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domingo, 14 de mayo de 2017

Incursiones normandas en la península Ibérica

En 844, una expedición salió de Toulouse y atacó la costa cantábrica; rechazada por Ramiro I, llegó a puerto en Coruña y de allí pasó a Lisboa. Entre los años 859 y 861, el caudillo normando Hastings, partiendo de Irlanda —o, según otras fuentes, del Loira— con sesenta y dos naves y tres mil ochocientos hombres, depredó sucesivamente las costas gallega y portuguesa, Algeciras, las islas Baleares, el litoral de Cataluña y la Camarga, y entró sembrando la muerte en Ampurias, Elna, Nimes, Fiesole y Pisa. La finalidad principal de sus correrías era conseguir un botín en joyas, piedras y metales preciosos, que atesoraban en sus países de origen, o en esclavos, destinados a la venta. Por esta causa, sus objetivos principales eran los centros urbanos y las grandes abadías y monasterios. En algunas ocasiones aceptaban una cantidad de oro o plata en concepto de rescate (danegeld). La agresión normanda, aparte de las cuantiosas pérdidas en vidas humanas y en dinero, perjudicó sin duda el desarrollo económico de los territorios afectados. Sobre todo el agropecuario.
No menos peligrosa era la fachada meridional, expuesta siempre al doble ataque, marítimo y terrestre, del mundo musulmán procedente de Berbería. La caída de los omeyas de Damasco originó los siguientes emiratos en el litoral mediterráneo: en la península Ibérica el Emirato de Córdoba (fundado por Abderramán I en 756 y convertido en Califato independiente por Abderramán III en 929); en el norte de África el reino idrisí de Marruecos (788–974), con capital en Fez, fundado por un chiita llamado Idris ibn Abdulá, huido de Medina con motivo de una revuelta religiosa; el reino kasidita de Argel, y el Emirato de Túnez o Ifriquiya, instaurado por Ibn Aglab, súbdito de Harun al–Rashid, que se declaró independiente en el 800. Su Dinastía instaló su capital en Qairuán y emprendió la islamización por la fuerza de los bereberes; el Emirato sucumbió ante el triunfo de los fatimíes, en 909, que trasladaron su capital a El Cairo en 972.
Los dos núcleos árabes más agresivos respecto al mundo occidental fueron el reino omeya de Córdoba y el Emirato aglabí de Túnez. El primero, hallándose en posesión de casi toda la península Ibérica y de las islas Baleares, presionó fuertemente, en tiempos de Hisham I, al reino cristiano creado en Asturias por los últimos visigodos, ocupando dos veces Oviedo (794–795), mientras lanzaba a sus corsarios contra la costa provenzal, en donde, desde la base naval instalada en Fraxinetum (cerca de Saint–Tropez), dominaba la ruta de los Alpes. El reino de Túnez, emulando el antiguo imperialismo de los vándalos, desarrolló una doble actividad marítima, ocupando la isla de Sicilia desde 831 y las de Ponza e Ischia en 845 y estableciendo la fortaleza de Bari, en el sur de Italia, o practicando correrías de desgaste y piratería en las cuencas del Tíber y del Vulturno, y en la Camarga, cuya capital, Arlés, saquearon dos veces consecutivas (847 y 850). La Camarga es una rica región natural del sur de Francia, situada al oeste de Provenza y al sur de Arlés, y que se extiende entre los dos brazos principales del delta del Ródano y la costa mediterránea.
En el «Manuscrito de la Crónica Albeldense» (siglo IX), se menciona brevemente la derrota de los vikingos en las costas gallegas por las tropas del conde Pedro. En el 840, un número indeterminado de naves bordearon la costa asturiana y gallega hasta llegar a la actual Torre de Hércules —su gran tamaño debió parecerles importante— y saquearon la pequeña aldea emplazada a sus pies. Ramiro I tuvo noticias de la expedición y convocó a su ejército para hacer frente a la incursión, derrotando a los vikingos y recuperando buena parte del botín. Hundió, asimismo, entre sesenta y setenta de sus naves, lo que no debió ser una gran victoria, como demuestra el hecho de que siguieron su campaña de saqueos. En Lisboa los cronistas hablan de una escuadra compuesta por 53 barcos.
