El 11 de septiembre de 2001 el mundo contuvo el aliento conmocionado por las terribles imágenes retransmitidas en directo desde Nueva York: las Torres Gemelas del World Trade Center desplomándose envueltas en llamas, anularon el resto de noticias. El estupor generalizado al saber que aquello era producto de un ataque terrorista sin precedentes conmovió a todo el planeta. ¿Cómo era posible que la nación más poderosa de la tierra fuese tan vulnerable? ¿Para qué servían entonces sus sofisticados mecanismos de defensa? Pero la pregunta que acabó imponiéndose fue, sobre todo, ¿quién había tenido la osadía de perpetrar semejante atrocidad y cuál era el motivo? Aquel día trágico, marcó un antes y un después en la reciente historia de la humanidad. El ‘Sueño Americano’ había tocado a su fin y los países aliados de la Unión Europea comprendían bruscamente que Estados Unidos no era invulnerable, al tiempo que una angustiosa sensación de pánico quebrantaba el ánimo de Occidente. El terrorismo había demostrado ser inmune a los escudos antimisiles, a los servicios de inteligencia, al ejército más poderoso del mundo y a su avanzada tecnología militar. Súbitamente la amenaza a la supremacía occidental adquiría nombre árabe y se revelaba como invencible contando con dos armas tan sencillas como eficaces: su inconmovible fe religiosa, el islam, y su determinación a morir por ella. La frívola sociedad occidental quedaba aturdida al comprobar que aún había fanáticos dispuestos a ceñirse un cinturón de explosivos y a inmolarse volando en pedazos junto con sus objetivos. Las versiones oficiales sobre los atentados todos las conocemos pero… ¿son ciertas?
En la novela titulada ‘Operación Hebrón’ escrita por un ex agente del Mossad (servicio secreto israelí) que dijo haberse inspirado en informes de la CIA para escribirla, se detallaban una serie de ataques terroristas aéreos contra las Torres Gemelas, el Pentágono, el Capitolio y la Casa Blanca. A continuación destacamos algunos sucesos extraños recogidos en ese libro: Según el periódico israelí ‘Yadiot Ahranot’, Ariel Sharon, que se disponía a realizar una primera visita a los Estados Unidos tras ser nombrado primer ministro de Israel, suspendió su viaje dos días antes de los atentados por imposición del Shabak. Esta agencia israelí, antes conocida como el Shin Bet o el GSS, se encarga de la Seguridad Interior, mientras que el Mossad hace lo propio con la Seguridad Exterior. Pero además de las israelíes, las agencias de seguridad de medio mundo, incluyendo las europeas, alertaron a Washington de que algo muy extraño y peligroso se estaba tramando. Numerosos pilotos comerciales con dilatada experiencia, consultados en varios países del mundo, declararon que era materialmente imposible que unos individuos con unas pocas horas de vuelo en avionetas y que habían completado su adiestramiento ensayando con paneles dibujados en cajas de cartón –como se dijo más tarde– pudiesen haber pilotado dos aviones de pasajeros para que impactasen con la precisión que lo hicieron contra los objetivos. Eso hubiese requerido al menos de una radiobaliza para teledirigir la ruta, un dispositivo similar al conocido piloto automático.
Se calcula que el World Trade Center daba trabajo a unas 50000 personas que diariamente entraban y salían de ese edificio, sin contar a los empleados de los niveles inferiores, muchos de ellos inmigrantes ilegales que trabajan de forma clandestina, y que no estaban censados. En el momento de producirse los atentados se estima que debía haber al menos unas 20000 personas en el interior de las Torres Gemelas. Sin embargo, la cifra oficial de víctimas mortales, contando policías y bomberos, no supera las 2800 personas. ¿Dónde estaban todas las demás personas que trabajaban a diario en esos edificios? ¿Cómo es que se ausentaron de sus puestos de trabajo justamente ese día? El ataque al Pentágono no pudo realizarlo uno de los aviones secuestrados que, según la versión oficial impactó contra la fachada. Aparte de ser, posiblemente, el edificio mejor vigilado del mundo, sus propias cámaras de seguridad grabaron una explosión, pero en las imágenes no se ve ningún avión. Ni siquiera una parte de la aeronave, ya fuese la cola, las alas o parte del fuselaje, apareció en los alrededores del edificio del Pentágono, como habría sido lógico después de la explosión, al diseminarse los restos del avión por las inmediaciones del edificio, especialmente, dado su gran tamaño. Más que de una explosión al uso, tendríamos que hablar entonces de una “desintegración” completa del aparato. Algo del todo imposible. Basta compararlo con el reciente accidente del avión de Spanair en Barajas (Madrid) del 20 de agosto de 2008: había partes del fuselaje del avión diseminadas por todas partes, a pesar de que había ardido totalmente. Además, los cadáveres de las víctimas aparecieron carbonizados: ¿dónde están los restos de los que murieron en el avión que supuestamente impactó contra el Pentágono aquel fatídico 11 de septiembre de 2001?
