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martes, 13 de junio de 2017

El mítico talón de Aquiles

Aquiles era hijo del mortal Peleo, rey de los mirmidones en Ftía (sudeste de Tesalia), y de la diosa marina Tetis. Zeus y Poseidón se habían disputado su mano hasta que Prometeo profetizó que Tetis engendraría a un vástago más grande que su padre, por esta razón Tetis fue obligada a casarse con Peleo. Según el poema incompleto la Aquileida, escrito por el poeta latino Estacio en el siglo I, cuando Aquiles nació Tetis intentó hacerlo inmortal sumergiéndolo en la laguna Estigia, pero olvidó sumergir el talón por el que lo sujetaba, dejando expuesta esa parte de su anatomía. Según otra versión de la leyenda, Tetis ungía al pequeño con ambrosía y lo ponía al fuego del hogar para quemar las partes mortales de su cuerpo, cuando fue interrumpida en estos quehaceres por Peleo, que arrancó de sus manos con violencia al niño y este quedó con un talón carbonizado. Tetis, enfurecida, abandonó a ambos. Peleo sustituyó el talón quemado de Aquiles por el astrágalo del gigante Dámiso, célebre por su velocidad en la carrera. De ahí que se nombrara a Aquiles como «el de los pies ligeros», ya que se le consideraba el más veloz de los mortales. 

Aquiles es uno de los protagonistas de la Ilíada de Homero, ambientada en la guerra de Troya, que posiblemente tuvo lugar en el siglo XIII a.C. Era nieto de Éaco e hijo de Peleo y de la diosa Tetis, por lo que se le llama a menudo Pelida y Eácida. Aunque la Ilíada es el relato más famoso de las hazañas de Aquiles en la legendaria guerra de Troya, la obra homérica sólo abarca unas pocas semanas de la contienda y no narra la muerte de Aquiles. Su tema principal es la cólera del héroe tras la muerte en combate de su entrañable amigo, Patroclo. El poema comienza con la retirada de Aquiles del campamento de los aqueos a causa de una ofensa que le inflige Agamenón, comandante del ejército aliado. Agamenón había tomado a una virgen llamada Criseida como esclava, y el padre de ésta, Crises, un sacerdote de Apolo, le rogó que se la devolviera. Agamenón se negó y Apolo envió una plaga a los griegos para diezmarlos. El profeta Calcante determinó la causa de la maldición pero no quiso hablar a menos que Aquiles jurase protegerle de la ira del rey. Aquiles así lo hizo, por lo que Calcante declaró que Criseida debía ser devuelta a su padre. Agamenón accedió, pero exigió entonces que Aquiles le compensase entregándole a su concubina favorita, Briseida. Ofendido por la infamia del rey, y a instancias de Tetis, su madre, Aquiles se negó a luchar y retiró a sus tropas de las fuerzas de la coalición. Antes de partir a la guerra, Tetis había entregado a Aquiles una fabulosa armadura forjada por Hefestos que le haría invulnerable. Como el resultado de la contienda no estaba siendo favorable a los helenos desde la deserción de Aquiles, Néstor declaró que si Agamenón no le hubiese ofendido, los troyanos no estarían ganando la guerra, y le pidió al monarca que aplacase al héroe. Agamenón accedió y envió a Ulises (Odiseo) y a otros dos capitanes para ofrecer a Aquiles la devolución de Briseida, amén de otros obsequios. Aquiles los rechazó todos y aconsejó a los griegos que se retirasen y regresaran a sus casas, como él mismo se disponía a hacer tan pronto soplasen vientos favorables. Sin embargo, deseando alcanzar la gloria y conservar su fama de campeón invicto, a pesar de su prolongada ausencia en la batalla, Aquiles imprecó a su madre Tetis, pidiéndole que rogase a Zeus que permitiese a los troyanos hacer retroceder a lo griegos. Los troyanos, dirigidos por Héctor, hicieron así retroceder al ejército griego hasta las playas y asaltaron sus barcos, varados en la arena. Con las fuerzas griegas al borde del desastre, Aquiles accedió a que Patroclo llevase a los mirmidones a la batalla, pero siguió negándose a luchar. Patroclo logró echar a los troyanos de las playas haciéndoles recular hasta la ciudad, pero murió a manos de Héctor cuando escalaba los muros de Troya.

