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domingo, 22 de abril de 2018

Del helenismo y el humanismo cristiano a la Unión Europea


En la antigua Grecia filósofos como Platón y Aristóteles desarrollaron una corriente de pensamiento denominada helenismo, base de la actual cultura europea. Con la expansión del Imperio Romano, a la filosofía griega se le une la forma de Estado supranacional con un gobierno único y unas leyes comunes que servirán de referente a todas las naciones-estado de Europa hasta nuestros días. Con la expansión del Imperio Romano, la civilización helenística y el cristianismo llegan a lugares tan remotos y alejados entre sí como Britania o la península Ibérica, por lo que aunque la idea de unificación europea puede parecer nueva, no lo es.
Si rebuscásemos en la Historia veríamos que esa unificación ya la intentó Carlomagno cuando se proclamó soberano del Sacro Imperio Romano Germánico en la Navidad del año 800. Su obra apenas le sobrevivió un par de generaciones y sus herederos se repartieron el Imperio por el Tratado de Verdún del año 843. De esa partición surgirían, con el correr de los siglos, las futuras naciones-estado de Francia, Alemania e Italia. Aunque las dos últimas, de facto, no verían completada su unificación hasta el último tercio del siglo XIX.
Aquel primer Imperio desmembrado en Verdún, fue reeditado en el año 962 cuando Otón I, rey de Germania, fue coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por el papa Juan XII. Este segundo Imperio sobrevivió con mayor o menor fortuna hasta el año 1806, cuando fue disuelto por el dictador francés Napoleón Bonaparte, lo que daría origen a la Confederación Germánica establecida en 1815 durante el Congreso de Viena y que, a la postre, sería el embrión de unificación alemana bajo la tutela de Prusia que se consumaría en Versalles en 1871 tras haber derrotado a Francia. Una guerra, la franco-prusiana, que se originó, entre otros motivos, por la intención de ambas naciones de imponer sus candidatos al trono español tras la abdicación de Isabel II en 1870.
Austria y Hungría se fusionarían en 1867, un año después de la derrota austriaca ante Prusia en la batalla de Sadowa un año antes. Austria fracasó en su intento de aglutinar a los estados germánicos y liderar la unificación alemana.
Tres siglos y medio antes, los destinos del Sacro Imperio y de España iban a converger por una suerte de carambolas determinadas por el matrimonio de Juana de Trastámara, hija de los Reyes Católicos, y heredera al trono de Castilla, y Felipe de Habsburgo, hijo del emperador Maximiliano de Austria.
Después de una serie de vicisitudes y complejas maniobras diplomáticas, dos hijos de Juana y Felipe parecía que iban a convertirse en herederos de los dos grandes reinos hispánicos: Carlos fue proclamado regente de Castilla, tras la reclusión de su madre por incapacidad, y su hermano Fernando fue nombrado heredero al trono de Aragón en el testamento de Fernando el Católico, documento que posteriormente fue cambiado o alterado tras la muerte del rey en enero de 1516, y del regente, el cardenal Cisneros, en noviembre de 1517.
Carlos V logró hacerse con el control de los reinos hispánicos. Luego, en dura competencia con Francisco I, rey de Francia por el control del ducado de Borgoña y el Milanesado, el 23 de octubre de 1520 Carlos fue coronado Rey de Romanos en Aquisgrán y tres días después fue reconocido emperador electo del Sacro Imperio Romano Germánico. Las guerras con Francia supusieron un gasto enorme al que Carlos hizo frente buscando dinero en Castilla y en banqueros alemanes como los Welser y Fugger.
En las Abdicaciones de Bruselas (1556), Carlos dejó el gobierno del Sacro Imperio a su hermano Fernando, y la Corona de España y las Indias a su hijo Felipe, que también heredó los territorios de Flandes. Una herencia envenenada como demostraría los acontecimientos que se desarrollaron a lo largo de los siglos XVI y XVII.
La dinastía de los Austria o Habsburgo se extinguió en España en 1700 a la muerte del monarca Carlos II el Hechizado. Al quedar vacante el trono español, Francia y Austria intentaron imponer a sus candidatos por la fuerza de las armas. Lo que dio lugar a una larga guerra europea en la que se vieron involucradas las principales potencias de la época. El conflicto armado se resolvió con la firma del Tratado de Utrecht en 1714. El fin de la guerra vino determinado por la proclamación del aspirante archiduque Carlos como emperador del Sacro Imperio en 1711 con el nombre de Carlos VI.
El otro aspirante, Felipe de Anjou, hijo de Luis XIV de Francia, se convirtió así en Rey de España en 1714, aunque se proclamación había tenido lugar el 16 de noviembre de 1700. Felipe V, llamado el Animoso, reinó hasta su muerte en 1746, con una breve interrupción, entre el 16 de enero y el 5 de septiembre de 1724, a causa de la abdicación en su hijo Luis I por enfermedad, y que fallecería el 31 de agosto de 1724.
