisis. Pero no era la primera vez que Moro se enfrentaba a la
amenaza de un golpe de Estado. En 1964, cuando él, como primer ministro, estaba
negociando el primer gobierno con participación socialista, el presidente de la
República, el cristianodemócrata Antonio Segni le hizo a saber que un
importante sector del partido y de la oligarquía empresarial y financiera no
veían con buenos ojos la inclusión de los socialistas en el Gobierno. Segni
transmitió a Moro el mensaje que le había hecho llegar el coronel Renzo Rocca,
jefe de la división económica del SIFAR, el servicio secreto militar italiano.
Rocca (quien después de su periodo en el SIFAR fue recolocado en la fábrica de
automóviles FIAT en Turín) informó a Segni de que el establishment financiero y empresarial preveía una crisis económica
catastrófica si los socialistas participaban en el Gobierno de coalición. El
presidente de la República, Antonio Segni, fracasó en su intento de disuadir a
Aldo Moro y en consecuencia tuvo que abandonar la presidencia el 6 de diciembre
de 1964 tras sufrir un serio accidente cerebrovascular que le dejó hemipléjico.
La
peor amenaza para que los especuladores puedan llevar a cabo sus planes de
sometimiento de un país, como era el caso de Italia en aquella época, o de
España en 2018, que ve amenazada su integridad territorial por los secesionistas catalanes,
es que se cree un Gobierno de coalición, en el que, aparcando sus diferencias,
participen las principales fuerzas políticas, con un propósito bien definido:
sacar al país de una crisis, ya sea esta política, económica o social.
Desgraciadamente, esto no se está dando en España.
Como
medida de presión, el presidente de la República italiana, Antonio Segni,
manifestó su intención de retirarle el mandato de Gobierno al primer ministro
Aldo Moro, y dárselo a un tecnócrata, Cesare Merzagora. Además, Segni recibió
ayuda del vicepresidente de la comisión europea, el socialista Robert Marjolin,
quién atacó públicamente el programa de gobierno de Moro en nombre de la
Comunidad Económica Europea. Robert Marjolin se había reunido con Segni en
París unos meses antes para diseñar la estrategia a seguir contra Moro.
Aldo
Moro y sus aliados se tomaron las amenazas de Segni muy en serio, y así, el
Gobierno de centro-izquierda, un proyecto que comenzó Moro en 1960 y que
contaba con la ayuda de la administración Kennedy, ya nació como un caso
perdido. Kennedy murió asesinado en Dallas el 22 de noviembre de 1963 y Aldo Moro fue
secuestrado y asesinado por las Brigadas Rojas en mayo de 1978. Ahora bien:
¿qué motivo podían tener los supuestos guerrilleros comunistas de las Brigadas
Rojas para asesinar al líder de la Democracia Cristiana que siempre había
abogado por el entendimiento con el Partido Comunista y con los socialistas
italianos? Ninguno, salvo que dichos guerrilleros de extrema izquierda fuesen
en realidad hombres de los servicios secretos, agentes de la CIA o mercenarios
de la Gladio, interesados en debilitar al Gobierno italiano.
El
11 de marzo de 2004 se consumó la peor pesadilla para España. Aquellas
explosiones rompieron el consenso de la transición y de la Constitución de 1978, y lo que vino después es un triste capítulo de
nuestra Historia que aún no ha terminado de escribirse. Inmediatamente después
de las explosiones, una parte de la sociedad y de la clase política
españolas se empeñó en humanizar a ETA: "no fueron ellos, nunca se atreverían a semejante
masacre, los etarras avisan antes, matan selectivamente, aunque a veces haya
que lamentar daños colaterales. Lo de Hipercor
fue un error de cálculo. Los etarras avisaron, la culpa fue de la Policía que
no desalojó el supermercado."