Tras recibir la noticia de la muerte de su querido compañero Patroclo, Aquiles lloró sobre el cuerpo sin vida de su amigo. Su madre Tetis vino a consolar al afligido Aquiles, persuadiéndolo para que Hefestos le hiciese una nueva armadura, en lugar de la que Patroclo había llevado y que le fue arrebatada por Héctor. La nueva armadura incluía el escudo de Aquiles, descrito con gran detalle por Homero en la Ilíada (Libro XVIII, 478-608). Enfurecido por la muerte de Patroclo, Aquiles se congració con Agamenón y regresó colérico al campo de batalla matando a muchos enemigos en busca de Héctor. Incluso luchó contra el dios fluvial Escamandro, que se enojó con el héroe porque estaba enrojeciendo sus aguas con la sangre de los hombres a los que daba muerte. El dios intentó ahogarlo pero fue detenido por Hera y Hefestos. Finalmente, Aquiles encontró a Héctor en medio de la refriega y le persiguió alrededor de las murallas de Troya, retándole. Dieron tres vueltas en torno a ellas hasta que Atenea tomó la forma de Deifobo, hermano de Héctor, y así convenció a éste para que se enfrentase a Aquiles en combate singular. Aquiles mató a Héctor clavándole una jabalina en el cuello, y para dar cumplimiento a su venganza ató el cuerpo del vencido a su carro y lo arrastró por el campo de batalla durante nueve días, a la vista de los troyanos. Después presidió los juegos funerarios en honor de Patroclo. Con la ayuda del dios Hermes, el rey Príamo de Troya, padre de Héctor, fue a la tienda de Aquiles y lo convenció para que le permitiese celebrar las honras fúnebres por su hijo. Con este gesto de clemencia, Aquiles depuso su deseo de venganza. El pasaje final de la Ilíada se centra en el funeral de Héctor. En la Ilíada, Aquiles es el único mortal que experimenta una ira tan grande, que incluso solivianta a los dioses. La «humanización» de Aquiles por los sucesos de la guerra es un tema importante del relato homérico.

Muerte de Aquiles

Como había predicho Héctor con su último aliento, su hermano menor Paris mató a Aquiles, bien con una flecha (en el talón según el poeta latino Estacio) o clavándole una daga por la espalda cuando visitaba a Políxena, una princesa troyana. Según otras versiones clásicas, el dios Apolo guiaba la flecha de Paris, o era el mismo Apolo el que lo mataba sin la intervención de Paris. Más tarde, Filoctetes mató a Paris usando el enorme arco de Heracles. La posesión de la armadura de Aquiles fue objeto de una agria disputa entre Ulises y Áyax, primo de Aquiles. Ambos compitieron por ella ofreciendo cada uno sus argumentos, y por qué merecían portar las armas del héroe caído por haber sido los más aguerridos en la batalla, y sólo superados por el propio Aquiles. Ulises ganó la disputa. Áyax se volvió loco de dolor y juró matar a sus compañeros; empezó a matar vacas y ovejas, creyendo en su demencia que eran soldados griegos. Entonces se suicidó en la playa, dejándose caer sobre la espada que le había arrebatado al difunto príncipe troyano Héctor. Versiones tardías de la leyenda afirman que Aquiles era invulnerable en todo su cuerpo salvo en un talón. Estas leyendas sostienen que Aquiles murió en la batalla al ser alcanzado en ese talón por una flecha envenenada, de ahí la expresión «talón de Aquiles» para señalar una única y fatal vulnerabilidad. Aquiles también fue famoso por ser el más hermoso de los héroes congregados ante los muros de Troya o Ilión. En su teogonía destaca la relación que mantenía con el joven Patroclo, descrita en fuentes diferentes como de profunda amistad o de amor fraternal entre compañeros de armas, pero sin sugerir una relación homosexual. 



