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martes, 13 de junio de 2017

La primera guerra del Rif (1859-1860)

Desde 1840, las ciudades españolas de Ceuta y Melilla en el norte de África, sufrían constantes incursiones por parte de los cabileños de la región del Rif. A ello se unía el acoso a las tropas destacadas en distintos puntos aislados. Las acciones eran inmediatamente contestadas por el Ejército español, pero al internarse en territorio bereber, los agresores tendían fatales emboscadas. La situación volvía a repetirse de forma habitual. Finalmente estalló la guerra entre España y el Sultanato de Marruecos que protegía y apoyaba a los rifeños. En 1859 el Gobierno de la Unión Liberal, presidido por su líder, el general don Leopoldo O'Donnell, presidente del Consejo de ministros y titular del de Guerra, aún bajo el reinado de Isabel II, firmó un acuerdo diplomático con el sultán de Marruecos que afectaba a las plazas de soberanía española de Melilla, Alhucemas y Vélez de la Gomera, pero no a Ceuta. Entonces el Gobierno español decidió realizar obras de fortificación en torno a esta última ciudad, lo que fue considerado por Marruecos como una provocación. Cuando en agosto de 1859 un grupo de rifeños atacó a un destacamento militar español que custodiaba las reparaciones en diversos fortines de Ceuta, don Leopoldo O'Donnell, presidente del Gobierno en aquel momento, exigió al sultán de Marruecos un castigo ejemplar para los agresores. Sin embargo, esto no sucedió. Entonces, y sin más preámbulos, el Gobierno español decidió invadir Marruecos por el «ultraje inferido al pabellón español por las hordas salvajes» del sultanato. Los sucesos de Ceuta generaron en la opinión pública española un clima de gran fervor patriótico, y el Gobierno decidió aprovecharlo iniciando una campaña de castigo contra los moros de las cabilas cercanas a Ceuta.
La reacción popular fue unánime y todos los grupos políticos, incluso la mayoría de los miembros del Partido Democrático, apoyaron sin fisuras la intervención militar. En Cataluña y las provincias Vascongadas se organizaron centros de reclutamiento de voluntarios para acudir al frente, donde se inscribieron muchos carlistas, sobre todo procedentes de Navarra, en un proceso de efervescencia patriótica como no se había dado desde la guerra contra el Francés de 1808-1814. La ola de patriotismo que se extendió por todo el país, fue fomentada por la Iglesia católica que la «vendió» como una suerte de moderna cruzada. O'Donnell, hombre de gran prestigio militar, y justo en el momento en el que estaba en plena expansión su política de ampliación de las bases de apoyo al Gobierno de la Unión Liberal, consciente también que desde la prensa se reclamaba con insistencia una acción decidida del Ejecutivo, propuso al Congreso de los Diputados la declaración de guerra a Marruecos el 22 de octubre, tras recibir el beneplácito de los gobiernos francés e inglés, a pesar de las reticencias de este último a que España incrementase su presencia en el estrecho de Gibraltar.
La guerra, que duraría cuatro meses, se inició en diciembre de 1859 cuando el ejército desembarcado en Ceuta el mes anterior inició la invasión de Marruecos. Se trataba de un ejército mal equipado, peor preparado y pésimamente dirigido, y con una intendencia muy deficiente, lo que explica que dos tercios de los casi 4.000 muertos españoles no murieran en el campo de batalla, sino que fueran víctimas del cólera y de otras enfermedades. A pesar de ello, se sucedieron las victorias en las batallas de los Castillejos —donde destacó el general don Juan Prim, lo que le valió el título de marqués de los Castillejos—, la de Tetuán —ciudad que fue tomada el 6 de febrero de 1860 y que le valió a O'Donnell el título de duque de Tetuán— y la victoria de Wad-Ras del 23 de marzo, que despejó el camino hacia Tánger. Los éxitos militares fueron magnificados por la prensa en España, del mismo modo que lo fueron las victorias de ambos bandos durante la guerra de Secesión norteamericana, o dos décadas después las acciones de los soldados ingleses durante la guerra anglo-sudanesa que se saldó con el desastre de Jartum, donde en 1885 fue masacrado un ejército británico mucho mejor armado que el español, y que se enfrentó a unos sudaneses cuyo rudimentario armamento no difería mucho del de los rifeños.