Éstas fueron algunas de las majaderías que se
escucharon ese aciago 11 de marzo. Catorce años después, y sin saber quién
asesinó a 193 personas en Madrid, una parte de la sociedad española ha asumido
que el brutal atentado de los trenes no había sido obra de la recientemente
disuelta banda terrorista ETA. En meses y años que siguieron a los atentados,
cuantos desconfiaron o criticaron la sentencia del juez Gómez Bermúdez —que
luego enmendó el Supremo— por haber dejado un crimen irresuelto sin arma
homicida y sin autor conocido, fueron sistemáticamente machacados. Era obvio
para ellos que, si no había sido ETA, la culpa era de Aznar por haber provocado a
los marroquíes con su respuesta a la crisis del Perejil dos años antes, o por su
apoyo a la guerra de Irak en 2003 y llevarse bien con Bush, o por sus
políticas neoliberales. Allí estaban los futuros cabecillas de Podemos gritando sus manidas consignas antisistema en las sedes del
PP, los mismos que hoy ayudan a la banda terrorista a presentarse en sociedad,
o que apoyan a los secesionistas catalanes. Por mucho que digan ahora que el estado de Derecho ha derrotado a los terroristas, lo cierto es que ETA derrotó
a España el 20 de diciembre de 1973, y revalidó su victoria el 11 de marzo de 2004, aunque los etarras no pusiesen las bombas en los trenes. El PSOE ganó unas elecciones que nunca
debieron celebrarse después de los atentados y un desconocido
Zapatero se convirtió en presidente. Un presidente insulso con el que ya venían
hablando los etarras desde 2000 mientras firmaba el Pacto por las Libertades y contra el
Terrorismo. Si no había sido ETA y la culpa era de Aznar por haberlo sugerido
en el primer momento tras los atentados, nada de lo que Aznar hizo en la lucha
contra ETA valía. Un periodista de medio pelo llamado Antonio Ferreras se
encargó de difundir el bulo de la autoría yihadista a las pocas horas del
atentado, cuando no había confirmación de la Policía ni de los servicios de
inteligencia. Esa teoría se propagó como un reguero de pólvora por España y el
resto del mundo exculpando a los etarras. La banda se encargaría de recordar su
presencia ese mismo año 2004 con decenas de bombas sin muertos. Luego llegarían
los cadáveres colaterales y los que siempre ponen encima de la mesa para subir
una apuesta: los del accidente de la T4, Carlos Alonso Palate y Diego Armando
Estacio; los guardias civiles Raúl Centeno y Fernando Trapero en Capbreton; el
exconcejal socialista Isaías Carrasco, en vísperas de las elecciones de 2008
que también ganó el PSOE; los guardias civiles Carlos Sáenz de Tejada y Diego
Salvá en 2009 y, por último, Jean Serge Nerin, un gendarme francés asesinado en
2010 cerca de París. El asesino de este último está condenado a cadena perpetua
en Francia.
ETA ya estaba exculpada de los atentados en los trenes, casi
desagraviada, y con el camino expedito hacia la victoria avalada por PNV,
Podemos y otras fuerzas de la izquierda radical, a las que
puntualmente se unen PSOE o lo que queda de Izquierda Unida. Los
mismos que se empeñan en reabrir las fosas de una guerra civil terminada hace
80 años, se muestran más que dispuestos a correr un tupido velo de silencio sobre los 358 crímenes
de ETA todavía sin resolver y las más de 850 víctimas de los asesinos etarras. ¡Aquí paz y después gloria!
El
24 de agosto de 2017, tras los atentados yihadistas en Cambrils y Barcelona, un corresponsal de The New York Times recordaba
que la supuesta manipulación que el gobierno del PP hizo de los atentados del 11
de marzo de 2004 en Madrid le costaron las elecciones y establecía un paralelo con
respecto a los atentados de Cataluña del día 17 de agosto y las tensiones entre
el Gobierno español y un supuesto gobierno catalán al que otorgaba categoría de
gobierno soberano, y algunos militantes antisistema catalanes insinuaron que habían sido atentados de falsa bandera acusando subrepticiamente al Gobierno español de su autoría.
Ciertamente,
las bombas de 2004 en los trenes de cercanías en Madrid —sólo unos días antes
de las elecciones generales— cambiaron dramáticamente el rumbo de la política
española y las explosiones siguen resonando en los oídos de algunos. Bien dirigidos por la izquierda, los votantes culparon al Gobierno
por unos atentados que justificaron y atribuyeron a una reacción de los terroristas
por el apoyo de España a la guerra de Irak. Además, el gobierno conservador había
culpado en un primer momento a los etarras y no a los yihadistas del atentado más
mortífero de la historia de España. Sin embargo, era lógico que el Gobierno de
España pensase en ETA antes que en neófitos yihadistas puesto que los primeros
acumulaban un dilatado historial de crímenes y violencia en España. Pero la
izquierda radical, PSOE incluido, y una buena parte de la prensa internacional,
sobre todo anglosajona, se cebaron con el presidente Aznar y su gabinete. El
tiempo ha ido poniendo a cada uno en su sitio y las incógnitas de la autoría de
los atentados del 11 de marzo siguen ahí. ¿Quiénes pusieron las bombas en los
trenes?
Trenes destrozados por las bombas del 11 de marzo de 2004 |
Catorce años después de los atentados de Madrid del 11-M, ocho condenados permanecen en prisión por su relación con el mayor atentado de la Historia de España. Aquel día hubo 193 víctimas mortales y más de 1.500 heridos. Algunos de los internos han intentado maniobrar para salir de prisión antes de cumplir íntegra su sentencia, aunque la Audiencia Nacional ha cercenado sus intenciones. Sus aspiraciones pasaban por ser expulsados de España a sus países de origen, Marruecos sobre todo, tras haber cumplido las 3/4 partes de su condena. Pero la Justicia ha determinado que sí, que serán expulsados, pero cuando terminen de cumplir sus penas y no antes, como pretendían. De los ocho presos, tres ya han cumplido tres cuartas partes de sus condenas y otro culminará su prisión el próximo año y será excarcelado.
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