La primera guerra del Rif (1859-1860)

Desde 1840, las ciudades españolas de Ceuta y Melilla en el norte de África, sufrían constantes incursiones por parte de los cabileños de la región del Rif. A ello se unía el acoso a las tropas destacadas en distintos puntos aislados. Las acciones eran inmediatamente contestadas por el Ejército español, pero al internarse en territorio bereber, los agresores tendían fatales emboscadas. La situación volvía a repetirse de forma habitual. Finalmente estalló la guerra entre España y el Sultanato de Marruecos que protegía y apoyaba a los rifeños. En 1859 el Gobierno de la Unión Liberal, presidido por su líder, el general don Leopoldo O'Donnell, presidente del Consejo de ministros y titular del de Guerra, aún bajo el reinado de Isabel II, firmó un acuerdo diplomático con el sultán de Marruecos que afectaba a las plazas de soberanía española de Melilla, Alhucemas y Vélez de la Gomera, pero no a Ceuta. Entonces el Gobierno español decidió realizar obras de fortificación en torno a esta última ciudad, lo que fue considerado por Marruecos como una provocación. Cuando en agosto de 1859 un grupo de rifeños atacó a un destacamento militar español que custodiaba las reparaciones en diversos fortines de Ceuta, don Leopoldo O'Donnell, presidente del Gobierno en aquel momento, exigió al sultán de Marruecos un castigo ejemplar para los agresores. Sin embargo, esto no sucedió. Entonces, y sin más preámbulos, el Gobierno español decidió invadir Marruecos por el «ultraje inferido al pabellón español por las hordas salvajes» del sultanato. Los sucesos de Ceuta generaron en la opinión pública española un clima de gran fervor patriótico, y el Gobierno decidió aprovecharlo iniciando una campaña de castigo contra los moros de las cabilas cercanas a Ceuta.
La reacción popular fue unánime y todos los grupos políticos, incluso la mayoría de los miembros del Partido Democrático, apoyaron sin fisuras la intervención militar. En Cataluña y las provincias Vascongadas se organizaron centros de reclutamiento de voluntarios para acudir al frente, donde se inscribieron muchos carlistas, sobre todo procedentes de Navarra, en un proceso de efervescencia patriótica como no se había dado desde la guerra contra el Francés de 1808-1814. La ola de patriotismo que se extendió por todo el país, fue fomentada por la Iglesia católica que la «vendió» como una suerte de moderna cruzada. O'Donnell, hombre de gran prestigio militar, y justo en el momento en el que estaba en plena expansión su política de ampliación de las bases de apoyo al Gobierno de la Unión Liberal, consciente también que desde la prensa se reclamaba con insistencia una acción decidida del Ejecutivo, propuso al Congreso de los Diputados la declaración de guerra a Marruecos el 22 de octubre, tras recibir el beneplácito de los gobiernos francés e inglés, a pesar de las reticencias de este último a que España incrementase su presencia en el estrecho de Gibraltar.
La guerra, que duraría cuatro meses, se inició en diciembre de 1859 cuando el ejército desembarcado en Ceuta el mes anterior inició la invasión de Marruecos. Se trataba de un ejército mal equipado, peor preparado y pésimamente dirigido, y con una intendencia muy deficiente, lo que explica que dos tercios de los casi 4.000 muertos españoles no murieran en el campo de batalla, sino que fueran víctimas del cólera y de otras enfermedades. A pesar de ello, se sucedieron las victorias en las batallas de los Castillejos —donde destacó el general don Juan Prim, lo que le valió el título de marqués de los Castillejos—, la de Tetuán —ciudad que fue tomada el 6 de febrero de 1860 y que le valió a O'Donnell el título de duque de Tetuán— y la victoria de Wad-Ras del 23 de marzo, que despejó el camino hacia Tánger. Los éxitos militares fueron magnificados por la prensa en España, del mismo modo que lo fueron las victorias de ambos bandos durante la guerra de Secesión norteamericana, o dos décadas después las acciones de los soldados ingleses durante la guerra anglo-sudanesa que se saldó con el desastre de Jartum, donde en 1885 fue masacrado un ejército británico mucho mejor armado que el español, y que se enfrentó a unos sudaneses cuyo rudimentario armamento no difería mucho del de los rifeños.
