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miércoles, 20 de diciembre de 2017

Cuba y la guerra hispano-norteamericana de 1898

El hundimiento del Maine en el puerto de La Habana en 1898 fue el desencadenante de un conflicto armado entre España y Estados Unidos que culminó en la pérdida de las últimas colonias españolas en ultramar. La isla caribeña de Cuba era la joya de España en las Antillas por su valor comercial, agrícola y estratégico. Esta circunstancia ya había despertado el interés de Estados Unidos y los presidentes John Quincy Adams, James Polk, James Buchanan y Ulysses S. Grant, ya habían hecho sendas ofertas a España para que cediese la soberanía de sus islas antillanas. Pero el Gobierno español siempre rechazó estas ofertas ya que, prestigio aparte, Cuba era uno de sus territorios más ricos y el tráfico comercial de su capital, La Habana, era comparable al que registraba en la misma época Barcelona. Con la excusa de asegurar los intereses de los residentes estadounidenses en la isla, el Gobierno estadounidense envió a La Habana el acorazado de segunda clase Maine. El viaje era más bien una maniobra intimidatoria y de provocación hacia España, que se mantenía firme en el rechazo de la propuesta de compra realizada por los Estados Unidos sobre Cuba y Puerto Rico. El 25 de enero de 1898, el Maine hacía su entrada en La Habana sin haber avisado de su llegada a las autoridades españolas, lo que era contrario a los usos diplomáticos de entonces. El Gobierno de Madrid no se amedrentó y reaccionó enviando al crucero Vizcaya al puerto de Nueva York.
El 15 de febrero de 1898, a las 21:40 horas una terrible explosión hizo saltar por los aires al Maine. De los 355 tripulantes, murieron 254 hombres y dos oficiales. El resto de la oficialidad disfrutaba, a esas horas, de un baile ofrecido en su honor por las autoridades españolas de La Habana. Sin esperar el resultado de una investigación, la prensa sensacionalista de William Randolph Hearst publicaba al día siguiente el siguiente titular: «El barco de guerra Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo». Otro reportero del diario The World en La Habana, Silvestre Scovell, trató de enviar el siguiente cable: «Un individuo desde un bote arrojó una bomba sobre el acorazado Maine que produjo la explosión…». El censor le dijo que eso era falso a lo que respondió el gacetillero: «Sí, pero es sensacional». Como el parte fue rechazado, lo envió clandestinamente por barco a Cayo Hueso y de allí lo transmitieron al diario neoyorquino donde fue publicada la información junto con un gran dibujo de la explosión. A fin de determinar las causas del hundimiento se crearon dos comisiones de investigación, una española y otra estadounidense, puesto que estos últimos se negaron a una comisión conjunta. Los estadounidenses sostuvieron desde el primer momento que la explosión había sido provocada desde el exterior. La conclusión de la comisión española fue que la explosión era debida a causas internas. Los españoles argumentaron que no podía ser una mina como pretendían los norteamericanos, pues no se vio ninguna columna de agua y, además, si la causa de la explosión hubiera sido una mina, no habrían estallado los pañoles de munición. En el mismo sentido, también hicieron notar los técnicos españoles que tampoco había peces muertos en el puerto alrededor del buque de guerra siniestrado, lo que sería de esperar en caso de una explosión externa.
España negó desde el principio que tuviera algo que ver con la explosión del Maine, pero la campaña mediática realizada por los periódicos de William Randolph Hearst, convencieron a la mayoría de los estadounidenses de la culpabilidad de España. Los tabloides de Hearst pintaron una realidad paralela describiendo a los españoles como auténticos bárbaros que reprimían violentamente a los insurrectos cubanos, y airearon la historia de Evangelina Cisneros, una joven cubana que, supuestamente, habría sido torturada y violada por los españoles mientras se encontraba en prisión. Estados Unidos acusó a España del hundimiento y lanzó un ultimátum en el que se exigía la retirada de las fuerzas españolas de Cuba, además de empezar a movilizar voluntarios antes de recibir respuesta. Por su parte, el Gobierno español rechazó cualquier vinculación con el hundimiento del Maine y se negó a plegarse al ultimátum estadounidense, declarándole la guerra en caso de invasión de sus territorios, aunque, sin ningún aviso previo, Cuba ya estaba bloqueada por la flota estadounidense. En cuanto al hundimiento del Maine, varios estudios posteriores han llegado a la conclusión de que lo más probable es que la explosión fuese provocada desde dentro del buque, debido a una ignición espontánea o provocada de la santabárbara, común en los buques estadounidenses de la época a causa del cambio del tipo de carbón utilizado, ya que hasta la época de la construcción del Maine se usaban mamparos comunes para separar las carboneras de los almacenes de munición, pues utilizaban como combustible la antracita para alimentar sus calderas. Con el incremento de la construcción de buques de acero, la USS Navy, Marina de Guerra de los Estados Unidos, comenzó a utilizar carbón bituminoso que arde a una mayor temperatura, permitiendo por tanto alcanzar una mayor velocidad, pero mientras que la antracita no está sujeta a la combustión espontánea, el carbón bituminoso es considerablemente más volátil. De hecho, se había informado de incendios en las carboneras de buques de la Navy antes del hundimiento del Maine, varios de los cuales estuvieron a punto de provocar explosiones.
