Castilla, el único reino hispánico que había colaborado con los gastos
de las empresas de la Corona, mostraba señales de agotamiento. Por ello, el
valido exigió a los demás reinos una contribución equivalente y se dispuso a
paliar las trabas institucionales que pudieran existir. Durante esta última
etapa se producen las diferencias con Cataluña, Portugal y Andalucía. El
conflicto comenzó con la negativa de Cataluña a colaborar en la Unión de Armas
que el conde–duque propuso en 1626. La guerra contra Francia dificultó aún más
el entendimiento de la Generalidad de Cataluña y el Consejo de Ciento con el
Estado.
Las tropas castellanas e italianas que habían entrado en
Cataluña para combatir a los franceses en el Rosellón, causaron grandes
desmanes en el medio rural, al actuar como un ejército de ocupación. Hubo
graves incidentes en varias ciudades catalanas hasta que el 7 de junio de 1640,
día del Corpus, entraron en Barcelona un grupo de unos 400 o 500 segadores,
trabajadores eventuales que acudían de todos los puntos del Principado, los
cuales se amotinaron y provocaron graves disturbios que finalizaron con la
muerte de trece personas, entre ellos el propio virrey conde de Santa Coloma en
lo que se ha venido en llamar el Corpus de Sangre. La actitud de la Generalidad
y de su Presidente, Pau Clarís, fue en aquellos momentos conciliadora, pues
temían que la revuelta popular se les escapara de las manos, y la represión que
la Monarquía podía llevar a cabo. Finalmente, el día 11 de junio fue posible
sacar a los amotinados fuera de la ciudad.
Las tensiones entre las autoridades catalanas y la Monarquía
continuaron hasta que en el mes de septiembre, cuando la Generalidad oficializó
su ruptura con el rey Felipe IV e inmediatamente se iniciaron los contactos con
el enviado del rey de Francia, Du Plessis Besançon. En enero, Pau Clarís
efectuó la proclamación de la República catalana y días después, ante la
amenaza que suponían las tropas castellanas que ya penetraban por el sur de
Cataluña, se materializó la adhesión del Principado de Cataluña al rey Luis
XIII de Francia. El 26 de enero de 1641, el marqués de los Vélez fue derrotado
por los catalanes en la batalla de Montjuic. El conflicto se anunciaba largo y
de difícil resolución.
Conspiración del duque de Híjar
Debido a la política del conde–duque de Olivares en el conflicto
de Cataluña, hay que añadirle un problema en el Reino de Aragón, que no tuvo la
misma transcendencia pero que fue importante a su vez. Por los altos impuestos
establecidos en los territorios de Aragón, la mayoría de la nobleza aragonesa
pretendió desvincularse del Reino de Castilla, proclamando rey al duque de
Híjar. Pero las tropas castellanas sofocaron la revuelta y dado que no tuvo
demasiada transcendencia, al duque de Híjar no se le condenó a la muerte, sino
a permanecer recluido en sus feudos sin poder participar en las Cortes
Aragonesas.
La secesión de Portugal
El regreso a las hostilidades con las Provincias Unidas
repercutió sobre las colonias portuguesas en Asia y Brasil. En diciembre de
1640 una conspiración, encabezada por la nobleza, proclamó rey de Portugal al
duque de Braganza con el nombre de Juan IV de Portugal, que firmó la paz con
los holandeses en 1656 después de expulsarlos de Angola y de Brasil, y obtuvo
el apoyo de ingleses y franceses. Se inicia entonces la conocida como guerra de
Restauración Portuguesa, obligando al conde–duque a combatir en demasiados
frentes al mismo tiempo. De hecho, para este conflicto apenas pudo reunir un pequeño
ejército que fue derrotado en la batalla de las Líneas de Elvas.
Conspiración independentista en Andalucía (1641)
En 1641 el marqués de Ayamonte y el duque de Medina–Sidonia
desarrollaron una conspiración contra la Monarquía. El intento de rebelión se
fundamentaba en el descontento de la nobleza y el pueblo, y estaba apoyado por
Portugal, siempre dispuesto a sacar tajada de las guerras civiles españolas.
Debido a que Andalucía no era un pueblo de tradición política independiente, la
conspiración fue desbaratada.
La caída en desgracia del conde-duque de Olivares
El ataque contra los catalanes, en el que intervino el
propio Felipe IV, fue detenido en Lérida. El Rey, a su regreso a Madrid, ordenó
el 23 de enero de 1643, el destierro del conde–duque de Olivares. Sus
propósitos de unión no funcionaron e incluso estuvo a punto de conseguir la
ruptura de la Monarquía hispánica, que continuó como una confederación de
reinos. Sin embargo, Felipe IV decidió conservar su título de «Rey de todas las
Españas», aunque entonces esta expresión incluía todavía a Portugal, que ya se
había independizado. De esta forma quedó fijada la denominación y los límites
geográficos de la actual España. La autonomía de cada territorio se reafirmó desde
el respeto a los fueros.