El Ejército expedicionario que partió de Algeciras estaba compuesto por unos 45.000 hombres, 3.000 mulos y caballos y 78 piezas de artillería de campaña, apoyado por una escuadra formada por un navío de línea, dos fragatas de hélice y una de vela, dos corbetas, cuatro goletas, once vapores de palas y tres faluchos, además de nueve vapores y tres urcas que actuaron como transportes de tropas. O'Donnell dividió las fuerzas en tres cuerpos de ejército, y puso al frente de cada uno de ellos a los generales don Juan Zavala de la Puente, a don Antonio Ros de Olano, y a don Ramón de Echagüe. El grupo de reserva estuvo bajo el mando del general don Juan Prim. La división de Caballería, al mando del mariscal de campo don Félix Alcalá Galiano, estaba compuesta por dos brigadas, la primera al mando del brigadier don Juan de Villate, y la segunda al mando del brigadier don Francisco Romero Palomeque. El almirante don Segundo Díaz Herrero fue nombrado jefe de la Flota. Los objetivos fijados eran la toma de Tetuán y la ocupación del puerto de Tánger. El 17 de diciembre se desataron las hostilidades por la columna mandada por Zabala que ocupó la Sierra de Bullones. Dos días después Echagüe conquistó el Palacio del Serrallo y O'Donnell se puso al frente de la fuerza que desembarcó en Ceuta el 21. El día de Navidad los tres cuerpos de ejército habían consolidado sus posiciones y esperaban la orden de avanzar hacia Tetuán. El 1 de enero de 1860, el general Prim avanzó en tromba hasta la desembocadura de Uad el-Jelú con el apoyo al flanco izquierdo del general Zabala, y el de la Armada que mantenía a las fuerzas enemigas alejadas de la costa. Las escaramuzas continuaron hasta el 31 de enero, momento decisivo en que fue contenida una contraofensiva rifeña, y O'Donnell comenzó la marcha hacia Tetuán con el apoyo de los voluntarios catalanes. Recibía la cobertura del general Ros de Olano y de Prim en los flancos. La presión de la artillería española desbarató las filas rifeñas hasta el punto de que los restos de su ejército se refugiaron en Tetuán, que cayó el día 6 de febrero. El siguiente objetivo era Tánger. El ejército se vio reforzado por otra división de infantería de 5.600 soldados, junto a la que desembarcaron las unidades de voluntarios vascos, formadas por 3.000 hombres, la mayoría carlistas, junto al batallón de voluntarios catalanes, con unos 450 reclutas de la misma procedencia. Fueron desembarcando a lo largo del mes de febrero hasta completar una fuerza suficiente para la ofensiva del 11 de marzo. El 23 de marzo se produjo la batalla de Wad-Ras en la que venció el ejército español y forzó al caudillo rifeño Muley Abbas a pedir la paz.
El tratado de Wad-Ras
Tras un armisticio de 32 días, se firmó el Tratado de Wad-Ras en Tetuán el 26 de abril, en el que se declaraba a España vencedora de la guerra y a Marruecos perdedor y único culpable de la misma. El acuerdo estipuló lo siguiente: España ocuparía los territorios de Ceuta y Melilla a perpetuidad; cesarían las incursiones rifeñas a Ceuta y Melilla; Marruecos reconocía la soberanía de España sobre las islas Chafarinas, e indemnizaría a España con 100 millones de reales. España recibía el territorio de Santa Cruz de la Mar Pequeña —lo que más tarde sería Sidi Ifni— para establecer una pesquería. Tetuán quedaría bajo administración temporal española hasta que el Sultanato pagase las indemnizaciones y reparaciones de guerra a España. A la paz que se firmó el 26 de abril de 1860 algunos periódicos sensacionalistas la calificaron de «paz chica para una guerra grande» argumentando que O’Donnell debía haber conquistado Marruecos, aunque desconocían el pésimo estado en que se encontraba el Ejército español tras la batalla de Wad-Ras, y que el Gobierno se había comprometido con Gran Bretaña a no ocupar Tánger ni ningún otro territorio que pusiera en peligro el dominio británico del estrecho de Gibraltar. O’Donnell se excusó diciendo que «España estaba llamada a dominar una gran parte del África», pero que «la empresa requeriría, al menos, de veinte a veinticinco años». Además, el tratado comercial firmado con Marruecos acabó beneficiando más a Francia y a Gran Bretaña y al territorio de Ifni, al sur de Marruecos, que no sería ocupado hasta setenta años después. Por último, las presiones británicas por mantener el statu quo en la zona del estrecho de Gibraltar obligaron al Gobierno a abandonar Tetuán dos años después. España tendría que volver a luchar en Marruecos durante la segunda guerra del Rif, librada entre 1893-1894, en ciernes ya de los desastres de Cuba y Filipinas. 