Se calcula que el World Trade Center daba trabajo a unas 50000 personas que diariamente entraban y salían de ese edificio, sin contar a los empleados de los niveles inferiores, muchos de ellos inmigrantes ilegales que trabajan de forma clandestina, y que no estaban censados. En el momento de producirse los atentados se estima que debía haber al menos unas 20000 personas en el interior de las Torres Gemelas. Sin embargo, la cifra oficial de víctimas mortales, contando policías y bomberos, no supera las 2800 personas. ¿Dónde estaban todas las demás personas que trabajaban a diario en esos edificios? ¿Cómo es que se ausentaron de sus puestos de trabajo justamente ese día? El ataque al Pentágono no pudo realizarlo uno de los aviones secuestrados que, según la versión oficial impactó contra la fachada. Aparte de ser, posiblemente, el edificio mejor vigilado del mundo, sus propias cámaras de seguridad grabaron una explosión, pero en las imágenes no se ve ningún avión. Ni siquiera una parte de la aeronave, ya fuese la cola, las alas o parte del fuselaje, apareció en los alrededores del edificio del Pentágono, como habría sido lógico después de la explosión, al diseminarse los restos del avión por las inmediaciones del edificio, especialmente, dado su gran tamaño. Más que de una explosión al uso, tendríamos que hablar entonces de una “desintegración” completa del aparato. Algo del todo imposible. Basta compararlo con el reciente accidente del avión de Spanair en Barajas (Madrid) del 20 de agosto de 2008: había partes del fuselaje del avión diseminadas por todas partes, a pesar de que había ardido totalmente. Además, los cadáveres de las víctimas aparecieron carbonizados: ¿dónde están los restos de los que murieron en el avión que supuestamente impactó contra el Pentágono aquel fatídico 11 de septiembre de 2001?
Días antes de los atentados, y esto es muy significativo, Wall Street registró extraños movimientos especulativos que afectaron, entre otras, a las acciones de las dos compañías aéreas que iban a sufrir los secuestros aéreos, la empresa Morgan Stanley Dean Witter & Company que ocupaba nada menos que 22 pisos del World Trade Center y a las aseguradoras involucradas: Múnich Re, Swiss Re y AXA. Se calcula que las ganancias de los misteriosos inversores alcanzaron un valor de varios cientos de millones de dólares, lo que oficialmente constituye el más flagrante delito por tráfico de información privilegiada jamás cometido. Pero ¿quién podía saber lo que iba a suceder aparte de los mismos que lo habían planificado? Dos de las compañías que más se beneficiaron con esas operaciones bursátiles previas a los atentados fueron el Carlyle Group, compañía de la que es accionista la familia Bush, y el Bin Laden Group, la sociedad de valores de la familia Ben Laden, cuyas inversiones en los Estados Unidos suponen alrededor de un 18% de su PIB (Producto Interior Bruto). Dicho de otro modo: los Ben Laden son propietarios de casi una quinta parte del país más poderoso del mundo: los Estados Unidos de América. Existen decenas de datos que aportan serias dudas sobre los acontecimientos sucedidos el 11 de septiembre de 2001. Empezando por el extraño comportamiento del FBI, que en cuestión de horas había evacuado a todos los miembros de la familia Ben Laden residentes en EEUU para “preservar su seguridad” y sin interrogarles acerca del posible paradero de Osama, sospechoso de haber instigado los terribles atentados.
Es evidente que tanto los servicios secretos franceses (GNRS), que fueron los primeros en discrepar con la versión oficial de los hechos, así como el Mossad, entre otros muchos, además de la red de espionaje ECHELON sabían que “algo” iba a suceder. Ariel Sharon se disponía a realizar su primera visita a Estados Unidos, pero dos días antes de los atentados (el 9 de septiembre) decidió anular la visita. ¿Por qué el Shabak impidió al primer ministro israelí viajar a Nueva York en esas fechas?