En el año 844 otra expedición normanda arrasó la ciudad de Gijón y siguió la costa atlántica hasta llegar a Lisboa y atacarla. Después tomaron Cádiz y subieron por el Guadalquivir, saqueando Sevilla durante 7 días, donde destruyeron la mezquita e hicieron prisioneros a numerosos sevillanos, lanzando desde la ciudad avanzadillas a pie. Refiriéndose a los bárbaros, escribe lo siguiente el cronista hispanoárabe Ibrahim ibn Ya'qub: «En el año 844 unos paganos, a los que nosotros llamamos Rus, atacaron Sevilla, la saquearon y asolaron, incendiando y matando».
Sin embargo, cuando Abderramán II salió con sus hombres, y tras algunas escaramuzas los vikingos vieron que no podían con las tropas moras, los nórdicos huyeron, abandonando Sevilla y a muchos rezagados, quienes se rindieron a las fuerzas del emir y terminaron ahorcados de las palmeras de Tablada.
Este primer ataque a la Andalucía musulmana, fue un acicate para el desarrollo de una flota defensiva que patrulló y vigiló no solo las aguas del Emirato, sino también las del Cantábrico. Además, se empezaron a reforzar las defensas en tierra firme.
Abderramán II, un gobernante más dado a la diplomacia que a la guerra, trató de evitar futuros ataques vikingos tratando de ganárselos como aliados. Y así, hacia diciembre del año 844 o principios del 845 envió al embajador al–Gazal a dialogar con los jefes vikingos en sus propias bases. Aunque el corto relato que se conserva de la expedición no permite saber a qué lugar del norte de Europa en concreto llegó al–Gazal, cabe conjeturar que se trata de Normandía.
Durante el reinado de Alfonso III de Asturias, los vikingos llegaron a cortar las comunicaciones marítimas con el resto de Europa. El historiador e hispanista Richard Fletcher menciona al menos dos incursiones reseñables en Galicia, en 844 y 858, y dice: «Alfonso III estaba lo bastante preocupado por la amenaza de los vikingos como para establecer puestos fortificados en la costa, como hacían otros reyes».
En el 858 los normandos suben por el Ebro desde Tortosa, lo remontan hasta el Reino de Navarra, dejando atrás las inexpugnables ciudades de Zaragoza y Tudela, suben luego por su afluente, el río Aragón hasta encontrarse con el río Arga, el cual también remontan, llegan hasta Pamplona y la saquean, raptando al rey navarro. Una expedición similar ataca Orihuela desde el Segura. En el 859, los vikingos llegan de nuevo a Pamplona y secuestran al nuevo rey, García I Iñiguez.
Como consecuencia de estos ataques, en 859 se intentó detenerlos de nuevo. Se amplió el puerto de Sevilla y se aumentó la flota de vigilancia marítima bajo Abderramán III y Alhakén II. Abderramán II ante las incursiones normandas construye los Ribat, fortalezas en las desembocaduras fluviales, entre ellas las denominadas hoy en día San Carlos de la Rápita en Tarragona, La Rábida en el río Tinto de Huelva; La Rábita Califal de las Dunas de Guardamar en Granada, entre las desembocaduras del río Grande y el Guadalfeo, etcétera.
En 968 el obispo Sismando de Santiago de Compostela fue asesinado y el monasterio de Curtis saqueado, teniendo que tomarse medidas para defender la ciudad interior de Lugo. El saqueo de Tuy en el siglo XI dejaría el cargo episcopal de la ciudad vacío por medio siglo. La captura y secuestro de rehenes para pedir un rescate también fue práctica común: Fletcher menciona el pago de Amarelo Mestáliz para garantizar la seguridad de su tierra y rescatar a sus hijas, capturadas en 1015. El obispo Cresconio de Compostela (1036–66) repelió un ataque vikingo más y construyó las Torres del Oeste (Catoira) como fortaleza costera para proteger Compostela. Póvoa de Varzim, en el norte de Portugal, fue colonizada por los vikingos y Lisboa también sufrió ataques de importancia.