Tropas españolas en la defensa de Melilla en 1893

Artemisa: diosa de la caza y protectora de las mujeres

Artemisa era, sobre todo, una deidad femenina protectora de las mujeres. Sin embargo, los belicosos y viriles espartanos solían dedicarle sacrificios como a una de sus patronas favoritas antes de emprender una campaña militar. Las niñas y muchachas atenienses que se acercaban a la edad del matrimonio eran enviadas al santuario de Artemisa en Braurón para servir a la diosa, época en la que eran llamadas arktoi (oseznas). Según una leyenda arcaica, un oso había adoptado la costumbre de visitar la ciudad de Braurón, cuyas gentes lo alimentaban, de forma que con el tiempo el oso fue domesticado. Pero una niña provocó la ira del oso y éste la mató y le sacó los ojos. Después, un hermano de la niña mató al oso y Artemisa se enfureció, exigiendo que «las niñas actuaran como osas» en su templo como expiación por la muerte del plantígrado. Otra leyenda establece que el oso muerió a causa de una epidemia de peste que se declaró en Atenas, y que el Oráculo de Delfos había predicho que la pandemia sólo cesaría si las muchachas atenienses expiaban la muerte del animal.

El las obras de Homero, Artemisa fue representada como partidaria de Troya porque su hermano Apolo era el protector de la ciudad, y ella misma era muy venerada en la península de Anatolia (actual Turquía), donde se levantaba la legendaria ciudad de Ilión o Troya. En la Ilíada Artemisa se enfrentó a Hera cuando los dioses, aliados con los dos bandos, se involucraron en el conflicto armado que pudo haber tenido lugar en el siglo XIII a.C. Hera golpeó a Artemisa en los oídos con su propia aljaba, haciendo que ésta perdiese las flechas. Artemisa huyó llorando al lado de Zeus, y Leto recogió el arco y las flechas de la diosa, que acabó desempeñando un importante papel en la legendaria guerra de Troya.

Además de calmar los vientos para impedir el viaje por mar de los griegos hasta que Agamenón accedió a sacrificar a Ifigenia, ella y Apolo ayudaron a Eneas, mítico fundador de Roma. Cuando Apolo lo encontró malherido por Diomedes, lo llevó al cielo, donde los dos hermanos lo curaron en secreto, ayudados por Leto. En la mitología griega, Artemisa fue una de las deidades más veneradas y una de las últimas que se resistieron al avance del cristianismo en Asia Menor y Grecia entre los siglos IV y V. Algunos investigadores opinan que la diosa y su culto datan de la época arcaica. Homero se refiere a ella en sus obras como «Artemisa la del Terreno Inculto» y también como la «Señora de las Bestias» En el periodo clásico de la mitología griega (ss. VI al IV a.C.), Artemisa fue a menudo descrita como la hija de Zeus y Leto, y hermana melliza de Apolo. Fue la diosa de la caza en la antigua Hélade; patrona de los alumbramientos, protectora de la virginidad de las doncellas, la solícita aliviadora de los dolores menstruales y protectora de las mujeres contra las enfermedades venéreas. A menudo se la representaba como una cazadora portando el arco y un carcaj con flechas. El ciervo y el ciprés le estaban consagrados. En la época helenística tardía, asumió incluso el papel de Ilitía como ayudante en los partos difíciles, y acabó siendo identificada con Selene, una Titánide que era la diosa lunar griega; razón por la que en ocasiones Artemisa aparece representada con la Luna creciente sobre la cabeza, como la Isis egipcia. Artemisa también fue identificada con la diosa romana Diana, con la etrusca Artime y con la griega Hécate, mucho más antigua. 