Por el Tratado de Utrecht, España tuvo que renunciar a varios territorios continentales y de ultramar. Las pérdidas más significativas fueron las de la plaza fuerte de Gibraltar, todavía en poder de los ingleses, y la isla de Menorca. En 1779, ya en tiempos de Carlos III, se rompieron relaciones con Inglaterra y se asedió Gibraltar sin éxito, pero se pudo recuperar Menorca. Bernardo de Gálvez, gobernador de la Luisiana, ocupó Florida e Inglaterra, aislada y sin poder someter a los rebeldes, tuvo que firmar la Paz de París que puso fin a la guerra en 1783. Estados Unidos alcanzaron su independencia del Reino Unido y España recuperó Menorca, Florida y la costa de Honduras, aunque no pudo conseguir lo mismo con Gibraltar, porque los ingleses se negaron a devolver la plaza ocupada en 1704.
Un siglo después del Tratado de Utrecht, el dictador francés Napoleón Bonaparte intentaría la unificación de Europa por la fuerza de las armas. El tirano intentó la anexión de España tras la invasión solapada de 1808. Pero el fracaso de la campaña de Rusia en 1812, y su derrota definitiva en Waterloo en 1815, acabaron con las aspiraciones de Bonaparte, que murió en el exilio de la isla de Santa Elena el 5 de mayo de 1821, posiblemente envenenado con arsénico por los británicos.
El siglo XX sería testigo de dos sangrientas guerras mundiales que se iniciaron en Europa a causa, sobre todo, del antagonismo franco-alemán heredado del viejo Sacro Imperio. Después de la finalización de la II Guerra Mundial, las potencias vencedoras intentaron establecer una paz duradera para que no se reprodujese el escenario prebélico de la época de entreguerras inaugurada en Versalles en 1919. Después de 1945, las dos nuevas superpotencias —Estados Unidos y la Unión Soviética— tenían un poder económico, político y militar superior al del conjunto de los estados europeos. Ante esta situación, numerosas tendencias políticas pretendían reconstruir Europa como una nueva nación unificada, para evitar volver a un enfrentamiento entre los estados europeos. Las dos guerras mundiales se habían iniciado como conflictos europeos y, por ello, el continente había sido el principal campo de batalla. Se propuso entonces la creación de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero. Que firmaron en París en 1951 Francia, Italia, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo y la Alemania Occidental.
Aquel primer proyecto europeo impulsado entre otros por Richard Coudenhove-Kalergi, fracasó debido a la rivalidad entre Alemania y Francia. El Plan Kalergi pretendía, entre otras cosas, imponer una confederación de carácter supranacional que previniera los conflictos futuros del Continente, así como la creación de vías de resolución pacífica de los conflictos entre los países europeos.
Para garantizar que Alemania no pudiese amenazar la paz, su industria pesada fue desmantelada parcialmente y tras declaraciones como la de Winston Churchill en 1946 para crear los Estados Unidos de Europa, bajo la batuta de Reino Unido y Estados Unidos, en 1949 se estableció el Consejo de Europa, como la primera organización paneuropea. Al año siguiente, el 9 de mayo de 1950, el ministro de Exteriores de Francia, Robert Schumann, propuso la creación de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero. El tratado dio origen a las primeras instituciones, como la Alta Autoridad (hoy la Comisión Europea) y la Asamblea Común (actual Parlamento Europeo).
Cuando Reino Unido comprendió que no podría liderar a los países europeos como si fuesen parte de sus colonias, y para crear un contrapeso a la pujante Comunidad Económica Europea, el Reino Unido y otros seis países formaron la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) en 1960. Sin embargo, debido al éxito de la CEE, el Reino Unido solicitó su ingreso a la Comunidad en 1961. Pero el presidente de Francia, Charles de Gaulle se opuso reiteradamente a su ingreso en la CEE que comenzó a recibir solicitudes de incorporaciones, pero hasta 1973 no se hizo la primera ampliación con Irlanda, Reino Unido y Dinamarca.
El 23 de junio de 2016 se realizó el referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, también conocido como brexit en el que la opción de abandonar la UE ganó por un escaso margen y Reino Unido se convirtió en el primer país en salir de la Unión Europea, sin embargo, en Escocia, Irlanda del Norte, Londres y Gibraltar, triunfó la opción de la permanencia. Tras los resultados del referéndum, el primer ministro David Cameron anunció su dimisión y Theresa May asumió el cargo.
El proceso de retirada del Reino Unido de la Unión Europea está siendo muy complejo y, por momentos, da la impresión de que los británicos están cada vez menos convencidos de su decisión, a pesar de la imagen de determinación que pretenden transmitir a propios y extraños.
No es ningún secreto que Reino Unido intentó liderar el proyecto europeo en plena posguerra y que las reticencias entonces de Francia frustraron los planes de Churchill. Pero ahora está siendo la soberbia de Alemania, que ha ido en aumento desde la reunificación germana tras la caída del Muro en 1989, la que podría poner en entredicho el proyecto de unificación europea.
Alemania y su canciller Angela Merkel están empeñados en imponer sus criterios sin buscar el consenso con los demás socios, y el manido eje franco-alemán ha perdido fuelle en los últimos años.
Así las cosas, tras la salida de Reino Unido y el divorcio entre Francia y Alemania, y el escaso protagonismo de Italia y España, tercera y cuarta economía de la Unión y de la eurozona, el futuro de la Unión Europea es incierto.
Reparto de las ayudas del Plan Marshall en Europa

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