El más contundente en su luche contra los vikingos fue el conde Gonzalo Sánchez, quien terminó con toda la flota de Gunrod el Noruego (Gunderedo en español); el conde capturó y pasó a cuchillo a toda la tripulación y a su rey.
No se conocen con certeza la causa o causas, que pusieron fin a las incursiones vikingas. Algunos autores opinan que la aceptación de la fe cristiana hacia el año 1000 por la mayoría de ellos, los atenuó en su deseo de atacar a sus correligionarios. De cualquier modo, los reinos nórdicos deseaban cada vez más abrirse al resto de Europa y comerciar con ellos en lugar de invadirlos. Como ejemplo está el caso del rey castellano Alfonso X el Sabio que casó a su hermano Fernando con la princesa Cristina de Noruega (enterrada en Covarrubias, Burgos) el 31 de marzo de 1252, porque dicho matrimonio era conveniente tanto para Alfonso X como para Haakon IV.
La presencia intermitente de los vikingos en Galicia se produjo en el período comprendido entre los siglos VII y XII, en un contexto en el que los pueblos que habitaban Escandinavia se habían convertido en una potencia marítima, comercial y militar, organizando periódicamente expediciones de saqueo y conquista en las costas del océano Atlántico, pero también ascendiendo por el curso de los ríos hasta los lugares que pretendían asaltar. Llegaron hasta puntos tan alejados como el Mediterráneo, y entre los lugares que visitaron se encontraba Galicia, que ellos denominaban Jakobsland («Tierra de Santiago»). La primera incursión de los vikingos en Galicia aparece reflejada en los Annales Bertiniani, y se remonta al mes de agosto del año 844, cuando un grupo de vikingos daneses procedente de una expedición de saqueo se adentró por el río Garona, y empujados por una tormenta terminaron llegando a Galicia, saqueando algunas aldeas costeras hasta que fueron rechazados en los alrededores del Farum Brecantium, es decir, la Torre de Hércules (Coruña). En aquella época reinaba Ramiro I en Galicia. Tras la derrota, los vikingos continuaron su viaje hasta Lisboa, antes de regresar a su país.
Durante esta época surgió la leyenda del obispo Gonzalo de la diócesis de Bretoña: al llegar a la entrada del río Masma un gran número de embarcaciones vikingas, los habitantes acudieron a proteger al obispo porque lo consideraban santo. Gonzalo rezó fervientemente pidiendo la protección del cielo contra el ataque, y entonces se desató una gran tempestad que hundió la mayor parte de la escuadra invasora.
En el año 858, durante el reinado de Ordoño I, apareció en las costas de Galicia una gran flota vikinga. Se trataba de un contingente de cien naves procedente de expediciones de saqueo en las costas francesas que se dirigieron hacia la ría de Arosa, la mayor de las rías gallegas. Tras saquear la diócesis de Iria Flavia llegaron hasta Santiago de Compostela, poniendo sitio a la ciudad. Los habitantes de Compostela pagaron un tributo para evitar el saqueo, pero a pesar de ello, los vikingos continuaron intentando apoderarse de la ciudad, hasta que el sitio fue levantado por un ejército dirigido por el conde don Pedro, que los derrotó y destruyó 38 barcos; los supervivientes vikingos se dirigieron hacia el sur de la costa gallega, saqueando las poblaciones a su paso. Como consecuencia de esta expedición la sede episcopal de Iria Flavia fue trasladada a Santiago de Compostela.
En 951 los vikingos reaparecieron y de nuevo saquearon la costa gallega; en los años siguientes las ciudades se fortificaron en previsión de nuevos ataques. En 964 los vikingos volvieron y el obispo Rosendo de Mondoñedo tuvo que hacerles frente.
Las incursiones de los vikingos solían producirse de noche

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