El Ejército expedicionario que partió de Algeciras estaba compuesto por unos 45.000 hombres, 3.000 mulos y caballos y 78 piezas de artillería de campaña, apoyado por una escuadra formada por un navío de línea, dos fragatas de hélice y una de vela, dos corbetas, cuatro goletas, once vapores de palas y tres faluchos, además de nueve vapores y tres urcas que actuaron como transportes de tropas. O'Donnell dividió las fuerzas en tres cuerpos de ejército, y puso al frente de cada uno de ellos a los generales don Juan Zavala de la Puente, a don Antonio Ros de Olano, y a don Ramón de Echagüe. El grupo de reserva estuvo bajo el mando del general don Juan Prim. La división de Caballería, al mando del mariscal de campo don Félix Alcalá Galiano, estaba compuesta por dos brigadas, la primera al mando del brigadier don Juan de Villate, y la segunda al mando del brigadier don Francisco Romero Palomeque. El almirante don Segundo Díaz Herrero fue nombrado jefe de la Flota. Los objetivos fijados eran la toma de Tetuán y la ocupación del puerto de Tánger. El 17 de diciembre se desataron las hostilidades por la columna mandada por Zabala que ocupó la Sierra de Bullones. Dos días después Echagüe conquistó el Palacio del Serrallo y O'Donnell se puso al frente de la fuerza que desembarcó en Ceuta el 21. El día de Navidad los tres cuerpos de ejército habían consolidado sus posiciones y esperaban la orden de avanzar hacia Tetuán. El 1 de enero de 1860, el general Prim avanzó en tromba hasta la desembocadura de Uad el-Jelú con el apoyo al flanco izquierdo del general Zabala, y el de la Armada que mantenía a las fuerzas enemigas alejadas de la costa. Las escaramuzas continuaron hasta el 31 de enero, momento decisivo en que fue contenida una contraofensiva rifeña, y O'Donnell comenzó la marcha hacia Tetuán con el apoyo de los voluntarios catalanes. Recibía la cobertura del general Ros de Olano y de Prim en los flancos. La presión de la artillería española desbarató las filas rifeñas hasta el punto de que los restos de su ejército se refugiaron en Tetuán, que cayó el día 6 de febrero. El siguiente objetivo era Tánger. El ejército se vio reforzado por otra división de infantería de 5.600 soldados, junto a la que desembarcaron las unidades de voluntarios vascos, formadas por 3.000 hombres, la mayoría carlistas, junto al batallón de voluntarios catalanes, con unos 450 reclutas de la misma procedencia. Fueron desembarcando a lo largo del mes de febrero hasta completar una fuerza suficiente para la ofensiva del 11 de marzo. El 23 de marzo se produjo la batalla de Wad-Ras en la que venció el ejército español y forzó al caudillo rifeño Muley Abbas a pedir la paz.
El tratado de Wad-Ras
Tras un armisticio de 32 días, se firmó el Tratado de Wad-Ras en Tetuán el 26 de abril, en el que se declaraba a España vencedora de la guerra y a Marruecos perdedor y único culpable de la misma. El acuerdo estipuló lo siguiente: España ocuparía los territorios de Ceuta y Melilla a perpetuidad; cesarían las incursiones rifeñas a Ceuta y Melilla; Marruecos reconocía la soberanía de España sobre las islas Chafarinas, e indemnizaría a España con 100 millones de reales. España recibía el territorio de Santa Cruz de la Mar Pequeña —lo que más tarde sería Sidi Ifni— para establecer una pesquería. Tetuán quedaría bajo administración temporal española hasta que el Sultanato pagase las indemnizaciones y reparaciones de guerra a España. A la paz que se firmó el 26 de abril de 1860 algunos periódicos sensacionalistas la calificaron de «paz chica para una guerra grande» argumentando que O’Donnell debía haber conquistado Marruecos, aunque desconocían el pésimo estado en que se encontraba el Ejército español tras la batalla de Wad-Ras, y que el Gobierno se había comprometido con Gran Bretaña a no ocupar Tánger ni ningún otro territorio que pusiera en peligro el dominio británico del estrecho de Gibraltar. O’Donnell se excusó diciendo que «España estaba llamada a dominar una gran parte del África», pero que «la empresa requeriría, al menos, de veinte a veinticinco años». Además, el tratado comercial firmado con Marruecos acabó beneficiando más a Francia y a Gran Bretaña y al territorio de Ifni, al sur de Marruecos, que no sería ocupado hasta setenta años después. Por último, las presiones británicas por mantener el statu quo en la zona del estrecho de Gibraltar obligaron al Gobierno a abandonar Tetuán dos años después. España tendría que volver a luchar en Marruecos durante la segunda guerra del Rif, librada entre 1893-1894, en ciernes ya de los desastres de Cuba y Filipinas. 

Tropas españolas en la defensa de Melilla en 1893

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