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miércoles, 10 de enero de 2018

Pedro II de Aragón en la batalla de Muret

A buen seguro, el rey aragonés Pedro II el Católico fue uno de los monarcas que mejor representaron el ideal de la caballería medieval. Su participación fue clave en la decisiva batalla de las Navas de Tolosa librada en 1212 en coalición con los reyes de Castilla y de Navarra contra los almohades, que fueron totalmente derrotados. Apenas un año después de aquella fulminante victoria, Pedro II hallaría la muerte en el campo del honor defendiendo a sus súbditos de Occitania y Languedoc. A principios del siglo XIII, la herejía cátara se había afianzado en Occitania amenazando la doctrina de la Iglesia católica. El papa Inocencio III, después de lanzar una Cruzada fallida contra los cátaros, intentó reconciliarse con el conde Raimundo VI de Tolosa. Sin embargo, Arnaldo Amalrich, legado papal, y Simón IV de Montfort, rompieron las negociaciones exigiendo a Raimundo VI unas condiciones draconianas que no pudo aceptar, y a partir de ese momento se alió con su cuñado el rey Pedro II de Aragón. El monarca actuó como intermediario con el fin de encontrar una reconciliación, pero finalmente el papa Inocencio III se puso de parte de Simón IV de Montfort y proclamó la Cruzada pensando que así erradicaría la herejía cátara de forma definitiva. La campaña militar comenzó con la masacre de Béziers y el sitio de Carcasona en 1209, continuando al año siguiente con el ataque a las fortalezas de Minerve, Termes y Cabaret. Pero fue en Muret donde se libró la batalla decisiva de la Cruzada albigense lanzada por el Papa y el rey de Francia contra los cátaros del Languedoc. Tuvo lugar el 12 de septiembre de 1213 en una llanura de la localidad fortificada occitana de Muret, situada a unos doce kilómetros al sur de Tolosa. La contienda enfrentó a Pedro II de Aragón, a sus vasallos y aliados, entre los que se encontraban Raimundo VI de Tolosa, Bernardo IV de Cominges y Raimundo Roger de Foix, con las tropas cruzadas y las de Felipe II de Francia capitaneadas por Simón IV de Montfort.
En vísperas de la batalla, Pedro el Católico había decidido probar su valía como caballero intercambiando su armadura con uno de sus hombres para enfrentarse como caballero raso a Simón de Montfort. Sabía, además, que el objetivo de los cruzados franceses era el de matar al monarca aragonés a cualquier precio porque la defensa de la Iglesia católica justificaba todas las acciones, y así se lo encargó a dos de sus caballeros, Alain de Roucy y Florent de Ville, que abatieron al caballero que vestía la armadura real y después al propio Rey cuando éste se descubrió al grito de «¡Aquí está el Rey!», a pesar de dar muerte a varios de los atacantes, Pedro sucumbió finalmente. La noticia de la muerte de Pedro II extendió el pánico entre sus huestes, que fueron derrotadas al ser sorprendidas por un ataque por el flanco izquierdo efectuado por las tropas de reserva de Montfort, lo que motivó que los caballeros aragoneses emprendieran la retirada. Los peones del contingente provenzal, que eran muy numerosos, y que aún no habían participado en el combate, viéndose desbordados por el alud de caballeros aragoneses y occitanos que retrocedían de forma desordenada, fueron alcanzados por los caballeros franceses y sufrieron muchas bajas. No sucedió tal cosa con la caballería, que logró huir, a excepción de los nobles que constituían la mesnada real de Pedro II, y que tenían como misión defender al monarca. Pero éstos sufrieron también notables bajas: unos ochenta caballeros entre muertos y heridos. La madrugada del 13 de septiembre de 1213, la infantería tolosana reinició los trabajos de asedio, atacando las puertas de la muralla de Muret mientras la caballería vigilaba la posible salida de los cruzados. Por la tarde, la mayor parte de la caballería aragonesa se retiró para descansar, y ése fue el momento elegido por Simón de Montfort para atacar con sus tropas de refresco saliendo por la Puerta de Salas en dirección suroeste y que los sitiadores no podían ver, doblando una esquina de la muralla del castillo, girando luego en dirección norte y atravesando el río Louge por un vado para enfrentarse al ejército del rey de Aragón. La caballería Cruzada emergió, de repente, del nivel del lecho del río avanzando hacia el llano y sorprendiendo a los sitiadores. Los dos primeros cuerpos giraron a la izquierda, y la primera de las tres acometidas de los franceses fue respondida por las tropas de Raimundo Roger de Foix, pero tuvieron que replegarse rápidamente ante la impetuosidad de la caballería francesa, tomando el relevo las tropas del rey aragonés. Los franceses maniobraron conservando la formación y así mantuvieron la ventaja numérica en las siguientes acometidas, e impidiendo que los aragoneses se reagruparan.
El cadáver de Pedro II, que había sido excomulgado por el mismo Papa que lo había coronado, fue recogido por los caballeros hospitalarios de Tolosa, donde fue enterrado, hasta que en 1217, una bula del papa Honorio III autorizó el traslado de sus restos al Real Monasterio de Santa María de Sijena, donde fue inhumado fuera del recinto sagrado. El hijo de Pedro II, el futuro rey Jaime I el Conquistador, que entonces tenía cinco años, se encontraba bajo la custodia de Simón de Montfort. Tras la muerte de su progenitor, el infante Jaime quedó huérfano de padre y madre, ya que ese mismo año la reina María de Montpellier, su madre, falleció en Roma, a donde había viajado para defender la indisolubilidad de su matrimonio. Ante esta situación, se envió una embajada del Reino de Aragón a Roma para pedir la intervención de Inocencio III. El Pontífice, en una bula y por medio del legado papal Pedro de Benevento, obligó a Montfort a ceder la tutela del infante don Jaime a los caballeros templarios de la Corona de Aragón. En Muret el triunfo correspondió a las fuerzas de Simón de Montfort, que se intituló duque de Narbona, conde de Tolosa, vizconde de Béziers y vizconde de Carcasona. Las tropas aragonesas y occitanas sufrieron pérdidas notables y la derrota marcó el inicio de la dominación de los reyes franceses sobre Occitania. Fue también el comienzo del fin de la expansión aragonesa en el Languedoc. Antes de la batalla, Pedro II de Aragón había recibido el vasallaje de los condes de Tolosa, Foix y Cominges. Tras su derrota y muerte, su hijo y heredero don Jaime I sólo conservó el señorío de Montpellier por herencia de su madre, María de Montpellier. A partir de ese momento, la expansión aragonesa se dirigió hacia Valencia y las islas Baleares, todavía en poder de los moros.

Pedro II de Aragón en las Navas de Tolosa

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