En el contexto de la guerra de los Ochenta Años, los
holandeses intentaron apoderarse de las islas Filipinas, y los ataques de la
flota holandesa contra el Archipiélago se prodigaron entre 1565–1646. La
piratería inglesa y holandesa en Filipinas, alejado, pero estratégico dominio
español, no fue un hecho aislado. Desde los inicios de la colonización española
hacia 1565, el Archipiélago soportó el acoso de piratas y corsarios con mejor o
peor fortuna. Pese a toda adversidad, los españoles lograron conservar —no sin
mucho sacrificio— aquella privilegiada posición en el Pacífico hasta 1898. A
raíz de la llamada guerra de los Ochenta Años, y debido al hecho de que Holanda
—y no Inglaterra, como suele creerse— emerge como gran potencia marítima, los
corsarios holandeses no tardaron en protagonizar acciones bélicas y de
piratería sobre los sampanes chinos que viajaban a Filipinas para comerciar.
Los sampanes eran embarcaciones ligeras propias de China, para la navegación en
aguas costeras y fluviales, e iban provistas de una vela y un toldo, y eran
propulsadas a remo. Se empleaban para el transporte de mercancías y se utilizaban
como vivienda flotante.
La piratería holandesa había perjudicado el comercio
español con China con sus continuas escaramuzas en la bahía de Manila y otras
costas del archipiélago Filipino. En concreto existen registros escritos de
incidentes con buques de bandera holandesa en los siguientes años:
1600: el 14 de diciembre, una flotilla holandesa al mando
del corsario Olivier van Noort, atacó a la escuadra española comandado por don Antonio
de Morga cerca de la isla Fortuna.
1609: François de Wittert intentó ocupar Manila con
cuatro barcos, pero fue repelido por el gobernador general don Juan de Silva,
que contraatacó y derrotó a los holandeses en una escaramuza en playa Honda
(Botolan), donde halló la muerte Wittert.
1616: en octubre, Joris van Spilbergen bloqueó la bahía
de Manila con 10 galeones, pero una escuadra española de 7 barcos al mando de don
Juan Ronquillo le rechaza, hundiendo el buque insignia enemigo, el Sol de
Holanda. No deja de tener su gracia el nombre con el que había sido bautizado
el buque, dado lo raro que es ver al Astro Rey en aquellas tierras.
1640–1641: tres barcos holandeses situados en el
embocadero de San Bernandino trataron de capturar galeones españoles que venían
de Acapulco, en el virreinato de Nueva España. Los galeones fueron alertados de
la presencia enemiga por señales luminosas desde el puerto y tomaron un rumbo
alternativo para evitar su captura.
1642: los holandeses toman la isla de Formosa y expulsan
a los comerciantes españoles residentes.
El nuevo gobernador de Filipinas, don Diego Fajardo
Chacón, tan pronto llegó de España y tomó posesión de su cargo, tuvo que hacer
frente a varios sultanes indonesios y rebeldes musulmanes en la isla de Mindanao.
Para colmo de desgracias, el comercio estaba muy debilitado y no llegaban
mercancías desde Nueva España desde hacía más de dos años. Había, además,
escasez de pertrechos para los astilleros y los efectivos militares para las
guarniciones y las dotaciones de las naves eran insuficientes. Por fin, en
julio de 1645, llegan a Manila procedentes de Acapulco los galeones Encarnación
y Rosario con nuevos recursos y el arzobispo electo de Manila, don Fernando
Montero de Espinosa. El arzobispo se contagió de unas fiebres durante su viaje
a Manila, y murió a los pocos días de haber desembarcado, causando gran
consternación entre los feligreses de su nueva diócesis. Para acabar de empeorar
las cosas, el 30 de noviembre de 1645 hubo un terremoto en Manila al que siguió
una réplica el 5 de diciembre, cobrándose un millar de vidas y causando graves
daños en los campos de las mismas provincias que habían padecido devastadoras consecuencias
de varias erupciones volcánicas que se habían producido entre 1633 y 1640 en
aquella castigada región.