Etapa de gobierno personal de Felipe IV (1659–1665)
Tras la caída de Olivares, el Rey pareció decidido a llevar
personalmente las tareas de Estado, pero pronto tomó la decisión de nombrar, en
1659, como valido a don Luis Méndez de Haro, sobrino de Olivares, con el título
de primer ministro. Su objetivo fue el de acabar con los conflictos interiores
y alcanzar la paz en Europa. Sin embargo, continuaron las sublevaciones de
Cataluña y Portugal, a las que se sumó Aragón. En Nápoles, en 1647, se produjo
un levantamiento debido a la falta de alimentos, que se extendió a Sicilia,
pero los amotinados fueron controlados por las autoridades locales. En
Cataluña, la guerra de Secesión se prolongó hasta que en 1652, tras 15 meses de
asedio, Felipe IV logró tomar Barcelona. Ese mismo año en varias ciudades
andaluzas se produjeron pequeños levantamientos debido a la falta de pan, el
descontento por la alteración de la moneda de vellón, la presión fiscal y las
levas forzosas para las guerras en Europa.
Tras la caída de Olivares los Tercios españoles —exhaustos
después de décadas guerreando en Flandes—, fueron vencidos por los franceses en
la batalla de Rocroi en 1643. Fue una victoria pírrica de los franceses, que
salieron de la batalla tan diezmados como los españoles. Por el Tratado de
Westfalia, España reconocía la independencia de las Provincias Unidas y
conservaba Flandes. La guerra con Francia continuó por la exigencia planteada
sobre Flandes, el Franco–Condado y el Rosellón. Como en Francia se declaró la
guerra civil, y ya se había firmado la paz con Holanda, la balanza se igualó y
los españoles derrotaron a los franceses en Valenciennes en 1656.
Inglaterra y Francia pactaron en 1657 el reparto del
Flandes español, así comenzaron unos fuertes ataques contra España. La difícil
situación económica en España y la derrota en la batalla de Dunkerque ante el
ejército anglo–francés llevó al monarca a firmar la Paz de los Pirineos en
1659. Paradójicamente, las tres grandes potencias europeas del momento —España,
Francia e Inglaterra— combatían entre sí al tiempo que las tres se desangraban
en sendas guerras civiles.
Se cedía el Rosellón, la mitad de la Cerdaña, el Artois y
otras plazas en el sur de esos territorios flamencos leales a España. Se
estipuló también el casamiento de la infanta doña María Teresa de Austria, hija
de Felipe IV, con Luis XIV de Francia, con una dote de 500.000 escudos. Así se
impuso la hegemonía de Francia sobre España a los cien años del tratado de
Cateau-Cambrésis. Continuó la guerra con los portugueses que vencieron,
dirigidos por Alfonso VI, en 1665 en la batalla de Villaviciosa, que selló
definitivamente la independencia de Portugal.
Muerte de Felipe IV
A principios del mes de septiembre de 1665, el rey enfermó,
deponiendo heces sanguinolentas, lo que induce a pensar que cayó enfermo de
disentería, de resultas de la cual falleció el 17 del mismo mes, no sin antes
padecer notablemente a causa de la enfermedad. Fue enterrado en la Cripta Real
del Monasterio de El Escorial, tal como él mismo había dispuesto en su
testamento.
Después de la muerte de doña Isabel en 1644, su primera
esposa, se ajustaron nuevas nupcias en 1647 con su sobrina doña Mariana de
Austria hija del matrimonio entre su hermana doña María Ana de España y el
emperador Fernando III de la casa de Habsburgo. El enlace se celebró en 1649 en
la localidad madrileña de Navalcarnero. De esta unión nacieron cinco hijos: el
quinto de ellos sería el rey Carlos II de España, cuya prematura muerte en 1700
desembocaría en la guerra de Sucesión, de trágicas consecuencias para España
que, tras la firma del Tratado de Utrecht en 1714, perdió definitivamente su
hegemonía política y militar en Europa, aunque mantuvo su preponderancia en América,
y todavía desempeñaría un papel importantísimo en la guerra de Independencia de
los actuales Estados Unidos.
Las guerras en Flandes debilitaron a la Corona española |
España no debería haber tomado parte en las guerras de Flandes ni tampoco en las guerras de religión que se libraban en Francia y Alemania.
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