¿Sabían los servicios secretos israelíes cuál era el peligro que se cernía sobre Estados Unidos? ¿Lo comunicaron a sus aliados norteamericanos? ¿Cómo pudieron saberlo con tanta exactitud? El 11 de septiembre de 2001 el presidente Bush estaba en Sarasota, Florida, en su segundo día de visita a la zona. Los planes de Bush para ese día eran públicamente conocidos con anticipación y se sabía, desde dos días antes, que esa mañana el presidente estaría en la escuela Booker leyendo un cuento a los niños más pequeños.
Entonces, los acontecimientos se precipitaron. El primer avión impacta contra el World Trade Center y el servicio secreto pone en conocimiento del presidente que se ha producido el ataque. Un ataque sin precedentes en la historia de Estados Unidos. ¿Qué hacen entonces? ¿Se lo llevan apresuradamente a un búnker de seguridad, o a una base militar? No. George W. Bush, impertérrito, asume la noticia sin sorpresa (tal y como se vio posteriormente en las imágenes de televisión), y con total naturalidad, prosigue leyendo el cuento infantil a los escolares y sujetando el libro al revés.
Desde los tiempos de la Guerra Fría, cuando se ensayaban los efectos de bombardeos nucleares o de las Fuerzas Aéreas soviéticas convencionales contra la Casa Blanca, sede del Gobierno de la Nación, se sabía que uno de los resquicios en materia de Defensa era la posibilidad de que un avión militar, camuflado como uno de pasajeros, aterrizase normalmente en el Aeropuerto Nacional de Washington, para entonces reemprender el vuelo y atacar impunemente el objetivo. Al haber aterrizado normalmente, como avión comercial, no se habrían activado los dispositivos de seguridad. Se sabía desde mucho tiempo antes que un avión comercial podía ser secuestrado para su utilización como “kamikaze” contra objetivos civiles o militares en territorio continental de los Estados Unidos.
Ahora bien, la escuela Booker se encuentra a menos de 8 kilómetros del aeropuerto internacional de Sarasota-Bradenton. Consecuentemente, durante un día en que estaban siendo secuestrados unos aviones para atacar edificios desde distintos aeropuertos, la precaución de seguridad más obvia era mantener al presidente alejado de una reunión anunciada públicamente en un edificio cercano a un aeropuerto.
Sólo existe una explicación para el hecho de que el servicio secreto permitiera al presidente Bush afrontar el riesgo mortal de concurrir a la escuela Booker en la mañana del 11 de septiembre. De alguna manera, George Walker Bush sabía que nadie iba a atacar la escuela.
Muchos indicios, fundamentalmente provenientes de los sesudos analistas de la inteligencia militar, advirtieron sobre la posibilidad de que pudiesen producirse ataques terroristas como los del 11 de septiembre, incluso se habían descrito en novelas de ficción, como en la novela futurista ‘Operación Hebrón’, en la que se describía un ataque aéreo terrorista a las Torres Gemelas, el Pentágono, el Capitolio y la Casa Blanca, prácticamente idéntico al que se llevó a cabo en la realidad.
Horas después de los atentados, multitud de personas llamaban indignadas a las embajadas norteamericanas en Túnez, Riad, o Yemen. Se les acusaba de haber participado en el atentado. A esto hubo que añadir a los saudíes que veían sus fotos publicadas en los periódicos de todo el mundo. A muchos de ellos se les presentó como los terroristas que murieron en los atentados. Un ciudadano saudí que estaba trabajando en Yedda en el momento del atentado, Abdul Rahmán al Omari, supo por la prensa de su propia muerte en uno de los atentados. Inmediatamente llamó a la embajada norteamericana para informarles de que se encontraba sano y salvo y que no estaba implicado de ninguna manera con los atentados. La prensa y el propio Gobierno saudí no ocultaron su irritación por el trato vejatorio que recibieron en todo momento por parte de los medios de comunicación norteamericanos, cuya única fuente de información, aparte de las imágenes, fueron las historias “precocinadas” que les facilitaron sus servicios de seguridad nacionales.
La imagen de Arabia Saudí, y de toda la comunidad musulmana internacional, quedó definitivamente dañada por la manipulación de la información que los servicios secretos ejercieron en las primeras horas, incluso meses, después de los atentados. Pero tal vez se tratase de eso, porque para declarar una guerra primero hay que tener un “enemigo” y si no se tiene hay que crearlo, puesto que la maquinaria de guerra que mueve la economía norteamericana ya estaba en marcha.