Mientras tanto, representantes de la Compañía Neerlandesa
de las Indias Orientales se reunían en Batavia (Yakarta) y planeaban apoderarse
de Filipinas, para lo que deciden enviar al Archipiélago tres flotillas de
asalto. La primera estaba compuesta por cuatro galeones y un patache que
pusieron rumbo a Ilocos y Panagisan con el fin de apropiarse del comercio con
China y llamar a la rebelión a los nativos. Los pataches eran embarcaciones ligeras
de guerra, y se utilizaban para llevar avisos, reconocer las costas y guardar
las entradas de los puertos. Hoy solo se usa esta embarcación en la Marina
mercante.
La segunda flotilla estaba compuesta por cinco galeones y
dos brulotes, y puso rumbo a Zamboanga, y después al estrecho de San Bernardino
para capturar el galeón español que debía arribar a Manila procedente de Acapulco.
La tercera escuadra la formaban seis galeones con el objetivo de cortar las
comunicaciones marítimas del archipiélago Filipino con el exterior, cortando la
comunicación de Manila con Ternate y Macasar. Pasada la estación de los monzones
las tres flotillas debían concentrar sus fuerzas en Manila para tomarla al
asalto. El 1 de febrero de 1646 una flota holandesa era avistada en Ilocos y
Panagisan. Los holandeses intentaron, sin éxito, convencer a los filipinos para
que se levantaran en armas contra los españoles. Al no conseguirlo, se
entregaron al saqueo de varias poblaciones hasta la llegada de las milicias
españolas que les obligaron a reembarcar.
Fajardo, alarmado, convocó un Consejo de guerra y haciendo
inventario de fuerzas, comprueba que solo dispone de los dos maltrechos
galeones llegados el año pasado, la nao capitana Nuestra Señora de la
Encarnación y la almiranta Nuestra Señora del Rosario que habían atracado en
Cavite procedentes de Nueva España en julio 1645. Se asigna el mando de ambos navíos
a don Lorenzo Ugalde de Orellana —también conocido como don Lorenzo Orella y
Ugalde— que embarca en la Encarnación y el segundo al mando, el almirante
andaluz don Sebastián López, que hace lo propio en el Rosario, mientras que don
Agustín de Cepeda es nombrado sargento mayor. Cuatro compañías de infantería son
embarcadas en cada galeón, mandadas respectivamente por los capitanes don Juan
Enríquez de Miranda, don Gaspar Cardoso en la capitana, y don Juan Martínez
Capelo y don Gabriel Miño de Guzmán en la nao almiranta. Las tripulaciones solicitan
y obtienen la asistencia de capellanes dominicos a bordo, y toman a la Virgen
del Rosario como patrona de la Flota.
La primera batalla contra los holandeses iba a producirse
en el cabo Bolinao, en la península del mismo nombre, en el golfo de Lingayen, en
la provincia de Pangasinán, en la isla de Luzón. El 3 de marzo zarpan de Cavite
los dos galeones españoles, al no encontrar enemigo en la isla de Mariveles,
ponen rumbo a Pangasinán en la misma Luzón, al noroeste de la bahía de Manila,
llegando allí el 15 de marzo. La escuadra holandesa, compuesta por cuatro buques,
es avistada por la almiranta a las nueve de la mañana, alertando a la capitana
por medio de cañonazos. A las tres de la tarde se inician los combates,
formando ambas escuadras en línea. El galeón Rosario es el que sufre más
castigo, pero esto permite a la Encarnación concentrar su fuego sobre los
buques enemigos dañando severamente a su buque insignia. Tras cinco horas de
combate, los holandeses se retiran amparados en la oscuridad de la noche. Los dos
galeones españoles persiguen a la escuadra enemiga —muy superior—, hasta el
cabo Bojador en el extremo norte de la isla de Luzón. Al amanecer del día
siguiente, al perder de vista a la escuadra holandesa, Ugalde da orden de
regreso, sufriendo sus naves solo daños menores, y apenas algunas bajas.