Consecuencias de la derrota española en ultramar
Mediante los tratados de París firmados el 10 de diciembre de 1898, se acuerda la independencia de Cuba, que se concretará en 1902, y España cede también Filipinas, Puerto Rico y la isla de Guam. Las restantes posesiones españolas en Oceanía (las islas Marianas, las Carolinas y Palaos), difíciles de ser defendidas debido a su lejanía y a la destrucción de buena parte de la Armada española, fueron vendidas a Alemania en 1899 por 25 millones de pesetas. No obstante, al terminar la guerra surgió una polémica interna en los Estados Unidos sobre el destino de las colonias españolas recientemente anexionadas. Hubo quien sostuvo el argumento de preparar a las nuevas naciones independientes para la democracia y quienes defendían el principio de autodeterminación nacional que figura en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. En Filipinas, los insurgentes que habían peleado contra el colonialismo español pronto empezaron a luchar contra las tropas de Estados Unidos en una guerra que duró tres años y provocó la muerte de casi un millón de filipinos. Muchos intelectuales, como el filósofo William James y el presidente de la Universidad de Harvard, Charles Eliot, denunciaron estas acciones como una traición de los valores estadounidenses. Pero, pese a las críticas de los antiimperialistas, Estados Unidos comenzó a gravitar cada vez con más fuerza en toda el área del Caribe. El presidente Theodor Roosevelt propuso construir un canal interoceánico en Centroamérica, y en 1903 ofreció al Gobierno colombiano comprar una franja de tierra de lo que hoy es Panamá. Casi un millón de filipinos perdieron la vida en la guerra filipino-estadounidense (1899-1902) que surgió inmediatamente, cuando éstos lucharon contra los ocupantes estadounidenses, que se habían convertido en sus nuevos dueños. El millón de muertos (la gran mayoría civiles) representaban el 10 % de la población filipina. Fue la primera guerra de liberación nacional del siglo XX y algunos historiadores revisionistas hablan sin tapujos de un auténtico genocidio filipino, pues Estados Unidos ordenó a sus tropas no tomar prisioneros y matar a todos los mayores de diez años. Entretanto, al mismo tiempo que Colombia rechazaba la oferta de Roosevelt, se desató una rebelión en el área designada para la ubicación del futuro Canal de Panamá. Roosevelt apoyó la revuelta y rápidamente reconoció la emancipación de Panamá de Colombia. Unos días después, el francés Philippe-Jean Bunau-Varilla, que viajó a Washington como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la naciente República de Panamá, vendió a Estados Unidos la zona del Canal de Panamá que fue inaugurado en 1914.
Las tropas estadounidenses abandonaron Cuba en 1902, pero se exigió a la nueva república caribeña que otorgara la base naval de Guantánamo, y otras, a Estados Unidos. Asimismo se prohibió a Cuba suscribir tratados que pudieran atraer a otras potencias extranjeras. También se garantizó la capacidad de intervención de Estados Unidos en el nuevo estado a través de la Enmienda Platt, vigente hasta 1934. A Filipinas se le concedió un autogobierno limitado en 1907 e independencia absoluta en 1946. En 1952 el Congreso de los Estados Unidos aprobó para el territorio no incorporado de Puerto Rico un gobierno propio limitado. A pesar del dramatismo que la prensa española de la época atribuyó a la derrota militar de 1898, lo cierto fue que la emancipación de Cuba benefició económicamente a España porque después de la guerra grandes sumas de capital en poder de los españoles residentes en Cuba y en los Estados Unidos fueron repatriados y reinvertidos en España. Este flujo masivo de capital (equivalente al 25% del producto interior bruto español de un año) ayudó a desarrollar las grandes industrias en España en los sectores del acero, químico, financiero, mecánico, textil, astilleros y energías eléctricas. Sin embargo, las consecuencias políticas fueron serias. La derrota en la guerra comenzó el debilitamiento de la frágil estabilidad política conocida como la Restauración que había sido establecida por el gobierno de Alfonso XII. No obstante, este régimen aguantaría 30 años más y España mantuvo su neutralidad en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), lo que también la benefició económicamente de forma notable. La Restauración terminó con la proclamación de la II República en 1931. Pocos años después de la Guerra de Cuba, durante el reinado de Alfonso XIII, España mejoró su posición comercial y mantuvo estrechas relaciones con Estados Unidos, lo que provocó la firma de tratados comerciales entre ambos países en 1902, 1906 y 1910. España giraría su punto de atención hacia sus posesiones en África (especialmente el norte de Marruecos) y se rehabilitaría internacionalmente en la Conferencia de Algeciras de 1906.

USS Maine en 1898


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