Unos días más tarde, el 18 de septiembre, la agencia France Press informó que otro piloto saudí considerado por las autoridades estadounidenses como un posible sospechoso, Said Husein Garamallah al Gamdi, vivía en Túnez, donde residía desde hacía poco menos de un año. Al enterarse de que los investigadores norteamericanos le consideraban como el principal sospechoso del secuestro del vuelo 93 de American Airlines, el llamado “vuelo de los héroes” que se dirigía presuntamente hacia la Casa Blanca, y al que habría que dedicar otro capítulo –si no un libro– por la cantidad de irregularidades que se produjeron antes, durante y después de que supuestamente se estrellase en Pennsylvania. Al Gamdi se puso inmediatamente en contacto con la embajada norteamericana en Túnez para desmentirlo categóricamente.
Por otra parte, el diario The Gulf News, editado en Bahréin, publicó el 20 de septiembre una entrevista con un veterano piloto de una línea aérea, Ishaq Kuheji, que puso en duda que pilotos sin una experiencia muy dilatada de vuelo pudieran haber llevado a cabo los atentados del 11 de septiembre de 2001. Según él, y otros pilotos que lo han ido confirmando a lo largo de estos años transcurridos, es imposible que pilotos con escasas horas de vuelo, realizadas en su mayor parte en avionetas o aparatos ligeros, pudieran pilotar grandes aviones, de más de 200 toneladas, volando a muy baja altura con la pericia suficiente para estrellarlos contra los blancos. Eso requiere muchos años de experiencia en el manejo de tales aparatos.
Rudi Dekkers, propietario de la escuela de vuelo de la localidad de Venice (Florida), en la que dos de los presuntos terroristas, Mohammed Atta y Maruan al Shehhi, se formaron como pilotos, declaró al diario británico ‘The Independent’ que “ambos habían realizado un curso de vuelo de cinco meses, el cual fue llevado a cabo, sobre todo, en avionetas Cessna y Piper Cessna, pero el total de horas que pasaron pilotando un jet de pasajeros fue de 15 ó 20 en total”. Pero un jet no es, ni mucho menos, un avión con las dimensiones de un gigantesco Boeing y las horas de vuelo acumuladas son a todas luces insuficientes para adquirir la pericia necesaria para pilotarlo.
Según Kuheji existe un escenario alternativo que podría ser más realista. Los sistemas de manejo de vuelo de los cuatro aparatos pudieron ser manipulados y programados en tierra por individuos altamente cualificados para poder ser posteriormente activados en un momento determinado del vuelo. Esto permitiría que los aparatos despegaran, descendieran y volaran a una cierta altura hasta puntos predeterminados que se encuentran en el suelo, y podría impedir también la existencia de comunicaciones con tierra, dejando a los pilotos a merced de los propios sistemas de navegación del aparato. Esta tecnología es utilizada en los misiles de crucero, los aviones espía y otros aparatos militares no tripulados. De hecho, en la mismísima CNN, y durante los primeros instantes, expertos en aviación civil no dejaban lugar a dudas: los aviones llevaban a bordo a pilotos militares muy bien entrenados, o bien fueron teledirigidos desde tierra. Obviamente, sólo las Fuerzas Aéreas cuentan con semejante tecnología y personal cualificado para ello.
El que los supuestos pilotos suicidas fueran pilotos militares entrenados, no es excesivamente descabellado. Precisamente, la experiencia del atentado en el edificio de Oklahoma, en el cual se señaló también al propio Ben Laden como instigador, nos hace dirigir nuestra mirada al interior de Estados Unidos. A título de anécdota podemos mencionar que en el coche en que viajaba el autor del atentado de Oklahoma, el estadounidense Timothy McVeigh (ex boina verde y veterano de la guerra del Golfo), se encontró el libro de William Pierce ‘Los Diarios de Turner’, el manual que inspiró y guió sus actos. Curiosamente, el protagonista del libro, desencantado con el sistema, se suicida lanzándose con un avión contra el Pentágono.