En abril de 1646, tras capturar dos barcos españoles que
navegaban sin escolta, la segunda flotilla holandesa es avistada próxima a la
fortaleza de Zamboanga, al suroeste de la isla de Mindanao. Tras un frustrado ataque
por sorpresa de los holandeses, éstos desembarcan en la ensenada de Caldera. El
capitán don Pedro Durán de Monforte, con 30 soldados españoles y dos compañías de
milicianos filipinos, logra rechazar el ataque holandés a la fortaleza,
causándoles un centenar de bajas y obligándoles a reembarcar. Tras recibir la
orden del gobernador, el primero de junio de 1646, Ugalde llega al puerto de
San Fernandino en Ticao con sus dos galeones, allí aguarda la llegada del
galeón San Luis desde Acapulco. Desde allí deberá escoltarlo a su destino. El
22 de junio se avista la escuadra holandesa acercándose a Ticao,
identificándose 7 buques y 16 lanchones. Ugalde advierte que se encuentra en
una situación comprometida, y que la flota enemiga supera ampliamente a sus dos
galeones. Para colmo, el galeón de Acapulco se retrasa. Temiendo ser atacados
por tierra, Ugalde desembarca a 150 hombres al mando del sargento mayor don
Agustín de Cepeda, y un puñado de cañones y experimentados artilleros al mando
del capitán don Gaspar Cardoso. Ese mismo día, a las diez de la noche, los
holandeses envían cuatro lanchas a reconocer el puerto. Los españoles les dejan
acercarse y esperan a que desembarquen para recibirles con abundante fuego de
fusilería, causándoles numerosas bajas y obligándoles a reembarcar. Los ataques
de las lanchas contra los dos galeones españoles en los días siguientes fueron
igualmente infructuosos. Al cabo de un mes los españoles seguían resistiendo. La
fortuna quiso entonces que cuatro prisioneros de la escuadra enemiga
consiguieran escapar e informar a Ugalde sobre los planes de los asaltantes:
las flotas holandesas planean converger en Manila para tomarla por asalto.
El 24 de julio los holandeses desisten de someter o
hundir a los dos galeones españoles, y al no llegar el tercer galeón procedente
de Acapulco, ponen rumbo a Manila como tenían previsto. El 25 de julio, Ugalde,
libre del bloqueo, vuelve a hacerse a la mar para enfrentarse a la flota
holandesa, seguro de que el San Luis ha recalado en otro puerto. Ciertamente,
el San Luis, aunque sufrió algunos desperfectos por el temporal, pero pudo
recalar en el puerto de Cahayán donde desembarcó su mercancía antes de hundirse
al ser arrastrado por la corriente y chocar contra las rocas.
Consciente de que Manila está indefensa —sin barcos ni
artillería—, Ugalde se apresta a perseguir a los holandeses con sus exiguas
fuerzas. Los dos galeones españoles interceptan a los siete buques holandeses que
componen la flota de asalto entre las islas de Banton y Marinduque el 28 de
julio. Los españoles se encomendaron a la Virgen del Rosario y la batalla se
desató el 29 de julio a eso de las siete de la tarde. Las siete naves
holandesas rodearon a la nao Encarnación que se batió con ellos con bravura,
mientras la nao Rosario disparaba en apoyo de su compañera desde fuera del
cordón enemigo. La Encarnación estuvo a punto de ser abordada, pero la pericia
de la marinería hispano–filipina al cortar los cabos de abordaje, lo evitó. Los
holandeses mandaron entonces a uno de sus brulotes a prender fuego a la
Encarnación, pero fue rechazado por una certera andanada. Después lo intentaron
con la Rosario pero esta vez, detonándose la flamígera carga del buque holandés
que explotó matando a su propia tripulación en el acto. Los holandeses
desistieron al anochecer y, una vez, huyeron al amparo de las sombras de la
noche. No hubo ninguna baja en la Encarnación y la Rosario solo perdió cinco
hombres.
