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jueves, 1 de noviembre de 2018

Fugaz encuentro de Parsifal y el rey Pescador


Bajo la superficie del poema «Parsifal» late el misterio de la Trinidad gnóstica: Hombre, Mujer y Naturaleza como la gran creación de Dios. Todos se hallan sujetos a una condición ineludible: el envejecimiento. Sin embargo, lo mismo que en la Naturaleza lo que envejece para acabar muriendo, da paso a un nuevo ciclo de vida, el hombre y la mujer cuentan con el vehículo del Amor para perpetuarse.
Cuando Parsifal halla a su esposa en el mismo lugar donde la sangre había caído sobre la nieve, su pasión adquiere una renovada fuerza. Más tarde, se reúne con Trevrizent, el cual pronuncia unas palabras de gran trascendencia:
—He lamentado vuestro inútil esfuerzo, porque la historia jamás había supuesto que el hombre pudiera conquistar el Grial. Yo os hubiera retirado la mano rápidamente; pero con vos existía otra oportunidad. No lamentaros de lo sucedido, porque recibiréis otro premio muy elevado.
Lo que pretende decir el ermitaño es que si el héroe ha fracasado en su empeño de conquistar el Grial de una manera física, no debe lamentarlo porque ha sido suyo el triunfo en un sentido espiritual: superó todas las pruebas durante largos años, hasta llegar al momento decisivo. Portaba los valores suficientes: misericordia, tolerancia y amor. Es cierto que le faltaba la pureza absoluta y perfecta, por eso el Grial no terminó de revelarle todos sus secretos; sin embargo, está muy lejos de sentir rencor, continúa siendo el mismo, luego nadie le puede arrebatar, al menos desde una valoración interna, el mérito de seguir considerándose un «héroe» en el sentido estricto de la palabra.
Por otra parte, los múltiples aspectos del Grial, tan distintos en muchas ocasiones, dejan muy claro que nos encontramos ante el enigma más famoso de toda la tradición medieval. Nunca un tema literario ha excitado tanto la imaginación de quienes pretendían saber qué se ocultaba detrás de la cortina de humo de las apariencias. Jamás, desde el Vellocino de Oro, un objeto sagrado ha sido tan buscado y, a la vez, tan temido.
Las preguntas sin respuesta y las dudas asaltan las mentes de los esforzados buscadores del Grial, porque saben que detrás de las aventuras que le dan forma a la leyenda, se esconden misterios mucho más profundos e inalcanzables. La búsqueda del Grial encierra una insondable espiritualidad y encarna muchos de los aspectos más positivos del cristianismo medieval.
Esta leyenda tiene su origen en diversas mitologías, bebe en las fuentes clásicas de la Odisea de Homero y en otras historias paganas. Los trovadores que la difundieron creían en su autenticidad; y al parecer fueron creídos por quienes escucharon sus poemas. También se les imitó, al surgir toda una serie de relatos de similares características a lo largo del siglo XV que obtuvieron una notable aceptación en todas las cortes europeas, sobre todo, tras la caída de Constantinopla en poder de los turcos en 1453, lo que dio nuevos bríos al ideal caballeresco.
La leyenda del Grial está trufada de elementos que desafían a la razón, apasionan al corazón y estremecen el alma. Amargo destino el de los héroes que protagonizan los distintos romances griálicos. Sus ascéticas vidas parecen más propias de los anacoretas, que de unos caballeros andantes de brillante armadura. Un viaje iniciático que les llevará a un lugar estéril, donde apenas queda un puñado de mujeres afligidas, sin hombres, a las que gobierna un rey tullido y moribundo, que pescaba en una barca y, a la vez, era capaz de adelantar al héroe, para encontrarse con él en el castillo del Grial y ser así su anfitrión…
¿Acaso no nos recuerda el episodio de Jonathan Harker en el castillo de Drácula? Si repasamos la novela de Bram Stoker, encontraremos muchas similitudes entre el castillo del Grial y la sombría morada del vampiro, convertido en una versión diabólica del bondadoso «Rey Pescador».
Francis Ford Coppola lo supo plasmar magistralmente en su versión cinematográfica: la espada clavada en la cruz de piedra que empieza a manar sangre; el coro de jóvenes; el Grial o cáliz del que bebe Drácula invocando a los poderes de las Tinieblas y renegando de Cristo… A fin de cuentas... ¡un antiguo caballero desencantado con su destino!
El banquete en el solitario salón, la pregunta que Jonathan Harker no llega a formular, el sopor al amanecer y un despertar amargo para encontrarse ante la nada… El castillo de Drácula, como el del Grial, está desierto…
El Grial terminó por reunir infinidad de significados y valores. Para Wolfram von Eschenbach era capaz de brindar longevidad a todo el que lo poseyera y, al mismo tiempo, proporcionar una plenitud espiritual satisfactoria, como la obtenida a través de una transformación iniciática.