Jürgen Storbeck, director de Europol, declaró al periódico ‘The Daily Telegraph’ que era necesaria una investigación más amplia antes de inculpar a alguien: “Es posible que Ben Laden estuviera informado de la operación; es incluso posible que tuviera alguna influencia en ella, pero no es probablemente el hombre que diseñó todas las operaciones o controló el plan en su conjunto. La idea de que él, sentado en Afganistán, pudiera haber controlado la última fase de la operación es algo que resulta muy dudoso” señaló Storbeck.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001, pudieron llevarse a cabo debido a un fenomenal error de los servicios secretos y de las agencias de inteligencia norteamericanas, o bien estaban minuciosamente planificados y fueron ejecutados con precisión milimétrica por personal bien adiestrado.
Paradójicamente, después de haber hecho gala de un alto nivel operacional y una increíble sofisticación y coordinación de movimientos al preparar y ejecutar los atentados, los autores de los mismos dejan rastros y pistas incriminatorias por todas partes. Por ejemplo: tarjetas de crédito falsas o un manual de navegación aérea en lengua árabe, que fue convenientemente encontrado en un vehículo aparcado en el aeropuerto internacional Logan de Boston, donde dos de los secuestradores embarcaron.
Esto es un disparate, ya que se sabe que los pilotos en cuestión habían estudiado en Florida, y lo lógico es que hubieran utilizado la terminología inglesa mientras aprendían a volar y no la árabe. Otro tanto cabe decir de los retratos de Osama ben Laden encontrados, así como de las copias del Corán dejadas en todos los vehículos de los sospechosos que fueron identificados por la Policía. En lo que respecta a la información acerca de un pasaporte árabe, encontrado a cincuenta metros de distancia de las Torres Gemelas, sólo cabe calificarla de montaje. También podemos preguntarnos ¿por qué algunas bases militares norteamericanas en Europa, incluidas las de Rota y Morón en España, estuvieron en alerta máxima a las 11:05 hora española? ¡Casi 4 horas antes de los atentados!
Un arresto llevado a cabo en enero de 2004 en el aeropuerto internacional de Denver (Colorado) hizo que cobraran mayor nitidez los vínculos entre empresarios israelíes y grupos islamistas interesados en la producción de armas de destrucción masiva: químicas y biológicas, principalmente, pero incluyendo también armamento nuclear. Miembros del FBI y funcionarios de aduanas estadounidenses arrestaron a un individuo llamado Asher Karni, judío ortodoxo nacido en Hungría, con pasaporte israelí y residencia en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) por intentar vender de forma ilícita más de doscientos componentes electrónicos de última generación. Se trataba en su mayor parte de cierto tipo de interruptores que envían impulsos eléctricos sincronizados, concebidos con fines quirúrgicos, pero que también se pueden emplear en la fabricación de artefactos explosivos, incluidas las bombas convencionales y nucleares. El pedido era un encargo de un tal Humayún Khan, un ciudadano paquistaní relacionado con ciertos grupos terroristas de inspiración islámica radical. La operación debía realizarse a través de una compañía de exportación e importación llamada Giza Technologies con sede en la ciudad de Secaucus, en Nueva Jersey, y que pertenecía a un judío turco llamado Zekí Bilmen, que declaró el material en los manifiestos de embarque como material electrónico para el Hospital Baragwanath de Soweto. Puesto que las piezas emiten descargas eléctricas continuas, de intensidad moderada y muy breve, también pueden funcionar satisfactoriamente como improvisados detonadores nucleares.
Según los propios informes del FBI, filtrados a la prensa, Asher Karni, que había servido en el Ejército israelí durante unos quince años, era uno de los principales referentes en el tráfico ilícito internacional de componentes electrónicos y tecnología punta para su aplicación en programas de desarrollo de armamento termonuclear. Karni regentaba un lucrativo negocio suministrando tecnología de última generación que el Gobierno de Estados Unidos y sus aliados tienen vetada a determinados gobiernos extranjeros calificados de hostiles.
El periódico Los Ángeles Times siguió investigando y pudo confirmar a través de sus fuentes que la empresa de la familia de Humayún Khan, Pakland Corp., actuaba como intermediario en la compra de suministros para el desarrollo del programa nuclear paquistaní desde 1975. Asimismo, las investigaciones desvelaron que por aquella época, Pakland Corp., se encontraba negociando al menos un importante contrato de compra de material para la fabricación privada de armas nucleares que dirigía un industrial alemán llamado Alfred Hempel, antiguo miembro del Partido Nazi y personaje clave en el negocio del contrabando de material bélico nuclear.
(Continuará…)
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