Artemisa-Diana con el arco y las flechas

40 años sin Elvis Presley

Hoy se cumplen 40 años de la muerte de Elvis Presley, conocido como el Rey del Rock, y uno de los artistas más grandes e influyentes en la música pop de la segunda mitad del siglo XX. Elvis poseía una voz tan versátil que le valió el éxito en muchos géneros, entre ellos el country, el rock, las baladas, el góspel y los blues. Elvis Presley es el solista con más ventas en la historia de la música popular. Nominado en catorce ocasiones como candidato a los premios Grammy, ganó tres y recibió uno honorífico en 1971 como reconocimiento a toda su carrera. En 2016 fue declarado el tercer máximo vendedor de álbumes de todos los tiempos en Estados Unidos, sólo por detrás de The Beatles y Garth Brooks. En 1973 protagonizó Aloha from Hawaii, el primer concierto retransmitido vía satélite que fue visto por unos 1.500 millones de personas en todo el mundo.
Elvis Presley nació en Tupelo, Mississippi, el 8 de enero de 1935, y cuando tenía 13 años se mudó con su familia a Memphis, Tennessee, donde en 1954 inició su carrera artística cuando Sam Phillips, el dueño de Sun Records, vio en él la manera de difundir la música afroamericana. Acompañado por el guitarrista Scotty Moore y el contrabajista Bill Black, Elvis fue uno de los creadores del rockabilly, un estilo de tempo rápido impulsado por un constante ritmo que consiste en una fusión de música country y rhythm and blues. Tras llegar a un acuerdo con el que sería su apoderado durante casi dos décadas, el coronel Tom Parker, la compañía discográfica RCA Records consiguió un contrato para comercializar su música. El primer sencillo con esta empresa, Heartbreak Hotel, publicado en enero de 1956, se convirtió en un éxito de ventas y alcanzó el número uno. Con sus apariciones en los medios, sobre todo en la incipiente televisión, popularizó el rock and roll con una serie de éxitos y de trepidantes actuaciones que le catapultaron a los primeros puestos de las listas de ventas. Sus interpretaciones, llenas de energía vital y su estilo desinhibido lo hicieron enormemente popular, aunque también tuvo sus detractores. En noviembre de ese mismo año, debutó en el cine con el filme Love Me Tender.
Llamado a filas en 1958, su carrera artística sufrió un brusco parón del que le costó recuperarse. Retomó su carrera artística dos años más tarde, llegando parte de su producción a alcanzar mayor éxito comercial desde entonces. Dio pocos conciertos, sin embargo, en la década de los 60, aconsejado por Parker, protagonizó varias películas de calidad discutible, aunque tres de las bandas sonoras de Presley alcanzaron el primer puesto en las listas de éxitos, y algunas de sus canciones más populares fueron temas de sus películas; como Can't Help Falling in Love (1961) y Return to Sender (1962). El inolvidable tema para la película Viva Las Vegas, con la bella actriz de origen sueco, Ann-Margret, pasó desapercibido inicialmente por haberse incluido en la cara B del disco, pero fue redescubierto tiempo después y hoy es un icono más de la ciudad de Las Vegas. Elvis se retiró en 1964, cuando las películas fueron perdiendo fuelle y tirón comercial. En esa época sólo una de sus canciones, Crying in the Chapel, un góspel grabado cuatro años antes, logró meterse en el Top 10 en 1965. 
Después de haber permanecido siete años alejado de los escenarios, Elvis regresó en 1968 a las actuaciones en directo en un especial de televisión que dio lugar a una amplia serie de conciertos en Las Vegas. Elvis inició así la segunda y definitiva etapa de su carrera artística que se vería fatalmente truncada por el consumo abusivo de fármacos, somníferos sobre todo, que comprometieron gravemente su salud y deterioraron profundamente su imagen. Finalmente, el 16 de agosto de 1977, Elvis Presley falleció a la temprana edad de 42 años víctima de un infarto agudo de miocardio. Pero, a pesar de las cuatro décadas transcurridas desde su muerte, Elvis sigue siendo uno de los cantantes más populares de todos los tiempos, y uno de los que más se sigue escuchando.

Elvis Presley en 1971 durante uno de sus conciertos