Al día siguiente la armada española persiguió a los barcos
holandeses que solo tenían ya seis naves, siendo interceptados por los dos
galeones el 31 de julio a las dos de la tarde cerca de la costa sureste de
Mindoro. Los holandeses estaban esta vez a la defensiva, y trataron sin éxito
de desarbolar a la Rosario. Luego remolcaron su último brulote hacia la
escuadra española, pero el fuego de los cañones y los disparos de fusilería desde
la cubierta, lo destrozaron y hundieron con su carga al grito de los españoles
de «¡Ave María!» y «¡Viva la fe en Cristo y en la Santísima Virgen del Rosario!».
La batalla se prolongó hasta las seis de la tarde, huyendo los holandeses de
nuevo en medio de la noche, y con varios de sus buques severamente dañados.
En agosto, la escuadra española regresa a Cavite para efectuar
reparaciones. Los marinos e infantes que componían la tripulación fueron
recibidos como héroes en Manila, y cumplieron con los votos prometidos a la Virgen
en la iglesia de Santo Domingo de Manila. El general Orellana, por su parte, se
retiró del servicio siendo recompensado con una encomienda, mientras que los
demás oficiales de tropa y marinería fueron ascendidos en sus empleos por el
gobernador general.
Estas victorias rebajan la alarma entre las autoridades
españolas, que permiten al recién llegado galeón San Diego, navegar a San
Bernardino, en Ticao, sin escolta en el preciso momento que tres barcos de la
tercera escuadra holandesa estaban entrando en aguas filipinas. El general don Cristóbal
Márquez de Valenzuela, capitán del San Diego se sorprendió al encontrar los
barcos holandeses cerca de la isla Fortuna, en Nasugbu, Batangas. Viendo que no
se trataba de un buque de guerra, los holandeses acosaron al San Diego que,
gracias a la pericia de su capitán, logró escapar por los pelos hacia Mariveles,
informando en Cavite de la presencia de la flotilla enemiga. El gobernador
Fajardo ordena entonces a su sargento mayor, don Manuel Estacio de Venegas
formar una nueva escuadra compuesta por la nao Encarnación, la nao Rosario y el
galeón San Diego, convenientemente artillado y reconvertido en buque de guerra,
y a los que suman una galera y cuatro bergantines.
En esta ocasión, don Sebastián López es puesto al mando
de la armada, en la Encarnación, mientras que don Agustín de Cepeda, queda de
almirante en la nao Rosario. Se sigue manteniendo a los capellanes en cada nave
como parte de su dotación, y el gobernador Fajardo ordena a la tripulación se
renueven los votos realizados a la Santísima Virgen. El 16 de septiembre de
1646 la escuadra española navega a Fortuna, pero al no hallar buques holandeses
allí, se dirige a Mindoro, encontrándolos entre Ambil y las islas Lubang.
Amblas flotas entablan combate sobre las cuatro de la tarde, con el viento en
contra de la escuadra española, que, además, es sometida, durante cinco horas, a
un intenso bombardeo a larga distancia por la flota holandesa, que cuenta con
cañones navales de mayor alcance de tiro que las baterías españolas. A las nueve
de la noche, la Rosario se desvía y se ve rodeada por tres naves enemigas, el viejo
galeón resiste heroica y desesperadamente durante cuatro horas, pese a los
intentos de la Encarnación por acercarse y socorrerle poniéndose en línea para
abrir fuego contra los holandeses. Finalmente la Encarnación consigue zafarse del
cerco enemigo y refugiarse en cabo Calavite.