De esta manera se fueron introduciendo elementos cabalísticos alrededor de este objeto mítico y del tesoro anhelado por tantos hombres y mujeres. Conviene tener presente que en el siglo XI la Cábala y todo el pensamiento que la rodeaba estaba muy presente en una Europa que apenas empezaba a recuperarse del fanatismo apocalíptico del año 1000. En el Toledo árabe existía una prestigiosa escuela hebrea que estudiaba la Cábala. Algunos historiadores llevan a Kyot hasta este lugar, donde tuvo conocimiento de la historia del Grial. Pero existían otras escuelas parecidas en España: en la Gerona hebrea y en  la Córdoba musulmana, y en la Europa cristiana destacaba la de Montpellier. Tampoco debe asombrarnos que se hubiera creado una en Troyes en 1070, y que estuviese dirigida por un tal Rashid, uno de los más prestigiosos cabalistas de su tiempo.
Casi todos los especialistas admiten que el estudio de la Cábala puede equipararse con una especie de judaísmo esotérico, mediante el cual se provoca una transformación dramática de la conciencia. Algo que podemos encontrar en diferentes religiones orientales. Toda persona que desea introducirse en el mundo de la Cábala, ha de sumergirse en un proceso iniciático que le irá transformando la conciencia y la percepción de la realidad. Entregado a esta metamorfosis permanente, llegará a un estado en el que logrará proyectarse fuera de su cuerpo, como en una especie de reencarnación simbólica o «resurrección» iniciática.
Durante su periplo Parsifal encuentra al «Rey Pescador», que lleva un extraño sombrero forrado con plumas de pavo real. Éste le invita amablemente a pasar la noche en el castillo del Grial, donde los corazones de todos sus ocupantes sólo conocen el dolor y la angustia. No obstante, el joven caballero es recibido con el mayor de los agasajos.
Un escudero atraviesa de pronto el umbral, llevando una lanza de cuya hoja brota sangre, que resbala a lo largo del asta hasta la mano de su portador, para perderse luego en la manga del mismo. Entonces el salón se ve inundado de gemidos y súplicas… El criado sigue portando la lanza con aspecto lúgubre, pero se va girando hacia las cuatro paredes de la gran estancia y llega hasta la entrada, por la que sale súbitamente… Al fondo se abre otra puerta tachonada de acero, de la que surgen dos doncellas de noble porte… Son unas blanquísimas vírgenes… Cada una de ellas lleva en la mano un candelabro de oro, en el que arde un cirio… Detrás de ellas, avanza una distinguida duquesa con su pareja, que porta dos pedestales de marfil. Sin querer perder más tiempo, aparecen otras ocho damas realizando las siguientes funciones: cuatro llevan grandes antorchas, y las demás sujetan, sin apenas esfuerzo, una piedra preciosa que los rayos del sol atraviesan, y que recibe el nombre de su resplandor… A su vez surgen dos princesas, que van ricamente ataviadas. Sostienen dos cuchillos afilados… cuyas hojas están hechas de una plata de blancura extraordinaria… Abren paso a la reina. Es tanto el resplandor que se desprende del rostro de ésta, que parece estar amaneciendo… En un cojín de color verde esmeralda porta la esencia de lo que se espera encontrar en el Paraíso: el Santo Grial, siempre muy superior a todo lo que pueda llegar a imaginar cualquier ser humano. Dispensadora de Goces es el nombre de la hermosa doncella a la que se ha concedido el honor de portar el Grial…
Perceval se encuentra tan aturdido por las maravillas que tiene la suerte de contemplar, que comete un fatal error de omisión al no preguntar. Poco más tarde, cuando el fastuoso ceremonial ha concluido, le llevan a un dormitorio. Continúan tratándole con grandes miramientos, lo que no evita que se sienta muy intranquilo. Por eso duerme mal.
A la mañana siguiente, descubre que el castillo se encuentra vacío. Después de cruzar el puente levadizo, halla su caballo ensillado. Antes de llegar a montarlo, la voz de un escudero invisible le grita esta maldición:
—¡El odio del Sol recaiga sobre ti! ¡Eres un gusano! ¡Ni te molestaste en abrir la boca para preguntar a tu noble y bondadoso anfitrión… Esto te habría proporcionado la inmensa gloria de salvarnos a todos!
El joven caballero prosigue su camino descorazonado y muy abatido, porque no ha entendido el significado de las palabras que acaba de escuchar. Pocas horas más tarde, se encuentra con una joven que está arrodillada junto al cadáver de un muchacho. Resulta ser Sigurne, una prima suya a la que no conocía, la cual le revela el misterio que envuelve el castillo del Grial: si él hubiese preguntado durante la ceremonia…
—Tu abuelo, el rey Alarico, al que también se conoce con el nombre de «Rey Pescador», se habría curado de todas sus heridas y, luego, habría vuelto la prosperidad a estas tierras. Pero te quedaste absurdamente callado, lo que todos lamentamos —sigue reprochándole la doncella—. No olvides que tu abuelo te entregó una espada única, que terminará por romperse. Como la seguirás necesitando, deberás ir en busca del herrero Trebuchet, que vive en las proximidades de la Fuente del Lago, muy cerca de Karmant. Sólo él podrá volver a forjarla… ¡Pero ya no conseguirás regresar a Montsalvat, el castillo del Grial!


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