Mariveles se encuentra en la boca oeste del golfo de
Manila, Cavite al este. La batalla decisiva entre ambas flotas tuvo lugar el 6
de octubre, con la escuadra española dispersada e intentando refugiarse en
Mariveles. Tres barcos holandeses, viendo que los tres galeones estaban muy
separados, se lanzaron al ataque con la intención de capturarlos o hundirlos. El
general López esperó a que se acercaran los holandeses, temiendo ser alejado del
resto de la armada por las corrientes. La Encarnación levó el ancla y se
defendió de las tres naves holandesas siendo arrastrada por la corriente con
ellas lejos del San Diego. Tras cuatro horas de intenso bombardeo, la
Encarnación provocó graves daños en los atacantes, obligándoles a retirarse. Al
amainar el viento, la galera pudo remar y alcanzar al buque insignia holandés,
pese a estar en franca desventaja por el número y el calibre de sus cañones. Aun
así, la galera maniobró con gran pericia y utilizó sus baterías meritoriamente,
recargando con gran rapidez para aumentar su cadencia de tiro, y compensar el
menor calibre de sus proyectiles causando graves daños al enemigo, que se vio
así desbordado por lo inesperado de la maniobra.
El buque insignia holandés estaba próximo a hundirse,
pero el viento volvió a soplar posibilitando una vez más la huida de los
holandeses. La Encarnación y otra galera se dieron a la persecución al
anochecer; pero los holandeses, también hábiles marinos, se habían esfumado.
Afortunadamente solo hubo que lamentar 4 bajas en la nao Encarnación. Después
de esta victoria la flota española regresó a Manila donde cumplió sus votos con
la Santísima Virgen del Rosario en la iglesia de Santo Domingo de Intramuros. El
20 de enero de 1647 la victoria española fue celebrada con fiesta, desfile y
procesión con el compromiso de repetir las celebraciones cada año. El 6 de
abril de ese mismo año, el padre dominico fray Diego Rodríguez, solicitó al
vicario de Manila la declaración de Intercesión milagrosa de la Santísima Virgen
favoreciendo la victoria de los españoles en nombre de Dios.
Corría el día 10 de junio de 1647, cuando en el puerto de
Cavite, en la bahía de Manila, se detectó la presencia de una escuadra holandesa
compuesta por 12 navíos dispuestos a bloquear el puerto. Las baterías de costa españolas
respondieron a la voz de alarma abriendo fuego y hundiendo el buque insignia y
otro navío de la flota enemiga. El ataque holandés fue tan virulento, que la fortaleza
de Porta Varga que guardaba el puerto, resultó destruida. Sin embargo, los
defensores resistieron bravamente y los holandeses tuvieron que abandonar la nueva
intentona de apoderarse de Manila. Los holandeses continuarán merodeando por
aguas filipinas hasta la finalización de la guerra de los Treinta Años en 1648,
tras la firma del tratado de Paz de Westfalia. No obstante, Cavite es tristemente
célebre por la batalla que tuvo lugar allí durante la guerra
hispano–norteamericana en 1898.
Más de un siglo después (1762-1764), en el marco de la guerra
de los Siete Años los ingleses intentaron también capturar Manila, pero fueron
finalmente expulsados pese a los limitados recursos del archipiélago Filipino. Téngase
en cuenta que en la época de la guerra con los holandeses, España combatía
también en Flandes y en Alemania contra los protestantes, contra Suecia y,
finalmente, contra Francia. Además de hacerlo en Italia. Inglaterra se mantuvo
moderadamente al margen debido a la situación de preguerra civil que se vivía
en su país hacia 1640. Ese mismo año, además, se produjo la guerra de Secesión
en Portugal y Cataluña, consiguiendo los portugueses independizarse de España y
los catalanes iniciar una larga guerra de 12 años que concluyó con la pérdida
del Rosellón en 1659, con la firma del tratado de la Paz de los Pirineos.
Cubierta de un galeón español durante un combate naval (siglo XVII) |
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